Los pocos, pero fijos, lectores de A Casa de Sarto saben que un servidor es monárquico convencido y saben, también, que no utilizo esta bitácora para entrar en politiquerías. Sin embargo a veces hay cosas más allá de la superficialidad epidérmica de las politiquerías de la prensa que conviene señalar.
El
demoledor ataque del matutino británico The Times contra Su Majestad Don Juan Carlos I ha tenido muchísimo eco en la prensa española y no poco en la prensa internacional también. Empero el ataque, que plantea asuntos interesantes, como la poca transparencia financiera de la Casa Real, el estilo de vida jet-set, etc., y que no entra en otros asuntos que la gente habla en España a nivel de calle (por ejemplo los líos de faldas del Rey, sus corruptelas y “tajadas” económicas, el abuso de poder sobre periodistas ejercido por la Casa Real, el nunca suficientemente aclarado papel de Don Juan Carlos en el intento de golpe de Estado de 1981 o sus amistades peligrosas con varios prófugos de la Justicia, encarcelados y demás). Personalmente creo que algunas de estas cosas no están probadas, así que no puedo sino dudar de ellas, pero de otras existe suficiente evidencia como para que sean innegables.
Tampoco entra el diario inglés en lo que es un secreto a voces en España: que el Rey ha apoyado descaradamente a los socialistas y que ha sido muy partidario y partidista. Un Partido Socialista obrero expañol que a día de hoy es más furibundamente republicano que nunca (si es que alguna vez dejó de serlo). ¿Es esta una alianza natural o más bien un contubernio contra-natura?
Tampoco entra (ni entraría) The Times en el perjurio del Rey (recordemos que la Monarquía alfonsina fue restaurada por imposición de Franco, contra el sentir mayoritario de aquella España de entonces), quien juró los Principios Fundamentales del Movimiento de Franco, y a quien luego le faltó tiempo para conculcarlos. Ni entra en que la firma del Rey, que ostenta el título de “Su Católica Majestad”, estampa y rubrica muchas de las criminales leyes españolas, entre las que descuella –pero no es la única- la del aborto. Ley refrendada por el Rey que ha permitido la impunidad del asesinato de cientos de miles de niños, inocentes donde los haya, en los vientres de su madres dejando así a Herodes a la altura de un miserable amateur. Balduino, aunque algo cobardón, evitó bañar sus manos en sangre inocente. Tengo para mí que este perjurio o estas firmas son infinitamente más graves que los otros pecados –también graves y mortales- de debilidad de los que algunos le acusan (que, insisto, yo personalmente no puedo creer porque no hay suficiente evidencia).
Juan Carlos I va ya mayor y su salud empieza a flaquear. En poco tiempo, aunque hago votos que esto sea cuanto más tarde mejor, también Su Majestad comparecerá ante el Altísimo y ante Él no habrá más que el alma desnuda de su Majestad. No habrá tráfico de influencias, ni patentes de corso, ni nada de nada. Cristo, Rey de Reyes, de Quien viene el poder del Rey de España, y Don Juan Carlos. Frente a frente. Y en ese momento se sellará el destino de Su Majestad por toda la Eternidad. Más joven que él su predecesor, nuestro Rey y Emperador Don Carlos I de España y V de Alemania, sin lugar a dudas el hombre más poderoso del mundo de aquel entonces, dejó todo el oropel y el poder de esta vida por la austeridad del Monasterio de Yuste. A día de hoy, y dado el bagaje aportado, yo no quisiera estar en el pellejo de Don Juan Carlos en esa hora suprema ante el Altísimo que para él ya, por ley de vida, está cerca.
Hace años en A Casa de Sarto, cuando iniciaba mi colaboración junto a JSarto en esta bitácora, escribí
un post sobre la boda del Príncipe que recibió mucho silencio por respuesta. Allí sacaba a colación un texto del Marqués de Valdeiglesias sobre la Casa de los Borbones:
“Parecía que sólo la construcción completa y acabada de un sistema monárquico, que no se agotara con la colocación de un Rey en la cúspide, podía dar la solución del problema. Ni el mando de uno ni la entrega a las pasiones volubles de la plebe. Ambas cosas son construir sobre arena. ¡Desgraciado del hombre que se fía de las aclamaciones que pueda la masa tributarle en un momento! Fernando VII recibió el nombre del Deseado. Su retorno a España fue aclamado con fervor. Con el mismo fervor que acompañó a Isabel II durante casi todos los años de su reinado sin perjuicio de que a su caída se escribiera en todas las paredes: ‘Cayó para siempre la raza espúrea de los Borbones en justo castigo de su perversidad’ y fuera inútil que una y otra vez se borrara el infamante letrero porque volvía invariablemente a aparecer como expresión del sentir unánime de un pueblo. ‘El destino de la Casa de Borbón es fomentar las revoluciones y morir en sus manos’, dijo Donoso Cortés. ¿Es un sino personal o es una prueba de su incapacidad para organizar convenientemente el Estado?”
