La situación en España se agrava por momentos.
La artillería mediática carga de manera implacable contra todo lo católico, todo lo cristiano y aún todo lo bueno. La blasfemia se generaliza y en ningún país del mundo se pueden escuchar las brutales y soeces expresiones contra todo lo sagrado como en España, tanto en privado como en público. El ataque a la Iglesia es sistemático, constante y perfectamente estudiado. Señalados dirigentes españoles se mofan públicamente de la Corona de Espinas de Nuestro Señor Jesucristo y, al tiempo, regalan y facilitan terrenos para la edificación de mezquitas. El Islam o el Judaísmo, o cualesquiera sectas protestantes e incluso sectas destructivas, reciben todo el apoyo y protección del Gobierno, pero la religión mayoritaria de los españoles –al menos nominalmente- no recibe más que patadas en el bajo vientre, bofetones, escupitazos y latigazos.
España, Barcelona en particular, se ha convertido en la capital mundial del aborto; pero Madrid no le va a la zaga. Hasta trituradoras para machacar y matar a niños que fueron extraídos con vida del vientre materno se han encontrado. Y, lo que es peor, nadie parece ya escandalizarse por esto. Los gobernantes españoles, incluso, justifican a los ya encarcelados y ponen sordina a sus sordidísimos sacrificios humanos. La desvergüenza llega hasta el extremo de que la televisión pública critica de manera inmisericorde que se aplique la ley vigente sobre el aborto y que haya una campaña abogando descaradamente por el aborto libre, sin restricciones de ningún tipo.
El Príncipe dice no querer saber nada de la religión católica y la Casa Real (que ostenta el título de “Sus Católicas Majestades”) declara no asociarse nunca con nada católico. De los socialistas ya sabemos lo que se puede esperar y de los populares –la pretendida oposición autodenominada “centro-derecha”- salen cosas tales como que ellos, de acceder al poder, no modificarán la ley del aborto. Los Obispos, cómplices criminales, callan como putas, como perros mudos que han sido y son durante más de 30 años, acerca de este rechazo a cualquier tipo de bendición divina por la Corona y por los más destacados gobernantes de España. El bajo clero y el pueblo cristiano no pueden estar más desorientados.
La impureza es rampante y se palpa en todos los órdenes: en el público de las imágenes e iconos, en las conversaciones y en una promiscuidad sexual cuyos paroxismos son docenas de miles de adolescentes pidiendo la abortiva píldora del día después sábados y domingos tras las juergas, orgías y aquelarres de los fines de semana. La modestia y el más elemental pudor y decoro ya no tienen cabida en España que otrora hiciera justicia al título concedido por la Santa Sede: “Tierra de María”.
La homosexualidad tiene patente de corso y no sólo por la protección legal a ultranza que se dispensa a los sodomitas, sino porque en manos de homosexuales están todos los nudos claves de la comunicación en España, en particular en la Villa y Corte de Madrid. Hay, de hecho, más protección jurídica para una unión contra-natura entre sodomitas o lesbianas que para un matrimonio católico con familia numerosa, por ejemplo.
El estado de la familia española es agónico. El número de matrimonios desciende y el número de hijos nacido fuera del matrimonio es cada vez mayor. Las cifras de divorcio llegan al 60 % en menores de 50 años en las grandes ciudades, perfectamente equiparables a las cifras más altas de urbes malditas como Londres, París o Nueva York. El invierno demográfico español es ya endémico. Casi 2/3 de los niños que nacen en España son de origen extranjero. La neoesclavitud generada por la tiranía de la necesidad de los dos sueldos para mantener una familia hace que la vida familiar languidezca. La falta de autoridad de los padres es erosionada legalmente hasta el punto de haber declarado delito el darle un azote o un cachete a un niño pequeño que no se comporta como debe. Egoísmos de todo género, clase y condición se conciertan en el hogar moderno español.
