domingo, maio 01, 2005

¿Seguro que la Iglesia Católica no criticó al nazismo?

(Respuesta debida a BOS).

Introducción
El amigo BOS me pone a los pies de los caballos con su texto que trae a colación otro de mi admirado Antonio J. Brito en respuesta a los míos (aquí y aquí). Defienden Brito y BOS que la condena de la Iglesia al nacional-socialismo no lo fue por el régimen en sí, sino por algunas de sus actuaciones. Evidentemente discrepo. No comparto el criterio de BOS y Brito de que como no hay mención expresa del nacional-socialismo no hay tal condena . Las razones que aduzco son:
1. La Encíclica, que normalmente se escribe en Latín, se hace en alemán. Va pues dirigida a Alemania, entonces bajo el yugo nazi.
2. La Iglesia ha tenido una larga tradición de no nombrar expresamente, para evitar herir sentimientos y –sobre todo- por prudencia diplomática en la que se pueden jugar con miles de asesinados, como era el caso de los nazis. Otros ejemplos en Alemania fueron con Bismarck o con el Káiser en 1917.
3. Comparar la no mención del nacionalsocialismo con la mención expresa del comunismo no es relevante. El comunismo ha sido un mal pavoroso (“intrínsecamente perverso”) contra el que no había nada que hacer, se hablara de él o no. El odio anticristiano de los comunistas es tal que se hiciera lo que se hiciera ellos siempre persiguieron a Cristo y a sus discípulos con saña.
4. La Iglesia no podía dejar de condenar a quienes desataron una persecución antisemita y anticatólica como pocas (ciertamente superada esta última por la hidra comunista).
5. El análisis de los hechos y discursos, así como consenso fundamentado de historiadores serios, judíos y no judíos, es que la Santa Sede condenó tanto el régimen nazi como sus acciones en múltiples y repetidas ocasiones.

Diplomacia, represalias y prudencia
Durante el régimen nazi cuanto más criticaba públicamente la Iglesia a los nazis, más se recrudecía la persecución contra católicos y otras minorías defendidas por la Iglesia, como los judíos. El ejemplo holandés es suficientemente representativo; o la súplica reiterada de que la Santa Sede se abstuviera de críticas públicas del régimen nazi por parte de la Jerarquía polaca. Bismarck (recuérdese su Kulturkampf y persecución de católicos) tampoco fue denunciado expresamente, sí condenado por la Iglesia.
Cuando luteranos, calvinistas y católicos se organizaron para denunciar el nacional-socialismo en el período prebélico de 1939, las amenazas a estos tres por parte del régimen nazi fueron inmediatas: se deportaría y encarcelaría a judíos conversos a estas confesiones. Como los católicos siguieron siendo los más acérrimos críticos del nacional-socialismo, a diferencia de las otras dos sectas protestantes, que fieles a su estilo sempiterno enseguida se ajustaron a las directrices del poder civil, sufrieron las consecuencias inmediatamente. Esto hizo reparar a la jerarquía vaticana si esta postura era la más prudente, pues el riesgo era muy caro. Más aún, las distintas comunidades judías, protegidas y a menudo representadas por el Vaticano, pidieron insistentemente que la crítica al nacional-socialismo por parte de Roma no fuera altisonante porque ellos sufrían las consecuencias de dicha crítica. ¿Obrar con prudencia ante el totalitario, sanguinario y opresor poder nazi es dejar de ser crítico?
La excepcional documentación proporcionada por la Kommission für Zeitgeschichte, allende los 40 volúmenes, menciona a Robert Kempner, Ayudante Principal del Fiscal de los EE.UU. en los juicios de Nuremberg. Se sabe que en Nuremberg se violaron principios jurídicos claros y se “desnazificó” a muchos que, para empezar, jamás fueron nazis. Hasta Kempner, que perseguía a menudo a gentes e instituciones que no debía perseguir, reconoce que la Santa Sede hizo todo cuanto pudo bajo el régimen nazi y alabó la decisión de Pío XII “to refrain from too outspoken protests against the persecution of the Jews in order to help them efficaciously is totally positive”. Es exactamente la misma situación de la Cruz Roja o del Concilio Ecuménico de Iglesias Cristianas, que ayudaron a innumerables judíos secretamente, y prefirieron no ser excesivamente llamativos en sus críticas al régimen nazi.
El contra-argumento que la Iglesia Católica sí criticó al comunismo, al cual llamó “intrínsecamente perverso”,. no es de recibo. Con el comunismo no había nada que hacer. El comunismo fue, es y será un enemigo tan feroz de la Cristiandad que contra él ya sólo quedan tres recursos: la denuncia pública y abierta, la oración y el sufrimiento del martirio. Criticar públicamente y continuamente al comunismo o no hacerlo no modificaba nada la actuación de los perseguidores, asesinos y torturadores rojos: los más sangrientos que haya sufrido la historia de la humanidad.

