quinta-feira, julho 13, 2006

De la insustentabilidad de las ideas paganas y neopaganas

El Cardenal Zeferino González Díaz de Tuñón, O.P., fue uno de los más insignes propulsores del Tomismo durante el siglo XIX. En rigor debe uno decir que transpasada la mitad del siglo XVII el tomismo empezó a decaer, mucho por la falta de recurso a la fuente original y el abuso de textos de otros autores que en verdad eran segunda y hasta terceras y cuartas manos del Aquinatense.

Zeferino González publicó su Filosofía Elemental, obra que afortunadamente puede encontrarse en línea. Su Refutación del Panteísmo es sólo un capítulo de este libro, pero por la solidez doctrinal y metafísica, tal cual la expone el insigne Cardenal González, no nos resistimos a copiar aquí la estupidez pagana de identificar a Dios con el mundo. Una sana filosofía, como la del Cardenal González, derriba este insustentable mito.

«La identidad sustancial entre el mundo y Dios proclamada por el panteísmo, es absurda en sí misma y en sus consecuencias prácticas.

Es absurda en sí misma:

1º Porque la experiencia, tanto externa como interna, demuestran la existencia de seres distintos esencial y sustancialmente, incompatibles con la identidad universal de ser y de sustancia proclamada por el panteísmo, en virtud de la cual identifica la sustancia del mundo con la sustancia divina. La experiencia externa nos presenta cuerpos dotados de propiedades y afecciones, no solamente diferentes, sino contradictorias; el cuerpo que tiene la figura circular no puede ser idéntico al cuerpo que al mismo tiempo tiene la figura cuadrada: nos presenta los cuerpos compuestos de partes, no solamente distintas, sino también separables: nos demuestra, en fin, que el objeto de las sensaciones representativas, es un ser distinto del sujeto, y que la mesa en que escribo es una sustancia distinta y hasta separada de la luna que veo en el firmamento.

La experiencia interna demuestra de una manera invencible: a) que el sujeto o principio que piensa y siente en nosotros, es uno, simple e indivisible en sí mismo, y que por consiguiente, es distinto real y sustancialmente de los cuerpos compuestos de partes y divisibles: b) que el alma se halla pasiva en muchas sensaciones, y por consiguiente que es distinta del ser que determina estas sensaciones; y distinta con distinción sustancial, porque los accidentes o cualidades que determinan inmediatamente las sensaciones, no pueden existir sino en alguna sustancia que les sirva de sujeto, y c) finalmente, que los varios afectos de amor, de odio, de esperanza, deseo, &c., suponen y exigen algún ser distinto del sujeto o del yo.

2º Porque si el mundo y Dios fueran una misma y única sustancia, les convendrían los mismos atributos y predicados, siendo así que los atributos y predicados que corresponden al mundo son, no solamente diversos, sino muchos de ellos hasta contrarios a los que a Dios corresponden, lo cual demuestra evidentemente la diversidad sustancial y esencial de los dos, toda vez que no poseyendo la intuición inmediata y directa de las sustancias y esencias de las cosas, reconocemos la diversidad de éstas por medio de la diversidad de aquéllos, fundándonos en el principio de contradicción o en la imposibilidad de que una cosa sea y no sea al mismo tiempo, principio que constituye la ley esencial de la razón humana.

Ahora bien: Dios, o no existe y es una palabra vana, o es un ser absolutamente necesario como tal, existente por sí mismo, con independencia de otro ser, infinito en sus perfecciones, inteligente, dotado de un poder sin límites, simple e inmutable; porque esto es lo que el sentido común de la humanidad entiende por Dios, y sobre todo estos son los atributos que la razón humana pone en él por medio de demostraciones palmarias y evidentes, como se verá en la Teodicea.

