(A Lucía de Erausquin, que sacrifica todo para ir a educar mujeres a tierras lejanas para poder ser Madre, con mayúscula)
Pone Magdália el dedo en la llaga en un tema típico de controversia en círculos tradicionales y aún conservadores: la educación de las mujeres. En líneas generales me gustó mucho la posición de Magdália que suscribo plenamente, salvo alguna matización de detalle secundario que no afecta a la mayor.
No es mi intención polemizar, pero si apostillar. En primer lugar aduce Magdália la opinión que Monseñor Richard Williamson tiene acerca de que las mujeres en general no debieran progresar en la educación superior. Trátase aquí de un argumento ad hominem, si se quiere; pero viene de un Obispo (no olvidemos, Iglesia Docente) y le avala la autoridad que su posición confiere –en este caso de Monseñor Williamson-. Pero este argumento, por sí mismo, no es suficiente.
Bien. También afirma San Pablo que las mujeres se santifiquen por la maternidad. No seré yo quien intente corregir al Apóstol de los gentiles pero sí que Magdália y yo coincidimos que no hay tarea más excelsa para la mujer que la maternidad. Donde yo creo que Magdália distorsiona es porque me percato de que ciertos usos sociales en la estela del marialvismo parecen todavía estar presentes en Portugal. Craso error que permanezcan dichos usos en Portugal. Esto está en contradicción con la esencia católica de Portugal. Reproduce Magdália en Tradiçao Católica un texto de Fernando Andina sobre una manera más hispánica de entender la situación de la mujer que me parece mucho más razonable y sensato.
Magdália no sabe, no tiene por qué, que esta trifulca ya la hemos tenido Monseñor Williamson y yo. Con Don Richard, Don Ricardo para los amigos desde que está en La Reja (Argentina), ya tuvimos este agarrado hace unos años culminados con un tête-à-tête en territorio norteamericano allá por el 2004, donde él y yo por circunstancias coincidimos. No quiero apuntarme ningún tanto, menos con mi querido y admirado Monseñor Williamson, pero ésta ha sido la única vez en que he tenido una agarrada dialéctica con Don Ricardo y donde Don Ricardo no tuvo la última palabra. Raro en él, acostumbrado al pugilismo dialéctico-retórico de Winchester College, la prestigiosa institución universitaria de la Universidad de Cambridge en la que se formó.
Vayamos por partes, porque todo esto viene de una vieja carta de Monseñor Williamson cuando era Director del Seminario de Winona en los EE.UU. Ahí queda el enlace porque el tema es recurrente, empero los principios son idénticos y las ideas una y otra vez recicladas vienen a ser las mismas que las expresadas en esta carta.
Retomando el hilo de mi contestación a Monseñor Williamson quisiera hacer algunas apostillas:
1. Régine Pernoud es una historiadora francesa, medievalista para más señas, que ha estudiado profusamente el tema de la educación y también específicamente de la educación de las mujeres. En la Cristiandad del Medioevo, sin duda alguna el cenit de la civilización, las mujeres tenían y recibían mucha mejor educación de lo que la gente piensa. Cierto que la educación estaba en manos de religiosos y Sacerdotes, pero era así para hombres y mujeres. Hay que romper con el estúpido e insostenible mito de que la Iglesia era hostil a la mujer en la Edad Media. Este mito está diseñado para poner a la Esposa de Cristo, a la Iglesia, a los pies de los caballos por parte de quienes –a sabiendas o no- trabajan para el orden luciférico. La educación en un régimen de Cristiandad abarcaba, cómo no, a las mujeres, Régine Pernoud dixit. Copio aquí un texto de Pernoud que viene al caso:
«... recordaremos aquí que algunas mujeres (a las que nada designaba particularmente por su familia o su nacimiento, ya que procedían, como diríamos hoy de todas las capas sociales) gozaron en la Iglesia, y por su función en la Iglesia, de un poder extraordinario en la Edad Media. Algunas abadesas eran señores feudales cuyo poder era respetado igual que el de los demás señores; algunas llevaban el báculo como el Obispo; administraban a menudo vastos territorios con pueblos, parroquias [...] Un ejemplo entre otros mil: a mediados del siglo XII, los Cartularios nos permiten seguir la formación del Monasterio del Paráclito, cuya superiora es Eloísa; basta recorrerlos para constatar que la vida de una Abadesa de la época incluye todo un aspecto administrativo: se acumulan las donaciones, que permiten percibir aquí el diezmo de una viña, allá tener derecho a censos sobre el heno o el trigo, aquí gozar de una granja, y allá de un derecho de pastoreo en el bosque [...] Esto quiere decir que, por sus funciones religiosas, ciertas mujeres ejercen, incluso en la vida laica, un poder que muchos hombres podrían envidiarles hoy en día.