Acusación en Mit Brennender Sorge de que sí existió persecución contra los católicos en Alemania
La Encíclica habla del socavamiento del catolicismo y de violencia “inhumana” y narra situaciones extremas de persecución. Se lee en la Encíclica: “En vuestras regiones, Venerables Hermanos, se alzan voces, en coro cada vez más fuerte, que incitan a salir de la Iglesia; y entre los voceadores hay algunos que, por su posición oficial, intentan producir la impresión de que tal alejamiento de la Iglesia, y consiguientemente la infidelidad a Cristo Rey, es testimonio particularmente convincente y meritorio de su fidelidad al actual régimen. Con presiones, ocultas y manifiestas, con intimidaciones, con perspectivas de ventajas económicas, profesionales, cívicas o de otro género, la adhesión de los católicos a su fe -y singularmente la de algunas clases de funcionarios católicos- se halla sometida a una violencia tan ilegal como inhumana. Nos, con paternal conmoción, sentimos y sufrimos profundamente con los que han pagado a tan caro precio su adhesión a Cristo y a la Iglesia; pero se ha llegado ya a tal punto, que está en juego el último fin y el más alto, la salvación, o la condenación; y en este caso, como único camino de salvación para el creyente, queda la senda de un generoso heroísmo. Cuando el tentador o el opresor se le acerque con las traidoras insinuaciones de que salga de la Iglesia, entonces no puede sino oponerle, aun a precio de muy graves sacrificios terrenales, la palabra del Salvador: Apártate de mí, Satanás, porque está escrito: al Señor tu Dios adorarás y a El sólo servirás.” El desprecio de la jerarquía nazi hacia el catolicismo se lee en este párrafo: “La Iglesia de Cristo, que en todos los tiempos, hasta en los más cercanos a nosotros, cuenta más confesores y heroicos mártires que cualquier otra sociedad moral, no necesita, ciertamente, recibir de algunos ‘campos’ enseñanzas sobre el heroísmo de los sentimientos y de los actos. En su necio afán de ridiculizar la humildad cristiana como una degradación de sí mismo y como una actitud cobarde, la repugnante soberbia de estos innovadores no consigue más que hacerse ella misma ridícula.”
En otro momento la Encíclica señala que no hay paz entre la Iglesia Católica y Alemania: “Aquél, que sondea los corazones y los deseos es testigo de que Nos no tenemos aspiración más íntima que la del restablecimiento de una paz verdadera entre la Iglesia y el Estado en Alemania. Pero si la paz, sin culpa Nuestra, no viene, la Iglesia de Dios defenderá sus derechos y sus libertades, en nombre del Omnipotente, cuyo brazo aun hoy no se ha abreviado.”

