quarta-feira, novembro 10, 2004

Glosando a Félix Lamas - La Nácion - 1

Esto fidelis usque ad mortem
et dabo tibi coronam vitae ...


Tomo, de nuevo, la editorial que publicara sobre la nación el profesor argentino Félix Lamas para la revista Moenia.
Lo que está en cursiva son mis glosas.


“La revolución anticristiana del s XVIII sólo en su inspiración final y abusiva es democrática: es también, primeramente, de inspiración monárquica, y de hecho no solamente de los monarcas protestantes. No hay esencialmente en Francia, como lo demostraremos, alianza del Trono y del Altar, sino en buena parte empresas igualmente sistemáticas del Trono, igualmente filosófico, contra el Altar”.
“Las provincias se vinculaban, por siglos de vida política, social y cultural, a esa tradición lotharingia, borgoñana e hispano-imperial que la monarquía de derecho divino a la francesa siempre ha ignorado y luego rechazó, cuando en los siglos XV y XVI se precisó el concepto.”
Jean Dumont. La Révolution Francaise ou Les Prodiges du Sacrilege.-


Vayamos pues con Lamas:

"Patria, Nación y Estado suelen designar en el lenguaje corriente a una misma y única realidad. Sin embargo, tomados con precisión y atendiendo a su contenido semántico originario, y sobre todo a la razón de imposición de su nombre, significan aspectos distintos de esa misma realidad, o bien lisa y llanamente cosas distintas. En el Derecho Internacional Público, ... los conceptos de Estado y Nación son sujetos de atribuciones jurídico‑normativas asaz diferentes. Cada uno de estos vocablos connotan además contenidos emotivos propios, que se tornan especialmente perceptibles cuando entran en composición con la partícula "ismo"; así, es obvio que no es lo mismo, ni doctrinaria ni emocionalmente, "patriotismo", "nacionalismo" y "estatismo". La identificación, no ya vulgar sino reflexiva, de estas palabras y de sus conceptos correlativos, ha sido más bien fruto de ciertas corrientes del pensamiento político contemporáneo, sobre todo identificadas con el democratismo rousseauniano, el romanticismo, el fascismo y algunas formas de socialismo.”

Estrictamente hablando, no hay una noción “tradicional” de nación, excepto en el sentido más lato de etnia (los hijos de cada patriarca). En el Nuevo Testamento el término “tá éthnee” designa simple, y en general peyorativamente, a los gentiles. Y, en realidad, la única nación específicamente consagrada en el Antiguo Testamento es Israel. La exégesis católica, empero, interpreta siempre a Israel en el NT como la Iglesia Católica. Como quiera que sea, el Cristianismo abandona esta posición, y la reemplaza por el dogma de que los hijos de Dios no nacen “neque voluntari carni, neque voluntari viri, sed ex Deo nati sunt”. La idea de que “la nación es una fundación” se aplica estrictamente a la patria o al Estado, pero no a la nación sensu stricto. Cristo, nuestro Señor, dijo sin embargo “id y evangelizad a todas las naciones”. No dijo a todas las gentes, a todos los pueblos o cualquiera de esas traducciones espúreas con doble significado que se apartan de la Vulgata.

“De estas tres nociones, la que resulta más fácil de definir ‑ y por lo tanto de distinguir de las dos restantes ‑ es la de Estado, por el desarrollo que la misma ha tenido en la ciencia política y el derecho desde la antigüedad clásica hasta nuestros días. Evitar la confusión entre "patria" y "nación" es ya tarea más delicada. (...)”

Para facilitar la discusión posterior voy a asentar aquí la definición de estado, con algunas precisiones, cosa que ya he hecho en posts previos. Para Aristóteles, el estado (Polis, polis) es “la comunidad de familias y municipios para una vida perfecta y autárquica, es decir, en nuestro concepto, para una vida bella y feliz”. Repasando lo anteriormente escrito, esta índole comunitaria del estado impide que se lo confunda con la mera estructura del poder (un error típicamente francés, y más desde Descartes), que no es sino uno de sus constitutivos formales. La autoridad es su causa eficiente, la ley su causa formal (entendida en sentido amplio e incluyendo los elementos consuetudinarios tanto como su composición administrativa y empírica), y el pueblo -constituido por el conjunto de las comunidades infrapolíticas- su causa material. La causa final es, como se sigue de la definición, el bien común. De aquí se sigue, por citar otro artículo de Lamas, que “la constitución o el régimen es principalmente fruto de la tradición, que es la fuente, la orientación, las posibilidades de éxito y el límite del gobernante que quiera asumir las funciones de fundador, conservador, reformador o restaurador de la vida política”.

