quinta-feira, abril 26, 2012

Profundos y acertados


Pocas bitácoras hay que sean tan profundas como La Honda de David. Su autor no se prodiga mucho (¡y ya lo sentimos, porque más nos gustaría leerle!), pero prácticamente cada una de sus intervenciones es profunda como pocas en este mundo a menudo tan superficial y lleno de lugares comunes de la blogosfera. Viniendo, tengo entendido, de alguien con formación jurídica y no teológica, las entradas de La Honda de David suelen ser contundentes, concisas, y ajustadas, como uno esperaría de un profesional del Derecho; y meritorias por el esfuerzo de reflexión y rumia ponderada de las Sagradas Escrituras, como uno esperaría de un buen cristiano.
Algo, esto último, que todos debiéramos hacer. Y más aún en los tiempos que corren … y más todavía sobre el Apokalypsis, el Libro más rabiosamente actual de todos cuantos la Sagrada Biblia contiene.
Pues bien, sirvan como ejemplo estos dos últimos posts de La Honda de David. El primero sobre el cese de estado de necesidad en relación a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X (FSSPX). Y el segundo, más profundo si cabe, sobre la misión esjatológica de la FSSPX.
Ambos no sólo profundos sino, creo de verdad, muy acertados. No dejen de leerlos, por favor.

Rafael Castela Santos

quarta-feira, abril 25, 2012

Las preguntas de un teólogo

Fuente: http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1350219?sp=y

En un comunicado del 16 de marzo de 2012, la Santa Sede ha anunciado que el obispo Bernard Fellay, superior general de la Fraternidad Sacerdotal San Pio X, FSSPX, ha sido informado de que la respuesta de la Fraternidad al preámbulo doctrinal presentado por la congregación para la doctrina de la fe ha sido juzgada "no suficiente para superar los problemas doctrinales que están a la base de la fractura entre la Santa Sede y dicha Fraternidad". El comunicado no aclara si este juicio ha sido emitido por la CDF y aprobado por el papa, o si es el juicio del papa mismo. Este juicio es el último, hasta ahora, de un proceso de discusión sobre las cuestiones de doctrina entre la CDF y la FSSPX. La naturaleza y la seriedad de este juicio plantean importantes interrogantes para un teólogo católico. El deber de este artículo es responder a dichos interrogantes.
La reserva de los coloquios doctrinales en curso dificulta expresar un comentario sobre el juicio. La razón de esta reserva es difícil de comprender, pues los argumentos de la discusión no se refieren a los detalles prácticos de una enumeración de un orden canónico – que se habría beneficiado claramente de la discreción – sino materias de fe y de doctrina, que conciernen no sólo a las partes implicadas sino a todos los fieles católicos. Sin embargo, ya se ha hablado bastante en público sobre la posición de la FSSPX para permitir una valoración de la situación. Hay dos cosas que hay que considerar aquí: la fractura entre la Santa Sede y la FSSPX producida por los problemas doctrinales en discusión, y la naturaleza de estos mismos problemas doctrinales.
En una replica a un estudio de Fernando Ocáriz sobre la autoridad doctrinal del Concilio Vaticano II, el padre Jean-Michel Gleize de la FSSPX ha enumerado los elementos de este Concilio que la FSSPX considera inaceptables:
"Sobre al menos cuatro puntos las enseñanzas del Concilio Vaticano II están de tal manera en contradicción lógica con las declaraciones del precedente magisterio tradicional, que es imposible interpretarlos en la línea de las otras enseñanzas ya contenidas en los precedentes documentos del magisterio de la Iglesia. El Vaticano II ha roto, por lo tanto, la unidad del magisterio, en la medida en que ha roto con la unidad de su objeto.
"Los cuatro puntos son los siguientes.
"La doctrina de la libertad religiosa, tal como se expresa en el n. 2 de la declaración 'Dignitatis humanae', contradice las enseñanzas de Gregorio XVI en la 'Mirari vos' y de Pio IX en la 'Quanta cura', así como las de León XIII en la 'Immortale Dei' y las de Pio XI en la 'Quas primas'.

"La doctrina de la Iglesia, tal como se expresa en el n. 8 de la constitución 'Lumen gentium', contradice las enseñanzas de Pio XII en la 'Mystici corporis' y en la 'Humani generis'.

"La doctrina sobre el ecumenismo, tal como se expresa en el n. 8 de la 'Lumen gentium' y en el n. 3 del decreto 'Unitatis redintegratio', contradice las enseñanzas de Pio IX en las proposiciones 16 y 17 del 'Syllabus', las de León XIII en la 'Satis cognitum' y las de Pio XI en la 'Mortalium animos'.

"La doctrina de la colegialidad, tal como se expresa en el n. 22 de la constitución 'Lumen gentium', incluso el n. 3 de la 'Nota praevia', contradice las enseñanzas del Concilio Vaticano I sobre la unicidad del sujeto del supremo poder en la Iglesia, y la constitución 'Pater aeternus'".

El Padre Gleize ha tomado parte en la discusión doctrinal entre la FSSPX y las autoridades romanas, así como ha hecho también Ocáriz. Podemos asumir de forma razonable las afirmaciones citadas como una descripción de los puntos doctrinales sobre los cuales la FSSPX no quiere transigir y que han sido considerados por la Santa Sede como inevitable origen de la fractura.

¿El Vaticano II como la razón de la fractura?
El primer interrogante con el cual tropieza un teólogo en relación a la posición de la FSSPX concierne la cuestión de la autoridad del Concilio Vaticano II. El artículo de Ocáriz al cual ha replicado el padre Gleize, publicado en el número del 2 de diciembre de 2011 de "L'Osservatore Romano", parece sostener que un rechazo de la autoridad del Vaticano II sea la base de la fractura verificada por la Santa Sede. Pero para quien esté al corriente tanto de la posición teológica de la FSSPX como del clima de opinión teológica en la Iglesia católica, esta tesis es difícil de entender. Los puntos mencionados por el padre Gleize son sólo cuatro de la voluminosa enseñanza del Vaticano II. La FSSPX no rechaza el Vaticano II en su globalidad: al contrario, el obispo Fellay ha afirmado que la Fraternidad acepta el 95 per ciento de sus enseñanzas. Ello significa que la FSSPX es más fiel a las enseñanzas del Vaticano II que buena parte del clero y de la jerarquía de la Iglesia católica.
Consideremos las siguientes aserciones de este Concilio:

"Dei Verbum" 11
"La santa Madre Iglesia, según la fe apostólica, tiene por santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo Testamento con todas sus partes, porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor y como tales se le han entregado a la misma Iglesia. Pero en la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres, que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando El en ellos y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que Él quería".

"Dei Verbum" 19:
"Los cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo".

"Lumen gentium" 3:
"La obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio del cual Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado".

"Lumen gentium" 8:
"La sociedad provista de sus órganos jerárquicos y el Cuerpo místico de Cristo, la asamblea visible y la comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia enriquecida con los bienes celestiales, no deben ser consideradas como dos cosas distintas, sino que más bien forman una realidad compleja que está integrada de un elemento humano y otro divino".

"Lumen gentium" 10:
"El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo. El sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada de que goza, forma y dirige el pueblo sacerdotal, confecciona el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo y lo ofrece en nombre de todo el pueblo a Dios. Los fieles, en cambio, en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la Eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación y caridad operante".

"Lumen gentium" 14:
"El Concilio enseña, fundado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, que esta Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación. El único Mediador y camino de salvación es Cristo, quien se hace presente a todos nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia. El mismo, al inculcar con palabras explícitas la necesidad de la fe y el bautismo (cf. Mc 16,16; Jn 3,5), confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como por una puerta".

"Gaudium et spes" 48:
"Por su índole natural, la institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados por sí mismos a la procreación y a la educación de la prole, con las que se ciñen como con su corona propia".

"Gaudium et spes" 51:
"La vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables".

