sexta-feira, abril 25, 2014

Carta abierta a La honda de David sobre Juan Pablo II


Muy querido en Cristo “hondero de David”:

Permíteme, por favor, que te escriba públicamente. No con ánimo de crítica, ni tampoco polémico, sino con ánimo de intentar traer algo de paz a tu atribulado corazón. Y si esto lo hago público es no sólo porque te veo muy preocupado por el tema de la canonización de Juan Pablo II, sino porque creo que hay muchas personas a las que este tema les resta paz y les consume (¡… y no sin buenas razones!). Dicho esto, agradezco que tomes la pluma de nuevo. Se te echaba de menos por las tierras virtuales de la blogosfera, y siempre he apreciado y valorado mucho tus escritos, incluso desde la discrepancia a veces. Este es un tema que tú has abordado en varias entradas de tu blog.
Una reciente conversación con un sólido Sacerdote, portador de un alma sacerdotal ejemplar, me ayudó a comprender ciertos extremos que me resisto a no compartir contigo y con algunos fieles lectores.
Creo que coincidimos en la opinión que nos merece Juan Pablo II. No podemos tener simpatía alguna por el ecumenismo salvaje, por momentos abiertamente sacrílego, que este Pontífice exhibió y propagó. Coincidimos que no es compatible el ecumenismo con la Doctrina de Cristo, la que se enseñó siempre. Profundizó él en este socavamiento tremendo de la Iglesia, expresado mejor que nada quizás en la adulteración de la Misa, muchos de los cambios por él introducidos en el Derecho Canónico, las traducciones que Juan Pablo II impulsó de la Biblia o el mismo [Nuevo] Catecismo, tan criticable en tantos aspectos, por sólo citar algunas tropelías.
San Vicente de Lerins daba como piedra de toque en su Conmonitorio aquello de «quod ubique, quod semper, quod ob omnibus creditum est». Evidentemente, salvo que se quiera ser ciego, Juan Pablo II se apartó en ocasiones de lo que siempre, en todos los lugares y por todos se creyó. A fin de cuentas la Tradición, ¿qué otra cosa es si no?, es la solución sin continuidad alguna que nos une a Cristo y sus Apóstoles, al Depósito de la Fe, prístino y sin adulteraciones. Depósito al cual ése quien pareciera que, irremisiblemente, va a ser canonizado, no le fue fiel algunas veces.
Sin embargo no se podrá negar que el tiro que casi le cuesta la vida en una fecha tan significativa como el 13 de Mayo le hubiera hecho mártir. Y, por ende, Santo. A él le dispararon por ser el Vicario de Cristo en la Tierra, no por otra cosa. Tampoco te negaré que de lo poquito que me reconcilió algo (admito que no del todo) con Juan Pablo II fue su teología de la enfermedad, escrita desde el sufrimiento y, posiblemente, verdaderamente escrita por él. Porque tenía –reconozcámoslo- unos “negros” que le escribían sus discursos y sus textos que eran verdaderamente infumables, aunque se probaron muy terapéuticos con personas que padecían graves trastornos del sueño. Insisto, no obstante, en lo cerquita que este hombre estuvo del martirio puro y duro.
Mi punto es que la infalibilidad de la canonización sólo garantiza que esté en el Cielo (Dios bien puede haber permitido un Purgatorio comprimido, de más intensidad, por ejemplo … convengamos que al Rey del Tiempo esto le es posible, por más que no debe de ser particularmente cómodo para quien lo padece). Cierto que hay discrepancias teológicas en las implicaciones de la canonización, como se desprende de la lectura de probos varones doctos en Teología y de no pocos Santos que abordaron este tema, pero insisto que sólo podemos afirmar con absoluta certeza que la canonización, en lo que de infalible tiene, sólo nos dice que tal Santo, o tal persona canonizada, está en los Cielos.
