sexta-feira, março 11, 2005
CONTRA EL IBERISMO: APUNTES PARA UNA EPIFANÍA IBÉRICA
Contra la unión de Portugal y España:
Hacia una metapolítica conjunta luso-española
Introducción
No deja de sorprenderme la animosidad que ciertos círculos y cenáculos tienen contra España en Portugal. Escribo este artículo inspirado en otro que el periodista vasco Iván Jesús T. Areitioaurtena publicara hace tiempo en Encuentros y en la enésima relectura de Antonio Sardinha, a quien se citará profusamente.
Es lógico que entre España y Portugal haya diferencias porque es imposible no tenerlas cuando la Providencia nos hace compartir una misma península. Las fricciones suceden con los próximos, no con los lejanos.
Sobre economía y otros asuntos mundanos
Se añade a esto que muchos portugueses, que a día de hoy tienen una maltrecha economía y un bajo índice de productividad dentro de Europa Occidental, perciben la invasión del capital multinacional bajo nombre español como una neoinvasión de “Castilla”, curiosamente la más expoliada región española y la que más ha padecido en los últimos 300 años el centralismo madrileño (y los actuales reinos de taifas) pero que sirve de chivo expiatorio para todos los enemigos declarados de España. Comenta el insigne Antonio Sardinha que
“el embate de los intereses nacionales es siempre corregido por la ley eterna de la Sangre y de la Historia, que nos hace encontrar a cada paso portugueses sirviendo bajo las banderas de Castilla y españoles haciéndolo bajo las de Portugal, y la regla que domina en las relaciones entre los dos pueblos es la de una cooperación que tiene tanto de amistosa como de espontánea”.
Volviendo a los asuntos crematísticos, no se percatan quienes así piensan de que ese capital es, precisamente, multinacional y que sus sedes están en París –preferentemente-, Bruselas o Ámsterdam, ya que el capital transnacional radicado en Londres sigue campando por sus fueros en Portugal.
Dado el deplorable estado de la economía portuguesa y lo mucho que queda por hacer en infraestructuras en el país hermano –amén de la carencia de una clase media portuguesa suficientemente potente y la existencia de unas clases populares con los más bajos niveles de renta, junto con Grecia, en Europa occidental- sería suicida para la endeble y tambaleante economía española el fusionarse con Portugal. Para aquellos que no tienen más dioses que su estómago esta razón pueda que sea la única que cuente y el resto de lo que escribo aquí les traiga completamente al pairo. Pero, en fin, este hecho cuenta y al menos sirve para evitar cualquier unión entre Portugal y España.
En cuanto a las críticas modernas sobre la “penetración” económica de España en Portugal suelen obviar dos hechos fundamentales: lo primero que el gran capital hoy día es apátrida, y que sólo hay que ver la composición de los consejos de dirección y de la procedencia del capital de las empresas que con nombre español han entrado en Portugal últimamente para comprobar que de español tienen poco. Añádase a esto que las verdaderas sedes de las empresas españolas están hoy día en París y que con Zapatero España ha renunciado a cualquier intento de política exterior propia para someterse sin condiciones a los dictados del francés. Si en el peculiar juego de la política internacional Francia desea mover sus peones contra Inglaterra (o contra Estados Unidos, pues son la misma cosa), que tiemblen los portugueses porque es esta España dominada por Francia la que ha hecho realidad las peores pesadillas de los portugueses acerca de España.
Aprecios, desprecios e inexistencia del deseo de unificación
Un profundo conocedor, intelectual, institucional y personal, de la realidad de España como es el portugués Pedro Guedes ha señalado en varias ocasiones desde su blog que apenas conoce a dos o tres españoles que piensen que la unión con Portugal sería deseable. No es sólo factibilidad (pues dicha unión no sólo es contra natura sino que tampoco es factible) sino la deseabilidad, y la gran mayoría de los españoles no desea semejante cosa.
La práctica totalidad de los españoles se alegran de los éxitos de Portugal en todos los terrenos (incluso el deportivo, como se demostró en el último campeonato europeo de fútbol cuando España fue eliminada la gran mayoría de los españoles querían que fuera Portugal la campeona) y pensar y sentir así es de ser un español bien nacido.
Por el contrario, y con honrosísimas excepciones, se encuentran en bitácoras teóricamente próximas a A Casa de Sarto una mayoría de portugueses que parecen gozarse del mal ajeno, como la actual crisis española, hasta proclamar incluso la portuguesización de España. O sea, que lo que no quieren –con razón y justicia- para sí mismos (la españolización de Portugal) sí que desean para el prójimo (la portuguesización de España, una ruptura implosiva o explosiva del país que a menudo despectivamente llaman “vizinho” –cuando en España lo habitual es llamar a Portugal el país hermano y esto se hace con buenos sentimientos- o pura y llanamente la anexión de vastos territorios españoles como Galicia).