La gran mayoría de los teólogos en las instituciones católicas de Europa, Norteamérica, Asia y Australia tiende a rechazar todas o la mayor parte de estas enseñanzas. Estos teólogos son seguidos en estas áreas por la mayor parte de las órdenes religiosas y por una parte consistente de los obispos. Sería difícil, por ejemplo, encontrar un jesuita que enseña teología en cualquier institución jesuita que acepte uno sólo de estos textos. Los textos citados son sólo una selección de las enseñanzas del Vaticano II que son rechazadas por estos grupos; y podrían haber aumentado mucho en número.
Y bien, dichas enseñanzas forman parte justamente de ese 95 por ciento del Vaticano II que la FSSPX acepta. Y a diferencia del 5 por ciento de ese Concilio rechazado por la FSSPX, las enseñanzas referidas más arriba son centrales para la fe y la moral católica e incluyen algunas de las enseñanzas fundamentales de Cristo mismo.
El primer interrogante que el comunicado de la Santa Sede plantea para un teólogo es: ¿por qué el rechazo por parte de la FSSPX de una pequeña parte de las enseñanzas del Vaticano II origina una fractura entre la Fraternidad y la Santa Sede, mientras el rechazo de enseñanzas del Vaticano II más numerosas e importantes por parte de otros grupos de la Iglesia deja a estos grupos tranquilos en su lugar y en posesión de una plena condición canónica? El rechazo de la autoridad del Vaticano II por parte de la FSSPX no puede ser la respuesta a este interrogante. En realidad la FSSPX muestra mayor respeto por la autoridad del Vaticano II que la mayor parte de las órdenes religiosas en la Iglesia.
Es interesante observar que los textos del Vaticano II rechazados por la FSSPX son aceptados por esos grupos dentro de la Iglesia que rechazan otras enseñanzas de este Concilio. Uno podría por lo tanto suponer que son justamente estos textos específicos – sobre la libertad religiosa, la Iglesia, el ecumenismo, la colegialidad – los que causan el problema. La fractura entre la Santa Sede y la FSSPX nace porque la Fraternidad rechaza estos elementos particulares del Vaticano II, no por una intención de la Santa Sede de defender el Vaticano II en bloque. Mientras la fractura no surge con grupos diferentes de la Fraternidad, los cuales rechazan mucho más del Vaticano II al aceptar, estos grupos, estos elementos particulares. Pero si éste es el caso, el primer interrogante se replantea, simplemente, con mayor fuerza.

¿Problemas con la doctrina católica?
Si la fractura entre la Santa Sede y la FSSPX no naciese del rechazo de la autoridad del Concilio Vaticano II por parte de la Fraternidad, podría darse el caso que la fractura surgiese de la posición doctrinal de la misma FSSPX. Después de todo, hay dos aspectos de la posición de la FSSPX sobre el Vaticano II. El primer aspecto es la tesis según la cual algunas afirmaciones del Vaticano II son falsas y no deben ser aceptadas; este es el aspecto que rechaza la autoridad del Concilio. El otro aspecto es la descripción positiva de la doctrina que debería ser aceptada en lugar de las presuntas falsas afirmaciones. Este segundo aspecto es el más importante de la discusión entre la FSSPX y las autoridades romanas. Después de todo, la finalidad de la existencia de las enseñanzas magisteriales es comunicar la verdadera doctrina a los católicos, y su autoridad sobre los católicos deriva de esta finalidad. Este aspecto de la posición de la FSSPX consiste en afirmaciones sobre las doctrinas que los católicos deberían creer, afirmaciones que en sí mismas no dicen nada sobre los contenidos o la autoridad del Vaticano II. Debemos, por lo tanto, considerar si estas afirmaciones pueden dar origen a una fractura entre la Santa Sede y la FSSPX.
Al juzgar la posición doctrinal de la FSSPX debe tenerse en cuenta que hay una diferencia esencial entre la posición de la FSSPX sobre el Vaticano II y la posición de esos sectores dentro de la Iglesia que rechazan las enseñanzas arriba citadas tanto de "Dei Verbum", como de "Lumen gentium" y "Gaudium et spes". Estos sectores simplemente sostienen que ciertas doctrinas de la Iglesia católica no son verdaderas: ellos rechazan la enseñanza católica y punto. En cambio, la FSSPX no sostiene que la enseñanza de la Iglesia católica es falsa: sostiene que algunas de las afirmaciones del Vaticano II contradicen las enseñanzas magisteriales que tienen mayor autoridad y, por lo tanto, aceptar las doctrinas de la Iglesia católica exige aceptar estas enseñanzas más autorizadas, rechazando la pequeña porción de errores presentes en el Vaticano II. Ella sostiene que la enseñanza real de la Iglesia católica debe encontrarse en afirmaciones precedentes y más autorizadas.
En positivo, por lo tanto, la posición doctrinal de la FSSPX consiste en sostener las enseñanzas de una parte de los pronunciamientos magisteriales. El padre Glaize enumera los más importantes de los pronunciamientos en cuestión: la encíclica de Gregorio XVI "Mirari vos", la encíclica de Pio IX "Quanta cura" con el relativo "Syllabus", las encíclicas de León XIII "Immortale Dei" y "Satis cognitum", las encíclicas de Pio XI "Quas primas" y "Mortalium animos", las encíclicas de Pio XII "Mystici corporis" y "Humani generis", y la constitución del Concilio Vaticano I "Pastor aeternus". Todos estos son pronunciamientos magisteriales de gran autoridad y, en algún caso, incluyen definiciones dogmáticas infalibles, lo que no ocurre con el Concilio Vaticano II.
Ello plantea el segundo interrogante respecto a la posición de la Santa Sede acerca de la FSSPX, que induce a un teólogo a preguntarse: ¿como puede haber objeciones a la FSSPX cuando ésta sostiene la verdad de pronunciamientos magisteriales de gran autoridad?
Es un interrogante que tiene en sí mismo la respuesta: no puede haber símiles objeciones. Si la posición de la FSSPX sobre la doctrina puede ser juzgada objetable, debe sostenerse que su posición no coincide con lo que realmente enseñan los pronunciamientos magisteriales y, por lo tanto, la FSSPX falsifica el significado de tales pronunciamientos. Esta tesis no es fácil de sostener, pues cuando esos pronunciamientos precedentes fueron promulgados, dieron origen a un considerable cuerpo de estudios teológicos cuyo fin era su interpretación. El significado que la FSSPX les asigna deriva de este conjunto de estudios y corresponde a cómo esos pronunciamientos fueron entendidos en el tiempo en que se produjeron.
Ello hace que el tercer interrogante que surge en un teólogo sea aún más preciso y urgente: ¿qué enseñan en realidad esos pronunciamientos, si no es lo que la FSSPX dice que enseñan?
La respuesta que muchos dan es que los significados efectivos de esos pronunciamientos son dados por, o al menos están en armonía con, los textos del Concilio Vaticano II que la FSSPX rechaza. Podemos admitir esta respuesta como verdadera, pero ello no ayudará a responder a la pregunta. Los textos del Vaticano II no ofrecen muchas explicaciones sobre el significado de esos pronunciamientos precedentes. Por ejemplo, la "Dignitatis humanae" dice simplemente que su enseñanza "deja íntegra la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo". Con ello no ofrece ninguna explicación del contenido de esta doctrina.
La insuficiencia de esta respuesta conduce al cuarto interrogante, que es el siguiente: ¿cuál es la enseñanza autorizada de la Iglesia católica sobre los puntos disputados entre la FSSPX y la Santa Sede?
No hay ninguna duda que las discusiones doctrinales entre ambas partes implican un examen de la cuestión, pero la reserva de dichas discusiones deja al resto de la Iglesia en la oscuridad sobre esta materia. Sin una respuesta al cuarto interrogante, no hay posibilidad de respuesta a esta quinta pregunta: ¿por qué las posiciones doctrinales de la FSSPX dan origen a una fractura entre la Fraternidad y la Santa Sede?
Pero esta quinta pregunta, aunque significativa, no tiene la importancia de la cuarta. La naturaleza de la enseñanza de la Iglesia católica sobre la libertad religiosa, el ecumenismo, la Iglesia y la colegialidad es de gran importancia para todos los católicos. Las preguntas suscitadas por las discusiones entre la Santa Sede y la FSSPX conciernen a toda la Iglesia, no sólo a las partes empeñadas en la discusión.