“Tratándose de objetos sociales o culturales, que no constituyen sujetos subsistentes sino que forman parte del mundo humano, el recurso a la definición nominal suele ser necesario, máxime cuando lo significado por la palabra no tiene en nuestra mente contornos claros. Por otra parte, por este procedimiento de análisis semántico, se toma contacto con una forma de experiencia social muy rica, el lenguaje. La palabra nación (y sus correlatos en las lenguas europeas modernas) deriva de "natio", vocablo latino que indica principalmente la acción de la generación y el nacimiento (verbo nascor). Su etimología es común a geno, gigno, gens, etc dentro del ámbito latino, y a gignomai, génos, gónos, etc, en griego. (...)”
“A partir de esa idea originaria, y de acuerdo con la historia del vocablo y con las circunstancias que enmarcaron las sucesivas imposiciones del nombre a realidades diversas o a aspectos diversos de una misma realidad, podemos enumerar las siguientes connotaciones principales ... atinentes:
a) se pone de relieve un origen biológico común a una multitud.
b) es un principio vital de crecimiento o desarrollo.
c) comprende una comunidad de rasgos y caracteres, o semejanza, que constituyen una ‘clase’ en el sentido lógico y alguna forma de comunidad en el orden real. Semejanza que a su vez se refiere a la identidad de origen, o se explica por la misma.
d) se implica, por último, una cierta finalidad inmanente que rige la fuerza del desarrollo antes apuntada.”

La negrita es mía. De lo que se trata es de hacer las necesarias distinciones entre nación, pueblo y Estado.

“Es fácil advertir que el conjunto de las notas enumeradas aproximan el concepto semánticamente originario de ‘nación’ al de ‘naturaleza’. Su aplicación a las realidades sociales, por lo tanto, implica una concepción orgánica de las mismas, al modo de una naturaleza colectiva; el transfondo vitalista de esta imposición del nombre, (...) es evidente. De ahí la tendencia, común a muchos nacionalismos contemporáneos, a reducir la nación a la raza o a los vínculos de sangre, a identificar los caracteres nacionales con los rasgos étnicos o por lo menos a considerar lo racial como uno de los núcleos significativos del concepto de nación. A partir de este transfondo vitalista o biológico, se comprenden también los contenidos irracionales y emocionales que son anejos a este concepto.”
“Aplicada al orden político, pues, la idea de nación parece indicar el substrato natural y humano ‑con el fuerte matiz biológico apuntado‑ que constituye la causa material de las comunidades políticas. La comunidad de lenguaje, las semejanzas étnicas, la religión, las costumbres, la misma tradición, etc. son signos y a la vez efecto de una comunidad de sangre fundamental. La nación aparece así como la fuente de la vitalidad de un pueblo, y su cultura como una cierta ‘emergencia’ del espíritu. Estas nociones, desarrolladas sistemáticamente por Hegel, fueron profusamente recogidas por los nacionalismos románticos, positivistas e historicistas.”

Es precisamente por esta denotación que los idealistas y los dialécticos revolucionarios se apoyaron en la idea de nación para destruir la Cristiandad en Europa y en Hispanoamérica (en el último caso de la mano del indigenismo y sus variantes).

“A su vez, la visión vitalista (organicista, naturalista, etc.) que comporta originariamente el término y el concepto de "nación", lleva forzosamente a pensar en la finalidad inmanente del cuerpo social así concebido, es decir, en un destino que le es propio, al modo de la enletequia biológica de cuño aristotélico (aunque debe advertirse que precisamente Aristóteles se opone al organicismo político exagerado; no admite, en consecuencia, que se considere al estado, o al pueblo, como sustancia o naturaleza, pues en rigor son totalidades accidentales constituidas por una unidad de orden). Precisamente, José Antonio Primo de Rivera, en un brillante esfuerzo por superar las limitaciones estériles que advertía en los nacionalismos locales o particularistas, pero queriendo rescatar sus valores verdaderos y, sobre todo, el contenido de patriotismo que les es anejo, acuño su definición de nación como ‘unidad de destino en lo universal’.”

Aunque Lamas no hace hincapié en esto, hay una convergencia de la noción joseantoniana con la bíblica (en cuanto las naciones son vehículos directos e instrumentales de los designios de la Providencia en el Antiguo Testamento), como bien nota Carlos. Sin embargo lo crucial, y en lo que A Casa de Sarto ha venido insistiendo para dolor de asiduos lectores como Nelson Buiça y algún otro de cuyo nombre no quiero acordarme, y que para José Antonio quizás estuvo velado, es que el tiempo de las naciones está agotado. Por eso este modesto blog ha venido insistiendo en las claves proporcionadas por el Padre Leonardo Castellani para poder entender lo que pasa. (continua)

Rafael Castela Santos

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