domingo, setembro 14, 2014

Interrupção por tempo indeterminado (mas longo)

Há já algum tempo que pretendia escrever este artigo, embora houvesse evitado fazê-lo até agora; porém, o facto é que os meus leitores merecem-me esta explicação, a qual não pode mais ser adiada.
É óbvio para todos os que visitam este espaço que há muito deixei de actualizá-lo com um nível mínimo de assiduidade e regularidade admissíveis. Tal não sucede por acaso: correntemente, o acto de escrever tornou-se-me penosíssimo, havendo perdido o ânimo para concretizá-lo de que beneficiei - melhor ou pior - nos últimos dez anos. Por isso, neste momento, confesso-o, sinto necessidade de interromper o trabalho aqui desenvolvido, ao menos por um tempo razoavelmente longo.
Não poucos factores contribuíram para esta minha situação de enorme desânimo e sensação de grande desencantamento. Passo a enunciá-los: o bloqueio total e selvagem que a aplicação do Motu Proprio “Summorum Pontificum” sofreu em Portugal; o golpe brutal da abdicação do Papa Bento XVI; a proibição dos Franciscanos da Imaculada de celebrarem a Missa Tradicional de rito latino-gregoriano, com o consequente fim da Missa que oficiavam em Fátima, o que me perturbou espiritualmente não pouco; enfim, a notória desorganização e falta de militância empenhada do campo tradicionalista também em Portugal. Num plano mais pessoal, ajudaram  também muito a este estado de coisas, a doença grave e o falecimento de um familiar próximo e querido, e uma vida profissional com um grau de exigência impiedosa que me priva de todo o tempo necessário para que um blogue com estas características possa ser mantido com um grau de qualidade aceitável perante os leitores.
Por todos estes motivos, como já disse, interrompo por tempo indeterminado o meu trabalho neste espaço. Não digo que não o volte a fazer, mas por ora não (de resto, o que eu aqui escrevia, outros escreviam-no e escrevem-no com muito mais qualidade, por exemplo, no “Rorate-Caeli”, no “Fratresin Unum”, no “Panorama Católico”, no “Caminante” ou no “InfoCaotica”). Ao Rafael, deixo-lhe a liberdade de manter a sua inestimável colaboração com esta “Casa”, aqui podendo continuar a publicar, caso o queira e deseje, os seus sempre magníficos e acutilantes artigos.
Por mim, termino, agradecendo a todos aqueles que foram meus leitores ao longos destes anos, pelo tempo e atenção que me dispensaram e dedicaram, o que me honrou muitíssimo.
Enfim, faço apenas mais um voto: que Deus e a Sua Mãe continuem a proteger a tradição católica por esse mundo fora!

domingo, setembro 07, 2014

Tradiciones traicionadas


El original se encuentra en el XLSemanal, suplemento dominical del periódico español ABC, más concretamente aquí. Sabrosísimo y enjundioso. Más allá del fenomenal dominio del idioma castellano que de Prada tiene, hay mucho de fondo que no me resisto a compartir con Vds.
Que lo disfruten (y lo reflexionen) tanto como yo. 

(RCS) 