P. John R. T. Lamont (Profesor del Seminario de Sydney)


Mis comentarios:
1) Efectivamente: ¿Quién cree más en el Vaticano II? ¿La FSSPX o muchos de los pseudoteólogos, y sus Obispos "gruppies", que infectan la Santa Madre Iglesia? La FSSPX, sin duda.
2) Efectivamente: ¿Proceden hoy día las mejores críticas sobre el Vaticano II de la FSXPX? No, los comentarios más pertinentes, entre los que se encuentran algunos de los más duros, proceden de Sacerdotes que no son de la FSSPX.
3) Efectivamente: ¿Es el Padre Lamont de la FSSPX? ¡Ciertamente no!
4) Efectivamente: ¿Hay ciertas contradicciones entre el Vaticano II y el Magisterio de siempre de la Iglesia? Sí, ¿acaso hay alguna duda al respecto?.
5) Efectivamente: ¿Cómo se pueden resolver esas contradicciones? Sólo de una manera: dándole preeminencia al Magisterio de siempre, única manera intelectualmente decente de hacerlo (aparte de la única correcta que evitaría incurrir en contradicciones insalvables).
6) Efectivamente: ¿Es lo mismo el Depósito de la Fe que la Doctrina? No, en rigor no lo es. Y la Iglesia, modernamente, tiende más a socavar la Doctrina que le Depósito de la Fe. De hecho este último es mayormente salvaguardado.
7) Efectivamente: ¿Existe un estado de necesidad que justifique que la FSSPX no dé los pasos necesarios para una regularización? No, no lo existe a día de hoy.

Rafael Castela Santos

sábado, abril 21, 2012

Um Pontificado Restaurador


O balanço de sete anos de pontificado do Papa Bento XVI: Deus permita que este continue a reinar gloriosamente por muitos anos mais, sempre com o auxílio e a intercessão de Nossa Senhora!

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Un papado restaurador

SIETE años han transcurrido ya desde que Benedicto XVI ocupase la silla de Pedro; y el aniversario nos sirve de excusa para destacar aquí lo que a todas luces constituye el signo más distintivo y esperanzador de su papado, que no es otro sino la restauración doctrinal de la Iglesia, malherida tras las inercias, malos usos y flagrantes abusos acaecidos en época postconciliar. Quizá la acción más divulgada por la prensa de este designio restaurador haya sido el empeño del pontífice en afrontar sinceramente el escándalo de la pederastia en el clero, fenómeno no por marginal menos indigno y muy expresivo del azote del secularismo, que durante décadas ha campado por sus fueros en el seno de la Iglesia. Pero Benedicto XVI no se ha limitado a combatir las consecuencias de esta calamidad (según la receta propia de nuestra época, que pone farisaicamente cadalsos a las consecuencias, a la vez que entroniza las causas), sino que ha indagado las raíces del problema, descubriendo que su sanación verdadera sólo será posible si se combaten los errores doctrinales de fondo que han infectado a ministros y fieles; errores con los que se había transigido o contemporizado de forma un tanto irresponsable en pasadas décadas.

Muestras de este designio restaurador las tenemos por doquier; a algunas no les prestan atención ni los propios curas, que se resisten, por ejemplo, a poner reclinatorios en la comunión. Pero tal vez la muestra más llamativa (e incomprendida por muchos, aun en el seno de la propia Iglesia) sean los esfuerzos de acogida que Benedicto XVI está mostrando con la fraternidad sacerdotal de San Pío X, fundada por Marcel Lefebvre. En julio de 2007, Benedicto XVI promulgaba la carta apostólica «Summorum Pontificum», emitida en forma de motu proprio, en la que daba una mayor facilidad para la celebración de la misa tridentina. Posteriormente, en enero de 2009, Benedicto XVI levantaba en un decreto pontificio la excomunión a los cuatro obispos ordenados de forma irregular por Lefebvre; y en septiembre de 2011 Levada, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, entregaba a Fellay, superior de la Fraternidad, un «Preámbulo Doctrinal» que, en caso de ser aceptado, pondría fin a la ruptura. Desde entonces, se han sucedido los contactos, que según los últimos indicios podrían resolverse con la plena regularización canónica de la Fraternidad.

A simple vista, puede parecer un episodio menor; pero tal vez se trate del gran acontecimiento de este papado. A pesar de las intemperancias mostradas por algunos miembros de la Fraternidad, a pesar de las resistencias y desconfianzas de muchos prelados, a pesar de la animadversión furiosa que ciertos sectores eclesiásticos progresistas (y también, por cierto, conservadores, en paradójica alianza) exhiben ante los «lefebvrianos», el Papa no ha cejado en su voluntad explícita de propiciar la reconciliación definitiva con este grupo tradicionalista. Benedicto XVI es un testigo privilegiado del «proceso de decadencia y autodestrucción» (empleamos expresiones suyas) que «fuerzas latentes agresivas, polémicas, centrífugas» desataron en el seno de la Iglesia, en las décadas posteriores al Concilio Vaticano II. En su esfuerzo por propiciar la regularización canónica de la Fraternidad de San Pío X que, en caso de consumarse, le acarreará incomprensiones por doquier y una feroz campaña mediática de desacreditación vislumbramos el propósito regenerador de un Papa que no se conforma con atajar las consecuencias funestas de un proceso degenerativo, sino que aspira a una auténtica regeneración del tejido enfermo. Gaudeamus igitur.


sexta-feira, abril 20, 2012

Francisco Costa, escritor católico português


Em Portugal, o romance católico é tido como coisa francesa, própria de escritores à maneira de Georges Bernanos ou François Mauriac, ainda que eu pessoalmente - como modelos de escritores católicos - prefira os argentinos Hugo Wast e Leonardo Castellani, os ingleses Robert Hugh Benson e J.R.R. Tolkien, o italiano Giovanni Papini e o brasileiro Gustavo Corção. Porém, cumpre realçar, também o nosso país, na sua literatura do século XX, possui um notável romancista católico, ainda que este seja hoje em dia um desconhecido para a maioria do público comum e a sua obra se encontre, de modo imerecidíssimo, quase totalmente esquecida: refiro-me à pessoa do sintrense Francisco Costa, que viveu entre 1900 e 1988 e cujo esforço criativo literário teve o seu epicentro entre o começo das décadas de 1940 e 1970.

Católico integral e monárquico legitimista, e por isso mesmo dotado de intensa sensibilidade social e profundo amor ao próximo, Costa é autor de uma obra que merece ser resgatada do olvido com toda a urgência, ao menos pelos defensores da Tradição, já que nela a inspiração católica vibra intensa e plenamente.

Em trabalhos como “A Garça e a Serpente”, “Primavera Cinzenta”, “A Revolta do Sangue” e “Cárcere Invisível”, autênticas obras-primas presentemente ao alcance do leitor que se digne procurá-las apenas em alfarrabistas e numa ou outra biblioteca pública, Costa transmite de forma magistral o drama de uma existência humana privada de Deus e por isso quase sempre enveredada pelos trilhos escuros do pecado, mas que nem por esse facto deixa de procurar - ainda que nem sempre frutiferamente… - um caminho alternativo de luz que apenas a graça da conversão (ou reversão) à religião de Cristo permite percorrer por inteiro.

Católico integral e monárquico legitimista conforme já salientei, mas também simpatizante da pessoa de Oliveira Salazar, fustigador implacável dos vícios, da futilidade e da mesquinhez desprovida de tacto social de muitos dos membros das classes ditas superiores, bem como de todo o tipo de arrivistas sem escrúpulos (um quarto de século quase decorrido desde a sua morte, o que Costa escreveria acerca da actual sociedade portuguesa, se a contemplasse!...), ademais de acérrimo crítico da ideologia marxista-leninista, custou-lhe tal postura de homem verdadeiramente livre e descomprometido o ostracismo a que a sua obra está hoje votada.

Ora, também por esta razão, redescubramo-la agora e leiamo-la com a justiça que lhe é devida, desfrutando em simultâneo do intenso prazer espiritual que a mesma propicia a quem dela se abeira.

Deo quae a Deo!

domingo, abril 08, 2012

Domingo de Páscoa


Que parecidas são as obras de Cristo, ainda as que menos se parecem! As tristes e as alegres: as dolorosas e as gloriosas: as de sua morte, e as de sua Ressurreição, todas causam os mesmos efeitos. Pasmadas deixámos as Marias, olhando para o Sepulcro de Cristo, quando se fechou, e pasmadas por deixarem ali morto a seu Senhor: Erat autem ibi Maria Magdalena, et altera Maria, sedentes contra Sepulchrum. Pasmadas acho outra vez as mesmas Marias no mesmo Sepulcro: e pasmadas de o acharem ressuscitado: Nolite expavescere: Jesum quaeritis: surrexit. De maneira que Cristo morto faz pasmar com a sua morte: e Cristo ressuscitado faz pasmar com a sua Ressurreição, sendo a Ressurreição e a morte duas coisas tão encontradas. Entraram as Marias no Sepulcro, viram um anjo vestido de neve de luz, que lhes deu novas do Senhor, a quem buscavam morto; e ficaram tão assombradas e pasmadas do que ouviam e viam, que por muito tempo não tornaram em si de assombro e de temor, por mais que o Anjo as animava a que não temessem: Nolite expavescere. A hora em que isto sucedeu também tem contradições no Evangelho. Diz o Evangelista, que quando as Marias vieram ao Sepulcro, era muito de madrugada, mas já depois do sol nascido: Valdè manè, orto jam Sole. Se era muito de madrugada, como era já nascido o sol? E se era já nascido o sol, como era muito de madrugada? Tudo era. Era muito de madrugada; porque ainda não era nascido este sol natural, que nos alumia: Valdè manè: e era já o sol nascido; porque já o verdadeiro sol Cristo era ressuscitado: Orto jam Sole.