Muy distinta es la actitud de estos modernos portugueses de la del padre de la dulce lengua lusa, Camoes, quien parece respirar otros aires:
“Eis aquí se descobre a nobre Espanha como cabeça ali de Europa toda”
“Com naçoens differentes se engrandeçe,cercadas com as ondas do Oceano,todas de tal nobleza, e tal valor,que qualquer dellas cuida, que ha melhor…O Tarragonez, que se fez claro…,Sujeitando Parthenope inquieta, O Navarro; as Asturias, que reparo,Já forâo contra a gente mahometa,O Gallego cauto, e o grande, e raro,Castellano, a quem fez o seu planeta,Restituidor de Espanha, e senhor della,Bethis, Leao, Granada com Castella”
Me pregunto si se aplica a el dictum de Carlos Malheiro Dias en su Exortaçao a mocidade a estos portugueses que se regocijan en el mal que aqueja a los españoles:
“Nuestra familiar convivencia con España sólo puede parecer peligrosa a aquellos en cuya alma tibia se debilitó el altivo e intransigente sentimiento de la Patria”.
Hago mías las reflexiones de Moniz Barreto cuando dice:
“Pero Portugal está interesada, no sólo en vivir en paz con España, sino en trabar con ella relaciones de amistad y alianza … la unión de pensamiento y de acción e independencia de gobierno, es a nuestro modo de ver, la fórmula actual, sensata y práctica del iberismo”.
Afortunadamente en España, salvo quizás algún ignorante, discapacitado mental o algún consumidor habitual de cannabis o sustancias afines, nadie desea ni la federación con Portugal ni la unión con Portugal y menos aún la invasión de Portugal. Y tampoco en Portugal una opinión pareja tiene eco alguno.
¿Hasta cuándo y hasta dónde hay que seguir manteniendo esta animosidad entre los dos países ibéricos? Porque una pregunta capciosa y provocadora me viene siempre a la mente: ¿a quién beneficia que España y Portugal sigan de espaldas la una a la otra?
Historia común
Hasta aquí un presente bien prosaico. Abordemos la historia para abocar a renglón seguido el futuro.
España y Portugal siguen historias completamente paralelas en sus orígenes. El sustrato celtibérico, la romanización (hecho clave), la invasión suevo-visigótica y –preeminentemente- la Reconquista (el común hecho histórico que más forma nos da en la doble afirmación antitética frente al Islam y la reafirmación positiva y soberana de la Fe Católica), son hechos que configuran las dos naciones ibéricas de manera similar. Las diferencias desde este punto de vista entre ambas naciones no son mucho mayores que las que existen entre los antiguos Reinos de Aragón y Navarra, pongamos por caso.
Se puede comprender cierto hincapié (a menudo exagerado) en los hechos diferenciales, como los suevos versus los visigodos, la división en provincias de los romanos, etc. También es cierto que había una Lusitania interior que tendría que ver con las provincias españolas de Zamora, Salamanca y Cáceres, y que el norte de Portugal estuvo bajo soberanía del Reino de León durante no poco tiempo. ¿Y qué? También los suevos estuvieron en Galicia, y por más que una serie de alucinados y alucinantes “lusistas” gallegos, que suelen militar en las filas de la izquierda marxista y/o marxistoide en el caso español y en algunos sectores “nacionalistas” portugueses, no hace falta preguntarle mucho a los gallegos para saber que ellos quieren seguir siendo españoles y no portugueses, como ha demostrado Jesús Laínz en su documentadísimo libro sobre los nacionalismos españoles publicado en Encuentro. ¿Y qué?
Para profundizar en el desencuentro entre las historiografías oficiales portuguesa y española léase aquí.
La conclusión es que ambas Patrias, netamente distintas como tales, están mucho más interdigitadas la una en la otra de lo que uno pudiera suponer. A diferencia de Francia, en la cual en virtud de los Pirineos y otras circunstancias históricas, hay poca transición, no son pocas las tierras fronterizas entre España y Portugal donde uno no sabe realmente cuándo empieza un país y termina el otro. Esa compenetración es no sólo geográfica, sino también histórica y –sobre todo- espiritual y hasta afectiva. Ahí están hechos como varios cantantes de fado que encuentran en España el público más receptivo para con ellos fuera de Portugal. O la enorme presencia de Pessoa o Saramago (la verdad que este último bien a pesar de A Casa de Sarto) en tierras españolas. O el siempre apabullante conocimiento y aprecio por la cultura española que exhiben las clases cultivadas del país lusitano.
La historia nos aproxima más que nos separa. Aunque a menudo los libros de secundaria portugueses reflejen casi lo contrario, y los españoles no reflejen nada de nada, lo que se perpetúa en los tópicos y estereotipos al uso de presentar una historia de Portugal en contraposición a la española. Ante esto Antonio Sardinha no puede sino clamar en el desierto:
“¡Cómo se mutila la historia de Portugal, si nos obstinamos en considerarla como aparte de la historia restante de la Península (Ibérica)”.