Hubo un tiempo en que los Reyes eran, por encima de todo, los Jueces Supremos del Reino y, ante todo, los defensores de los pobres frente a nobles y poderosos. Muerto Balduino I, Rey de Bélgica, ya no queda Rey alguno en Europa que tenga un mínimo de bagaje ético que le respalde. Digámoslo claramente: Don Juan Carlos I, llamado “Su Católica Majestad” no ha refrendado su Trono del ejemplo ético y moral que hubiera debido acompañarle como católico primero y como Rey después. En estos tiempos de partitocracia plutocrática (creo que a esto lo llaman “democracia”), de Monarquías vaciadas de sentido y significado, lo único que puede dar sentido y significado a la Monarquía es, precisamente, el ejemplo moral y la solidez ética.
Desde hace varios siglos se sigue un ataque orquestado contra el Altar y el Trono. El Altar –poder espiritual, alma-, el Sacrificio incruento de Cristo en la Santa Misa, ha caído con la degradación litúrgica acarreada por el Vaticano II. El Trono, cuerpo y poder temporal, no informado por el alma ha caído en el naturalismo más burdo. Naturalismo que lo precipita en la corrupción inherente a todo lo que es simplemente humano y carente de lo sobrenatural. Lo que hoy nos queda, una Misa degradada y contaminada (válida en ocasiones, eso sí), y un Rey (todavía Rey, eso sí) sin respaldo ético son meramente imágenes invertidas, del Altar y del Trono.
Me produce una grandísima tristeza ver la caída de la Monarquía en España. Grandísima. Desearía con todo mi corazón que el Príncipe Don Felipe pudiera verse inspirado en reyes santos, como San Luis de Francia, San Fernando de León y Castilla, San Eduardo de Inglaterra, San Enrique de Alemania, o San Esteban de Hungría y la todavía no canonizada Isabel la Católica. Particularmente en reyes y reinas de nuestro entorno, como Fernando III o las Isabeles de Castilla y Portugal, deberían buscar el ejemplo y la inspiración. Si Don Felipe renunciase a mucho de lo que él, y Doña Letizia, han hecho … porque pueden, porque deben, porque mientras hay vida hay esperanza, podrían aglutinar lo mejor de España y dirigirnos y llevarnos hacia una vida virtuosa de la que ellos debieran ser los máximos adalides. Es aquí, en la vida virtuosa, donde está la felicidad de los ciudadanos del Reino, no en otra cosa. De esta manera neutralizarían la maldición que parece existir sobre la Casa de los Borbones y atraerían sobre sí unas Gracias y unas bendiciones celestiales que las palabras humanas apenas acertarían a explicar y aún muy burdamente.
¿Qué ha acontecido a Don Felipe, cuyos últimos años no han sido nada ejemplares? ¿Qué ha pasado a nuestro Príncipe, quien de adolescente era capaz de parar un domingo las vacaciones de invierno de la Casa Real para asistir a Misa? ¿Qué demonios se operó en él durante su estancia en Norteamérica? Estoy absolutamente seguro que si Don Felipe se conquistase ética y moralmente, y Doña Letizia le siguiera en esto, acabaría por reconquistar la confianza del pueblo español. Porque el Tradicionalismo político español, sabedor de la flaqueza humana, siempre ha declarado lo obvio: que la legitimidad de ejercicio está por encima de la legitimidad dinástica. Y si la legitimidad de ejercicio deja de existir …
Que reflexionen también en la Casa Real portuguesa, tan dado Don Duarte y su entorno a contemporizar con los poderes de este mundo, a hacer gala de un escandaloso respeto humano y a postergar y olvidar la Tradición política y religiosa del país hermano.
Dios acaba por destrozar aquellas Casas Reales que no cumplen con su cometido. La historia así lo prueba y lo seguirá probando. Torres muy altas ya cayeron y otras, como la Monarquía inglesa, tienen ya sus días contados. El oficio de Rey es un alto llamado para servir a la Patria y a sus súbditos, no para servirse de ellos. El primer deber que tienen los Reyes es cumplir con el Decálogo y ayudar a hacerlo cumplir, siquiera sea sólo con el ejemplo. Insisto: en estos tiempos de Monarquías vaciadas de significado sólo el ejemplo ético y moral puede otorgarles de nuevo el significado que jamás debieron perder.
El padre de la mentira, Satanás, sólo puede invertir lo que es de Dios. Un Trono invertido ya no es de Dios, sino del Príncipe de este mundo. Y el Príncipe de este mundo no tolera a ningún otro príncipe ni Rey. Tolera sólo a su mal remedo de hijo unigénito, el Anticristo. Pero éste, seguro, es republicano.
Y en el Infierno (imagen invertida del Cielo), que se puede empezar a vivir en esta tierra, no hay Monarquía: sólo tiranía (imagen invertida de la Monarquía). Porque al Trono y al Altar le une lo mismo: el sacrificio. El sacrificio por la Patria –que comienza por lo personal- y el Sacrificio incruento de Dios. Lo demás, ya digo, son imágenes invertidas. Es decir, satánicas.
Rafael Castela Santos