Nas obras da natureza e nas obras da graça tem grandes semelhanças a Ressurreição de Cristo: mas nenhuma tão semelhante como a do sol. Põe-se o sol no seu Ocaso, deixa o nosso hemisfério escuro, enquanto desce, e vai alumiar os Antípodas; torna outra vez a nascer claro, resplandecente, e coroado de raios; enxugando as lágrimas da aurora: restituindo a cor e a formosura aos campos: despertando as músicas das aves: dourando os céus, e alegrando a terra. Tal o divino sol Cristo no dia de sua Ressurreição. Anoitecera no Ocidente do seu Sepulcro amortalhado em nuvens, deixando todo o mundo às escuras na tristeza de sua Paixão: desceu a visitar a alumiar os lugares do Limbo, onde os Santos Padres, como desconsolados Antípodas, havia tantos anos estavam esperando a chegada daquele dia: e voltou outra vez à hora determinada, fazendo Oriente do seu mesmo Ocaso: amanhecendo claro e formosíssimo, vestido e coroado de resplandores de glória. Enxugou primeiramente as lágrimas daquela aurora divina à Virgem Santíssima: restituiu a cor, e a formosura à sua Igreja, mudando os lutos de que estava coberta pela sua morte, em cores, e galas de festa: trocou as lamentações em músicas alegres, e os seus sentidos em aleluias: dourou os céus como mostraram os anjos, que hoje apareceram vestidos de branco e oiro: e finalmente alegrou a terra, dando a todos os homens mui alegres páscoas.

(…)

Pois que havemos de fazer no dia da Ressurreição de Cristo? Entristecer-nos? Tremer? Temer? Encerrar-nos? Sepultar-nos? Meter-nos vivos na sepultura, donde Cristo saiu? A esta pergunta não se pode responder do púlpito; do confessionário sim. Se estais em estado de pecado mortal, temei e tremei, e cause-vos grande tristeza a ressurreição; mas se estais em graça de Deus, e tendes propósitos firmes de a conservar, alegrai-vos, ponde a vossa alma e o vosso coração muito de festa, e não temais. Assim o disse o anjo às Marias: Nolite expavescere. Notai. Quando o anjo desceu do céu, e revolveu a pedra da sepultura, ficaram assombrados todos os guardas do Sepulcro, e o anjo não lhes disse: Nolite expavescere; e às Marias sim. E por que diz às Marias, que não o temam; e por que não diz o mesmo aos soldados? Porque as Marias iam buscar a Cristo ao Sepulcro para o servir: os soldados iam guardar o Sepulcro para o perseguir, e para o afrontar. E aqueles que perseguem e que ofendem a Cristo, esses é bem que temam na Ressurreição; porém, aqueles que o amam, e que o servem, esses não têm que temer: Nolite expavescere. Tema Pilatos, que o condenou: tema Herodes, que o afrontou: tema Judas, que o vendeu: tema Caifás, que o blasfemou: e temam todos o que o perseguiram e o crucificaram, quando sabem que ele ressuscitou, e que eles também hão-de ressuscitar. Porém a Madalena e as outras Marias: a Madalena e as outras Marias, que o buscam e que o servem, que se não podem apartar dele, essas não têm que temer: Nolite expavescere. Não é esta razão menos que a do anjo: Nolite expavescere; Jesum quaeritis Nazarenum. Se vós buscais a Jesus Nazareno, não temais. A energia destas palavras ainda está mais clara em São Mateus, que neste passo é comentador de São Marcos: Nolite timere vos; scio enim quod Jesum, qui crucifixus est, quaeritis. Não temais vós: (notai muito a palavra vós) vós que buscais a Jesus, não temais; porém aqueles que não o buscam: aqueles que não o amam: aqueles que o ofendem, esses temam a sua Ressurreição. A Ressurreição para eles será morte e tormento eterno, assim como para vós será eterna vida, e eterna glória. Os maus porque hão-de ressuscitar mal, têm razão de temer, mas os bons, que hão-de ressuscitar bem, não têm para temer razão alguma.

E que grande alegria, e que grande consolação é para um verdadeiro cristão na festa da Ressurreição de Cristo considerar que também ele há-de algum dia ressuscitar! Que grande seria a alegria de Madalena, quando visse o seu irmão Lázaro ressuscitado! A nossa alma é a nossa Madalena: o nosso corpo é o nosso Lázaro. Que alegria será a de uma alma considerar agora e ver depois este seu corpo, este seu companheiro ressuscitado! Ainda esta comparação não explica. Que alegria seria a da Virgem Senhora, quando hoje visse ressuscitado em tanta formosura e glória a seu benditíssimo Filho! Esta comparação é a própria. A Madalena viu seu irmão ressuscitado, mas ressuscitado para tornar a morrer. A Senhora viu ressuscitado a seu Filho, mas para não morrer jamais: Mors illi ultra non domina itur. A Madalena viu a seu irmão ressuscitado, mas em corpo passível, como o que dantes tinha. A Senhora viu ressuscitado a seu Filho em corpo imortal, e impassível, e ornado com todos os quatro dotes gloriosos.

Padre António Vieira, no “Sermão da Ressurreição de Cristo”, pregado na Matriz da cidade de Belém do Pará, no ano de 1658

sábado, abril 07, 2012

Das dores de Nossa Senhora


Diz a Sagrada Escritura que quando se fabricou o templo de Salomão, não se ouviu em todo ele golpe de martelo. Ah, Templo Divino, figurado naquele mesmo templo, que agora quando vos desfazem, se ouvem tantas e tão cruéis marteladas! Fazem eco pelos vales daquele monte; mas muito maior eco faziam no coração da lastimada Mãe: no corpo do Filho davam as marteladas divididas, porque umas feriam os pés, outras a mão direita, outras a esquerda; porém na Senhora todas batiam e descarregavam juntas no mesmo lugar, porque todas feriam o coração. Com todos os instrumentos do Calvário era martirizado o coração da Senhora: e todas feriam o coração da Mãe, ainda os que não feriam o corpo do Filho; por isso Simeão chamou a todos espada: Et tuam ipsius animam pertransibit gladius. Se repararmos nos instrumentos da Paixão de Cristo, acharemos que nenhum deles foi espada: pois se na Paixão não houve espada como diz Simeão à Senhora que a espada da Paixão do seu Filho lhe trespassaria a alma? Et tuam ipsius animam pertransibit gladius. É porque todos os instrumentos que concorreram na Paixão do Filho, foram espada para o coração da Mãe. Para o corpo do Filho a cruz era cruz, os cravos eram cravos, os martelos eram martelos; mas para o coração da Mãe a cruz era espada, os cravos eram espada, os martelos eram espada, porque todos penetravam nas suas entranhas, e lhe atravessavam o coração.

Assim crucificavam juntamente a Mãe, os que crucificavam o Filho: e justa coisa fora, cristãos, que nos crucificaram também a nós, e que todos nos crucificáramos aqui hoje com o nosso crucificado Jesus! Olhai o que diz S. Paulo: Qui sunt Christi, carnem suam crucifixerunt cum vitiis, et concupiscentiis: Os que são de Cristo, crucificaram a sua carne com todos os seus vícios, e com todos os seus apetites.