Metapolítica de la independencia portuguesa
Lo verdaderamente cierto es que por un misterio de la Providencia, ante el que hay que arrodillarse, como yo me arrodillo y venero y pido la intercesión de mi admirado Condestable Nuño, el gran gestador y héroe de la independencia portuguesa, es que la península ibérica, casi abocada por ley natural a ser un solo país, una sola nación, diese a luz dos naciones distintas y, a la vez, maravillosamente complementarias.
Es a esta luz a la que hay que entender a Afonso Henriques (y el reconocimiento de Alfonso VII de León hacia la nueva nación que emerge del Condado Portucalense tras la recomendación del legado papal) y a la victoria de Aljubarrota. Y sin embargo es en este período tras Aljubarrota cuando las edades de oro de Portugal y España acontecen. Edad de oro definida por la expansión de la Fe católica y la conjuración del secular peligro sarraceno. Es nuevamente Sardinha quien se percata finamente de esto y afirma
“Iniciada por la política matrimonial de los Reyes Católicos, esa cooperación amistosa entre España y Portugal se traduce bien pronto, y provechosamente, en la represión de la piratería berberisca, con nuestra marcha, a la conquista de Túnez. Cuéntase que Carlos V, viendo el valor de la escuadra mandada por el infante Don Luís, no pudo menos que exclamar que si fuese señor de Lisboa en poco tiempo lo sería del mundo entero. El reconocer la importancia de Portugal como factor imprescindible para que la Península (Ibérica) colocada entre dos mares, se defienda e imponga por los medios que sólo el poder naval le ofrece, está del todo definido en la frase del Emperador”
No es de recibo que la leyenda negra sobre Felipe II calase en Portugal. Felipe II tenía una actitud muy distinta, como los hechos demuestran a la pintada por la propaganda. La excelente biografía sobre Felipe II –obra maestra del norteamericano William Thomas Walsh-, publicada por TAN, así lo sostiene: Felipe II fue exquisito en el respeto de Portugal e Inglaterra cuando estas naciones por matrimonios dinásticos convergieron con España.
Antonio Sardinha, hombre providencial y clarividente que debiera ser el referente esencial a ambos lados de la frontera, y que ciertamente no era iberista ni hubiera aprobado la unificación de ambas naciones, escribió largo y tendido sobre este respeto y este talante dual de la Monarquía de los Haubsburgos cuando permanecieron fieles a sí mismos y al ideal cristiano de un Imperio con un absoluto respeto al principio de subsidiariedad no sólo de los distintos reinos y naciones, sino también de regiones y municipios. La obra teatral de Fuenteovejuna, al parecer basada en un incidente real, así lo pone de manifiesto.
No es pues extraño que Sardinha manifestase una y otra vez su admiración por la Monarquía de los Austrias en su magistral obra La Alianza Peninsular. Lo importante es reconocer que Felipe II, como sus bisabuelos los Reyes Católicos, tenían un concepto del Estado, la nación y la Patria basado en el Imperio Romano y, sobre todo, en la Catolicidad. Este apogeo de España, de la mano de la realeza de los Austrias, no acontece sin la íntima colaboración portuguesa, porque nuestras Casas Reales están íntimamente entremezcladas. Apostilla Antonio Sardinha que
“La Casa de Avís transmitió a los Austrias españoles su herencia, tanto física como moral. Sello admirable de nuestra raza, en todo se manifiesta demostrándonos cómo coincide con esa época de periodo de expansión plena del genio portugués … Realmente, la Historia de Portugal, en el siglo XVI, vibra llena de resonancias castellanas, a su vez la Historia de Castilla es un eco constante que repite con orgullo el nombre de Portugal”.
Y es a esta luz del sentido cristiano de la historia que hay que interpretar la Restauración de 1640. Cualquier español católico y medianamente informado, debería estar de acuerdo y suscribir que los portugueses reclamasen su independencia cuando un Felipe IV y una España completamente entregada a los designios del Conde Duque de Olivares –que no eran otros que los de la alta finanza internacional controlada por los de siempre, como denunciara y sufriera Don Francisco de Quevedo y Villegas- intentara manipular y extorsionar también a los portugueses. Ojalá el resto de los españoles de entonces hubieran podido liberarse de semejante personaje que tanta desgracia atrajo a España.
Del mismo modo que un católico inteligente debiera ser favorable a la independencia de los países hispanoamericanos en origen cuando estos lo único que querían era no desembarazarse de España, sino de Francia, que había invadido no sólo el territorio español sino su ser. Esto lo explican maravillosa y poéticamente los hispanoamericanos Ignacio Anzoátegui o Alfredo Sanz o el español Eulogio Palacios, gran defensor de la Hispanidad.
Falsos amigos de Portugal y España
Es hora de que los portugueses reconozcan el sometimiento infame a Inglaterra y que valoren que la “vieja alianza”, que podía ser posible y loable mientras Inglaterra permaneció católica, se trocó en un cuchillo de doble filo para Portugal. Sólo hay que ver la traición permanente de la política exterior británica, que en los tiempos de Pombal llegaba a sentar al Embajador de su “Graciosa Majestad” (es difícil averiguar qué tiene de graciosa y de majestuosa la dinastía espúrea que reina en el Reino Unido) presidiendo los consejos de ministros de los portugueses. Sólo hay que ver la traición a Salazar, que queriendo preservar la antigua alianza con Inglaterra fue luego traicionado y Portugal fue obligada a abandonar los restos de su Imperio de una manera infame gracias a la “buena”, y desde luego exitosa, concurrencia de la política exterior británica.