Críticas específicas a aspectos concretos de la ideología nazi
Mit Brennender Sorge va más allá de la crítica contra el racismo o el antisemitismo nazi. Critica su weltanschauung neopagana, esa falsa y repugnante pseudofilosofía que se encuentra en el núcleo de la doctrina nazi: “Y ante todo, Venerables Hermanos, cuidad que la fe en Dios, primer e insustituible fundamento de toda religión, permanezca pura e íntegra en las regiones alemanas. No puede tenerse por creyente en Dios el que emplea el nombre de Dios retóricamente, sino sólo el que une a esta venerada palabra una verdadera y digna noción de Dios … Quien, con una confusión panteísta, identifica a Dios con el universo, materializando a Dios en el mundo o deificando al mundo en Dios, no pertenece a los verdaderos creyentes. Ni tampoco lo es quien, siguiendo una pretendida concepción precristiana del antiguo germanismo, pone en lugar del Dios personal el hado sombrío e impersonal, negando la sabiduría divina y su providencia, la cual con fuerza y dulzura domina de un confín al otro del mundo y todo lo dirige a buen fin: ese hombre no puede pretender que sea contado entre los verdaderos creyentes.”
No solamente condena Mit Brennender Sorge el neopaganismo nazi sino también la deificación de la raza o el Estado: “Si la raza o el pueblo, si el Estado o una forma determinada del mismo, si los representantes del poder estatal u otros elementos fundamentales de la sociedad humana tienen en el orden natural un puesto esencial y digno de respeto, con todo, quien los arranca de esta escala de valores terrenales elevándolos a suprema norma de todo, aun de los valores religiosos, y, divinizándolos con culto idolátrico, pervierte y falsifica el orden creado e impuesto por Dios, está lejos de la verdadera fe y de una concepción de la vida conforme a ella.” En otra Encíclica, Mystici Corporis, Pío XII vuelve a dar duro contra el paganismo: “La Iglesia de Dios ... es despreciada y odiada maliciosamente por aquellos que cierran sus ojos a la luz de la sabiduría cristiana y regresan miserablemente a las enseñanzas, costumbres y prácticas del antiguo paganismo”. ¿Qué otro régimen político había en el mundo entonces que hiciera del neopaganismo el cuerpo central de su doctrina? Sólo el nazi, así que por exclusión, rápidamente se deduce contra quien va la condena.
Mit Brennender Sorge apunta directamente contra los nazis, aunque no les nombre, al decir: “Solamente espíritus superficiales pueden caer en el error de hablar de un Dios nacional, de una religión nacional, y emprender la loca tarea de aprisionar en los límites de un pueblo solo, en la estrechez étnica de una sola raza, a Dios, creador del mundo, rey y legislador de los pueblos, ante cuya grandeza las naciones son gotas de agua en un cubo (Isaías 11,15).” Es mucho más que una crítica a las sempiternas tentaciones de una Iglesia nacional de lo que habla Brito. El único líder político de entonces que defendía ese cúmulo de despropósitos era Hitler. Mit Brennender Sorge afirma proféticamente que “los enemigos de Cristo que en vano sueñan con la desaparición de la Iglesia, reconocerán que se han alegrado demasiado pronto y que han querido sepultarla demasiado deprisa”. El “Reich de los 1000 años” quedó en una pesadilla de 12 años sembrada de muerte y destrucción por doquier, en particular para el propio pueblo alemán.