Entre estas discrepancias –no resueltas, y sobre las que la Iglesia tampoco se ha pronunciado dogmáticamente- está si el sujeto canonizado es un modelo a seguir. Esto habría que explicarlomás en detalle, pero no quiero alargar innecesariamente esta carta, que tiene un propósito más humilde que el de aclarar dificultades teológicas. Quedémonos en un planteamiento de mínimos: no es absolutamente cierto que todo Santo sea un modelo a seguir, al menos en todas sus conductas. En el caso concreto de Juan Pablo II si hubiera que decir en lo modélicamente que aceptó la cruz del terrible Parkinson que le afligió al final de su vida, yo diría que sí; pero si las aberraciones que cometió en los encuentros ecuménicos de Asís son modélicas, evidentemente no. Hay muchos Santos con más contraejemplos en sus vidas que con ejemplos edificantes.
Menos aún se puede sostener que la canonización canoniza su Pontificado. Ahí está el ejemplo de San Pedro Celestino, un pésimo Papa, pero Santo a fin de cuentas. Dante Alighieri, que lo tenía más cerca, no tuvo empacho en meterle en el Infierno. Y creo que en algún lugar más profundo si del Dante hubiera dependido. Yo, literariamente, me hubiera conformado con dejar algún tiempo más a Juan Pablo II en el Purgatorio. Eso sí, un Purgatorio no acelerado ni comprimido. 
De otro lado, y como addenda, se me antoja también que hubo canonizaciones “dudosas”, como la del Padre Rosmini, que no conllevaron tantos ríos de tinta en las filas tradicionalistas, como hubiera sido de esperar. No iremos a decir que Rosmini no jugó peligrosamente con peligrosas filosofías que extrapolaba a asuntos teológicos. León XIII condenó más de cien proposiciones de Rosmini, y no está entre las mejores contribuciones de Juan Pablo II el haberle rehabilitado, por cierto. ¿Por qué tanto ruido con Juan Pablo II, en menor medida con Juan XXIII o Pablo VI, menos aún con Escrivá de Balaguer y prácticamente nada con Rosmini? Y se podrían citar otros.
La infalibilidad de las canonizaciones no es un dogma de Fe. Vamos a ver en qué quedan, en los siglos venideros, estos Santos del momento, tan oportunos para infalibilizar lo ininfalizable del misil V2, y no me refiero a la avanzada misilística germana de finales de la SGM. Tan oportunos ... ¡y tan frágiles! Ciertamente, no estoy obligado a seguir a todos los Santos ni a que ni todos, ni ninguno en particular, se convierta en parte sustancial de mi Fe. 
Más allá de los puntos hasta ahora sostenidos quiero sacar un tema más. Un tema, que considero central, en el que no profundizamos quizás suficientemente. Ni lo ponderamos en la terrible profundidad que encierra. Me refiero a algo que vivimos, y sufrimos, en estos tiempos: el Misterio de la Iniquidad. Porque verdaderamente es Misterio … ¡y bien profundo! Entiendo que, como Misterio, no permite ser aprehendido plenamente por la mera razón. Que su comprensión se nos escapa. Hay algo de numinoso en todo ello. Este Misterio de Iniquidad, azote para nuestros racionalistas tiempos, nos obliga a admitir que hay preguntas para las que no tenemos respuesta. Y, entre ellas, o yo al menos así lo tengo por tal, ¿cómo es posible que canonicen a Juan Pablo II?
Bueno, lo cierto es que si lo canonizan yo sólo estoy obligado como católico a creer que está en el Cielo. Entre tanto, aunque me cueste, acepto que hay preguntas que no tienen respuesta y que me veo un poco –salvando las distancias- con el mismo estado de ánimo que debieron tener los Apóstoles cuando desde la distancia vieran a Cristo crucificado, a quienes algunos ya sabían Dios hasta de manera tangible. Pensemos en Santiago, por ejemplo, testigo cualificado del Tabor. “¿Cómo es eso posible, cómo es posible que Dios hecho Hombre pueda ser colgado de un madero de una manera tan ignominiosa?”, tuviéronse que preguntar por fuerza.
Cristo resucitó. Pero espero que vuelva a poner orden más pronto que tarde. En su Esposa Mística. Y en este mundo tan podrido y tan necesitado de Él. Y que este Misterio de Iniquidad acabe. Para que, entre otras cosas, podamos ver claro. Y, por supuesto, para que Él reine.
Mil años. O puede que bastantes más. O quizás alguno menos. ¿Quién sabe?
Pero en esto último, seguro, sí entraría en polémica contigo. Lo que ciertamente no es el propósito de esta carta.
Que la Santísima Virgen María en sus advocaciones de Fátima, Guadalupe y el Pilar te guarden siempre. Y que te traigan Paz, en esto y en todo.
Tu seguro lector y admirador que te ruega una oración por su alma pecadora,