Es hora de que los españoles reconozcan el sometimiento infame a Francia y que entiendan que Francia no es sino un “enemigo admirable”, como calificaba Ernesto Giménez Caballero en su obra Genio de España al país galo. Que Francia, que tanto y tan loablemente ayudó a España y la conformó durante la Reconquista mediante el Císter y el Cluny y a través del Camino de Santiago, no es un aliado como antaño, sino un enemigo de España a día de hoy. Que ellos fueron los que ayudaban al turco y a punto estuvieron de estropear la victoria de Lepanto. Que ellos fueron los que impusieron a España las ideas iluministas de la Ilustración con una dinastía como la de los Borbones que –salvo la honrosa rama carlista- nos afrancesaron, nos humillaron con Carlos IV y nos invadieron matando el 20 % de la población española durante la Guerra de la Independencia contra las tropas napoleónicas (calamidad esta en la que también España y Portugal sufrieron juntas). Que por culpa de Francia España fue arrastrada y forzada a tropelías contra Portugal de las que como español me avergüenzo, que son los franceses los que siguen volcando los camiones españoles que cruzan Francia con productos agrícolas y que ellos siguen apoyando a ETA y a Marruecos (peligrosísimo enemigo común histórico de España y Portugal, como ha demostrado el Profesor Carlos Ruiz Miguel, Catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela, en su introducción a su libro sobre el antiguo Sáhara español) y que hasta parece que el horrible atentado del 11M en Madrid sucedió a sabiendas de los servicios secretos franceses.
Cuando los españoles hagan el supremo esfuerzo de interesarse por Portugal, porque sólo se puede amar lo que se conoce, y los portugueses sean capaces de deshacerse de sus vendas y ver a España como lo que realmente es y fue (no como lo que le cuentan determinadas élites interesadas); cuando los portugueses vean en Inglaterra al enemigo secular, de igual manera que los españoles deben ver a Francia; cuando ambas naciones nos demos cuenta de que tenemos una unidad de destino común en lo suprahistórico –que es la de ser misioneros y guerreros de la Iglesia Católica-, y que este ideal católico ha sido traicionado por Francia y por Inglaterra de manera distinta, pero traicionado y boicoteado siempre, entonces a lo mejor portugueses y españoles nos daremos cuenta de que estamos condenados a entendernos. Primeramente porque Francia e Inglaterra saben muy bien que una Península Ibérica agrupada en torno a un proyecto común, a una unidad no nacional (pues ambas naciones ibéricas deben y tienen que permanecer separadas), que sus hegemonías de medio pelo peligrarían; y en segundo lugar porque su proyecto de hacer de este mundo un lugar agnóstico, masón o luciférico (que a la postre es todo lo mismo) fracasaría antes de haberse intentado.
La permanente injerencia de Francia, que apoyó al turco en el pasado y ahora apoya al marroquí, en el norte de África no es sino una fuente permanente de conflicto y peligro para España y Portugal. Sardinha, que leyó y frecuentó profusamente a esa otra luminaria española llamada Juan Vázquez de Mella, así lo atestiguaba:
“Ocupada por Francia la más hermosa parte de Marruecos, si el imperialismo francés viene a radicar y desenvolverse en la cabecera de África, una grave amenaza se constituiría allí para el futuro de toda la Península Ibérica, que, colocada entre la Francia de Europa y África, quedaría convertida en una simple tierra de paso. Con inspirada razón declaraba Vázquez de Mella en una reciente conferencia, en Burgos, que la guerra de Marruecos era para los españoles una especie de guerra civil”.
Lo obvio, aún a riesgo de repetirme, es lo siguiente: a España le ha ido mal (y a Portugal peor) cuando quiera que Francia ha dominado mucho a España. También añadiré que a Portugal le ha ido mal (y a España peor) cuando Inglaterra ha dominado mucho a Portugal. Lo que tenemos que preguntarnos todos es a quién beneficia esta política del divide y vencerás que se aplica sobre la península ibérica. Dejo a mis inteligentes lectores la elaboración de esta respuesta.
Marruecos (y por extensión el Islam): enemigo común y declarado
Bien sabía Antonio Sardinha, hombre sabio, que Marruecos era el enemigo común de España y Portugal cuando dedicaba nada menos que su obra La Alianza Peninsular
“A la memoria de aquellos soldados españoles que, regando con su sangre anónima las peñas de Marruecos, supieron dar vida, en un siglo sin esperanza, a toda la grandeza histórica de Portugal”.