Padre António Vieira, in “Prática Espiritual da Crucifixão do Senhor”, feita no Colégio da Companhia de Jesus, em São Luís do Maranhão

sexta-feira, abril 06, 2012

In finem dilexit


Se Cristo não se conhecera, não fora muito que nos amasse; mas amar-nos, conhecendo-se, foi tal excesso, que parece que o mesmo amar-nos, foi desconhecer-se. Disse uma vez a Esposa dos Cantares a seu Esposo, que o amava muito: Quem diligit anima mea. E ele que lhe responderia? Si ignoras te ó pulcherrima inter mulieres: Formosíssima de todas as mulheres, desconhecei-vos? Notável resposta! De maneira, que quando a Esposa afirma ao Esposo que o ama, o Esposo pergunta à Esposa se se desconhece: Si ignoras te? Esposo discreto e amado, que modo de responder é esse; e que consequência tem esta vossa resposta? Quando a Esposa vos assegura o seu amor, vós duvidais-lhe o seu conhecimento: e quando afirma que vos ama, perguntais-lhe se se desconhece: Si ignoras te? Sim. Porque conforme a alta estimação que o Esposo fazia dos merecimentos da Esposa, afirmar ela que o amava tanto, era tão grande razão para duvidar se se não conhecia. Como se dissera o Esposo: Vós dizeis que me amais: Quem diligit anima mea? Pois eu digo que vos não conheceis: Si ignoras te ó pulcherrima. Por que se vos conheceis a vós, como é possível que me ameis a mim? Foi necessário que a vós vos faltasse o conhecimento, para que a mim sobejasse a ventura. O amor de minha indignidade, vem a parecer ignorância de vossa grandeza: Si ignoras te; por que se não deixáreis de vos conhecer, como vos abateríeis a me amar?

Isto que antigamente disse Salomão à princesa do Egipto, podemos nós dizer com mais razão ao verdadeiro Salomão, Cristo, à vista dos extremos do seu amor: Si ignoras te. É isto amor, Deus meu, ou ignorância? Amai-nos, ou desconhecei-vos? Verdadeiramente parece que vos esqueceis de quem sois, e que vos tirais da memória, para nos meter na vontade. Oh que alta e profundamente considerou hoje S. Pedro estes dois extremos, quando com assombro do céu, vos viu diante de si com os joelhos em terra. Tu mihi? Vós a mim? Vós Pedro? Parece, Senhor, que nem vos conheceis a vós, nem me conheceis a mim. Mas o certo é que a vós vos conheceis, e a mim amais. E é tão grande vossa sabedoria em conhecer estas desproporções, como vosso amor em ajuntar estas distâncias. Mas em amor infinito bem podem caber distâncias infinitas. Assim o provam as mãos de Deus juntas com os pés dos homens: Sciens quia omnia dedit ei Pater in manus: Eis aí as mãos de Deus: Caepit lavare pedes discipulorum. Eis aí os pés dos homens.

Apareceu Deus na sarça a Moisés, e mandou-lhe descalçar os sapatos. Solve calceamenta de pedibus tuis. Quando eu lia este passo, admirava-me certo muito, de que a majestade e a grandeza de Deus entendesse com os pés de Moisés. Mas quem puser os olhos na sarça, deixará logo de se admirar. A sarça em que Deus apareceu, estava ardendo toda em chamas vivas, e um Deus abrasado em fogo, que muito que se abalance aos pés dos homens? Falando a nosso modo, nunca Deus se conheceu melhor, que quando estava na sarça, porque ali definiu sua essência: Ego sum qui sum. E definindo-se Deus, o fogo que não se apagasse? Que conhecendo-se Deus essencialmente, as labaredas, em que ardia, não se diminuíssem? Grande amor! Definir-se e esfriar-se, fora tibieza; definir-se e arder, isso é amar. Não fora Deus quem é, se não amara como amou. O definir-se foi declarar a sua essência: o arder foi provar a definição. O mesmo aconteceu a Cristo hoje: Sciens quia a Deo exivit, ponit vestimenta sua. Sabendo que era filho de Deus, começou a despir as roupas. Quem sabia que era Filho de Deus, conhecia-se: quem lançava de si as roupas, abrasava-se: e conhecer-se e abrasar-se, isto é amor: In finem dilexit.

Padre António Vieira, in “Sermão do Mandato”, pregado na Capela Real, em Lisboa, no ano de 1645

Pilatos, o perfeito democrata relativista


Pilatos se vivesse na actualidade em Portugal, provavelmente militaria num partido da direita catita, desses que em nada se distinguem da esquerda caviar. Alinharia com aqueles para quem a política não é a actividade moral que consiste em ordenar o todo social à prossecução do bem comum, mas tão-só um mero expediente de salvaguarda de rasteiros interesses privados, para quem tudo se admite, tolera e está bem, desde que não lhes mexam na sacrossanta carteira. Ou então enfileiraria directamente com certas ratazanas progressistas estalinistas, apaniguadas incondicionais da cultura da morte. Em qualquer das hipóteses, seria sempre um perfeito democrata relativista.

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En la condena del justo hay siempre algo que nos estremece, porque todos tenemos muy arraigada, casi podríamos decir que inscrita en los genes (aunque muchos traten de oscurecerla), una noción natural de la justicia; y si la conculcación de la justicia es siempre aborrecible, cuando sirve para condenar al inocente resulta aberrante. A quienes estudian leyes se les debería proponer el análisis del proceso a Jesús, en el que la injusticia adquiere una densidad rabiosa, pululante de irregularidades que lo convierten en una monstruosidad jurídica: el Sanedrín se reunió en el tiempo pascual, cosa que le estaba vedada; los testimonios contra Jesús fueron falsos y contradictorios; no hubo testigos de descargo, ni se permitió que el reo dispusiera de defensor; la sentencia del Sanedrín no fue precedida de la preceptiva votación; se celebraron dos sesiones en el mismo día, sin la interrupción legal establecida entre la audición y la sentencia; el sentenciado fue después enviado a la autoridad romana, que el Sanedrín no reconocía como legítima y que, además (como el propio Pilatos observa), no tenía jurisdicción sobre delitos religiosos; el delito de conspiración contra el César, que los miembros del Sanedrín promovieron después, no estaba penado con la crucifixión, a menos que hubiese mediado sedición armada, cosa que manifiestamente no hizo Jesús; y, en fin, dejando aparte otras irregularidades, el procurador romano lo mandó a la muerte sin pronunciar la sentencia oficial, cosa que un juez no puede hacer, pues es tanto como abdicar de su oficio.

Son solo algunas de las irregularidades que pueblan este proceso; y cualquiera de ellas bastaría para que se considerase nulo. Pero quizá lo que más nos conturba de este proceso oprobioso no sea la actitud furibunda o fanática de los miembros del Sanedrín, sino la cobarde y frívola del procurador Poncio Pilatos, que tras reconocer públicamente la inocencia del acusado («No encuentro culpa en él») lo manda sin embargo a la muerte, entregándolo para que lo crucifiquen, por miedo a la chusma. Analizando este pasaje evangélico, Hans Kelsen, el célebre teórico del Derecho y pope del positivismo jurídico, concluye que Pilatos se comporta como un perfecto demócrata, al menos en dos ocasiones. La primera, cuando en el interrogatorio primero que hace a Jesús, este le responde: «Todo el que es de la verdad escucha mi voz»; a lo que Pilatos replica con otra pregunta: «¿Qué es la verdad?». Para Kelsen, un demócrata debe guiarse por un necesario escepticismo; las indagaciones filosóficas o morales en torno a la verdad deben resultarle, pues, por completo ajenas. La segunda ocasión en la que Pilatos, a juicio de Kelsen, se comporta como un perfecto demócrata es cuando, ante la supuesta imposibilidad de determinar cuál es la verdad, se dirige a la multitud congregada ante el pretorio y le pregunta: «¿Qué he de hacer con Jesús?». A lo que la multitud responde, sedienta de sangre: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!». Pilatos resuelve el proceso de forma plebiscitaria; y puesto que la mayoría determina que lo que debe hacerse con Jesús es crucificarlo, Pilatos acata ese parecer.

La exposición de Kelsen puede parecernos brutal, pero nadie podrá negar que, en efecto, Pilatos es un modelo de político demócrata: escéptico hasta la médula, considera inútil tratar de determinar cuál es la verdad; y, en consecuencia, somete a votación popular el destino de Jesús. Y esta es la encrucijada en la que se debaten las democracias: renunciando a emitir un juicio ético objetivo (renunciando, en definitiva, a establecer la verdad de las cosas), el criterio de la mayoría se erige en norma; y, de este modo, la norma ya nunca más obedecerá a la justicia, sino a las preferencias caprichosas o interesadas de dicha mayoría. Es una solución relativista que está gangrenando las democracias; y que, de no corregirse, acabará destruyéndolas desde dentro, que por lo demás es como han sucumbido siempre todas las organizaciones humanas que no han preservado un núcleo de nociones morales netas; y en las que, inevitablemente, el justo acaba siendo perseguido y condenado, como un criminal cualquiera, para regocijo de los auténticos criminales.

Pero Kelsen tenía razón: Pilatos es un perfecto demócrata; por lo que las democracias relativistas deberían alzarle monumentos en los parques públicos e instituir fiestas –con lavatorio de manos incluido– que celebren su memoria.


