sexta-feira, junho 08, 2012

A entrevista de Monsenhor Fellay à DICI



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DICI: La mayoría de los que se oponen a la aceptación por parte de la Fraternidad de un eventual reconocimiento canónico, hacen resaltar que los debates doctrinales solo habrían podido conducir a esta aceptación [canónica] si hubieran desembocado en una solución doctrinal, es decir, en una “conversión” de Roma. ¿Su posición sobre este punto ha cambiado?

Monseñor: Debemos reconocer que estas reuniones fueron una oportunidad para exponer los diversos problemas que enfrentamos a propósito del Concilio Vaticano II. Lo que ha cambiado es que Roma ya no hace de una plena aceptación del Concilio Vaticano II una condición para la solución canónica. Hoy en día, en Roma, algunos consideran que una comprensión diferente del Concilio no es determinante para el futuro de la Iglesia, porque la Iglesia no es solo el Concilio. De hecho, la Iglesia no se limita solo al Concilio, ella es mucho más grande. Por lo tanto, hay que dedicarse a resolver problemas mayores. Esta toma de conciencia puede ayudarnos a entender lo que realmente está sucediendo: estamos llamados a ayudar a llevar a los demás el tesoro de la Tradición que hemos podido conservar.

Así pues, es la actitud de la Iglesia oficial la que ha cambiado, nosotros no. No somos nosotros los que hemos pedido un acuerdo, es el Papa el que quiere reconocernos. Podemos pues preguntarnos el porqué de este cambio. ¡Todavía no estamos de acuerdo doctrinalmente, y sin embargo el Papa quiere reconocernos! ¿Por qué? La respuesta es ésta: hay problemas tremendamente importantes en la Iglesia de hoy. Debemos hacer frente a estos problemas. Debemos dejar de lado los problemas secundarios y hacer frente a problemas mayores. Esta es la respuesta de tal o cual prelado romano, pero no lo dirán jamás abiertamente; hay que leer entre líneas para entender.

Las autoridades oficiales no quieren reconocer los errores del Concilio. Ellas no lo dirán nunca de manera explícita. Sin embargo, si leemos entre líneas, se puede ver que quieren remediar a algunos de estos errores.

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DICI: 2012 no es 1988, año de su consagración episcopal. En 2009 se retiraron las excomuniones, en 2007 se reconoció oficialmente que la Misa Tridentina “nunca había sido abrogada,” pero ahora algunos miembros de la Fraternidad deploran que la Iglesia aún no se haya convertido. ¿El rechazo a priori de ellos de un reconocimiento canónico se debe a 40 años de una situación excepcional que resulta de una mala interpretación de la sumisión a la autoridad?

Monseñor: Lo que está pasando en estos días muestra claramente algunos de nuestros puntos débiles frente a los peligros que se han creado por la situación en la que estamos. Uno de los principales peligros es inventar una noción de la Iglesia que parece ideal, pero que no se sitúa de hecho en la verdadera historia de la Iglesia. Algunos argumentan que para trabajar “con seguridad” en la Iglesia, en primer lugar, ésta debe limpiarse de todo error. Esto es lo que se dice cuando se afirma que Roma debe convertirse antes de cualquier acuerdo, o que los errores deben ser primero removidos para que podamos trabajar. Pero esta no es la realidad. Basta con mirar el pasado de la Iglesia; a menudo y casi siempre, vemos que hay errores difundidos en la Iglesia. Ahora bien, los santos reformadores no la abandonaron para luchar contra estos errores. Nuestro Señor nos enseñó que habrá siempre cizaña hasta el final de los tiempos. No sólo la hierba buena, no sólo el trigo.

En tiempos de los arrianos, los obispos trabajaron en medio de los errores para convencer de la verdad a los que estaban equivocados. No dijeron que querían estar fuera, como algunos dicen ahora. Por supuesto, siempre hay que tener cuidado con las expresiones “fuera,” “dentro,” porque somos de la Iglesia, somos católicos. Pero, ¿por este motivo podemos negarnos a convencer a aquellos que están en la Iglesia, bajo el pretexto de que están llenos de errores? ¡Veamos lo que han hecho los santos! Si Dios nos permite estar en una situación nueva, en un combate cuerpo a cuerpo al servicio de la verdad… Esta es la realidad que nos presenta la historia de la Iglesia. El Evangelio compara al cristiano con la levadura, ¿y queremos que la masa crezca, sin que estemos dentro de la masa?

En esta situación, presentada por algunos como una situación imposible, se nos pide ir a trabajar al igual que todos los santos reformadores de todos los tiempos. Por supuesto, esto no elimina el peligro. Pero si tenemos la libertad suficiente de actuar, de vivir y crecer, hay que hacerlo. Realmente creo que esto debe hacerse, siempre y cuando tengamos la suficiente protección.