Porque el Islam nos llegó a negar el ser a españoles y portugueses. Cuando vivíamos organizada y felizmente en nuestro solar el Islam vino a despojarnos de nuestra libertad, de nuestras instituciones y hasta de nuestra religión. Justo fue que arrojáramos fuera de la Península Ibérica a tamaño invasor.
Pero ese mismo invasor persiste en el mismo empeño inicial, con especial inquina sobre nuestra común península, a la que burdamente denomina Al-Andalus y reclama de nuevo para sí, pues pocas veces el Islam ha sido obligado a retroceder y fueron nuestros antepasados los que le echaron de tierras portuguesas y españolas.
Particular peligro reviste la inmigración descontrolada que sufrimos, pero si a la postre acabaremos absorbiendo a aquellos inmigrantes hispanoamericanos o procedentes de la lusofonía, no pasará lo mismo con la inmigración marroquí o islámica , auténtica quinta columna en nuestras dos naciones.
Ya se sabe que los servicios secretos marroquíes estuvieron implicados en el ataque terrorista de la estación de Atocha en Madrid y es harto sabido que a los niños marroquíes se les inculca desde su más tierna infancia que la Península Ibérica en realidad pertenece a Marruecos.
Que España y Portugal ignoren la distinción preeminente de enemigo, en el sentido schmittiano, que corresponde a Marruecos y que no hagamos una política conjunta de neutralización de tan taimado enemigo –apoyado por Francia y EE.UU.- sólo se puede calificar de suicida.
Metapolítica católica común
Frente a todos aquellos que reclaman un mundo no católico o incluso abiertamente anticatólico España y Portugal deben alzar de nuevo la Cruz que asimismo se desplegaba en las naves que surcaron los mares de tres océanos y que llevaron la luz y la Fe de Cristo a todo el mundo. Esa es nuestra unión metapolítica, que debiera llevar a una unión en política exterior y en proyectos comunes y a respetar y consolidar la estructura binacional de la península ibérica. Nada más. Y nada menos.
Es a la luz de una metapolítica que nos indica la misión que las naciones acometen acá en la tierra y en la sinfonía de la historia que Dios dirige.
Hacen muy bien los portugueses de pro en ser verdaderos patriotas y defender la integridad de la Patria portuguesa, y yo les aplaudo por ello y me felicito de que Portugal sea fuerte porque sé como español que para que España sea fuerte Portugal lo ha de ser también. La interdependencia de las dos naciones ibéricas desde este punto de vista metapolítico es notoria y cualquiera que no haya reparado en ello todavía no tiene más que leer a Antonio Sardinha.
Iluminados por esta misma luz católica el iberismo resulta, para empezar, ridículo. Pero además esta idea del iberismo ha tenido históricamente tintes masónicos cuando no de avaricia descarada. El iberismo nos haría más débiles a ambas naciones. No nos beneficiaría en nada. Si algo pasa en Portugal siempre los portugueses pueden refugiarse en España. Si algo pasa en España siempre habrá una posibilidad de encontrar refugio en Portugal.
Hay que respetar la tradición binacional, máxime en un mundo cuyo empeño es en reventar las Patrias. Esto en Portugal no se hace vía España, que sería malo, y aún así sería menos malo que lo que actualmente pasa: la succión de las Patrias portuguesa y española en esa estructura intermedia, camino de la República Universal a presidir por el Anticristo, llamada Unión Europea. Ojalá que los pueblos español y portugués sean capaces de reconocer que el enemigo no está en la Península Ibérica, sino en Bruselas; que la moderna Europa es el verdadero enemigo a batir y que haremos bien en apartarnos todo cuanto podamos de Europa.
Portugal y España separadas, pero unidas por una común metapolítica católica de vocación universal, recuperarían una fortaleza que ya se olvida en la bruma de los siglos.
Uno no puede olvidar la intervención de la Divina Providencia.
Como católico la Restauración de 1640, a la que me uno de todo corazón y celebro con mis hermanos portugueses, es también el haber conjurado que de haber seguido juntos y con un Conde Duque de Olivares al frente hubiéramos acabado en el jacobinismo francés o cosa parecida los dos países ibéricos. Se puede decir que la Restauración de 1640 es un poco también la salvación de España.
Esta analogía sirve para entender el fundamento asimismo metapolítico de la devoción hacia Santa Juana de Arco. Si Santa Juana de Arco no hubiera vencido militarmente hoy toda Francia sería anglicana y, a pesar de todos los pesares, los franceses (que no Francia) siguen siendo católicos. Luego los portugueses sufrieron al Marqués de Pombal como los españoles a Floridablanca, personajes tóxicos como pocos, que a punto estuvieron de dar al traste con lo conseguido. Históricamente, sin embargo, también hemos tenido hombres providenciales como Salazar y Franco que nos salvaron durante 35 años de estar integrados en el diseño universal pergeñado en Yalta, pero sus obras se disolvieron como azucarillos en agua tras la llegada de la democracia.