Las televisiones están llenas de una basura y una bazofia vomitivas. Videntes, tarotistas, piramidólogos, especialistas en bolas de cristal o en cualquier atrabiliaria variedad neognóstica para consumo de masas tienen toda la cuota de pantalla que quieren. La prensa rosa o del corazón, omnipresente, intoxica y aparta las mentes de muchas españolas y algunos españoles de lo fundamental para llenarles sus pobres cerebros de conocimientos tan vacuos como intrascendentes. El fútbol es ya droga pública, 4 y hasta 5 noches por semana, habiendo dejado de ser un precioso pasatiempo sin más consideraciones. La pornografía no sólo es muy fácilmente accesible, sino que ya moldea las costumbres y usos de lo que otrora fue llamado “la reserva espiritual de Occidente”. Esa alianza de lo cutre, el mal gusto, lo soez y lo procaz, alianza tan inserta en España, tiene mucho que ver con esto.
La injusticia campa por sus fueros. Los delincuentes quedan impunes o con penas ridículas y se encarcela a otros por falsas acusaciones de “violencia de género”. A modo de inciso por “violencia de género” se entiende en España la violencia doméstica que un hombre hace contra una mujer. El 20 % de la violencia doméstica es perpetrado por mujeres, pero en un ejercicio orwelliano sin precedentes estos datos han desaparecido del Instituto Nacional de Estadística. La persecución a la masculinidad, a la paternidad del varón o a cualquier forma que sea patriarcal, o que simplemente sea interpretada como tal, es palpable.
La inmigración es literalmente insoportable. El año pasado de toda la inmigración a Europa el 70 % recaló y se concentró en España. Hay ciudades, como Zaragoza, donde la presencia de moros es ya aberrante. Como aberrante es la solicitud de una asociación musulmana de que le sea “devuelta” (sic) la Basílica del Pilar de Zaragoza, ciudad esta donde la Virgen María vino en carne mortal a confortar y animar la predicación del Apóstol Santiago, al que debemos la Fe en la Península Ibérica por singularísimo privilegio para España y Portugal, pues no en vano este Apóstol era uno de los tres preferidos del Señor y de los que vieron Su Gloria en el Tabor. Hay zonas en muchas capitales españolas ya convertidas en verdaderos ghettos musulmanes.
La delincuencia e inseguridad no hacen sino crecer, pese a toda la ingeniería social y manipulación a que son sometidos los hechos para descafeinarlos y hacerlos así mínimamente potables. Los crímenes son cada vez más violentos y perversos. Las mafias de todo tipo, incluyendo las mafias que secuestran niños para inconfesables fines pederastas y/o satánicos, campan por sus fueros sin siquiera ser mencionadas. España no es un sólo un paraíso de la droga sino una plataforma desde la cual la cocaína, amén de otros estimulantes, y el cannabis se exportan a toda Europa.
La juventud española perece en un océano de drogas, alcohol y pésima formación. La educación es una de las peores de cualquier país occidental, y eso que los estándares mundiales han sido rebajados hasta el punto de lindar ya en el embrutecimiento descarado de niños y jóvenes. No hay reacción porque no puede haberla: los jóvenes están presos del hedonismo sexual, los placeres etéreos de las drogas y la más mínima formación humanística y científica seria.
En el terreno social los beneficios obtenidos por grandes empresas y por bancos son literalmente obscenos. Entretanto el diferencial entre la clase media y los poderosos crece en proporciones geométricas año a año. La carga impositiva es la más alta de Europa y ya hablan los políticos españoles de cargarnos el 21 % de IVA, como en Portugal, lo cual no deja de ser un latrocinio legalizado. Las hipotecas ahogan la vida familiar española y muchísimas capas sociales viven simplemente para sobrevivir. Hay hipotecas ya a 40 y 50 años, con lo cual la siguiente generación heredará deudas como parte del patrimonio. El número de pobres crece y la situación de las clases populares es a veces, cada vez más insoportable. La injusticia social es un hecho. La subida de precios del verano para acá en productos básicos es aterradora.