Um bispo de truz

O brasileiro D. Paulo Sérgio Machado, Ordinário de São Carlos, São Paulo. Causa espanto que um sucessor dos apóstolos manifeste tanta falta de caridade para com os fiéis da Missa Tradicional, demonstre tamanho desprezo pela vontade papal plasmada no “Summorum Pontificum” e na “Universae Ecclesiae”, e se expresse publicamente com uma enorme arrogância que esconde uma ainda maior ignorância das coisas litúrgicas católicas. É a atitudes públicas como a deste pastor - perante as quais quem de direito nada faz - que se devem depois as desconfianças de certos tradicionalistas e não o contrário… Seria bom que quem de direito percebesse também isto de vez. Como confiar em bispos assim?!!

Porém, mesmo de um mal como este é possível extrair bens maiores.

Primeiro, é sempre bom que um progressista radical se manifeste como tal em público, que dispa a pele de cordeiro com que se cobre e mostre toda a sua fealdade herética. Doravante, já só será enganado por ele quem quiser ser enganado, e mais ninguém.

Segundo, estes comportamentos interpelam os católicos dignos desse nome a aprofundar o conhecimento da boa e verdadeira doutrina, que em matéria litúrgica está magnificamente explicitada na XXII Sessão do Concílio Apostólico Dogmático Tridentino. Ó que consolo recordar a sabedoria infalível e imutável da Santa Igreja Católica constante do Cânone IX aprovado em tal Sessão:

Cânone IX -  Se alguém disser que o rito da Igreja Romana que prescreve que parte do Cânon e as palavras da consagração se profiram em voz submissa, se deve condenar, ou que a Missa se deve celebrar somente em língua vulgar, ou que não se deve lançar água no cálice ao oferecê-lo, por ser contra a instituição de Cristo - seja excomungado.

terça-feira, abril 03, 2012

Perplexidade

Apesar de ser favorável à regularização do estatuto canónico da Fraternidade de São Pio X no seio da Igreja institucional, nem por isso deixo de ficar perplexo com a severidade e dureza extremas com que Roma, fazendo-lhe todo o tipo de exigências e imposições, continua a tratar a mesma Fraternidade, a qual, de resto, jamais negou qualquer verdade de fé ou moral católicas, nem nunca contestou os magistérios extraordinário e ordinário constante da Igreja. Isto por total contraposição ao modo absolutamente passivo e permissivo - desprovido de qualquer censura atempada, efectiva e eficaz - com que também Roma continua a encarar a actuação desestabilizadora e subversiva dos infiltrados da anti-Igreja no seio do Catolicismo. Como o comprovam, mais uma vez, estes tristes casos (ler aqui e aqui), bem demonstrativos de uma crise eclesial que teima em persistir...

domingo, abril 01, 2012

Segundo Domingo da Paixão (Domingo de Ramos) - II


E a alma, que há-de fazer? O corpo, imitar; a alma, meditar: o corpo com os ramos da palma, a alma com os da oliveira. A alma nestes santos dias há-de fazer do coração um Monte Calvário, levantar nele um Cristo crucificado, e pôr-se desta maneira a contemplar suas dores. Oh! quem pudera explicar-se agora com o pensamento, e falar com o silêncio! Quando os amigos de Job o foram visitar nos seus trabalhos, diz a Escritura Sagrada que estiveram uma semana inteira olhando só para ele, sem falarem palavra. Assim o hão-de fazer nossas almas esta semana, se são amigas de Jesus: olhar, calar e pasmar. Oh! que vista! Oh! que silêncio! Oh! que admiração! Oh! que pasmo! Só três coisas dou licença a nossas almas que se possam perguntar a si mesmas no meio desta suspensão. Quem padece? Que padece? Por quem padece? E que meditação esta para uma eternidade!

Quem padece? Deus, aquele ser eterno, infinito, imenso, todo poderoso, aquele que criou o céu e a terra com uma palavra, e o pode aniquilar com outra; aquele, diante de cujo acatamento, os principados, as potestades e as dominações, e todas as hierarquias estão tremendo. Este Deus, cuja grandeza, este Deus, cuja majestade, este Deus, cuja soberania incompreensível só ele conhece inteiramente, e todos os entendimentos criados com infinita distância de nenhum modo podem alcançar, este, este é o que padece. Aqui se há-de fazer uma pausa, e pasmar. São Bernardo, cheio de pasmo e assombro nesta mesma consideração, rompeu dizendo: Ergo ne credendum est, quod iste sit Deus, qui flagellatur, qui conspuitur, qui crucifigitur? É possível que se há-de crer que este, que padece tantas injúrias e afrontas, e a mesma morte, é aquele mesmo Deus imortal, impassível, eterno, que não teve princípio, e é o princípio e fonte de todo ser? Este, este é; que nem ele fora Deus, nem a nossa fé fora fé, se ela não fizera, e nós não crêramos o que excede toda a capacidade humana. Por isso Isaías, quando entrou a falar da Paixão, como profeta que sobre todos era o mais eloquente, o exórdio por onde começou, foi aquela pergunta: Quis credidit auditui nostro? Quem haverá que dê crédito ao que há-de ouvir de minha boca? Tão alheio é quem padece do que padece, e este é Deus. Vede se há bem de que pasmar aqui.

Depois de considerarmos que é Deus quem padece, então se segue a consideração do que padece. E não só havemos de trazer à memória o que já vimos que padeceu exteriormente em todos os sentidos do corpo, mas muito mais devemos considerar e ponderar o que padeceu no interior da alma e em todas suas potências. Com dois nomes, ou com duas semelhanças nos declarou nosso amorosíssimo Redentor o que padeceu em sua Paixão, com nome e semelhança de cálix, quando disse a S. Pedro: Calicem, quem dedit mihi Pater, non vis ut bibam illum? O cálix que me deu meu Padre, não queres que o beba? E com nome e semelhança de Baptismo, quando disse a todos os discípulos: Baptismo habeo baptizari, et quomodo coarctor usque dum perficiatur? Eu hei-de ser baptizado em um baptismo, o qual desejo com grandes ânsias e aperto do coração até que chegue. De sorte que declarou o Senhor o que havia de padecer por nós, já chamando-lhe cálix, já baptismo, e por quê? Porque o baptismo recebe-se por fora, o cálix bebe-se por dentro, e Cristo, Redentor nosso, em toda sua Paixão não só padeceu por fora os martírios do corpo, senão também, e muito mais, por dentro os tormentos da alma. Por fora padeceu os tormentos dos açoites, dos espinhos, dos cravos, da lança, que o banharam todo em sangue, e por isso lhes chamou Baptismo; por dentro padeceu as tristezas, os tédios, os temores, as angústias e agonias, que, sem ferro, lhe tiraram também sangue no Horto, e lhe penetravam mortalmente a alma: Tristis est anima mea usque ad mortem (10).

Oh! quem pudesse entrar profundamente no interior da alma de Jesus, e entender o que naquele consistório sacratíssimo e secretíssimo das suas três potências passava e se conferia em tantas horas! A memória, desde o princípio do mundo representava os pecados de todos os homens, por quem satisfazia a divina justiça; o entendimento ponderava o pouco número dos mesmos homens que se haviam de aproveitar do preço infinito daqueles tormentos, e a vontade se desfazia com dor de ver perder tantas almas por sua culpa, sem achar consolação alguma a tamanha perda; e esta era a tristeza que ocupava toda a alma do Salvador, e com três cravos mais agudos e penetrantes a crucificava. Aqui havemos de fazer a segunda pausa, e pasmar tanto daquele infinito amor, como da nossa infinita cegueira. Oh! Senhor, quantos pode ser que vísseis então, dos que agora se acham nesta mesma igreja, que, por que haviam de desprezar e condenar as suas almas, agonizavam a vossa! Considere cada um se porventura, ou eterna desventura, é algum destes, e veja bem o seu perigo, enquanto tem tempo.