En el sutil lenguaje diplomático no cabe interpretar que Mit Brennender Sorge vaya dirigida contra las generalidades de las Iglesias nacionales, las interferencias en la educación católica y demás asuntos. Mit Brennender Sorge es una encíclica redactada y publicada en alemán, al contrario que la mayoría de las encíclicas, que la Santa Sede escribe en Latín.
Puede que Brito y BOS no consideren que Mit Brennender Sorge es una condena del nacionalsocialismo como tal, pero ésa no era ciertamente la percepción de los nazis, que ciertamente como tal lo entendieron y a la primera. La manera cómo reaccionan los nazis lo dice todo pues un memorándum interno alemán, fechado el 23 de marzo de 1937 calificaba Mit Brennender Sorge de “casi una declaración de guerra contra el gobierno del Reich”. Si Mit Brennender Sorge hubiera sido una generalidad, ¿por qué confiscaron las autoridades nazis todos los ejemplares disponibles, doce imprentas fueron cerradas, aquellos que eran culpables de haber distribuido la encíclica fueron encarcelados y las publicaciones de la Iglesia en que había aparecido la encíclica fueron prohibidas? ¿Por qué la mera mención de la Encíclica en la Alemania nazi se tipificó como delito? ¿Por qué el órgano oficial de comunicación de los nazis, el Völkischer Beobachter, lanzó un duro contraataque contra el “Dios Judío y Su delegado en Roma” al día siguiente de la lectura de la Encíclica en todas las Iglesias católicas alemanas? Otro órgano oficioso, Das Schwarze Korps, la etiquetó de “la más increíble de las cartas pastorales de Pío XI, cada frase en ella era un insulto a la Nueva Alemania”. ¿Por qué hubo una respuesta diplomática por parte de los alemanes, si Mit Brennender Sorge no fuera con ellos, cuando el embajador alemán en la Santa Sede recibió instrucciones de no tomar parte en las celebraciones solemnes de Pascua, y a las misiones alemanas en toda Europa se les dijo que “tenían que considerar a la encíclica papal una declaración de guerra... que incitaba a los ciudadanos católicos a rebelarse contra la autoridad del Reich”?
En el lenguaje diplomático no se pueden desdeñar los avisos previos a Mit Brennender Sorge dados por la Santa Sede. El 9 de febrero de 1934 Pío XI aprobó la resolución por la cual se condenó, incluyéndolo en el “Índice” de libros prohibidos, el libro El mito del siglo XX, del ideólogo nazi Alfred Rosenberg. Esto acontece justo dos semanas después de que Hitler nombre a Rosenberg jefe ideológico del partido nazi. El documento del Santo Oficio reza así: «Este libro desprecia y rechaza completamente todos los dogmas de la Iglesia católica, e incluso los mismos fundamentos de la religión cristiana. Defiende la necesidad de fundar una nueva religión y una nueva Iglesia alemana. Enuncia el principio, según el cual, hoy es necesario que haya una nueva fe mítica de la sangre, una fe en la que se cree que la naturaleza divina del hombre puede ser defendida a través de la sangre, una fe apoyada por una ciencia que establece que la sangre nórdica representa ese misterio que supera y que se sustituye a los antiguos sacramentos». ¿Si se condenan estas ideas específicas, no se está condenando acaso al régimen nazi en sí mismo por condenar las ideas que lo sostienen? Todas estas críticas de Mit Brennender Sorge son mucho más que críticas genéricas a errores modernistas o abusos del Concordato. Si la crítica fuera genérica, como parece inferirse de Antonio José Brito, ¿por qué se escribió en alemán?
Von Ribbentrop afirmó durante los juicios de Nuremberg que “teníamos los estantes llenos de protestas del Vaticano”. Ergo esa crítica le llegaba al gobierno alemán por activa y por pasiva.

