terça-feira, outubro 11, 2005

El carlismo es antiliberal también en lo económico

"Desde una óptica burguesa nunca se llegará a entender un movimiento tan genuinamente popular como el carlista. No, porque el abismo entre lo espontáneo, lo consuetudinario, lo popular, y la afectación racionalista es prácticamente insalvable.
El carlismo, además de la querella dinástica, representó, a lo largo del siglo XIX, la revuelta del pueblo cristiano contra la liquidación del sentido social de la propiedad por el naciente estado burgués. Esto lo reconoce y lo explica muy bien Carlos Marx en su obra “La revolución en España”. El análisis del joven Marx fue acertado en la observación de la realidad española de su tiempo, y solo patinó cuando se atuvo al rígido esquema del materialismo histórico, que le obligó a enmarcar las estructuras de libertades concretas dentro del sistema “feudal” de producción. Pero Marx se dio cuenta de que la estructura de municipios fuertes, minifundios agrícolas y propiedades religiosas, propia de las zonas carlistas, no “encajaba” con el feudalismo clásico y dejó el problema para ir a lo suyo …
Casi dos siglos más tarde, el carlismo sigue sin ser entendido ni aceptado por algunas corrientes de la izquierda, pero hay que decir que se trata de una izquierda extrañada de sus primitivas creencias sociales, que ha sustituido la pasión original por la justicia por un discurso de tipo gnóstico que no tiene otra consistencia que el anticristianismo. Esta izquierda políticamente correcta asume el capitalismo más inhumano, con la boca chica pero sin chistar. Y disimula su renuncia a la justicia social haciendo alarde de docilidad ante los programas de ingeniería social – de sexualismo redefinidor – diseñados por la plutocracia. Es la izquierda de la “política de género” y de la destrucción de la familia; del abrazo con la alta finanza y de los discursos filantrópicos que huelen a falso. La que no está contra la guerra sino cuando espera obtener réditos electorales y la que confunde la ecología con los preservativos. Al carlismo le repugna la demagogia, por eso tiene bien claro que la violencia solo puede ser un último recurso, un recurso que hay que evitar por todos los medios pero que, cuando se pisotea impunemente la dignidad humana se hace inevitable. En esto, como en todo, el programa carlista coincide ciento por ciento con la enseñanza de Juan Pablo II que, como es sabido, repudiaba el capitalismo y definió el liberalismo como “la libertad sin verdad ni responsabilidad”.
Por todo ello, deliran quienes piensan que el carlismo puede llegar a entenderse con el Partido Popular. No lo hará mientras el liberalismo impere en esa formación. Antes pactaría con un partido sinceramente comprometido con la justicia social si lo hubiera. Con un partido comprometido a fomentar el acceso a la riqueza de una manera equitativa, y por ello capaz de compartir el riesgo de embridar a los grandes poderes financieros y a las multinacionales omnipotentes. Ahí están el riesgo y el reto glorioso de nuestro tiempo. Ahí está el auténtico banderín de enganche para los hombres y mujeres de buena voluntad. En lo que Juan Pablo II llamaba “la tarea prioritaria para los políticos cristianos de doblegar las leyes del mercado salvaje”. El liberalismo económico tiene que ser “doblegado” con urgencia. No se trata de tocar los tambores, sino de entender la urgencia de una rectificación profunda de la filosofía de la vida y de la economía, antes de que la torre de Babel de la codicia, del egoísmo y el materialismo se derrumbe sobre nosotros."

Juan Carlos García de Polavieja

(RCS)

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