Rafael Castela Santos


domingo, abril 06, 2014

Santo Padre: consagre a Rusia al Inmaculado Corazón … se lo suplicamos, por amor de Dios


Coincido con el análisis reciente de Christopher Ferrara acerca de la situación rusa. Por más simpático que me caiga Putin (que me cae), por más admiración que profese a su ministro de Exteriores –Lavrov- (que se la profeso), por más razón que crea que asiste a Rusia en Siria y en Crimea (que le asiste) … todo está a un nivel meramente natural. Y todo ese problema no se arregla en el plano natural, sino en el sobrenatural. Y la clave de esa sobrenaturalización sólo la tiene el Santo Padre, a través de la Consagración de Rusia al Inmaculado Corazón en compañía de los demás Obispos del mundo, como requirió Jesucristo mismo y la Santísima Virgen. Y sin lo sobrenatural nada de lo natural puede reconducirse.
Me llegan noticias de Italia, concretamente de la Embajada de Rusia en Roma, donde parece que llamaron al Padre Gruner para hablar con él. Esto ha sido confirmado por el propio Padre Gruner, quien ha admitido esto en una circular privada a sus benefactores (no me encuentro entre ellos). No deja de ser interesante el buen tino del Servicio Exterior ruso al llamar al Padre Gruner. Lamentablemente hay muchos en Rusia para quienes la Iglesia Católica no es más que un ariete de este decrépito, ilustrado y agnóstico-ateo occidente, lo cual no pensarían a poco que conocieran la Tradición católica.
Para quien no le conozca al Padre Gruner diré que es un Sacerdote que ha acometido, y continúa haciéndolo, un apostolado ejemplar: la tarea heroica de no dejar de airear contra viento y marea el mensaje de Fátima, en particular la necesidad de la Consagración de Rusia al Inmaculado Corazón.
Las consecuencias de estar fuera de tiempo para esta Consagración, que hace más de medio siglo que se debió haber producido, puede que las paguemos en nuestras propias carnes. Y pronto. Nunca en la historia reciente, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, estuvimos tan al borde del abismo como hoy día.
¡Por amor de Dios, Santo Padre …! ¡Por amor a los muchos cristianos inocentes que puede que tengan que lavar con su sangre los desmanes de este mundo inserto en el pecado y las negligencias incalificables de los Pastores …! ¡En evitación de males mayores y alivio del terrible Castigo que se nos viene encima …! ¡Porque puede que sea nuestra última esperanza …!
¡Consagre, por favor, se lo suplicamos humildemente, a Rusia al Inmaculado Corazón! Y en esto nos unimos a lo mismo que recientemente católicos rusos y ucranianos ya han expresado.


Rafael Castela Santos

sexta-feira, abril 04, 2014

O francisquismo antes de Francisco


Vasculhar os arquivos blogosféricos, por vezes, pode trazer-nos surpresas interessantes. Enquanto pesquisava sobre um outro assunto, deparei com este artigo, do ano de 2009, comprovativo de que já então o francisquismo estava bem entranhado, quanto à forma e ao fundo, na Igreja portuguesa. Sabendo todos nós os sucessos ocorridos na Igreja Católica no último ano, não deixa agora de ser curioso constatar como o Bispo de Viseu, D. Ilídio Leandro (bispo de muito peculiar magistério…), arremetia ao tempo contra a indissolubilidade do matrimónio católico, contra a instituição natural do casamento entendido como a união entre um homem e uma mulher, afirmando ademais - delicioso, delicioso - respeitar as opções de todas as pessoas (menos, parece-me, as dos católicos tradicionais).
De facto, a crise da Igreja Católica é eminentemente uma crise de bispos e, dentro desta, o caso específico da Igreja portuguesa e do seu episcopado é de absoluto estado de necessidade. O ano que passou só trouxe à luz do dia aquilo que muitos episcopados - entre os quais o português - pensam há largos anos, ainda que de modo não oficialmente assumido, sem prejuízo desse pensar se reflectir directamente na actuação prática dos mesmos, para desgraça de todos os fiéis que se encontram ao seu cuidado. Na verdade, o francisquismo mais não é do que o outro nome do modernismo e do progressismo. Triste, muito triste.

terça-feira, abril 01, 2014

No dia de hoje, há setenta e cinco anos

 
 
Terminava totalmente vitoriosa, com a completa claudicação do inimigo, a última grande Cruzada combatida no Ocidente.