Opiniones de historiadores y rabinos judíos
Sir Martin Gilbert, el biógrafo oficial de Churchill, que es judío, señaló en su libro The Righteous: The Unsung Heroes of the Holocaust que la actuación de Pío XII y de la Santa Sede había sido óptima y había denunciado cuanto había podido tanto al régimen como las persecuciones de judíos al tiempo que alaba su prudencia “que no tiene que ver ni con la cobardía ni con la complicidad”. El Gran Rabino de Roma, Zolli, convertido al catolicismo al acabar la cruenta guerra, no se cansó de expresar sus gracias a Pío XII por haber denunciado al “mal nazi” y por la “defensa de los judíos”. Otro Gran Rabino posterior, Elio Toaff, ha expresado sus agradecimiento por las denuncias hacia el régimen nazi de Pío XII. Alguien como Einstein, tan poco sospechoso de simpatía hacia la Iglesia Católica, reconoció en sus declaraciones a Time Magazine el 23 de Diciembre de 1940 que era la Jerarquía eclesiástica católica la única que estaba denunciando el régimen nazi y sus atrocidades. Pinchas Lapide, antiguo cónsul de Israel en Milán y estudioso de este periodo histórico, dijo que Pío XII hizo todo cuanto pudo hacer para denunciar el nacional-socialismo.
El historiador hebreo David G. Dalin dice que Pío XII “fue un tenaz crítico del nacional-socialismo”. Dalin critica a esta nueva ola de judíos a quien les ha dado por denigrar a Pío XII y, sobre todo, a la Iglesia Católica. Él añade que "los hebreos, más allá de sus sentimientos respecto de la Iglesia Católica, tienen el deber moral de rechazar todo intento de instrumentalizar el Holocausto y de usarlo de manera partidaria al interior de tal debate. Y esto particularmente cuando tal intento denigra los testimonios de los sobrevivientes del Holocausto y extiende a las personas equivocadas la condena que corresponde a Hitler y los nazis. El Rabino Dalin rechaza la idea de que una condena expresa a Hitler hubiera sido beneficiosa y comparte la idea de que tal remedio hubiera sido peor que la enfermedad. En un artículo en francés publicado por DICI leemos una declaración de este Rabino sacada de su libro Religion and State in the American Jewish Experience en 1998: “Pie XII, écrit-il, fut l’une des personnalités les plus critiques envers le nazisme. Sur 44 discours que Pacelli a prononcés en Allemagne entre 1917 et 1929, 40 dénoncent les dangers imminents de l’idéologie nazie. En mars 1935, dans une lettre ouverte à l’évêque de Cologne, il appelle les nazis «faux prophètes à l’orgueil de Lucifer ». La même année, dans un discours à Lourdes, il dénonçait « les idéologies possédées par la superstition de la race et du sang ». Sa première encyclique en tant que pape, Summi Pontificatus de 1939, était si clairement anti-raciste que les avions alliés en lâchèrent des milliers de copies sur l’Allemagne pour y nourrir un sentiment anti-raciste”. En este mismo artículo se añade, justificando la no inclusión expresa del nombre de Hitler o del nacional-socialismo, lo siguiente: “Marcus Melchior, grand rabbin du Danemark, qui a survécu à la Shoah : «Si le pape avait parlé, Hitler aurait massacré beaucoup plus que six millions de juifs et peutêtre 10 millions de catholiques ». Il rapporte aussi ceux du procureur Kempner, représentant les États-Unis au procès de Nuremberg : «Toute action de propagande inspirée par l’Église catholique contre Hitler aurait été un suicide ou aurait porté à l’exécution de beaucoup plus de juifs et de catholiques»”
Otros judíos como Michael Tagliacozzo –máxima autoridad de la comunidad hebrea de Roma sobre el holocausto-, Paolo Mieli y Richard Breitman – el único historiador con acceso a los archivos secretos norteamericanos- y el también citado Pinchas Lapide comparten estas tesis. Breitman, en una entrevista al Corriere della Sera, del 29 de junio del 2000, señaló por lo que respecta a Italia, lo que más le impresionó fue la hostilidad alemana hacia el Papa y el plan de germanización del país de septiembre de 1943. Breitman ha encontrado también «sorprendente el silencio aliado sobre el holocausto, cuyos primeros testimonios eran de finales de 1942. ¿Por qué los políticos alemanes tenían tal animadversión por el Santo Padre si sus críticas fueron solo vagas alusiones a su desacuerdo con una Iglesia nacional?

