Me topé con un artículo muy interesante sobre la
esclavitud (en el sentido literal, no sólo en el político-económico) que los
ingleses impusieron a los irlandeses. Si bucean en el hiperenlace verán
cómo estos ingleses califican a los irlandeses, “irlandés-ibéricos” (literal), y
verán qué concepción tenían (y en buena parte siguen teniendo) de ellos. “Irlandés-ibéricos”
a los que tachan de inferiores, como los negros. Esta esclavitud comenzó en
el siglo XVII, cuando el protestantismo ya había prendido bien en Gran
Bretaña. Semejante porquería vertida sobre los “irlandés-ibéricos” sólo puede
ser generada por puercos de la peor especie.
Bajo capa racista lo que verdaderamente esconden es un odio
profundo y enquistado contra la Fe Católica. Aniquilada la religión, materia de
estos últimos 200 años, sigue quedando el racismo asqueroso donde ellos nos
consideran, a los celtas católicos y a los celtíberos también católicos razas
inferiores, de mierda.
No entiendo la estúpida admiración de algunos de mis
hispánicos paisanos (lusitanos y no-lusitanos) tienen por estos “anglo-teutones”,
como ellos mismos se denominan, quizás más escorados los portugueses hacia los
anglos y los españoles algo más hacia los teutones. Estas razas han sido las
razas de la Revolución por excelencia, y por encima de cualesquiera otras. Allí
se cocinó el Protestantismo y allí se urdió la Ilustración (la Aufklärung, la maldita Aufklärung, de Lessing, Semier y Wolff,
precedidos por Leibniz) y la Revolución Francesa, donde –por cierto- hubo mucho
más transvase de Londres a París del que se suele explicar en los manuales de
historia. Ellos destrozaron la Filosofía con sus idealismos, sus nominalismos y
sus utilitarismos. Ellos rompieron la Cristiandad, privándola de Gracia.
Soy muy deudor de lo británico por muchas razones personales,
y no lo oculto ni quiero ser desagradecido. Sin Chesterton no sería lo que soy
como persona, y a él debo mucho, muchísimo; como debo mucho a Belloc y al Padre
Vincent McNabb. En Inglaterra nació el distributismo, doctrina económica en la
que a medida que me voy llenando de años y de canas, más veo como la
posibilidad más sólida de orden económico cuando el Juicio de las Naciones concluya
la merecida purga que este Novus Ordo
requiere. Y en la vieja provincia romana de la Britania, también, nació el
Cardenal John Henry Newman, que se ha convertido en uno de mis referentes en
estos últimos años. No voy a ser desagradecido a los británicos ni voy a
hacerme el harakiri personal, pues mucho he bebido de estos católicos ingleses,
y en menor medida –pero también relevante- de algunos católicos
norteamericanos, como Orestes Brownson, por sólo citar uno. Y no hablemos en
literatura, pues ahí mi sesgo anglosajón es total.
Pero tampoco puede uno olvidarse de los hechos históricos
protagonizados por los “anglo-teutones”. Ellos, tan puros y rubios, tan altos y
con los ojos tan azules, siempre contra lo “irlandés-ibérico”, sinónimo para
ellos de Catolicidad. Ahí están los condados del norte de Eire invadidos y
sojuzgados por los “anglo-teutones”. Ahí siguen estando Gibraltar y Malvinas,
las Guyanitas y los Belizitos. Ahí dejaron testimonio con el vergonzoso Methuen,
trato por lo demás habitual en ellos a un supuesto aliado (digo supuesto,
porque ellos no tienen ningún aliado y su único supuesto son sus intereses,
generalmente con sucursal en las zahúrdas de Plutón). Ahí registra la historia
los ataques a La Coruña, Faro, las Canarias, Cartagena de Indias, o Menorca. Ahí
su idolatría de un pirata satanista, como era Francis Drake, epígono de sus
actividades favoritas que hoy no hacen con pata de palo y garfio, pero siguen
ejecutando con trajes de Armani en la City. Ahí quedó su torpedeo a la
Cristiandad: el sabotaje del Imperio portugués y la destrucción del Imperio español,
por ellos llevados a cabo. Ahí dieron testimonio el genocidio cultural llevado
a cabo por los “anglo-teutones” americanos en Filipinas o su usurpación y
destrucción de México. Ahí la correspondencia epistolar entre la Reina Victoria
y ese asqueroso de Bismarck, gurú de la Kulturkampf
anticatólica, siempre conspirando contra la Catolicidad.
La lista es increíblemente larga pero siempre tienen los “anglo-teutones”
un mismo y único hilo conductor: destruir la Catolicidad.
Cada día estoy más convencido de que los anglosajones (de
ambos lados del Atlántico) son una raza del demonio. Son la raza par excellence, como dijo el Padre Leonardo
Castellani, del V Imperio, el del Anticristo. El de Satanás.
Lo que pasa que mi visión no es ni racial ni racialista,
conceptos en los que creo poco o nada como vertebradores de sociedades y de
Patrias. Como mi cosmovisión es católica no creo ni en lo de razas de mierda ni
en lo de razas inferiores (que en todo caso, visto lo visto, serían los “anglo-teutones”,
no los “irlandés-ibéricos”). Esa misma cosmovisión católica me sustenta en la
profunda convicción, hasta los más leales servidores de Su Majestad y de su
Satánica Majestad, se pueden redimir. En eso espero y en eso confío. En
profecías como las del Santo Cura de Ars, que vio una Inglaterra ya sin poder
mundano, pero convertida en una isla de santidad y de sabiduría, plagada de
nuevo de Monasterios y de centros de saber.
Esa es la Inglaterra que amo: la Inglaterra católica. Aquella
Inglaterra medieval profundamente monástica. La otra, la protestante, y todos
sus epifenómenos y derivativos, es detestable y por sus obras –y sus escritos-
se la conoce. Si todos en mayor o menor medida somos culpables del desaguisado
y profundísima crisis global que nos afecta, los “anglo-teutones” más que
ninguno, y a ellos les corresponde ese triste puesto de honor en el Infierno.
Dios quiera que su conversión les baje estas ínfulas tan
estúpidas como plenas del pecado de pecado, de soberbia, en esa variante pelotudita de la superioridad
racial. Su historia contemporánea, más allá de los éxitos materiales a menudo
construidos sobre el expolio y el asesinato en masa, es nauseabundamente
sulfurosa. Si no se convierten su lugar por antonomasia es cierto lago de
azufre mencionado en las Sagradas Escrituras. Allí, seguro, se van a sentir en
casa de su padre, el verdadero dueño del V Imperio.
Los “irlandés-ibéricos”, por el momento, y también tras el
Juicio de las Naciones, tenemos intenciones de quedarnos en este valle de
lágrimas. Con nuestros Douros, nuestros Toros y nuestras Guinness. Con nuestro
Rosario. Con nuestro arte maravilloso. Y mirando hacia Cristo Rey, Nuestro
Señor, mientras rogamos a la Santísima Virgen María que interceda por nosotros …
y por ellos. Para que se conviertan, claro está. Y para que abjuren de esas
barbaridades contra los “irlandés-ibéricos”.
Y esperando el Cielo, Patria definitiva, que nos parece un
sitio un poco más agradable que el del lago de azufre al que los secuaces del V
Imperio tanto parecen aspirar.
Rafael Castela Santos