sábado, março 05, 2005

En defensa de la doctrina tradicional de la Iglesia y del Padre Nuno Serras Pereira

No me sorprende en absoluto que en estos tiempos de caída generalizada en que vivimos se desaten las fuerzas contra un curita portugués que lo único que hace es aplicar a rajatabla la doctrina tradicional de la Iglesia: no se puede dar la Comunión a quien vive en pecado público. Lo que me todavía me sorprende, aunque no mucha dada la falta de lógica con que la gente vive, es que sean muchos declarados no-católicos o agnósticos (o incluso ateos y apóstatas) los que carguen contra este cura.
Como yo, que ni sé jugar al golf ni me gusta, opino en contra y me quejo de lo que el club de golf de Estoril puede haber acordado en su última reunión. ¿Qué tiene que decir sobre un asunto que es de régimen interno, como es la Comunión de sus fieles, alguien que no se considera católico? En pura lógica nada, pero siempre tiene que haber quien sólo sabe rebuznar sobre el particular.
La Iglesia no tiene que adaptarse a nada. Tiene que proclamar la Verdad eterna, la Verdad de los Diez Mandamientos y de Cristo urbi et orbi. En todo tiempo, oportuniter et importuniter, como decía San Pablo. Al mundo, sobre todo al orgulloso mundo de hoy día, le correspondería pensar si algo no va mal cuando se ha roto completamente con todos esos principios. Los principios morales y éticos son inmutables y los Dogmas no cambian ni se tienen que adaptar a nada. Son, no están. Essere, sed non existere, si se quiere darle una formulación más aristotélico-tomista.
Quien peca públicamente escandaliza y, por tanto, no está en comunión con la Iglesia Mística. Esta es la razón teológica. La Comunión tiene que ser negada a quien peca públicamente porque el pecado público tiene una dimensión gravísima y es un mal para la sociedad en su conjunto. Como puede serle negada la Sagrada Eucaristía a quien peca privadamente pero ha sido amonestado previamente por el Sacerdote. Para mayor aclaración y abundamiento en el tema léase este artículo [ http://www.catholicculture.org/docs/doc_view.cfm?recnum=5978
] que, por cierto, no viene de una página tradicionalista, pero sí de una parte de la red de la que discrepamos en Liturgia, pero que al menos conserva la Fe.
La Iglesia Católica, a diferencia de otras religiones como la musulmana, no impone su credo a golpe de alfanje, de «cree o muere» su religión. Quien quiere ser católico se tiene que adherir de corazón y aceptando una verdad externa que le es propuesta. Esa verdad externa, que para simplificar podríamos decir que es lo que está contenido en el Credo, implica la aceptación de la disciplina eclesiástica en aquello que es debido (porque también la Iglesia, monarquía templada donde las haya, no concede a nadie –si siquiera al Santo Padre- un dominio absoluto, y menos aún en materias que no le competen).
Ya decía Chesterton, ese monumento a la lógica y el buen humor, que «lo malo del hombre moderno no es que no crea en Dios, sino que cree en todo». Desde los que creen en la piramidología, en Zeus y Marte, pasando por la abigarrada New Age, etc. Quienes aceptan la Fe en su integridad tienen derecho a opinar sobre las muchísimas materias opinables (incluso de índole teológico) dentro de la Iglesia. Quienes se sitúan fuera de la Iglesia … pues eso: están fuera de la Iglesia, hasta en sus opiniones. Es perfectamente comprensible que los no-católicos (o que actúan como tales) critiquen u opinen en materias públicas, como lo es la posición de la Iglesia ante las leyes civiles sobre el aborto, pongamos por caso. ¿Pero por una cuestión de régimen interno?
Esto me recuerda lo que alguien, un cierto clérigo declarado enemigo de la Iglesia, le dijo al Padre Malachi Martin durante el Vaticano II: «esta vez no vamos a abandonar la Iglesia como cuando Lutero, esta vez nos vamos a quedar dentro».
Parafraseando a Chesterton podría decirse aquello de que «lo malo del hombre moderno no es que opine, sino que opina sobre todo, incluso sobre aquello que no tiene ni puñetera idea».
Todos los perseguidores y odiadores de la Iglesia Católica tienen ahora su hora. Es la hora de las tinieblas y conviene que los católicos nos preparemos para lo peor. El martirio (que, sin embargo, evita completamente el Purgatorio) ha dejado de ser una realidad posible para ser ahora una realidad más que probable para muchos de nosotros. Creerán, incluso, como nos dijo Cristo, que matando a los cristianos harán una cosa buena. Pero su gloria será efímera. Vendrá una Restauración Católica como posiblemente no se haya conocido ni en la mismísima Edad Media, y en la que un pequeño país del oeste europeo, llamado Portugal, jugará un papel crucial. Si quieren perseguir a los cristianos podrán hacerlo, con impunidad. Eso sí, que se atengan a las indefectibles consecuencias, porque Dios da a todos (incluídos a los no-cristianos, paganos, herejes, infieles y apóstatas) de su propia medicina. Quien a hierro mata a hierro muere. Dios, que envió a su Hijo Único –Cristo- al mundo para salvarnos, también venga a los suyos. Y para muchos de los declarados enemigos de Cristo sería mejor que Dios los vengase en el más acá que en el más allá. La Justicia de Dios, superlativa, es otro atributo del Padre que no se puede deslindar de su Misericordia, también superlativa.
Si el Padre Serras Pereira leyera esta humilde nota en esta humilde bitácora, quisiera darle un abrazo y mucho ánimo por su valentía, y le pediría que respetuosamente me diera su bendición sacerdotal. Un pecador empedernido como yo mucho la necesita. Por lo demás algo tiene Portugal cuando todavía tiene Sacerdotes que conservan la Fe, Sacerdotes valientes a quienes no le importan los ladridos de los ignorantes y del mundo. Aplícase aquello del Quijote a Sancho cuando le dice: «¡ladran, Sancho, luego cabalgamos¡».
Que los Beatos Francisco y Jacinta, y la Hermana Lucía, intercedan por el Padre Serras Pereira. Ante Dios nadie es héroe anónimo y Don Nuno ya ha dado muestras de heroicidad.

Rafael Castela Santos

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