Breve historia de las múltiples condenas de la Iglesia al régimen nazi
Ya en el año 1929 Pacelli –entonces a la sazón Nuncio Apostólico en Alemania- había criticado a Hitler, de quien tenía una pobrísima impresión anterior incluso a su ascenso al poder, como también ha señalado el jesuita Peter Gumpel. Los clérigos católicos fueron de los primeros en Alemania en reconocer la amenaza nazi. En 1930, los obispos de Berlín y Westfalia condenaron a los nazis en sendas cartas pastorales. El cardenal Adolph Bertram de Breslau expresó por primera vez su oposición al nacionalsocialismo en 1930, al negarse al entierro religioso de un afamado personaje nazi. En unas declaraciones criticaba como un grave error la glorificación unilateral de la raza nórdica y el menosprecio por la revelación divina que cada vez más se estaba enseñando en toda Alemania. Alertó contra la religión ultranacionalista que los nazis estaban favoreciendo. En la primavera de 1931, los obispos bávaros condenaron igualmente al nacionalsocialismo y lo describieron como “herético e incompatible con la enseñanza Católica”. Declaraciones semejantes fueron hechas por los obispos de Colonia, Paderborn y el alto Rin.
Antes del ascenso de Hitler al poder ya los judíos votaban al partido católico alemán, el famoso Zentrum, como ha señalado el historiador Konrad Löw. Esto es así según él porque “la Iglesia católica condenó el naciente racismo y nacionalismo con toda claridad. Por el contrario los evangélicos quedaron en gran parte fascinados por las teorías raciales” El nombramiento de Hitler como Canciller fue aplaudido por los evangélicos, recuerda Löw, mientras que los obispos católicos condenaron las teorías nazis. Por este motivo los nazis persiguieron en primer lugar a los comunistas y los judíos, pero también a los católicos.
Hubo condenas por parte de la Iglesia antes y después del inicio de las hostilidades bélicas. Desde los inicios del III Reich el Secretario de Estado Pacelli aprovechó varias peregrinaciones de alemanes a Roma para criticar el régimen nazi. Ya entonces Hitler y su germanía hostigaban a la Iglesia Católica, incluyendo el encarcelamiento de eclesiásticos. En 1935 hay una campaña organizada de desprestigio de la Iglesia Católica en Alemania, también contestada desde Roma. El 9 de febrero de 1936, el Obispo von Galen pronunció públicamente un discurso antinazi en la catedral de Xanten. En respuesta, los nazis acusaron a Galen de estar intentando dar cobijo “a los corruptores de nuestra raza”. La gallarda actitud de von Galen tuvo su contrapunto: fue su diócesis en la que fueron encarcelados y asesinados más religiosos precisamente por su abierta crítica al régimen nazi.
Mit Brennender Sorge es redactada en 1937. En estos años el futuro Papa Pío XII va como Legado Papal a Lourdes, Lisieux, Paris and Budapest, y en todos estos discursos critica a los nazis, aunque sea sin mencionarlos expresamente. El 6 de septiembre de 1938, Pío XI, hizo unas fuertes declaraciones a la radio católica belga donde condenaba el régimen nazi y el antisemitismo. Otro destacado y valiente obispo alemán, Mons. Faulhaber, tuvo altercados continuos (incluyendo amenazas y violencia física contra él) con el régimen nazi por sus múltiples condenas al mismo.
En la alocución consistorial en la Navidad de 1940 Pío XII critica el régimen nazi. En el mensaje de Navidad de 1942 de Pío XII se vuelve a criticar sin paliativos al régimen nazi. En este mensaje Pío XII refuta punto por punto el programa “Neue Ordnung” (Nuevo Orden … ¡qué curioso! ¿Por qué será que Bush Sr. y Hitler utilizaban en mismo lenguaje?), un programa nazi donde las tesis racistas son llevadas hasta el paroxismo. El informe de los servicios secretos nazis reaccionando duramente contra Pío XII al tiempo que el diario de capital judío New York Times reconociendo la defensa de los judíos por parte de Pío XII hablan por sí solos. Si Pío XII no cuestionaba el régimen nazi, ¿cómo es posible que sus críticas fueran interpretadas como una crítica del mismo por los propios nazis? El texto está sacado del informe oficial nazi redactado por la Oficina Superior de Seguridad de Heinrich Himmler (la Reichssicherheitshauptamt) y dirigido