Por otra parte, observamos que las religiosas de esta época son en su mayoría mujeres extremadamente instruidas, que habrían podido rivalizar en saber con los monjes más letrados de la época. La propia Eloísa conoce y enseña a sus monjas el griego y el hebreo. De una Abadía de mujeres, la de Ganderseheim, proviene un manuscrito del siglo X que contiene seis comedias en prosa rimada, imitadas de Terencio; se atribuyen a la famosa abadesa Hrotsvitha, de la que por otra parte, es sabida la influencia que ejerció sobre el desarrollo literario de los países germánicos. [...] Añadamos de paso que muchos monasterios de hombres o de mujeres dispensaban localmente instrucción a los niños de la región.
Tambien es sorprendente constatar que la enciclopedia más conocida del siglo XII emana de una religiosa, la abadesa Herrade de Landsberg. Es el famoso Hortus Deliciarum, Jardín de las delicias, en el que los eruditos recogen las informaciones más seguras respecto al estado de las técnicas en su época. Se podría decir lo mismo de las obras de la célebre Hildegarda de Bingen. Otra religiosa, Gertrudis de Helfta, en el siglo XIII, nos cuenta lo contenta que estuvo de pasar del estado de “gramática” al de “teóloga”, es decir, que después de haber recorrido el ciclo de los estudios preparatorios aborda el ciclo superior, como se hacía en la Universidad. Lo que demuestra que, todavía en el siglo XIII, los conventos de mujeres son lo que habían sido desde que San Jerónimo instituyó el primero de ellos, la comunidad de Belén: centros de exégesis y de erudición; en ellos se estudia la Santa Escritura, considerada la base de todo conocimiento, hay también todos los elementos del saber religioso y profano. Las religiosas son jóvenes instruidas; además, entrar en Convento es una vía normal para las que quieren desarrollar sus conocimientos más allá del nivel corriente.»
2. En España existe el interesantísimo caso del Monasterio de las Huelgas, en el corazón de Castilla, en Burgos. Allí la Abadesa gozaba de un poder casi equiparable al del Obispo y desde allí comandaba un complejo sistema de escuelas y centros educativos para niñas y mujeres jóvenes. Esto en pleno siglo XI. Por favor, acabemos con el no menos estúpido mito de que no había educación organizada para las mujeres durante el régimen de Cristiandad. Más aún, en un régimen de Cristiandad la influencia de las mujeres sobre el mismo fue crucial. Eso sí, fue una influencia verdaderamente femenina donde las mejores virtudes de las mujeres tuvieron su impronta sobre toda la sociedad cristiana: la dulcificación de las costumbres, la cortesía, la contemplación, la piedad, la belleza … Todos estas virtudes femeninas acabaron siendo parte del elenco de la Cristiandad. Gracias a las mujeres fundamentalmente, que nadie olvide.
3. Magdália menciona a no pocas españolas, y alguna notabilísima extranjera (Santa Catalina de Siena, que de facto llega a comandar a la Iglesia y la salva de una crisis brutal, o Santa Juana de Arco, auténtica precursora de la Restauración Católica que nos aguarda al salvar a Francia e impedir que la Reforma cale completamente en Francia al separarla de Inglaterra). Entre las españolas están mujeres cuyo nivel educativo hoy día bien hubiera equivalido a un doctorado, como Santa Teresa de Jesús (Doctora Mística, que no teóloga, mi querida Magdália, y la prosa más fresca de todo el castellano) u otra, por ejemplo, que ella no menciona, como Sor Juana Inés de la Cruz, auténtica gloria de las letras españolas. De todas estas, por ejemplo, salvo Santa Juana de Arco las otras tres tenían un nivel educativo realmente ejemplar. Por no hablar de Santa (sí, Santa) Isabel de Castilla, también Santa Isabel la Católica, que era medio portuguesa y no sólo había recibido una formidable educación, sino que se preocupó de que las mujeres de su Corte siguieran recibiendo similares estándares educativos. ¿Por qué no se dice a las claras lo que sucedía en Conventos, en Cortes, en Palacios Reales como en instituciones de la nobleza referente a la educación de las mujeres? Insisto: el orden de Cristiandad apuesta por una educación para todos, mujeres también. Eso sí, el orden de Cristiandad ni fomentó ni fomentará la coeducación, una experiencia por lo demás fallida.
4. Se puede tirar del hilo ad infinitum. Pienso en Santa Hildegarda, en Juliana de Norwich, en Santa Brígida … ni siquiera en el mundo anglosajón puede reclamar ningún tipo de tradición cultural en ese apartamiento de la mujer de la educación. Bien se ha dicho que esto es fundamentalmente de corte victoriano y burgués.
