Dejemos de lado la politiquería sucia y barata de Bush II y su séquito de “aristócratas” neoconservadores, ni tampoco en la de ese sujeto de dudosísimo pasado y peor futuro como es Kerry, a quien sospecho le cabe el clásico apelativo de “marrano”. Desconfío en general de la casta de Presidentes que han regido los Estados Unidos durante muchos años. Desconfío de los que aspiraban a convertirse en la nueva República romana de nuestra era y acabaron desembocando en la Nueva Cartago, en un imperio marítimo, eminentemente comercial, dirigido por una oligocracia de corte plutocrático y adoradores de una diosa Astarté a la que le ofrecen los sacrificios de sus propios hijos. Después de todo ya son varios millones los niños norteamericanos asesinados en los vientres de sus madres o justo cuando nacen. Desconfío, por más que son ya muchos los años que llevo por estas tierras de los Estados Unidos, país al que verdaderamente he llegado a amar, en el que tengo algunos de mis mejores recuerdos, muchos y buenos amigos y se ha convertido en mi segunda casa.
La diferencia sustancial entre los romanos de antaño y los cartagineses de hoy (léase los norteamericanos de hoy) es que los romanos tenían la poderosa amalgama de los lares, los dioses del hogar, que ellos veneraban piadosamente. Por el contrario en los EE.UU. cada vez hay menos piedad hacia la familia. Con horror, con asombro del que no logro reponerme, he sido invitado a varias casas últimamente donde carecen de una mesa sobre la que comer y departir juntos. Unas tasas de divorcio rampante, de infidelidad conyugal completamente salidas de madre, la observación sociológica de que la familia aquí es un lugar de paso –no un lugar de estancia-, la comida rápida y a domicilio como norma, a unos hijos casi forzados a abandonar el hogar tan pronto como cumplen los 18 años y otros muchos hechos me indican poderosamente que yo pertenezco a otra manera de entender la vida. A la postre las vivencias diarias configuran mucho más la psique que cualesquiera otra cosa. Recuerdo con saudade aquellas veladas de familia donde Portugal era ya el telón de fondo del horizonte, tres generaciones alrededor de una mesa, el rezo conjunto del Rosario, la laboriosidad y gusto por la buena cocina de las mujeres de mi familia cocinando platos a fuego lento que nosotros luego comíamos más despacio todavía, en mesas grandes y humildes, pero con mantel y cubiertos … aquellas conversaciones sin televisión hasta el amanecer con amigos y familiares, y yo sentía en esa provincia periférica del Imperio Romano de la Lusitania que me vio nacer la llamada de la Madre Roma, el pálpito común de la sangre compartida, el bálsamo de amistades como rocas y espíritu de los lares entre nosotros. Sé que aquello era Roma. Y sé que estos modernos USA tienen de todo, menos de Roma a la que algunos de sus visionarios como Patrick Henry o John Randolph of Roanoke soñaron poder ser.
Dejo que O Corcunda ponga el cierro a esta disquisición personal mía: «Talvez seja a minha “veia” vicoiana, mas um País sem uma unidade moral (implicitamente político-religiosa) não se pode afirmar como uma unidade perfeitamente coesa! A existência dos “lares” conferia uma unidade aos primeiros romanos, apesar do seu paganismo! A sua unidade espiritual era bem mais coesa (tanto em matérias privadas, como públicas) do que qualquer momento da história dos Estados Unidos da América. Aristóteles diria hoje que os EU nem sequer são uma “polis”, mas um mero agregado de interesses comerciais”. »
Querido amigo O Corcunda. Se lo repetiré por enésima vez: Idem sentire de Res-publica.
La diferencia sustancial entre los romanos de antaño y los cartagineses de hoy (léase los norteamericanos de hoy) es que los romanos tenían la poderosa amalgama de los lares, los dioses del hogar, que ellos veneraban piadosamente. Por el contrario en los EE.UU. cada vez hay menos piedad hacia la familia. Con horror, con asombro del que no logro reponerme, he sido invitado a varias casas últimamente donde carecen de una mesa sobre la que comer y departir juntos. Unas tasas de divorcio rampante, de infidelidad conyugal completamente salidas de madre, la observación sociológica de que la familia aquí es un lugar de paso –no un lugar de estancia-, la comida rápida y a domicilio como norma, a unos hijos casi forzados a abandonar el hogar tan pronto como cumplen los 18 años y otros muchos hechos me indican poderosamente que yo pertenezco a otra manera de entender la vida. A la postre las vivencias diarias configuran mucho más la psique que cualesquiera otra cosa. Recuerdo con saudade aquellas veladas de familia donde Portugal era ya el telón de fondo del horizonte, tres generaciones alrededor de una mesa, el rezo conjunto del Rosario, la laboriosidad y gusto por la buena cocina de las mujeres de mi familia cocinando platos a fuego lento que nosotros luego comíamos más despacio todavía, en mesas grandes y humildes, pero con mantel y cubiertos … aquellas conversaciones sin televisión hasta el amanecer con amigos y familiares, y yo sentía en esa provincia periférica del Imperio Romano de la Lusitania que me vio nacer la llamada de la Madre Roma, el pálpito común de la sangre compartida, el bálsamo de amistades como rocas y espíritu de los lares entre nosotros. Sé que aquello era Roma. Y sé que estos modernos USA tienen de todo, menos de Roma a la que algunos de sus visionarios como Patrick Henry o John Randolph of Roanoke soñaron poder ser.
Dejo que O Corcunda ponga el cierro a esta disquisición personal mía: «Talvez seja a minha “veia” vicoiana, mas um País sem uma unidade moral (implicitamente político-religiosa) não se pode afirmar como uma unidade perfeitamente coesa! A existência dos “lares” conferia uma unidade aos primeiros romanos, apesar do seu paganismo! A sua unidade espiritual era bem mais coesa (tanto em matérias privadas, como públicas) do que qualquer momento da história dos Estados Unidos da América. Aristóteles diria hoje que os EU nem sequer são uma “polis”, mas um mero agregado de interesses comerciais”. »
Querido amigo O Corcunda. Se lo repetiré por enésima vez: Idem sentire de Res-publica.
Rafael Castela Santos
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