La economía hace aguas. El motor de la economía española, la construcción –que supone el 30 % de la economía española-, se deshace presa de sus propias redes de especulación y usura (pecado este último del que ya ni la Iglesia habla). El endeudamiento exterior de España es el más alto del mundo, superando incluso al de Estados Unidos en términos porcentuales y algo parejo cabe decir del déficit de comercio exterior. Las empresas españolas se van a Marruecos, a alimentar al enemigo potencial más grande de España, o a darles poder al Asia, ora China ora la India. El turismo español se resquebraja. Los campos están abandonados y se abandonan aún más porque los agricultores no pueden soportar unos precios inicuos donde la parte del león, como siempre, se lo llevan intermediarios y las multinacionales de las grandes superficies. Estos, salvo rarísimas excepciones, tratan con tiranía y desprecio a los productores. La crisis económica que amenaza a España puede ser de proporciones monstruosas. Lo peor de todo es que ni siquiera hay resortes para salir de la crisis. La argentinización económica de España está ya en ciernes.
A pesar de lo anterior la gente sigue gastando el dinero que no tiene. Los créditos y el endeudamiento familiar también son enormes. Incluso a pesar de la pésima marcha de las cosas el materialismo, encarnado en el consumismo, ha sido el paisaje urbano más consistente en estas pasadas fechas navideñas.
La descomposición política es notoria. Un perverso e inicuo sistema autonómico, que nada tiene que ver con el sano regionalismo prescrito por la tradición política española, está ya a un paso de conseguir no ya la implosión y descuartizamiento de España, sino la balcanización de la misma. Las oligarquías políticas reparten prebendas y regalías en íntima unión con las oligarquías plutocráticas, algo enormemente palpable en todas las corrupciones y corruptelas de obras y licitaciones públicas, con mordidas y comisiones verdaderamente escandalosas, en particular en Cataluña. En nombre de una libertad abstracta se han conculcado más libertades reales y concretas que nunca en la historia de España.
Esta descomposición política se acompaña de una imposición a machamartillo de sus propios y corrosivos parámetros “kulturales”. El laicismo radical, el anticlericalismo, el antimilitarismo, el pensamiento único, lo políticamente correcto, la castración de la disensión, el silencio atroz sobre los que piensan distinto cuando no el escarnio, el vilipendio, la burla, la calumnia y la mentira sobre quienes no participan de la intolerancia de los tolerantes alcanza paroxismos tales como la repugnante asignatura de “Educación para la Ciudadanía”, de rancio sabor a compás, escuadra y plomada.
Se podrían seguir dando más datos pero … ¿para qué? ¿Acaso no son estos suficientes?
En síntesis: una proliferación en cantidad e intensidad, así como en su cualidad, del pecado en todos los órdenes. Más aún: un incremento sin precedentes incluso de aquellos pecados que claman venganza al Cielo. Más aún todavía: una voladura prácticamente total de cualquier referente al Derecho Natural. En resumen: todas las claves de la caída. Aborto, injusticia social, inmigración incontrolada de grandes masas no asimilables, sincretismo religioso, desprecio reverencial por lo sagrado, destrucción de la familia, homosexualidad, vicios de todo tipo, pan y circo …
En términos puramente humanos España ha firmado su sentencia de muerte. Sentencia por lo demás irremisible. Sólo un milagro podrá ya salvar a España. Pero los milagros se dan y existen. Precisan, eso sí, de Fe previa.
Pero de la lectura sobrenatural de esta realidad aquí descrita hablaremos otro día.
Insisto: humanamente hablando España está condenada a morir.
Se lo merece. Si la sal ya no sala, como dijo Nuestro Señor, se la tira. Se la arroja. Lo que no sirve se echa el fuego. Y si España ya no va a volver a ser la luz misionera de Cristo y la espada de la Cristiandad, la luz de Trento y el martillo de herejes, entonces es mejor que el Señor nos destruya de manera completa y absoluta. Y cuanto antes mejor. Porque siendo como hoy día somos los españoles no merecemos vivir. No merecemos existir.
Un pueblo apartado de la misión que la Providencia le confió es un pueblo destinado al matadero o, sencillamente, a la autodestrucción. Es mejor así para un pueblo que es descendiente de los que hicieron posible que la mayor parte de la Cristiandad rece hoy en castellano, universalmente conocido como español.
Rafael Castela Santos