En la estela de los aforismos de Nicolás Gómez Dávila traídos a colación por JSarto unos cuantos días atrás, se me ocurren un par de reflexiones menos poderosas, pero no menos ciertas que esos pensamientos como dagas con que Gómez Dávila nos obsequia.
Una de las características fundamentales, nucleares diría, de la modernidad es precisamente su fragmentación. Dondequiera que uno pone cualquiera de los sentidos, allá la evasiva modernidad le pone un galimatías descompuesto, desordenado y fragmentado. Si hablamos de pintura allá hay fragmentación, como el cubismo o el arte abstracto han expresado tan bien. Piénsese en un Picasso. En un Kansky o en Miró. ¡Qué diferencia de esto con el hispanoluso Velázquez … o con El Greco o el mismísimo Goya, por poner sólo unos cuántos ejemplos!
Si hablamos de música es exactamente lo mismo. Y el mal no viene del rock, como mucha gente piensa. De hecho hay buen pop y buen rock (si el director de este blog no se incomoda mucho con esta afirmación mía). Y escribo esto mientras escucho California Girls, de los Beach Boys. Pero pienso en esta mañana, cuando a mi secretaria se le ocurrió poner la BBC2 y tuve que soportar el ruido infernal de AC/DC, más infernal que nunca en una canción con la letra y la estridencia fragmentada de Highway to Hell. Es verdaderamente insoportable esa mezcla deslabazada de bajo por un lado, batería por otro y el guitarra estirando las cuerdas y produciendo ese sonido tan característico de la mayor parte del heavy metal. Compárase esto con un Johann Sebastian Bach, o con mis portugueses favoritos de estos tiempos, Madredeus.
En arquitectura pasa tres cuartos de lo mismo. Hace unas semanas, en la previa a una comida del “G8” (que son G7 en realidad pero que, como los mosqueteros, son 8 porque faltaba Pedro Guedes), como nos llaman nuestros amigos de Geraldo Sem Pavor, paseaba con mi amigo Andrés por Fátima. Al frente uno encuentra la Basílica, bien proporcionada en todos los aspectos, con un aspecto señorial. Al lado de ello la Capelinha, que la verdad es ya un ejercicio de feísmo. Y al otro lado un edificio que será muy funcional, pero que desdice de la notable arquitectura de la Santa Basílica por su excesiva geometría. Y el summum de fealdad, enfrente de la belleza de la blanca Basílica, es esa especie de antro de Satanás dedicado al ecumenismo. Una cosa redonda, amorfa, tan vacía de contenido como la pintura abstracta y tan carente de sentido como ella. Es un antro homogéneo y caótico, es decir, fragmentado.
Añádase a esta característica nuclear de la fragmentación la otra más espiritual del sufrimiento sin sentido y ya se tiene la receta que configura la modernidad.
Rafael Castela Santos
terça-feira, outubro 04, 2005
En la estela de los aforismos de Nicolás Gómez Dávila
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Rafael Castela Santos
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terça-feira, outubro 04, 2005
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