Hubo tiempos en que eran los internacionalistas, a veces de corte anarquista (precursores del corrosivo BE portugués) los que eran los adalides del iberismo. No es pues extraño que sean los micronacionalistas de antaño, como el catalán Sinibald de Mas en el siglo XIX u hoy día, como Josep Lluis Carod-Rovira (dirigente de un notorio partido secesionista catalán de inspiración masónica, como su emblema atestigua), los que vuelven a abogar por un iberismo bajo cuerda, como han denunciado en solitario desde las filas del integralismo luso, la más lúcida y sensata de las corrientes políticas portuguesas, quienes desde la encomiable pluma de Manuel Alves, afirma con una clarividencia apabullante:
“A Federação Ibérica tanto interessa a Paris e Berlim, como aos nacionalismos de Espanha: a Paris e Berlim interessa porque, derrubando a Monarquia, diminui o papel da Espanha no seio da Hispanidad, confinando-a a um fragmentado espaço peninsular e europeu; aos Catalães e Bascos porque permite afirmarem-se mais perante a força centrípeta de Madrid;ao nacionalismo espanhol, porque agrega Portugal e espera controlar a partir de Madrid as forças centrífugas excessivas; e se um dia o Estado federal europeu acabar (o que não é impossível), fica pelo menos feita a união política da Península. Há ainda quem veja mais longe: o Estado federal ibérico integrar-se-á no Superestado europeu, e teremos um dia o Superestado mundial, o grande Leviatão.”
Porque éste es el verdadero peligro: el eje franco-alemán hoy día puesto al servicio de la destrucción de las Patrias portuguesa y española para amalgamarnos en la Unión Europea (verdadera federación contra-natura) y luego neutralizarnos en nuestras esencias nacionales y patrias para abocarnos a eso que Manuel Alves, con la finura lusitana que le caracteriza, llama el “superestado mundial” pero que yo, áspero castellano, no puedo dejar de llamar por su verdadero nombre: la República mundial gobernada por el Anticristo. Curioso que los iberistas que en este mundo han sido y son tuvieran la inquina que tuvieron y tienen contra el Altar –contra la Sacrosanta Religión Católica- y contras la Monarquías portuguesa y española. Esto da una idea de la verdadera naturaleza de los propósitos ultimos del iberismo, absolutamente convergentes con aquellos otros que han hecho de la destrucción del Altar y el Trono su divisa.
María y las dos naciones ibéricas
Portugal y España son tierras eminentemente marianas. La primera aparición de la Virgen María, en realidad Venida, puesto que ella no había muerto todavía, aconteció hacia el año 50 de la era cristiana en Zaragoza, ciudad que pervivirá hasta el final de los tiempos, como dejó claro María en su promesa y Dios siempre cumple lo que promete (¡más todavía si lo dice su Madre!).
Que fuera el Apóstol Santiago, uno de los tres íntimos de Nuestro Señor y que vio su gloria en el monte Tabor, el que trajera la semilla de la Fe a ambos países ibéricos es algo digno de mención y honra.
Luego la Virgen en Fátima hizo una preciosa mención de Portugal, donde “el dogma de la Fe nunca desaparecerá”. De alguna manera esa mención a Portugal consagra la independencia saecula saeculorum de la nación portuguesa.
De ahí que la salvación de España, tan arruinada espiritualmente hoy, vendrá de Portugal, donde las costumbres están todavía más preservadas y previsiblemente la Fe también. Es un proceso paralelo al que entrevió en sus visiones y profecías San Malaquías, allá por el siglo XI, donde profetizó que Irlanda sería hollada por la bota inglesa casi siete siglos para a renglón seguido decir que Inglaterra caería en la herejía y que sería Irlanda la que serviría de ayuda a Inglaterra para recuperarse de su castigo y, sobre todo, recuperar la Fe.
Ideario metapolítico común
Somos dos naciones. Nuestra vocación, empero, es la misma. En esta unión metapolítica que evita la unión política están cifradas las mejores esperanzas de ambas naciones ibéricas.
Frente a la Europa protestante y jacobina, frente al cosmopolitismo financiero internacional, Portugal y España deben seguir levantando el estandarte de la Catolicidad, juntas, sin fisuras, pensando la política exterior de un modo conjunto, elevando los ojos al Cielo a diferencia de todas esas naciones que ya apostaron por el inmanentismo. Esta es la gloria de ambas naciones: haber derrotado al moro y haber llevado a Cristo allende el océano. Lo demás es casi irrelevante.
España y Portugal tienen algo que decirle a esta Europa. Frente a su protestantismo nosotros afirmaremos nuestro catolicismo. Frente a su jacobinismo ilustrado y gnóstico nosotros alzaremos el estandarte del realismo moderado filosófico. Frente a su cosmopolitismo nosotros afirmaremos nuestra romanidad y nuestras peculeariedades y la defensa de las Patrias. Frente a la federación europea nosotros propondremos como mucho la confederación. Frente a la entropía del caos homogéneo que ellos pretenden nosotros nos enrocaremos en la heterogeneidad, la jerarquía y la organicidad. Frente a su empeño por lo comercial nosotros afirmaremos que las sociedades se sustentan en la producción agropecuaria primeramente e industrial. Frente a su capitalismo financiero sostendremos una sociedad donde el dinero no es ni lo primordial ni el fin último. Frente a su inmanentismo nosotros resistiremos tras el sólido baluarte de la trascendencia. Frente a su ecumenismo irenista nosotros gritaremos ¡Viva Cristo Rey, Señor del Universo y de la historia y sociedades humanas!. Frente a Mamonna y a Satanás a quienes sirven nosotros sólo serviremos a Dios y a su Santísima Madre.
