¿Cabe reflexionar en clave católica sobre la boda del Príncipe Don Felipe con Doña Letizia Ortiz? Sí, y la reflexión entristece.
1. Desde el Catolicismo todavía no se explicó a los católicos de a pie cómo es posible que una señora casada y divorciada por lo civil, públicamente agnóstica y defensora del aborto, se pueda casar del modo que lo hizo por la Santa Madre Iglesia. La Iglesia Católica, y con razones poderosas, exige normalmente en estos casos una retractación. Pero Doña Letizia Ortiz no es ya un personaje privado, sino un personaje público. Y esa retractación, en la cual debiera explicar cómo una bautizada no se casó por lo eclesiástico, hubiera debido ser pública, puesto que público es su puesto. No hay noticias de tal retractación, lo cual es preocupante. Como no hay noticia de que abjurase de su agnosticismo ni de su defensa de la muerte de los inocentes. Si Doña Letizia sigue siendo agnóstica y se limitó a cumplir lo mínimo para posibilitar la boda del modo institucional al uso, el matrimonio sería sacrílego.
2. No deja de ser extraño que se emitiera un comunicado por parte de la Conferencia Episcopal Española el jueves anterior a la boda diciendo que la boda sería celebrada por Monseñor Rouco solamente y a la hora de la verdad es concelebrada por Rouco y los dos Vicarios Castrenses. Monseñor Rouco quiso asumir esa responsabilidad para sí solo, ante Dios y ante la historia y, al final, Monseñor Estepa, amigo del Rey y quien ha dirigido la “formación” de Letizia, decidió saltar a la palestra y cargar con la cruz (o fechoría) de la boda. ¡Ay de los respetos humanos!
3. Desde el Tradicionalismo político no puedo por menos de citar a mi siempre admirado Henrique Barrilaro Ruas, de uno de cuyos artículos extractamos:
“Eis, pois, El-Rei duplamente cativo do Poder. Para longe a roupagem fulgurante! Para longe a própria natureza, exigente, em humana medida, de humanas ambições... Como a água cantante que jaz cativa, porque há-de servir para sinal de Deus; como o cordeiro que Abel sacrificou; como o pão e o vinho de Melquisedec – esse homem foi distinguido dos outros, para ser, fora de si mesmo, numa esfera que não é a sua, o senhor de todos: incluindo em todos aquele que ele próprio é.
Deus o cativou; a História o conserva cativo. Um vínculo, uma servidão originária, que por geração se transmite como o pecado de Adão, faz de El-Rei o homem mais despido de aparatos, companheiro da pobreza, exilado de si mesmo... Para cumprir.”
Es decir, la primera misión de la Monarquía es la su ejemplaridad, su servicio y la defensa de los pobres (incluyendo una sólida y fuerte barrera ante la plutocracia). Por más que en España ha habido siempre y sigue habiendo una fortísima presión mediática para ocultar los defectos de la Casa Real, estos ya trascienden cada vez más y más.
3. Los Borbones han sido históricamente un desastre, un flagelo y un castigo para todas las Españas. Entre otras muchas cosas no sólo arrasaron con la justicia y equidad del sistema virreinal de los Austrias, expulsaron a los jesuitas en España y los machacaron con mercenarios en Paraguay, importaron el enciclopedismo, se infectaron de odio a la Iglesia –a la que robaron y saquearon en la desamortización- y enfeudaron a España con una Francia que desde el 1500, posiblemente desde los Capetos, siempre tuvo más presente su tentación nacionalista y galicana que el servicio a la Iglesia Católica, como señala –entre otros- Jean Dumont en su libro Lepanto, la historia oculta. La secular tradición política española, que tiene una weltanschauung bien diferente al reconocer la Monarquía en virtud no sólo de la legitimidad de origen, sino también de la legitimidad de ejercicio. El Marqués de Valdeiglesias, que trató a los Borbones muy de cerca, no pudo por menos de escribir su testamento citando a Donoso Cortés:
“Parecía que sólo la construcción completa y acabada de un sistema monárquico, que no se agotara con la colocación de un Rey en la cúspide, podía dar la solución del problema. Ni el mando de uno ni la entrega a las pasiones volubles de la plebe. Ambas cosas son construir sobre arena. ¡Desgraciado del hombre que se fía de las aclamaciones que pueda la masa tributarle en un momento! Fernando VII recibió el nombre del Deseado. Su retorno a España fue aclamado con fervor. Con el mismo fervor que acompañó a Isabel II durante casi todos los años de su reinado sin perjuicio de que a su caída se escribiera en todas las paredes: “Cayó para siempre la raza espúrea de los Borbones en justo castigo de su perversidad” y fuera inútil que una y otra vez se borrara el infamante letrero porque volvía invariablemente a aparecer como expresión del sentir unánime de un pueblo. ‘El destino de la Casa de Borbón es fomentar las revoluciones y morir en sus manos’, dijo Donoso Cortés. ¿Es un sino personal o es una prueba de su incapacidad para organizar convenientemente el Estado?”
X. Las constantes clásicas y el ideal de la Monarquía española han permanecido guardadas en el Carlismo. Frente a ello, esta monarquía liberal y plutocrática no ha hecho sino socavar la misión metapolítica de España que, como la de Portugal, no es otra que la de propagar la Fe de Cristo por todo el orbe. Cristo no sólo reina individualmente sobre cada uno de nosotros, sino también sobre las sociedades, sobre las que tiene derecho. Y de Dios, o de la misión que Dios encomienda a una nación, no se mofa nadie. Ni siquiera un Rey o un Príncipe.
4. Epílogo: Quiera Dios que me equivoque y quiera Dios que España no purgue en sangre sus muchos y terribles pecados de hoy día. Mi diagnóstico, empero, es que en esa boda de Don Felipe y Doña Letizia empieza el principio del fin de esta dinastía ajena al ser de las Españas y refractaria a la virtud.
Quizás España, que ha traicionado la misión que Dios le asignó, también esté por morir. O quizás no …
Rafael Castela Santos
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