He leído que en un pueblo riojano se ha celebrado un encierro de... ¡bisontes americanos! Y he sentido mucha lástima por las gentes de ese pueblo riojano, lástima por tantos pueblos españoles que han traicionado sus tradiciones y luego las han suplantado por sucedáneos paródicos y denigrantes, lástima de vivir en un tiempo oprobioso que ha hecho de nosotros pobres lacayos de modas adventicias y efímeras, sometidos al capricho extranjero, a la colonización idiotizante de los mass media y a la tiranía de nuestras propias pulsiones desnortadas, que hoy quieren participar en un encierro de bisontes y mañana tal vez de renos (¡con los mozos disfrazados como el fantoche navideño llamado Santa Claus, oiga!). Escribía Saint-Exupéry que solo una filosofía del arraigo, al vincular al hombre a su familia, a su oficio y a su patria, lo protege contra el abismo del espacio; y que solo la adhesión a unos ritos y tradiciones lo protege contra la erosión del tiempo. Perdido este sentido del arraigo, nos convertimos en zascandiles arrojados al basurero de la historia que organizan encierros de bisontes.
Si los pueblos españoles abandonan sus formas de vida ligadas al cultivo de la tierra y la crianza del ganado, es natural que sus mozos dejen de ver en el toro bravo una fuerza de la naturaleza frente a la cual desean probarse; y el tiempo que antes dedicaban a las faenas agrícolas y ganaderas (que han abandonado gracias al soborno de la Unión Europea) lo dedican ahora a vivir enchufados al televisor, donde de vez en cuando, mientras zapean como zombis lobotomizados, ven una película de Kevin Costner con una estampida de bisontes. Y como su alma guarda todavía una reminiscencia o nostalgia de las tradiciones ancestrales, aunque sea una nostalgia aturdida por el ruido entontecedor de las modas extranjeras y los mass media, esos mozos concebirán, inevitablemente, la delirante idea de organizar un encierro de bisontes, que para entonces les resultarán unos bichos casi tan exóticos como los toros.
El apego a las tradiciones, al crear lazos entre los hombres, forma pueblos fuertes, inexpugnables al saqueo material y moral; y de estos pueblos hondamente vinculados nacen las personalidades más fuertes y diversas. Los pueblos sin tradiciones, en cambio, están abocados a la soledad más hosca, que es la que a la vez que predica el individualismo conduce a la masificación; y de estos pueblos, inermes ante los expolios morales y materiales, solo brotan personalidades flojas y mostrencas, debilitadas por la obsesión de independencia y libertad, que sin embargo acaban haciendo invariablemente las mismas gilipolleces gregarias. Por eso las sociedades sin tradición son, paradójicamente, el paraíso de la estadística: porque allá donde no hay tradiciones (que son el cauce por el que fluye nuestra personal originalidad), el comportamiento de las gentes, aparentemente errático, es sin embargo fácilmente previsible, casi automático. Pero quienes nos desean ver convertidos en masa solitaria, reducida a la esclavitud, no nos arrebatan abruptamente nuestras tradiciones (por temor a que la reminiscencia o nostalgia que anida en nuestras almas nos empuje a la rebelión), sino que se divierten entregándonos sucedáneos paródicos que, a la vez que actúan como placebos de nuestro dolor, a ellos les permiten divertirse cruelmente a nuestra costa, viéndonos cultivar aficiones y hábitos chuscos y estrambóticos.
Nada complace más a quienes nos quieren reducir a masa solitaria que vernos organizar encierros de bisontes, después de que hayamos olvidado la crianza del toro bravo. Nada les complace más que vernos comer (¡relamiéndonos!) una birria ferranadrianesca cocinada con nitrógeno líquido, después de que hayamos olvidado cocinar (¡y hasta saborear!) unas sopas de ajo. Nada les complace más que vernos bailar espasmódicamente con una putilla empastillada a la que no conocemos de nada en una discoteca, después de que nos hayamos olvidado de bailar un chotis con nuestra vecinita en las verbenas. Nada les complace más que vernos cantar en misa canciones guitarreras y oligofrénicas, después de que nos hayamos olvidado del canto litúrgico. Nada les complace más que brindarnos consejo en la elección de novia a través de una agencia de contactos de interné, después de que hayamos renegado del consejo de nuestra madre.
Así nos quieren: despojados de nuestras tradiciones, reducidos a un gurruño humanoide que se revuelca complacido en sus deyecciones, alimentado con sucedáneos paródicos, sórdidos o irrisorios. Convertidos en rebaño, en chusma, en piara a la que, además, cobran por el suministro de sucedáneos.

Juan Manuel de Prada