Este é o Deus que padece, estas as penas e dores que padece, e só resta ver por quem padece. Se a fé me não ensinara outra coisa, cuidara eu que padecia Deus pelo céu, porque vejo o sol eclipsado e coberto de luto; cuidara que padecia pela terra, porque a vejo tremer e arrancar-se de seu próprio centro; cuidara que padecia pelas pedras, porque as vejo quebrarem-se umas com outras e abrirem-se as sepulturas; cuidara que padecia pelo Templo de Jerusalém, porque vejo rasgar-se de alto a baixo o véu do Sancta Sanctorum; cuidara que padecia por este mundo elementar, porque vejo confusos, perturbados, atónitos e com prodígios de sentimento e assombro todos os elementos. Mas não são estas as criaturas por quem padece Deus, posto que todas confessam que padece seu Criador; e, com serem irracionais e insensíveis, quiseram acabar com ele quando o vêem morrer. Quem são logo aqueles por quem padece o Autor da natureza, e por quem morre o Autor da vida? Sou eu, sois cada um de vós, e somos todos os homens. Por nós, e só por nós padece Deus; por nós, e só por nós padece quanto padece. Por nós que, depois de nos criar, o não respeitamos; por nós que, depois de nos sustentar, o não servimos; por nós que, depois de nos remir, o não obedecemos; por nós que, depois de morrer por nosso amor, o não amamos; por nós que, depois de se pôr em uma cruz por nós, o tornamos a crucificar mil vezes; por nós que, esperando-nos assim, e chamando-nos com os braços abertos, não queremos acudir a suas vozes; por nós, enfim, que, sabendo que nos há-de julgar, e nos prometeu o céu, se o não ofendermos, queremos antes o inferno sem ele, que o céu com ele. Isto é o que faz todo o homem que peca mortalmente, e isto o que continua a fazer enquanto se não tira do pecado, para que vejais se tem razão, não só de pasmar, mas de perder o juízo.

Padre António Vieira, in “Sermão de Dia de Ramos”, pregado na Matriz do Maranhão, no ano de 1656

Segundo Domingo da Paixão (Domingo de Ramos) - I


Acabemos de nos desenganar, antes que se acabe o tempo: Ecce nunc tempus acceptabile. Acabemos de tratar da salvação, antes que se fechem as portas da misericórdia: Ecce nunc dies salutis. Ou fazemos conta de nos converter deveras a Deus alguma hora, ou não: se não fazemos esta conta, para que somos cristãos? Por outro caminho mais largo podíamos ir ao inferno. Mas se nenhum há tão rematadamente inimigo de sua alma, que ao menos não tenha tenção de algum dia a tirar do poder do demónio e a dar a Deus, quando há-de ser este dia? Que dia, ou que dias mais a propósito podemos ter ou esperar que estes da Semana Santa? Que dias mais a propósito para pedir a Deus perdão dos pecados, que aqueles mesmos dias em que Deus se pôs em uma cruz por meus pecados? Que dias mais a propósito para alcançar e ter parte nos merecimentos do sangue de Cristo, que os dias em que se está derramando o mesmo sangue? Agora, agora, e não depois, é o tempo aceito a Deus: Ecce nunc tempus acceptabile. Estes dias, estes, e não os futuros, incertos e enganosos, são os dias da salvação: Ecce nunc dies salutis.

Suposto pois, cristãos, que este é o tempo, e suposto que os dias são tão precisos que não temos outros para que apelar, o que resta é recuperar o perdido, e que nos aproveitemos deles com tais actos de verdadeira contrição e devoção, que esta Semana Santa, como o é em si, seja em nós também santa. Os ramos que cortaram das árvores os que hoje saíram a receber a Cristo: Caedebant ramos de arboribus, posto que São Mateus não declare quais fossem, São João diz que eram de palma, e São Lucas de oliveira. E com os dois afectos que estes ramos significavam, devemos nós seguir e acompanhar o Senhor em todos seus passos, oferecendo estes humildes obséquios a seus sacratíssimos pés, que isto quer dizer: Et sternebant in via. A palma é símbolo da paciência, como a oliveira da misericórdia e compaixão; e tais eram os dois mistérios que encerrava o aparato e diferença daqueles ramos: padecer e compadecer. Desta maneira receberemos e acompanharemos a nosso bom Rei e Redentor muito melhor que a ingrata e inconstante Jerusalém, se não só hoje, mas todos estes dias padecermos alguma coisa com ele, e nos compadecermos dele. Tudo resumiu São Paulo a uma só palavra, quando disse: Si tamen compatimur. Uma coisa é compadecer, e outra padecer com: compadecer, é compadecer dele; padecer com, é padecer com ele; e tanto nos merecem a paciência as suas penas, como a compaixão o seu amor. Toda a sua sagrada humanidade do corpo e alma de Cristo nos mereceu sempre muito, mas nunca tanto como nestes dias: padecendo na imitação de seus tormentos, acompanharemos seu santíssimo corpo, e compadecendo-nos na meditação de suas dores, acompanharemos sua santíssima alma.

Digo pois, quanto ao corpo, que havemos nesta semana de procurar padecer alguma coisa em todos os cinco sentidos, assim como Cristo padeceu em todos. Adão e Eva, em um só pecado, pecaram com todos os cinco sentidos. Pecaram com o ouvir, ouvindo a serpente; pecaram com o ver, olhando para a fruta; pecaram com o palpar, tirando-a; pecaram com o cheirar, cheirando-a; pecaram com o gostar, comendo-a. Com todos os cinco sentidos pecaram nossos primeiros pais, e nós, tão herdeiros de suas misérias como de suas culpas, em todos pecamos infinitas vezes. E como Cristo vinha pagar pelo pecado de Adão e pelos nossos, quis padecer também em todos os cinco sentidos.

Padeceu no sentido de ver, vendo fugir a todos seus discípulos: vendo que um o entregou tão aleivosamente; vendo que outro o negou três vezes; vendo-se atar e levar preso, e a tantos tribunais; vendo-se tapar os olhos; vendo-se despir no Pretório, e estar despido no Calvário tantas horas à vista de todo o mundo, e no meio de dois ladrões; sobretudo, vendo a desconsolada Mãe ao pé da cruz, em cujo coração e em cujos olhos estava outras três vezes crucificado. Finalmente, vendo os meus pecados e os vossos, com que tão ingratos haviamos de ser a tanto amor, que todos naquela hora lhe eram presentes.

Padeceu no sentido do ouvir, ouvindo o Deus te salve aleivoso da boca de Judas; ouvindo os crimes e testemunhos falsos com que foi acusado; ouvindo as vozes e brados com que os mesmos que hoje o aclamaram rei lhe pediam a morte; ouvindo a sentença com que o iníquo juiz o entregou à vontade de seus inimigos; ouvindo o pregão de malfeitor e alvorotador do povo; ouvindo as injúrias e blasfémias dos príncipes dos sacerdotes na cruz, e as dos mesmos ladrões que com ele estavam crucificados, e não ouvindo em todo este tempo uma só palavra de consolação aquele mesmo Senhor que com palavras e obras tinha consolado a tantos.

Padeceu no sentido do olfacto, ou de cheirar, porque morreu entre os ascos e horrores do Monte Calvário, chamado assim das caveiras e ossos dos malfeitores que ali se justiçavam, os quais, ou porque os enterravam mal os algozes, ou porque depois os desenterravam os cães, estavam espalhados por todo o monte, e de mistura com a corrupção do sangue faziam aquele infame lugar horrendo, hediondo, asqueroso e insuportável ao cheiro. E como divino pagador de nossos pecados, não só escolheu o género da morte, senão também a circunstância do lugar; para satisfazer nele pelos excessos do olfacto, quis que fosse tão infeccionado e malcheiroso.

Padeceu no sentido do gosto, não só pelo fel e vinagre que lhe deram a beber, senão muito mais por aquela ardentíssima sede, maior incomparavelmente que todos os outros tormentos, porque só ela obrigou ao pacientíssimo Redentor a pedir alívio. Mas podendo mais o desejo de padecer por nós, que a força da natureza na humanidade enfraquecida e exausta, provou o azedo do vinagre e o amargoso do fel, para mortificar o gosto, e não quis levar para baixo o húmido, para não moderar o ardor nem aliviar a sede.

Padeceu, finalmente, no sentido do tacto, não ficando em todo o sagrado corpo parte alguma que não fosse martirizada com particular tormento. Padeceu nos braços as cordas e cadeias, no rosto as bofetadas, na cabeça a coroa de espinhos, nos ombros o peso da cruz, nas costas os milhares de açoites, nas mãos e nos pés os cravos, e em todos os ossos, em todos os nervos, em todas as veias, em todas as artérias a suspensão, a aflição, a violência mais que mortal de estar três horas no ar pendente de um madeiro até expirar nele.

