El Padre Leonardo Castellani destaca como una figura cumbre del pensamiento hispánico de estos últimos tiempos.
Argentino hasta la médula su lugar de nacimiento, Reconquista, no podía especificar más y mejor su cometido en esta vida. Porque Reconquista fue la que él, Doctor Sacro y Universal (título éste dado por Roma en contadísimas ocasiones), hizo del pensamiento católico en estos tiempos de modernismo y de herejía.
El Padre Castellani fue un tradicionalista in pectore. Se enfrentó al modernismo que ya atenazaba la Compañía de Jesús allá por los años cuarenta y cincuenta en Buenos Aires. Y pagó caro su desafío porque los enemigos de la sana Tradición movieron carros y carretas para lograr expulsar a Don Leonardo de la Compañía de Jesús. Esta es, para un jesuita, una de las peores cruces, pero no fue a la única a la que se hubo de enfrentar. Anticipó con años de antelación, como hiciera el insigne Obispo brasileño Monseñor de Castro Mayer, las deletéreas consecuencias del Vaticano II.
Su obra es vastísima y prolija. Su dominio de la prosa castellana es, sencillamente, impresionante. Español que él aderezaba de esos localismos tan propios de la región argentina que le vio nacer. Mencionamos dos páginas en las que se puede encontrar más información sobre él y sus obras, la del Instituto Castellani y otra interesante dedicada a Don Leonardo por parte de Hernán González, para quienes quieran adentrarse en la obra de este pensador. El Padre Castellani encarnó lo mejor del tradicionalismo argentino, dignísimo hijo del Carlismo español, o –por mejor decir-, parte del Tradicionalismo del que las Españas de este y allende los mares siempre se han nutrido.
El Padre Castellani escribió un libro extraordinario sobre el Apokalypsis, como él gustaba de escribir esta palabra en purismo con la grafía griega. En el libro de San Juan, que “bienaventurados son los que [lo] lean” y de la mano de este profeta de los últimos tiempos, como es el Padre Castellani, uno va aprendiendo que Cristo no es sólo Rey de los hombres y las sociedades (por más que estas le rechacen). Cristo, Dios y Señor, es también Rey de la Historia. El Padre Castellani sostenía que estamos en la quinta Iglesia. A esta Iglesia Dios le dice aquello de “aférrate a lo que tienes, aunque haya de morir”. No es un tiempo de expansión de la Iglesia, sino de resistencia heroica de unos cuantos valientes, del pusillus grex del que hablan las Sagradas Escrituras. La Iglesia oficial, corrompida por el modernismo, en la cual ha penetrado el humo de Satanás según la consideración de Pablo VI acerca del Vaticano II, liquidada por los asuntos de homosexualidad (que no paidofilia) en varios países del mundo, se resquebraja en su insustancial doctrina. A pesar de ello la llamada de Dios es clara: aferrémonos a lo que tenemos, el Depósito de la Fe, es decir, la Tradición.
Porque llevamos quinientos años donde los católicos –con la práctica excepción de la Cruzada de 1936-1939- lo perdemos todo. Perdimos las guerras carlistas. Perdimos en Argentina luchando contra los “inmundos y asquerosos unitarios” liberales bajo bandera federal. Perdimos en la guerras de descolonización de Angola y Mozambique. Perdimos en Timor Este. Perdimos en Italia contra los garibaldinos. Perdimos en Alemania cuando gracias a la pérfida labor de un Cardinal Richelieu, auténtico codificador del Renacimiento, la opción católica de Fernando II no triunfó. Perdimos cuando no se pudo meter a Inglaterra en cintura tras la revolución anglicana. Perdimos cuando Carlos I fue demasiado tolerante con los luteranos y Muehlberg llegó ya demasiado tarde. Perdimos incluso en guerras más distantes, como la guerra civil inglesa, donde los cavaliers fueron derrotados por los roundheads, o en la Guerra de Agresión Yanqui, donde los yanquis vencieron a los confederados.
Ante un panorama tan desolador y tan en retroceso Castellani se alza con una visión de águila. Quien apuesta por Cristo va a triunfar. Y el triunfo no es sólo en el mundo venidero (en éste Cristo ya ha triunfado). Es también en este porque, como nos recordaba la Virgen María en Fátima, “al final Mi Inmaculado Corazón triunfará”.
Rafael Castela Santos
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