Yo siempre fuí creyente en lo íntimo de mi alma; pero mi fé era estéril, porque ni gobernaba mis pensamientos, ni inspiraba mis discursos, ni guiaba mis acciones. Creo, sin embargo, que si en el tiempo de mi mayor abandono y de mi mayor olvido de Dios, me hubieran dicho: "Vas a hacer abjuración del catolicismo o a padecer grandes tormentos", me hubiera resignado a los tormentos, por no hacer abjuración del catolicismo. Entre esta disposición de ánimo y mi conduta habia sin duda alguna una contradicción monstruosa. Pero qué otra cosa somos casi siempre sino un monstruoso conjunto de monstruosas contradicciones?
Dos cosas me han salvado: el sentimiento exquisito que siempre tuve de la belleza moral, y una ternura de corazón que llega a ser una flaqueza; el primero debia hacerme admirar el catolicismo, y la segunda me debía hacer amarle con el tiempo.
(...)
El misterio de mi conversión (porque toda conversión es un misterio) es un misterio de ternura. No le amaba, y Dios ha querido que le ame, y le amo; y porque le amo, estoy convertido.
Donoso Cortés - 1849
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