A Primeira Missa

Na sacristia, tira a estola e a sobrepeliz, lava a ponta dos dedos numa baciazita, e começa a paramentar-se: põe nos ombros o amito puído; veste a alva de linho onde há pontéus toscos, e a renda, de dois palmos fartos, engomada, é rija como sola; cinge e ata o cordão que a segura num refego; empunha o manípulo no pulso esquerdo; cruza no peito a estola amarelecida pelos anos; enfia pela cabeça a casula de damasco branco, na última! Toma o Cálix coberto com véu branco e a quadrada bolsa dos corporais; e, abrindo difícil passagem por entre os muitos devotos que se entalam, encaminha-se para a capela-mor. Sobe os degraus do altar. Implora, contrito, a remissão dos seus pecados. Coloca o Cálix do lado do Evangelho, e, um momento recolhido, pensa comovidíssimo:
“Que gosto meus pais teriam de assistir a esta Missa-Nova, que pecados meus impediram ouvissem! Deus me perdoe e eles descansem em paz na Luz Perpétua!”
Desdobra sobre a Pedra de Ara o corporal alvíssimo; poisa nele o Cálix; ajeita o véu; faz uma sentida reverência à cruz; desce dois degraus no supedâneo, volta-se, benze-se, e logo diz, penetrado de comoção, com voz humílima:
- Introibo ad altare Dei.
Segue-se o Salmo: Judica me. Sobe. Reza. Beija a Pedra de Ara (o primeiro beijo sacerdotal da sua vida de presbítero) - quanto amor!
Lê a epístola.
O sacristãozinho muda o missal para a esquerda. Todos se erguem com ruído de botas cardadas. A meia voz, o Ministro do Senhor lê o seguimento e Evangelho de S. Lucas, referente à Anunciação. Terminada a leitura, o Dr. Gabriel Alvim, de costas para a Sacra de S. João Evangelista, no meio do silêncio intenso de ansiada expectativa, pronuncia, grave e afável:
- Cum electo, electus eris.
São palavras da Sagrada Escritura, que querem dizer: “com o puro serás puro”, ou de outra maneira: “entre gente boa, serás bom”. Portanto poderei dizer de mim para mim: serei puro, porque sei que estou com bons. Deus seja louvado!
Não sou eu que venho santificar-vos, sois vós que me santificareis. Desde já grato, felicito-me por encontrar nesta linda aldeia branca, voltada ao sol nascente, de ar limpo, entre montanhas, a mais afastada do centro desta diocese. A todos cumprimento, afirmando-lhes a minha profunda dedicação, e a todos agradeço, do fundo da alma, a maneira festiva e carinhosa como me receberam e quiseram e souberam, com muito lindas flores, adornar estes altares, e como que remoçar de alegria devota as velhas pedras desta antiquíssima igrejinha contemporânea dos nossos primeiros reis. Muito e muito obrigado.
Aquela gente, simples e sentimental, logo se sentiu invadida por uma onda de simpatia conquistadora, a qual galvanizou todos os corações. Respirava-se na atmosfera o hálito do afecto e cheirava a bem-querer.
(…)
E a missa continuou:
Pronunciado, com afirmação convicta, o Credo; saudado o povo, com cordial Dominus vobiscum; lido o Ofertório, recolhidamente; fixo o olhar, súplice e meigo, no dulcíssimo Jesus crucificado, a quem logo oferece a Hóstia branca na velha patena onde ainda há restos de brilho; deitado no Cálix um pouco de vinho e algumas gotas de água - faz a oblação. Purifica a ponta dos polegares e dos indicadores; pede as orações dos irmãos em Cristo (Orate fratres); reza as Secretas; seguem o Prefácio, o Sanctus, luminosos de alegria congratulante, e o Canon; chega, enfim, à CONSAGRAÇÃO - alma erguida ao Céu a rogar-lhe a bênção que prepara a maravilhosa Transubstanciação do pão e do vinho. O presbítero ora pela Unidade e Força da Igreja; e pelas prosperidades do Bispo daquela diocese, a quem ele, Gabriel, em particular, devia o resgate da sua alma pecadora.
CONSAGRAÇÃO!