Por el contrario, el mundo

a) Es contingente o no incluye necesidad absoluta, puesto que ninguna contradicción o repugnancia interna presenta su no existencia, pudiendo ser reducido a la nada, o no haber salido de ella, como no salieron otros mundos posibles.

b) Es mutable, como lo demuestran la multitud de mutaciones y cambios que experimentan las sustancias que le constituyen o componen. De donde se infiere que

c) Es también finito, o que no posee todas las perfecciones posibles, siendo evidente que la mutación real de una sustancia envuelve la adquisición o pérdida de alguna perfección, o por lo menos la capacidad o potencia para tener algo que no tiene.

d) Carece de inteligencia y libertad en la mayor parte de las sustancias, como son todas las inferiores al hombre, y principalmente las inanimadas, en las cuales no aparece vestigio alguno de razón ni de libertad.

e) Posee una actividad y causalidad limitada, puesto que cada uno de los eres de que se compone solo puede producir ciertos y determinados efectos, y todos juntos no pueden producir o sacar una sustancia de la nada, como puede verificarlo Dios por medio de su poder o causalidad infinita.

La identidad panteística es también absurda en sus consecuencias prácticas:

1º Porque admitida la identidad universal es preciso admitir que una misma cosa es al mismo tiempo cuerpo y espíritu, sana y enferma, sabia e ignorante, buena y mala, libre y no libre, y consiguientemente que dos contradicciones pueden ser verdaderas al mismo tiempo, lo cual equivale a negar y destruir la razón humana y hasta la posibilidad de toda ciencia: porque ello es incontestable, que destruido el principio de contradicción, solo resta el escepticismo universal, o mejor dicho, el nihilismo absoluto. Y esto es tanta verdad, que Hegel, único filósofo que tuvo el valor de revelar las últimas consecuencias lógicas del panteísmo, afirma paladinamente que el ser y la nada son una misma cosa. Esta confesión debiera bastar para que el panteísmo fuera desterrado para siempre del campo de la ciencia, cualquiera que sea la forma que revista.

2º Si el mundo y Dios son una misma sustancia, todas las acciones proceden de la sustancia divina, y ella es, por consiguiente, el principio único y el sujeto de los hurtos, torpezas, blasfemias y demás abominaciones que comete el hombre. Además, en este caso, el hombre no es responsable de estas acciones, las cuales no le pertenecen a él, sino como modificación de la sustancia divina; o mejor dicho, en esta hipótesis, no hay responsabilidad moral, porque todas las acciones del hombre son evoluciones y manifestaciones de la sustancia divina, y como tales, todas son igualmente legítimas, buenas y santas.

La proclamación de la divinidad del hombre y la consiguiente rehabilitación o santificación de la materia y de los sentidos, son las últimas y lógicas consecuencias del panteísmo en el orden práctico, consecuencias que algunos de sus partidarios han tenido el valor de deducir y la franqueza de profesar (1), así como Hegel tuvo valor y franqueza suficiente para llegar a la última deducción del panteísmo en el orden especulativo.

(1) Oigamos como se expresa la izquierda hegeliana, como si dijéramos, los partidarios rígidos del panteísmo hegeliano, por boca de uno de sus adeptos: «Dios es idéntico con el mundo: se manifiesta en las plantas, que sin conciencia de sí mismas, viven con una vida cosmomagnética... En el hombre, la Divinidad llega a la conciencia de sí misma y revela esta conciencia de nuevo por medio del hombre... Cada hombre solo encierra y representa una partícula del Dios-mundo; pero todos los hombres juntos encierran y representan en la idea y en la realidad todo el Dios-mundo. Cada pueblo tiene a lo más la misión de reconocer y manifestar una parte de este Dios-mundo... La humanidad entera es una encarnación de Dios... De aquí es también que el objeto de todas nuestras instituciones modernas es la rehabilitación de la materia, su reintegración en todos sus derechos, su restauración religiosa, su santificación moral. Nosotros marchamos en pos del bienestar material, porque sabemos que la divinidad del hombre se manifiesta igualmente en su forma corporal; fundamos una democracia de dioses terrestres iguales en felicidad y santidad.»}»

Zeferino Cardenal González, O.P.

(RCS)

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