al despacho del ministro de Asuntos Exteriores Joachim von Ribbentrop: “De una forma jamás vista antes, el Papa ha rechazado el Nuevo Orden Europeo Nacionalsocialista... Es cierto que el Papa no se refiere a los Nacionalsocialistas alemanes por su nombre, pero el discurso es un largo ataque contra todo aquello que defendemos ... Dios, dice, considera que todos los pueblos y razas merecen la misma consideración. Aquí está hablando claramente en defensa de los judíos ... En la práctica está acusando al pueblo alemán de injusticia hacia los judíos, y se convierte en la voz de los criminales de guerra judíos.” El maestro Brito y BOS pueden, evidentemente, seguir diciendo que no menciona expresamente a los nacionalsocialistas por su nombre, pero son los propios nazis los que se dan por aludidos.
El 2 de Junio de 1943, ante el Sagrado Colegio, repite sus críticas al régimen nazi. Previniendo que BOS pueda decir que Pío XII se abstiene de mencionar la palabra “judío” en estos mensajes, le diré que esto se había discutido con las comunidades judías y los norteamericanos y se decidió no hacerlo para evitar agravamientos en las deportaciones.
Incluso otra Encíclica, Summi Pontificatus, donde se tocan algunos temas “calientes” para los nazis hace que los jerarcas nazis se den por aludidos. Heinrich Müller, jefe de la Gestapo berlinesa, escribe: “Esta encíclica se dirige exclusivamente contra Alemania, tanto en la ideología como en la atención que presta a la disputa germanopolaca; lo peligrosa que es para nuestras relaciones internacionales y para nuestros asuntos internos está fuera de discusión”. Reinhard Heydrich, jefe de la oficina de seguridad de las SS en Varsovia, escribió: “Esta declaración del Papa hace una acusación inequívoca contra Alemania”.
¿Cómo es posible pensar que el régimen nazi no era criticado por la Santa Sede cuando es Pío XII el que trata de mediar –arriesgando muchísimo- entre un grupo de generales alemanes anti-nazis dirigidos por el general Ludwig Beck, que quieren deponer a Hitler y el gobierno británico, intentando llegar a un acuerdo de paz si los que planeaban sublevarse hubieran tenido éxito? ¿Cómo se puede afirmar que la Santa Sede no criticó al régimen nazi cuando Pío XII dijo en varias ocasiones que “la victoria de Hitler supondría el fin de la Iglesia Católica en Europa”? Radio Vaticano declaró que: “La guerra de Hitler no es una guerra justa y la bendición de Dios no puede ser para ella”, a pesar de las innumerables presiones de Hitler para instrumentalizar a Roma bajo pretexto de la lucha contra el bolchevismo.
El Concordato fue una trampa porque los nazis no tenían la más mínima intención de cumplirlo. En este mismo artículo que acabamos de enlazar puede estudiarse el colaboracionismo de amplios grupos protestantes y de cuán agradecido les estaba Hitler, al menos en los inicios del III Reich. La actitud ciertamente distinta de la Iglesia Católica desde el comienzo cosechó, esperablemente, una respuesta distinta por parte de los mandatarios nazis. La obra de Olrich von Held, Priester unter Hitlers Terror, demuestra lo mucho que sufrió la Iglesia Católica por su oposición al régimen y el odio de los nazis hacia lo católico.
El nacional-socialismo legisló contra lo católico. Cuando en lo histórico los hechos alcanzan las leyes sancionadas y las piedras erigidas, los datos suelen ser más bien incuestionables. ¿Puede BOS considerar lógico que la Iglesia no denunciara las tropelías contra católicos, muchos de ellos religiosos, como era el caso de los santos Edith Stein o Maximiliano Kolbe, u otros muchos mártires, como el Padre Titus Brandsma?
Von Stauffemberg, el general que atentó contra Hitler en 1944, era católico. Y católica era mucha de la resistencia al nacional-socialismo, fuera y dentro de Alemania. La ocupación nazi de Italia y de Roma en particular fue contestada por una reacción católica a la que se debió la salvación de miles de judíos que de otro modo hubieran sido deportados y asesinados o simplemente muertos en los campos de concentración nazis dada la situación de estos. Franco era católico a machamartillo y él no sólo tenía un pobrísima impresión de Hitler, sino que le resistió en Hendaya.