O Pe. Gabriel, em transporte de espírito, porém maximamente sereno e forte na consciência absoluta do seu poder sacerdotal dado por Jesus, e na de ser amparado, em sua pequenez, pela fineza augusta da Graça Celeste e pela Misericórdia do Senhor, que lhe assistem, estende as mãos num gesto curvo, sobre a Hóstia e sobre o Cálix, como a apossar-se, simbolicamente, daquela divina vítima, e pronuncia baixinho - ciclo urdido de Sobrenatural - a Rogação, para além das Esferas celestes, aos Infinitos Mistérios que enchem o Espaço Infinito, que se realize, ali, naquele altar pobrinho, a Riqueza prodigiosa da Maravilha das Maravilhas: a Presença de Jesus nas espécies pão e vinho, como outrora, em terras de Israel, na última ceia do Senhor, ao instituir a Sacratíssima Eucaristia. E porque o espírito do Pe. Gabriel todo ele é agradecimento rendido à magnanimidade extremada dessa Graça àquele mísero pecador, deslumbrado e fortalecido, duas grossas lágrimas de religiosa alegria sobre-humana desceram lentas na sua face esmaltada de gratidão risonha.
Ajoelha com suma veneração. Depois, em nobre silêncio e devota pausa a servirem perfeita piedade, levanta, acima da sua cabeça tonsurada - símbolo da coroa de espinhos - primeiro, a Hóstia, em seguida, após nova prece e consagração, o Cálix, ante os fiéis prostrados em seus profundos recolhimentos, enquanto uma doente campainha rouqueja as três badaladas do “Erguer a Deus”.
Memento.
Outras orações.
Reza o Pater que Jesus criou e foi o primeiro a rezar.
Parte em metades, a Hóstia, com dedos que um dia (como isso vai longe!...) Jesus ungira, e prepara-se para a comunhão. Todo dentro de si próprio, pensa, agora, que a sua “indignidade”, lustrada de Graça, se tornou relativa “dignidade”, e igualmente, devido a essa Mercê, aquele seu Non sum dignus, amparado no Sed tantum dic verbo…, se transformou em suficiente Sum dignus.
E numa absoluta concentração do espírito, onde brilha o timbre da letícia santificada, congratulando-se com o Mundo Divino, esta alma de padre e de poeta, em colorida e sonorizada ascese, sobe da Terra ao Céu: comunga Deus.
Já se ouve, num latim cheio de silabadas, o Confiteor, na boca do rapazinho que ajuda à missa.
O Pe. Gabriel toma a píxide, de apagado oiro, com as sacrossantas partículas, as primeiras que consagrou - quanta poética religiosidade! - e distribui-as, desenhando com elas, no ar, firme e delicadamente, uma cruzinha e pronunciando com nitidez:
- Corpus Domini nostri Jesu Christi.
A mesa da comunhão está cheia de lés a lés. Esvaziada, nova fileira de gente a substitui. E mais outra e mais outra. Não tem fim! Toda a freguesia comungou: homens e mulheres, velhos e crianças.
Concluída a divina tarefa, fechado o Sacrário, reza as últimas orações. Pouco depois, o Ite, e, em seguida, o Pe. Gabriel, mão em gume, risca, religiosamente, alta e larga cruz sobre os fiéis, que, repetindo-a em si mesmos, a recebem no coração; e gente velha - aferrada a obsoleta usança - braço direito estendido, mão aberta, faz o gesto em arco, de puxar, de recolher para si, essa bênção santa lançada no ar…
Finalmente, não lendo o In principio erat Verbum, de S. João - consubstancia metafísica do Ser - mas, em S. Lucas, a parábola, doméstica, social e sobrenatural, do “Filho pródigo”, termina.
E tudo nesta Missa, em que a alma do sacerdote transportado esteve sempre presente, em que o espírito humano oficiou ao Espírito Divino, foi - nas leituras, nas orações, nas atitudes, nos gestos, nas mesuras, até nas pausas e, ainda, nos silêncios - substanciado de Unção, perfumado de Poesia.
Antero de Figueiredo, in “Non Sum Dignus”, Porto, Livraria Tavares Martins, 4ª edição, 1948, páginas 358 a 365.