sexta-feira, julho 22, 2005

La “Pérfida Albión” con el rabo entre las piernas

Hace tiempo que venimos manteniendo desde A Casa de Sarto que las asociaciones con los protestantes (sean anglicanos o hugonotes) son peligrosas.
Inglaterra, otrora la tierra más monástica de toda la Cristiandad a la que la Santa Sede otorgó el título mariano de “Mary’s Dowry”, fue un ejemplo en más de un aspecto y de dos. Los reinados de Alfredo el Grande –verdadero émulo de Carlomagno- o de Eduardo II –San Eduardo Rey- fueron realmente ejemplares, como pocos, en la historia de la Cristiandad.
Con la llegada de Enrique VIII, e incluso con la de su padre, Enrique VII (quien ya demostró una rapacidad y una avaricia chocantes durante la conquista de Irlanda), todo empeoró. La facción anglicana rompió a la Cristiandad en dos. Enrique VIII, que fuera llamado Defensor Fidei por su oposición a Lutero, no pudo resistirle. De hecho fue Enrique VIII e Inglaterra los que dieron fuerza a los protestantes alemanes. A partir de ahí Inglaterra dejó de ser la “Merry England” medieval para convertirse en la patria de los desposeídos que estudiara William Cobbett o que retratara para la posteridad el genio de Charles Dickens. La siniestra figura de Cronwell, perseguidor sañudo de católicos y enemigos cualesquiera, es considerada por ese otro genio de la filosofía política que es Voegelin como el arquetipo de todos los revolucionarios.
Entre sus muchas hazañas no son menores las de la propaganda, a menudo venida de Inglaterra, capaz de llenar de oprobio y afrenta la gesta de españoles y portugueses. Pero no es menos propaganda, por más sutil, el silenciar lo que no conviene por parte de los anglosajones (que rima a veces con anglocabrones).
La salida a la luz del libro de Pablo Victoria sobre la gesta de un puñado de españoles (varios de ellos indios) capitaneados por un vasco genial, Blas de Lezo, arroja luz sobre este particular. Con una desproporción de fuerzas brutal Blas de Lezo se enfrentó a una poderosísima fuerza naval y más de 30.000 hombres contando con apenas un 10 % de los efectivos que los ingleses tenían. La derrota infligida por este vasco universal (por lo demás –como suele acontecer con los vascos universales-, profundamente defensor de España), que era tuerto, manco y cojo, a las tropas de Su Majestad británica fue sonada. Los ingleses, seguros que estaban de su victoria, acuñaron moneda y emitieron documentos celebrando y festejando la victoria.
Pero se encontraron con una fuerza multirracial, pequeña en número, pero grande en Piedad hacia la Patria común de las Españas y en confianza en la Divina Providencia, que dirigidas por Blas de Lezo infligieron una derrota sublime a la todopoderosa Royal Navy. De este episodio, del que tan poco se habla, se pueden encontrar aquí una recensión de este libro y una entrevista al autor. Y se marcharon con el rabo entre las piernas.
¿Y para cuándo se marcharán con el rabo entre las piernas los protestantes litúrgicos?

Rafael Castela Santos

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