En defensa de Alemania y los alemanes
Ha habido ya dos generaciones de alemanes que no han conocido la guerra. Sin embargo se sigue haciendo responsables a los alemanes de todas las atrocidades nazis, como si hubiera una responsabilidad colectiva. ¿Cómo se puede culpabilizar a quienes no tuvieron ni arte ni parte en aquella pésima decisión de elegir a Hitler?
Hubo alemanes nazis y otros no. La mayoría, de hecho, no eran nazis. Si votaron al partido nazi lo fue en buena parte por el injustísimo orden internacional generado por el Tratado de Versalles. También por un malsano nacionalismo alemán, de corte romántico, que prosperó en medios protestantes más que en los católicos y que venía infecto del racionalismo desde el principio. El inmanentismo prusiano de Kant y sus sucesores (Hegel y Fichte), amplificado por Marx, generó una malsana reacción que fue el nihilismo. En ese caldo de cultivo donde el realismo templado de un Aristóteles y un Santo Tomás habían sido erradicados, creció la idolatría por ellos mismos. Circunstancias geopolíticas, como la necesidad permanente de un poder fuerte en Mitteleuropa, coadyuvaron. El desastre comunista y liberal de la República de Weimar exasperó a los aplastados alemanes. En medio de ese caos en la Europa de los años 20 y 30 se generaron movimientos de tipo totalitario que querían enfrentar a otro totalitarismo que era aún peor: el comunismo.
La gran mayoría de los alemanes, especialmente en el frente del Este, como muchos otros europeos que se fueron de voluntarios con las divisiones de la Wehrmacht, no lo hicieron por luchar a favor del nacionalsocialismo, sino por luchar contra el comunismo. Esta Europa que murió por un motivo noble, como la juventud aliada que creía luchar por su Patria, como los ingleses que se defendieron de los alemanes o entraron en la guerra por defender a Polonia, fueron sistemáticamente engañados en Yalta, cuando se entregó media Europa a las garras de la bestia comunista, la mayor máquina de asesinar y perseguir de toda la historia.
Esta es la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Se murió al final por evitar a los nazis para acabar cayendo en manos de los comunistas. Para Europa este sacrificio de millones y millones de hombres jóvenes y no pocos civiles, como asimismo el de la generación de la Primera Guerra Mundial, fue en vano. Este fue el signo del siglo XX y bajo esa misma égida hemos entrado en el XXI.
Aprendamos que las sendas de los nacionalismos (grandes o pequeños), de la lucha por poderes omnímodos e ilimitados ya militares ya plutocráticos, de las malas filosofías y peores ideas, del odio, en una palabra, desembocan siempre en la plaga apocalíptica de la guerra y sus inevitables acompañantes del hambre, la enfermedad, la muerte, la miseria física y espiritual, etc.
En medio de tanta noche, física, psicológica y moral, para la humanidad sólo brilla la luz de Cristo. El mismo Cristo que abrazaron los bárbaros germanos y que Carlomagno defendió. El mismo Cristo que ha sido el alma de la verdadera Confederación Germánica. El mismo Cristo, piedra angular del Sacro-Imperio Romano-Germánico. Cristo, Alfa y Omega, Señor de Señores, Rey de Reyes.
Vayamos, pues, en pos de Jesucristo, en quien está cifrada la salvación de Alemania, de Europa y del mundo entero.

Algunas páginas de interés en la red

http://www.apologetica.org/pioxii/pioxii-weyker.htm

http://www.catholicleague.org/pius/piusxii_faqs.html

http://www.catholicculture.org/docs/doc_view.cfm?recnum=345

Análisis diplomático extensivo: http://www.catholicleague.org/pius/piuswhitehead.htm


Rafael Castela Santos

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