Dios, nos recuerda Santo Tomás de Aquino, actúa principalmente a través de las causas segundas que son, precisamente, aquellas que están insertas en Su Creación. Dios puede suspender las leyes de estas causas segundas, y esto y no otra cosa constituye el milagro. Pero por razones que nos resultan difíciles de entender de este lado del velo de la muerte Dios se inclina por el uso primordial de las causas segundas frente a la acción directa de Sí Mismo, de la Causa Primera.
Las enfermedades y las catástrofes naturales pertenecen sin duda a las causas segundas. Y también las guerras.
Al desastre de la Baja Edad Media, ya abocada hacia el antropocentrismo del Renacimiento y hacia el mercantilismo, Dios respondió con la Peste Negra, que diezmó Europa. La laxitud de costumbres del inicio de la Edad Moderna tuvo en la sífilis un contrapunto que mató a muchos y enloqueció a otros tantos. En tiempos de proclamación, y hasta reivindicación pública, de la sodomía apareció el SIDA. Enfermedad que ha afectado primordialmente a homosexuales y drogadictos aunque en territorios como Africa afecte asimismo a heterosexuales enormemente promiscuos.
A la herejía protestante le sucedieron guerras que duraron lustros y que fueron un verdadero azote para el viejo mundo. El filosóficamente espantoso siglo XIX tuvo su coronación en la Primera y hasta en la Segunda Guerra Mundial con un corolario de docenas millones de personas muertas. La Península Ibérica fue invadida durante siglos por los musulmanes como justo castigo a la impiedad de quienes sucedieron a Roma. En épocas más recientes en España, por ejemplo, la decadencia espiritual de principios del XX en España tuvo su castigo (y su salutífero remedio) en la Guerra Civil española a la que Portugal estuvo en un tris de sucumbir de no haber sido porque a Dios gracias Portugal ya había tomado la ruta de la Consagración a María, de la oración y la penitencia. Remedios estos capaces de evitar muchos desastres y de conjurar muchas profecías.
En Pompeya, que era como la Sodoma y Gomorra del Imperio Romano, Dios dejó que actuará (o hizo que actuara) un volcán con los resultados por todos conocidos. Hace años el ayathollah más destacado de Irán hizo unas declaraciones ofensivas y hasta blasfemas contra Cristo y María. No habían pasado ni 24 horas y un terremoto terrible sacudió Irán con su correspondiente secuela de muerte, destrucción, enfermedad y empobrecimiento. En Nueva Orleáns, cuando iba a producirse una de los desfiles de homosexuales más grandes de la historia, hubo una inundación sin precedentes. En Asia algunas de las zonas más sórdidas de turismo sexual –frecuentemente contra-natura- y de prostitución de menores quedaron literalmente arrasadas por un tsunami sin precedentes.
En Asís, donde se dio bajo el Pontificado de Juan Pablo II uno de los actos más ofensivos contra el Primer Mandamiento (me refiero a los akelarres ecuménicos que allí acontecieron), el Altar donde el lugar del Sagrario fue ocupado por la estatua de un dios falso se partió a la mitad en un terremoto que dañó la Basílica terriblemente.
Sólo sé que en Portugal una mayoría de silencio tibia coaligada con una minoría vociferante y con todo el aparato político-me®diático a favor, un gobierno inicuo que se justificó en el pequeño diferencial de votos del “sí” frente al “no” decretó que está bien, que no pasa nada, que es legítimo y hasta deseable asesinar niños inocentes en el vientre de sus madres. Al día siguiente Portugal tuvo un terremoto de casi 7 en la escala de Richter. Terremoto que también afectó a España. Hasta en los males, como el maremoto que destruyó Lisboa en el siglo XVIII y que tanto daño causó en España, Portugal y España están unidos por el mismo yugo.
Cada cual que saque sus consecuencias. Pero mucho me temo que al haberse endurecido nuestros corazones nos hemos vuelto ciegos y sordos.
¡Sálvanos, María! ¡Viva Cristo Rey!
Rafael Castela Santos
domingo, fevereiro 18, 2007
¿Nos hemos vuelto ciegos y sordos?
Publicada por
Rafael Castela Santos
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domingo, fevereiro 18, 2007
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