El original se encuentra en la bitácora La Honda de David.
La promesa de la Santísima Virgen de Fátima para una vez efectuada la consagración de Rusia en la forma ordenada -esto es, por el Papa y todos los Obispos del mundo, en un mismo instante, haciendo mención explícita de Rusia- es la que le será dado al mundo "un cierto tiempo de paz" (amén de la conversión de Rusia).
¿Qué es exactamente ese tiempo de paz? ¿Tiene ese tiempo de paz algún paralelo en las Escrituras? ¿El tiempo de paz puede asimilarse a lo que se ha dado en llamar el "milenio"? Es lo que procuraremos desentrañar en esta nota.
No puede caber ninguna que cuando se habla de un "tiempo de paz" el mismo no puede revestir el significado de una simple época con ausencia de conflictos armados. Y esto porque las guerras son una consecuencia del pecado, del alejamiento de Dios. Por tanto cuando el Cielo refiere a la "paz", ésta no es la que entiende el mundo -"cuando digan paz y seguridad de repente vendrá sobre ellos la ruina" (1 Tes. 5, 3)- sino que presupone la paz de las conciencias.
Por otro lado, hace casi cincuenta años que la Cristiandad está en estado de apostasía, la cual no es posible que sea "una crisis más" de las tantas que ha tenido que sufrir la Iglesia, máxime cuando la misma ha invadido el Santuario: "Vete, mide el Templo de Dios y el altar, y haz el censo de los que vienen a adorar. No midas el patio exterior ni lo tomes en cuenta, pues ha sido entregado a los paganos, quienes pisotearán la Ciudad Santa durante cuarenta y dos meses" (meses que a mi juicio no deben tomarse en forma literal sino como tipo de tiempo de persecución) (Ap. 11, 1-2).
Y la apostasía es inseparable del “misterio de iniquidad” que "ya estaba actuando" en tiempos de Juan (1 Juan 2, 18-29).
Así es que no pueden quedar dudas en cuanto a que el "tiempo de paz" es de alcance escatológico, y como dice el Catecismo de la Iglesia católica (versión de Juan Pablo II):
"677 La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección. El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal que hará descender desde el Cielo a su Esposa. El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa".
Llegados a este punto debemos buscar si existe un paralelo de ese tiempo de paz en las Escrituras (no olvidemos que la promesa de Fátima se enmarca en lo que es una "revelación privada" aunque ciertamente aprobada y avalada desde la más alta jerarquía de la Iglesia) y efectivamente encontramos muchísimos pasajes que no pueden entenderse sino de una época futura. Para no cansar al lector citaremos dos que nos parecieron ilustrativos:
“El Señor juzgará a las gentes Y dictará sus leyes a numerosos pueblos, y de sus espadas harán rejas de arado y de sus lanzas, hoces. No alzarán las espadas gente contra gente, ni se ejercitarán para la guerra…” (Is. 2,4)
“He aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva, y no serán recordados los primeros ni vendrán a la memoria; antes habrá gozo y regocijo por siempre jamás por lo que voy a crear. Me regocijaré por Jerusalén y me alegraré por mi pueblo, sin que se oiga ahí jamás lloro ni quejido. No habrá allí niño que viva pocos días ni viejo que no llene sus días, pues morir joven será morir a los cien años y el que no alcance los cien años será maldito. Edificarán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán sus frutos. No edificarán para que otro habite, no ablandarán para que otro coma, pues cuanto vive un árbol vivirá mi pueblo y mis elegidos disfrutarán del trabajo de sus manos. No se fatigarán en vano ni tendrán hijos por sobresalto, pues serán raza bendita de Yavéh ellos y sus retoños con ellos; el lobo y el cordero pacerán lado a lado y el león comerá paja con el buey, la serpiente se alimentará de polvo; no habrá daño ni destrucción en mi monte santo, porque la tierra estará llena del conocimiento del amor de Dios como una invasión de las aguas del mar, dice Yavéh” (Is. 65, 17).
Ahora bien, la derrota de los poderes anticristianos se dará por intervención directa de Dios:
“Y vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba era llamado Fiel, el Verdadero, el que con justicia juzga y hace la guerra. Sus ojos, como llamas de fuego; sobre su cabeza lleva muchas diademas, y tiene un nombre escrito que nadie conoce sino Él. Iba envuelto en un manto salpicado de sangre y es llamado por nombre el Verbo de Dios. Y las huestes del cielo le seguían montadas en caballos blancos y vestido de finísimo lino blanco y nítido. De la boca de Él sale una espada filosa con que herir a las naciones; él las regirá con vara de hierro, y él pisa el lagar del vino del furor de la ira de Dios Omnipotente; y sobre su muslo lleva escrito un nombre: Rey de reyes y Señor de señores...” (Ap. 19, 11).
Y también:
“Y vi a la bestia (el Anticristo) y a los reyes de la tierra reunidos para dar la batalla al que iba montado en el caballo blanco y a sus huestes. Y fue agarrada la bestia y con ella el falso profeta que en su presencia había obrado los prodigios con que había embaucado a los que recibieron la marca de la bestia y habían adorado su imagen. Y ambos fueron arrojados vivos al estanque de fuego y azufre.” (19, 19-20).