Al final lo que está en juego es el Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo. Para que ese Reinado Social se produzca los católicos deben tener presencia pública. Nuestra Santa Religión es una religión viva, encarnada y pública, no meramente relegada a la esfera privada. Ahí los católicos tenemos la obligación, como siempre la hemos tenido, de destacar por nuestra excelencia y de contribuir al bien común. Con el ejemplo si cabe más que con la dialéctica de las ideas, pero con ésta también, claro está. Cristo tiene derecho a reinar en todo y sobre todo, también en el área de las relaciones internacionales, que tan lejos le parecen a Magdália de los postulados de Cristo Rey.
5. Existen paralelos entre aquel Imperio Romano decadente y perseguidor de cristianos y nuestros días que debieran hacer reflexionar a los católicos. Cuando los cristianos empezaron a tomar más presencia en el Imperio Romano, no dejaron de frecuentar los centros de estudio de su momento. Centros de estudio que, por lo demás, ni eran cristianos ni vivían mucho la ley natural. Puede que lo prudente sea no enviarles hoy día a una Universidad moderna, pero también puede que lo imprudente sea renunciar a una faceta y una parcela que, como todas, pertenece también a Cristo.
“La Verdad os hará libres”. Eso implica que el católico (hombre o mujer) tiene la obligación de formarse hasta donde buenamente pueda lo mejor que pueda. Nuestro reclamo de un orden de Cristiandad, porque no abdicamos en devolver al dulce yugo de Cristo Nuestro Señor al mismo lugar donde la Revolución que empezó en el Renacimiento la descarriló, precisa que hombres y mujeres estén lo mejor educados posible. No por un prurito meramente de medra profesional, sino porque el conocimiento cuanto más profundo y cabal, más colabora a una mejor contemplación en todos los órdenes y más puede ayudar a cimentar y solidificar nuestra Fe.
Vamos pues con los principios que se desprenden de todo ello: (1) La mujer católica debe educarse lo mejor que pueda. Esto es axiomático. Evidentemente puede haber consideraciones de índole prudencial, por ejemplo, si el ambiente en una Universidad o College es tan sumamente depravado que desaconseja asistir a esos cursos allí, pero esto no altera el principio. (2) La mujer católica, cuanto más educada, mejor madre y mejor religiosa. Casos como el Santo Cura de Ars son excepciones. ¿Alguien se ha planteado que la mayor parte de los Santos canonizados son gente con un alto nivel de educación (sin que esto signifique que la Santidad le sea vetada a la gente más sencilla)? (3) La educación debe ser por y para la Sabiduría. Y la llamada a la Sabiduría es para ambos sexos, no sólo para los hombres. Y (4) al carajo con cualquier forma de feminismo. Pocas cosas han hecho más daño a los restos de Cristiandad que el feminismo. Entre el feminismo y el pansexualismo se han roto muchos diques, muchos elementos constitutivos del katechón que impedía la llegada del Anticristo.
Dos comentarios finales.
Afirma Magdália que la mujer no tiene obligación de seguir al marido si se trata de algo contra la Fe o la Moral. Absolutamente de acuerdo. Pero añade Magdália que tampoco la mujer puede o debe obedecer al marido “si es irrazonable”. Haría bien Magdália en revisar el Código de Derecho Canónico y la variada jurisprudencia canónica a tal efecto. La mujer católica tiene obligación de seguir al marido hasta en lo irrazonable, siempre que esto no sea contra la Fe o las costumbres, claro está. También esto hay que contraponerlo contra lo que es ley y Sacramento: no se da al marido esclava, sino compañera. La esposa católica tiene obligación de obedecer a su marido como la Iglesia obedece a Cristo, incluso en aquello aparentemente irrazonable para ella. Ciertamente el marido católico tiene obligación de amar a su mujer, lo cual implica que esa sociedad fecunda del matrimonio y familia católica es una sociedad de amor, de cooperación y no de enfrentamiento ni competición ni contraposición, vectores estos tres últimos tan en el núcleo del hembrismo –mal llamado feminismo- como del machismo.
No sé quién ha sido el estúpido botarate que se ha permitido decir que la mujer no debe ni puede enseñar en público. De verdad que quien así piensa no piensa en católico. ¿Qué tiene que ver la enseñanza teológica dentro del Templo con la enseñanza en Universidades u otros centros de educación? ¿Acaso no hay excelentes profesoras y maestras en muchísimas disciplinas?
En fin, como dije antes: secuelas de marialvismos nada católicos. ¿O estupidez por falta de educación, sin más? Quizás esto último.
Rafael Castela Santos
segunda-feira, janeiro 05, 2009
De educationis et mulieribus
Publicada por
Rafael Castela Santos
à(s)
segunda-feira, janeiro 05, 2009
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