Estas ideas son válidas para Portugal y para España, porque nuestras esencias y nuestra historia son comunes, aunque nuestras políticas y administraciones no lo sean. Este plan de vida y de ser, que nos hizo grandes, no es distinto del hoy día asumido y encarnado por otras naciones como las anglosajonas.
Es lo que desde el punto de vista literario Sardinha confirma al señalar la sincronicidad entre los dos grandes mitos literarios de las dos naciones ibéricas:
“No se extrañará, pues, que el sebastianismo marque, en relación al alma lusitana, lo que el quijotismo en igual y dramático sentido, marca, en relación, al alma castellana “.
Portugal, Rusia y Fátima
Las dos naciones específicamente nombradas por la Virgen María en Fátima fueron Portugal y Rusia. De Portugal Nuestra Señora dijo que no perdería el dogma de la Fe, ergo Portugal es una especie de último bastión dentro de la apostasía universal en la que ya vivimos, un auténtico último reducto de la Catolicidad. Es pues lógico pensar que Portugal está llamada a una formidable misión de recatolización europea y universal cuando acontezca la restauración católica tras el Castigo de las Naciones que irremediablemente –dada nuestra falta de arrepentimiento, penitencia y oración- se viene. Nótese, insisto, en la mención específica a Portugal, no a España y Portugal o a una Península Ibérica unificada.
Rusia, por el contrario, está específicamente nombrada en la profecía de Fátima como instrumento de castigo del mundo. Los errores de Rusia, primeramente el comunismo y luego todas sus variantes (feminismo, cosmopolitismo, pansexualismo, nihilismo, etc.) están siendo esparcidos por doquier. Tiempos vendrán en que Rusia castigará, previsiblemente manu militari, al mundo, ciertamente a esta Europa occidental tibia y apóstata. Sin embargo llegará el momento en que Rusia se convertirá a la Fe católica y a partir de ahí se iniciará la restauración católica, el período de paz que la Virgen prometió. En ese momento Rusia habrá pasado de ser la enemiga del Catolicismo que ahora es a convertirse en un adalid máximo de la Iglesia por Cristo fundada.
No deja de ser curioso este designio de la Providencia que utiliza a las dos naciones de los dos extremos de Europa para tan magna obra. En esto a España no le quedará otro remedio que unirse a Portugal y acompañar a la nación lusa en tan señalada misión.
Cabe preguntarse por qué estas dos naciones. Aquí, a sabiendas de que los caminos de Dios son siempre misteriosos e inescrutables, no cabe sino especular. Hay algo muy profundo y muy hondo en Portugal que va más allá de la arquetípica saudade, que es el amor, como sostiene Antonio Sardinha:
“Constituiría un desfile curiosísimo la simple enumeración de las leyendas y personajes portugueses que ilustran el teatro español desde Lope de Vega. Calderón y Tirso de Molina a Vélez de Guevara, Agustín Moreto y Joao de Matos Fragoso, éste (último) portugués de nacimiento, a pesar de ser toda su obra en castellano. El trazo principal que en estos autores destaca el carácter portugués es el del enternecimiento, el del amor”.
En el caso de Rusia la purificación sostenida del pueblo ruso en virtud de los sufrimientos que padecen de 1917 les hace candidatos idóneos (como la Reconquista nos hizo a nosotros en el siglo XVI) para acometer una gran obra, como esa Reconquista católica moderna a la que los rusos están llamados. Occidente, en su bienestar económico, se ha hecho avaricioso, sensual, lujurioso de poder, mundano … La salvación no vendrá de Occidente, sed et Slavia lux.
La Hispanidad: Epifanía de Portugal y España y misión inconclusa
Porque por encima de la españolidad y la lusidad está la Hispanidad, tan bien descrita por el insigne Cardenal catalán Isidre Gomá y por el Padre y filósofo Manuel García Morente que a ambas naciones unifica. Diría, como Urbano II, que porque “Deus vult”, porque Dios así lo quiere. Dos portugueses como Ricardo Jorge (“chamese Hispania a peninsula, a hispano ao seu habitante ondequer que demore, hispanico ao que lhez diez respeito”) o Maria Carolina Michaelis de Vasconcelos (“Hispanis omnes sumus”) atestiguan la común hispanidad.