Pois, se estes são os dias em que o meu Deus padeceu tão cruelmente em todos os cinco sentidos, e tão amorosamente por mim, não será justo que eu também em todos os sentidos padeça alguma coisa por ele? Nenhum coração me parece que haverá tão ingrato e tão insensível, que se não deixe mover desta razão: Hoc enim sentite in vobis, quod et in Christo Jesu, diz São Paulo: O que Cristo Jesus sentiu em si, devemos nós sentir em nós - ele por amor de nós, e nós por amor dele. E se a vossa devoção deseja saber e me pergunta de que modo poremos em prática este recíproco sentimento, mortificando-nos também em todos os nossos sentidos, digo primeiramente que mortifiquemos o ver, andando nestes dias com grande modéstia e recato, e negando aos olhos as vistas de todas as criaturas, e apartando-os principalmente daquelas que mais nos agradam e mais nos apartam de Deus. Os olhos têm dois ofícios: ver e chorar; e mais parece que os criou Deus para chorar que para ver, pois os cegos não vêem e choram. Já que tantos dias damos aos olhos para ver, já que tão cansados andam os nossos olhos de ver, não lhes daremos alguns dias de férias, para que descansem em chorar? Chorem os nossos olhos os nossos pecados nestes dias, e chorem muito em particular o não haverem antes cegado que ofendido a Deus. Ah! Senhor, quanto melhor fora não ter olhos, que ter-vos ofendido com eles!

O sentido de ouvir mortificá-lo-emos, retirando-nos esta semana de todas as práticas e conversações, não só ilícitas e ociosas, mas ainda das lícitas. Troquemos o ouvir pelo ler, lendo todos estes dias algum livro espiritual em que Deus nos fale e nós o ouçamos. A quem não está muito exercitado no orar, é mais fácil o ler, e muitas vezes mais proveitoso. Na oração falamos nós com Deus; na lição fala Deus connosco. E de quantas coisas - que fora melhor não ouvir - ouvimos todo o ano aos homens; estes dias ao menos, bem é que ouçamos a Deus.

No sentido do olfacto pouco têm que mortificar os homens nesta terra, porque não vejo nela este vício. Nas mulheres, se nelas há alguma demasia, lembrem-se de que nesta semana derramou a Madalena os seus cheiros e os seus unguentos aos pés de Cristo. E para os aborrecerem e detestarem para sempre, saibam que a última disposição da morte do mesmo Senhor foram estes cheiros. Porque a Madalena derramou os unguentos, se excitou a cobiça de Judas; porque em Judas se excitou a cobiça, tratou da venda; porque vendeu a seu Mestre, o prenderam e o mataram. Por isso o Senhor disse - e este é o sentido literal: Mittens haec unguentum hoc in corpus meum, ad sepeliendum me fecit, como se dissera: Estes unguentos são para a minha sepultura, porque destes unguentos se me há-de ocasionar a morte.

O sentido do gosto, ainda que se tenha mortificado por toda a Quaresma com o jejum ordinário, nestes dias é bem que haja para ele alguma particular mortificação. Muitos santos do ermo passavam esta semana inteira sem comer, e pessoas de mui diferente estado, não no ermo, senão nas cortes, passam em jejum de quinta-feira até sábado. Nos maiores dias desta semana é estilo das mesas dos grandes príncipes não se porem nelas mais que ervas; para estes dias se fizeram propriamente os jejuns de pão e água: ao menos estes dias não são para regalo. O cordeiro mandava Deus que se comesse com alfaces agrestes, porque o agreste e desabrido no comer destes dias é a melhor disposição para comer quinta-feira o Divino Cordeiro sacramentado.

O sentido do tacto, como o mais vil e mais delinquente que todos, é razão que seja nestes dias mais mortificado. Quando Urias veio do exército com aviso a el-rei David, disse-lhe o rei que fosse descansar à sua casa. E ele, que respondeu? E bem, Senhor: está o meu general dormindo sobre a terra na campanha, e eu que me haja de deitar em cama? Não farei tal desprimor. E foi-se deitar em uma tábua no corpo da guarda. A cama em que dormiu o último sono da morte o nosso Jesus, bem sabeis qual foi. Pois, será justo que quando ele tem por cama o duro madeiro da cruz, descanse o nosso corpo tão regaladamente como nos outros dias? Alguma diferença é bem que haja nestes. Ao menos o nosso rei e seus filhos, de quinta-feira até domingo não se deitam em cama, nem se assentam, senão no chão, assistindo sempre ao Senhor, sem sair nunca da Capela Real, nem de dia, nem de noite. Estas são as noites e os dias para que se fizeram as penitências: para estas noites se fizeram os pés descalços, para estas noites as disciplinas, e para estes dias e para estas noites os cilícios. Que poucos cilícios deve de haver no Maranhão? Não vos escuseis com isto.

Padre António Vieira, in “Sermão de Dia de Ramos”, pregado na Matriz do Maranhão, no ano de 1656

Uma confissão

De Juan Manuel de Prada. Faço-a minha. Numa altura em que também por cá o governo adopta uma nova legislação laboral, mais inspirado em motivos de puro desforço ideológico liberal, do que em quaisquer razões sérias de eficácia económica.

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Leo en ABC que un artículo mío sobre la «liberalización completa» de los horarios comerciales promovida por Esperanza Aguirre «ha provocado numerosas y encendidas reacciones». Ocurre esto poco después de que un amigo me advirtiera que mis artículos de asunto socio-económico eran leídos con preocupación desde altas instancias, por «hallarse a un paso de las tesis marxistas»; cosa que me perturbó sobremanera, pues en tales artículos no hago sino divulgar los principios de la doctrina social de la Iglesia. Ignoro si se halla a un paso de las tesis marxistas afirmar que es anticristiano ligar salarios y productividad, o condenar la emergencia de un nuevo poder tiránico, fundado en la concentración del dinero, que llega a convertir a los Estados en marionetas a su servicio; pero esto es exactamente lo que hace Pío XI en Quadragesimo Anno, mi encíclica predilecta de asunto social; en la que, por cierto, se contienen execraciones vigorosísimas del socialismo.

Yo crecí en una familia católica y, llegada la adolescencia, dejé que aquel caudal se esclerotizara dentro de mí; quiero decir que me convertí en uno de tantos católicos rutinarios e inertes que, sin apostatar de la fe, se vuelven sal sosa. En la juventud volví a acercarme, con interés inquisitivo, a la fe de mis mayores: al principio, intrigado al comprobar que la Iglesia era la diana más concurrida por las invectivas de los llamados «intelectuales»; luego, como a Chesterton, me ocurrió que en la Iglesia descubrí «un continente lleno de extrañas flores y animales fantásticos, a la vez salvaje y hospitalario». Penetrar en aquel continente, «vislumbrar grandes ideas que permanecían escondidas por los prejuicios ambientales», fue también para mí, como para Chesterton, una gran dicha. Y decidí quedarme allí, aun a sabiendas de que «la única herejía imperdonable en nuestro tiempo es la ortodoxia». Mi temor, en este regreso del hijo pródigo, era que la fe religiosa estrangulara o asfixiara mi libertad; pero pronto descubriría, como señala Chesterton, que «cuando uno ha entrado en la iglesia, siente que es mucho más espaciosa por dentro que por fuera». La Iglesia, en efecto, es una casa con cien puertas; y nadie entra exactamente por la misma.

Este regreso a la Iglesia me liberó de la «degradante esclavitud de ser un hijo de mi tiempo». Me enseñó que las ideologías son las verdaderas cárceles que estrangulan y asfixian la libertad humana, porque al fin y a la postre todas se fundan en «las viejas virtudes cristianas que se han vuelto locas», desgajadas del núcleo común que las nutre. Frente a la visión escindida de la realidad que me brindaban las ideologías, descubrí que el depósito de sabiduría acumulada por la Iglesia me permitía dar respuesta no sólo a las realidades sobrenaturales, sino también a las naturales, ya fuesen de índole política, social o económica. Esta derrota del «dualismo» que hasta entonces me había corrompido —un dualismo que separa el plano natural del sobrenatural— fue para mí un gran gozo intelectual; y entonces noté que mi libertad, lejos de morir víctima del estrangulamiento o de la asfixia, se expandía como nunca antes lo hubiese soñado. Descubrí, por ejemplo, que defender la vida y la familia no tenía demasiado sentido, si al mismo tiempo no se defendía una concepción del trabajo que permitiese a la gente criar dignamente a sus hijos y dedicarse a su familia. Y toda forma de trabajo que dificulte o impida esta misión primordial, imponiendo una concepción mecanicista del hombre y de las relaciones económicas, me parecerá siempre anticristiana, ya la impulsen Aguirre, Rajoy o el sursuncorda.