Con este aserto, ¿estamos afiliándonos a la tesis "milenarista"? En las "consideraciones sobre la escatología" hacíamos una distinción entre el “juicio de las naciones” y la Segunda Venida, no obstante nos sentimos en la obligación de precisar este aspecto atento a alguna evolución que hemos tenido al respecto.
Veamos lo que dice el enigmático pasaje de Ap. 20:
(1)Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. (2)Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; (3)y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años; y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo. (4)Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. (5)Esta es la primera resurrección. (6)Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años. (7)Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, (8)y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar. (9)Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego de cielo, y los consumió. (10)Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.
Repasemos la tesis "alegórica" desarrollada por San Agustín y luego adoptada por la mayoría de los intérpretes: el “milenio” es el tiempo de la Iglesia desde la Ascensión hasta la Segunda Venida, la "primera resurrección" es la de los que murieron en estado de gracia y que en espera de la resurrección de los cuerpos ya reinan con Cristo en el Cielo. Los "demás muertos" en esta interpretación son aquellas almas que habrán de participar de la "segunda resurreción" o resurrección final.
Y ahora hagamos lo mismo con la tesis del "milenismo espiritual": el "milenio" se inicia con la Venida de Cristo, quien trae consigo a los suyos (los justos que resucitan en la "primera resurrección") a los que se suman los santos que quedan en la tierra los cuales son "arrebatados al encuentro del Señor" (1Tes. 4, 16-17). Hay un remanente que queda en la tierra para el reino milenario, que son los llamados “viadores”, los cuales a su tiempo mueren. Los "demás muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años", esto es, en la “segunda resurrección” o resurrección final.
Ahora bien, Jesús se pregunta:
“cuándo venga el Hijo del Hombre ¿encontrará fe en la tierra?" (Lc. 18, 8)
Lo cual dicho de otro modo y sin retórica implica que Cristo vendrá en un momento de apostasía general y no en un tiempo en el que “todos conocerán al Señor” (Jer. 31, 34).
Y es igualmente cierto que los "mil años" se terminan con el asalto de “Gog y Magog”, el cual es al mismo tiempo un asalto a la Iglesia y a la Tierra Santa (léanse los capítulos de Ezequiel 38 y 39). ¿Pero acaso el tiempo de paz no es un triunfo definido y categórico en el cual no habrá más guerras? Si. Y no sólo eso sino que es a partir de la guerra no simbólica sino real (puesto que a su finalización se "quemarán las armas" -Ez. 39, 9-) contra la tierra de Israel que los hebreos se convertirán a Cristo: “Entonces y para siempre la casa de Israel sabrá que yo soy Yavé, su Dios” (Ez. 39, 22). Ergo, esto no puede entenderse de una guerra al final del por así decirlo “milenio de los milenistas” donde supuestamente todos los pueblos ya se encuentran convertidos al Señor y no se usan armas.
¿Qué significa entonces "vivir y reinar con Cristo mil años"? La salvación del alma (por eso se dice que a ésta no le alcanza la "segunda muerte" que es la condenación eterna), ya sea durante la llamada "era de la Iglesia" (desde la Ascensión hasta un tiempo poco antes de la Segunda Venida) y esto para los "decapitados por causa del testimonio de Jesús" o bien durante la llamada "era de paz" (desde la Segunda Venida -juicio de vivos- hasta el juicio final) y esto para los que "no adoraron a la bestia ni a su imagen" (poderes ante-cristos). Los versículos 1 a 3 y 7 a 9 corresponden a la primera era y los versículos 4 a 6, según de qué "alma" se trate, a una era como a la otra.
Así pues, debemos descartar un milenarismo literal (que anticipa la resurrección de los muertos), pero afirmar un Reinado de Cristo sobre las naciones posterior a su "Venida" (porque Cristo le llama así a su intervención para castigar a las naciones y traer la paz al mundo) y anterior al juicio final o resurrección final. Si algunos pasajes de las Escrituras parecen hacer coincidir ambos eventos se debe simplemente a que Cristo no quiso desvirtuar el propósito principal de nuestro "velar y orar" que es el de estar prontos en todo tiempo para comparecer ante El a fin de ser dignos de alcanzar la salvación eterna y no tanto de ser partícipes de su Reino en la tierra por más que esto último pueda significar una prenda de la salvación por el grado de santidad que se experimentará en él.
Resumiendo: tenemos una única Segunda Venida dividida en dos fases: un juicio de vivos y un juicio de muertos separados por un tiempo de paz que no es el "milenio" tal como lo entienden los "milenistas", pero ciertamente es el Reino de los Corazones de Jesús y de María.
LHD
(RCS)
segunda-feira, maio 11, 2009
¿"Milenio" o tiempo de paz?
Publicada por
Rafael Castela Santos
à(s)
segunda-feira, maio 11, 2009
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