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DICI: Una prelatura personal es la estructura canónica que Usted ha indicado en declaraciones recientes. Ahora bien, en el Código, el canon N º 297 requiere no sólo informar sino también obtener el permiso de los obispos diocesanos para fundar una obra en su territorio. Si bien es claro que cualquier reconocimiento canónico preservará nuestro apostolado en su estado actual, ¿está Ud. dispuesto a aceptar que las obras futuras no sean posibles sino con el permiso del obispo en las diócesis donde la Fraternidad San Pío X no está actualmente presente?

Monseñor: Hay mucha confusión sobre este tema, y es causada principalmente por una mala interpretación de la naturaleza de la prelatura personal, así como por un desconocimiento de la relación normal entre el Ordinario del lugar y la Prelatura. A esto se añade el hecho de que la única referencia disponible en la actualidad sobre una prelatura personal es el Opus Dei. Sin embargo, seamos claros, si una prelatura personal nos fuese dada, nuestra situación no sería la misma. Para entender mejor lo que sucedería, creo que nuestra situación sería mucho más similar a la de un Ordinariato Militar, porque tendríamos una jurisdicción ordinaria sobre los fieles. Seríamos como una especie de diócesis cuya jurisdicción se extiende a todos sus fieles, independientemente de su situación territorial.

Todas las capillas, iglesias, prioratos, escuelas y obras de la Fraternidad y de las Congregaciones religiosas amigas serían reconocidos con una verdadera autonomía para ejercer su ministerio.

Sigue siendo cierto – como lo es el derecho de la Iglesia – que para abrir una nueva capilla o fundar una nueva obra, sería necesario contar con el permiso del Ordinario del lugar. Por supuesto, hemos mostrado a Roma como nuestra situación actual es difícil en las diócesis, y Roma sigue trabajando en ello. Aquí o allá, esta dificultad será real, pero ¿desde cuándo la vida es sin dificultades? Lo más probable es que también tengamos el problema opuesto, es decir, que no vamos a ser capaces de responder a las peticiones que vendrán de obispos amigos. Pienso en un algún obispo que podría pedirnos que nos encarguemos de la formación de los futuros sacerdotes de su diócesis.

De ninguna manera nuestras relaciones serían las de una congregación religiosa con un obispo, sino más bien las de un obispo con otro obispo, así como ocurre con los Ucranianos o los Armenios de la diáspora. Y si entonces un problema no se ha podido resolver, éste iría a Roma, y habría entonces una intervención romana para resolver el problema.

Sea dicho de paso, lo que se ha informado a través de Internet con respecto a mis comentarios sobre este tema, en Austria, el mes pasado, es completamente falso.

DICI: Si hay reconocimiento canónico, ¿qué va a pasar con las capillas amigas de la Fraternidad e independientes de la diócesis? ¿Los obispos de la Fraternidad continuarán a administrar la confirmación, a proporcionar los Santos Oleos?

Monseñor: Si trabajan con nosotros, no habrá problema: será igual que ahora. Si no, todo dependerá de lo que estas capillas entienden por independencia.

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DICI: En espera de la decisión de Roma, ¿cuáles son sus disposiciones internas? ¿Cuáles le gustaría que fueran para los sacerdotes y fieles apegados a la Tradición?

Monseñor: Cuando en 1988, Mons. Lefebvre anunció que iba a consagrar a cuatro obispos, algunos lo animaron a hacerlo y otros trataron de disuadirlo. Sin embargo, nuestro fundador mantuvo la paz, porque él no tenía en vista sino la voluntad de Dios y el bien de la Iglesia. Hoy en día, debemos tener las mismas disposiciones interiores. Como su santo Patrono, la Fraternidad San Pío X tiene la voluntad de “restaurar todas las cosas en Cristo,” algunos dicen que no es el tiempo, otros por el contrario, que es el momento adecuado. Por mi parte yo solo sé una cosa: siempre es el momento para hacer la voluntad de Dios y sabemos que El nos la hace conocer en el momento oportuno, siempre y cuando nos mostremos receptivos a sus inspiraciones. Por esto, he pedido a los sacerdotes renovar la consagración de la Fraternidad San Pío X al Sagrado Corazón de Jesús, en su fiesta, el 15 de junio próximo, y prepararse a ello con una novena, durante la cual se recitarán las Letanías del Sagrado Corazón en todas nuestras casas. Todos pueden unirse pidiendo la gracia de convertirse en instrumentos dóciles de la restauración de todas las cosas en Cristo.

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