En un artículo del Padre Zacarías de Vizcarra encontramos la siguiente explicación de la naturaleza de la Hispanidad:
“El pueblo del Cid –dijo–, como entidad ética, fue el creador de una actitud acerca de la fidelidad, acerca de la defensa del desvalido, la dignidad del caballero y el honor del hombre; no sólo el honor exterior, diré así, que nace obligadamente en las relaciones con los demás, sino el honor íntimo o profundo, que tiene por juez supremo a la conciencia individual. Del Cid en adelante, los héroes españoles e hispanoamericanos son de su noble linaje. Es que en América transvasó la desbordante vitalidad de la Edad Media española, corriéndose impetuosamente por el tronco y las ramas la savia de la raíz histórica ... La hispanidad no fue nunca la concepción de la raza única e invariable, ni en la Península ni en América, sino, por el contrario, la mezcla de razas de los pueblos diversos que golpeaban en oleadas sobre el depósito subhistórico. La hispanidad ha dejado de ser el mito del imperio geográfico ... La hispanidad no es forma que cambia, ni materia que muere, sino espíritu que renace, y es valor de eternidad: mundo moral que aumenta de volumen y se extiende con las edades, sector del universo en que sus hombres se sienten unidos por el lado del idioma y de la historia, que es el pasado. Y aspiran a ser solidarios en los ideales comunes a realizar, que es el porvenir.”
Como dice el argentino Vicente Sierra:
“En Trento, por boca española, se subrayó el dogma de la libertad, es decir, el de la posibilidad de colaborar en la obra divina, poniendo a salvo la Encarnación en cada hombre, la real existencia de un cuerpo místico. En Trento se afirmó la existencia de la libertad en la posibilidad de consentir o resistir. Mientras Lutero decía que la Gracia encuentra al hombre corrompido y corrompido lo deja, agregando que su acción se reduce a no otorgarle la no imputabilidad del pecado, los misioneros de España (y Portugal), que no creían que la Gracia fuera una ficción jurídica, sino una renovación vital, penetraron en las fragosidades de las selvas americanas para llevarla a los naturales, seguros de que ella, vivificando a la naturaleza como una perfección elevaría a un ser perfectible. Tal es la siembra estupenda del siglo XVI. Frente al mundo que se debate en la angustia y el asco, sólo los ideales de la Hispanidad ofrecen salvación. Tenían razón Carlos I y Felipe II. Mientras los ideales que terminan en los Pirineos continúan dividiendo, los que allí comienzan unen a muchos pueblos dentro de lo esencial: un mismo sentido de la vida. El destino de la Hispanidad tiene que ser, por todo eso, salvar, en el caos que se avecina, la persona humana y, con ella, vencer al Anticristo. Es el imperativo que dejaron en América, sellado con su sangre, como un deber de conciencia. Legado que los hombres de América deben recibir, salvo que renunciaran a su propio ser y a su propia personalidad para insistir, por las vías del plagio, en recorrer caminos de muerte, como fueron aquellos en que los falsos apóstoles de la política sumergieron a América durante el último siglo. Pero muchas voces anuncian que ese peligro ha pasado. La voz auténtica del estilo de la raza vuelve a ser escuchada. Los hispanoamericanos principiamos a comprender que Dios está en nosotros, porque Dios está en la Hispanidad; y está en ella porque la Hispanidad —como sentido de la vida— es la verdad. La siembra española del siglo XVI se abre en esperanzas, que dicen que América, en las luchas del futuro, estará donde le corresponde: ¡con Cristo Rey!”
Conclusión
Para España ser fuerte precisa de un Portugal fuerte y sin hipotecas externas. Y viceversa: no puede haber un Portugal fuerte si España es débil y dependiente de Francia. Ojalá las naves portuguesas reinaran sobre el Atlántico y el Índico, ojalá si los marinos portugueses fuesen los dueños de los mares junto con los españoles. Bendita fuera la hora en que la vocación marítima de las dos Patrias propició la hora más alta de la historia, aquella donde Cristo reinó más y mejor por todo el mundo. Aquella donde juntos derrotamos al sarraceno y aquella donde el hereje del norte sufrió en carne propia el acero de nuestra espada.
Dos naciones distintas: un proyecto común. Nada de iberismos ni de políticas internas conjuntas. Antes bien separación nacional y en política interior. Y siempre. Pero, sí, una política exterior coordinada y un proyecto metapolítico común: el proyecto de la Hispanidad y el de llevar a Cristo a los confines del Universo. Lo mismo que nos dio gloria en el pasado cuando éramos hijos fieles de la Iglesia Católica nos la volverá a dar en el futuro.
Porque, como dice Antonio Sardinha,
“(La Península Ibérica) empezó a sumirse en un largo eclipse, que todavía no terminó, y que sólo encontrará fin cuando la alianza peninsular vuelva a restaurar el perdido sentido de la vieja unidad hispánica”.
Vieja unidad hispánica que no tiene otro fundamento que el de Cristo y que es decididamente mariana en su vocación, añado yo. Lo demás, la unión de Portugal y España, no es ni deseable, ni factible y, además, resultaría moral y políticamente reprobable.
Rafael Castela Santos
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Rafael Castela Santos
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sexta-feira, março 11, 2005
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