sábado, setembro 02, 2006

Resbalón

Con esto de escribir para las bitácoras, acabo leyendo cosas en la blogosfera. Una bitácora que me gusta es Embajador en el Infierno. Me metí en ella por recomendación de otra habitual mía: Cruz y Fierro. Ambas están sitas en nuestros enlaces aquí al lado mismo, a la derecha de nuestros textos.
No me resisto a hacer unas salvedades a este texto donde se reseña un libro sobre los templarios. Y no me resisto porque el manido tópico de que antes del Vaticano II era poco menos que el eón agnostozoico aparece en el mismo. Pero vayamos allá. Dice el Embajador en el Infierno que:

“En la discusión sobre la caída de la Orden el autor deja bien explícita su opinión que al final todo se debía a la imposibilidad física de llevar a cabo con éxito el ideal Templario del monje guerrero. Sobre todo duda Barber de la capacidad del ser humano de ser consecuente con los principios morales y espirituales de la Orden, que por lo demás no se diferenciaban demasiado de otras órdenes religiosas. En el fondo la duda de Barber no es excesivamente nueva, y salvando las distancias, corresponde a la estrecha concepción pre-Vaticano II según la cual solamente los religiosos enclaustrados tenían una mínima posibilidad de llevar una vida contemplativa coherente.”

Refresquemos la memoria a nuestros lectores y, de paso, veamos la falsedad del tópico “estrecha concepción pre-vaticano II”:
1. Las Órdenes Mendicantes, por ejemplo, también ellas, procuraban llevar una vida contemplativa coherente, y son muy anteriores al Vaticano II. ¿O no? ¿Es que no existe una admonición en la Regla de Orden de Predicadores, por ejemplo, a cultivar la contemplación? Y las Órdenes Mendicantes no son enclaustradas.
Así que los no enclaustrados también pueden llevar una vida contemplativa coherente. Ergo la proposición mayor del aserto “estrecha concepción pre-Vaticano II” queda de facto invalidada.
2. La Iglesia siempre ha predicado la excelencia de la contemplación, la excelencia de María sobre Marta que nos ilustran las Sagradas Escrituras. ¿No ayudan los claustros en su soledad y su silencio a esta contemplación? Ni siquiera el Vaticano II, que yo sepa, ha abrogado este común sentir de sentido común. ¿No es más fácil entonces la vida contemplativa en la sujección al Claustro que fuera del Claustro? ¿No es más fácil la vida contemplativa siguiendo los Tres Consejos Evangélicos de Pobreza, Castidad y Obediencia que aceptan los religiosos que sin ellos? ¿O vamos a negar lo obvio y lo coherente? ¿O es que vamos a negar que la vida religiosa es superior, en sí misma, a la vida del seglar, como la Iglesia siempre ha sostenido y como San Bernardo tan sucintamente explicaba?
Así que hay más y mejores posibilidades de una vida contemplativa coherente en el Claustro que fuera de él.
3. Que el Vaticano II haya hecho una llamada a la contemplación para todos, y que todos debemos procurarla, no quiere decir que antes no se hubiera hecho. ¿Qué otra cosa son sino las Órdenes Terceras tanto de Órdenes Mendicantes como los Dominicos o de Órdenes enclaustradas como los Carmelitas? Órdenes Terceras, por cierto, muy anteriores al Vaticano II. En los Estatutos de los Terciarios Carmelitas se habla específicamente de la contemplación, y no sólo del fomento de la vida piadosa.
Así que la contemplación se ha fomentado hace muchísimos siglos también entre los seglares, y no sólo entre los religiosos.
4. De mentalidad estrecha resultaría creer, contra toda evidencia, que poco menos que la Iglesia se descubrió con y tras el Vaticano II. Doctrinas que se tienen como emanadas del Vaticano II como la santificación de todos, religiosos y laicos, o la excelencia de la contemplación para todos, son viejas y muy anteriores al Vaticano II.
Así que el Vaticano II no aporta estos elementos como novedosos: son anteriores a él. El Vaticano II en estas materias, a lo sumo, ha subrayado aspectos ya enunciados anteriormente.
5. Actúan de manera estrecha quienes no admiten la evidencia de los hechos: que tras el Vaticano II y por culpa de él la Iglesia se ha precipitado a una catástrofe. No lo digo yo, lo dijo Pablo VI –el Papa del Vaticano II- el 29 de junio de 1972, en la basílica de San Pedro:

«Se creía que, después del Concilio, el sol habría brillado sobre la historia de la Iglesia. Pero en lugar del sol, han aparecido las nubes, la tempestad, las tinieblas, la incertidumbre … Una potencia hostil ha intervenido. Su nombre es el diablo, ese ser misterioso del que San Pedro habla en su primera Carta. ¿Cuántas veces, en el Evangelio, Cristo nos habla de este enemigo de los hombres? … El humo de Satanás ha entrado por alguna fisura en el templo de Dios.»

¿O acaso no ha habido una crisis como nunca de Fe, una adulteración y desvencijamiento del Depósito de la Fe sin precedentes (como se demuestra sin posibilidad de apelación en el libro Iota Unum), un vaciamiento de los Templos, una crisis de vocaciones como jamás la ha habido en la historia, un número tal de abandono de clérigos y monjas que exceden los de cualquier otro momento histórico, un laxismo moral sin precedentes, un brutal viraje de cualquier atisbo cristocéntrico de la Teología hacia un antropocentrismo rampante, una caída en el precipicio no sólo teológico sino también filosófico (por ejemplo la sustitución del sano tomismo por abyectas filosofías de corte kantiano, hegeliano y fenomenológico), etc.? Eso sí que resulta una actitud estrecha: mirar y no ver, oír y no escuchar. Darse cuenta de que estos males han sido precipitados por el Vaticano II y querer seguir ensalzándolo con el sempiterno sonsonete de “son los que interpretan el Vaticano II … son los abusos no admitidos por el Vaticano II … una mala interpretación … los que rodean al Papa …”.
Así que el Vaticano II no ha sido causa de aumento de la religiosidad, ni de la espiritualidad ni de la Fe. Tampoco de la contemplación.
Y, a lo peor, el Vaticano II es eso: una entrada del humo de Satanás en el lugar santo. Las pruebas de la auto-demolición (palabra también acuñada por Pablo VI) de la Iglesia son incuestionables.
Con todo, insisto, les recomiendo Embajador en el Infierno. Es un gran blog. Aunque a veces pegue un resbalón. Y si no me creen que es una fenomenal bitácora quédense al menos con esta sabrosona e hilarante anécdota que nos cuenta el Embajador en el Infierno.

Rafael Castela Santos

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