En estos
días de descomposición absoluta de todo, de las naciones, pero también –y peor-
de las almas, sale una vociferante parte de la población catalana reclamando su
independencia, lo que pareció llegar a algún tipo de clímax durante el último
partido Barcelona-Real Madrid. En el Barça se empeñan en repetir machaconamente
aquello de que “so[n] más que un club”. ¿Serán, acaso, un puticlub?
Lo que
no es menos cierto es que muchos
españoles están absolutamente hartos de los chantajes nacionalistas, sean
estos catalanes o vascos, y por primera vez un referéndum a nivel de todo el
territorio español, como manda la ley, podría saldarse con la independencia de
Cataluña (y de las Vascongadas también). No es que haya muchos catalanes que
quieran ser independientes, es que empieza a haber (y esto es un fenómeno
reciente) muchos españoles que quieren ser independientes de Cataluña o, por lo
menos, no estar sometidos a sus chantajes y mentiras.
¿A qué
viene todo esto en una bitácora católica?
En
primer lugar resulta que los
Obispos españoles llamaron la atención sobre los peligros que subyacen con la prospectiva
independencia de Cataluña. Luego cuatro
de los Obispos catalanes parecieron replicar a todo ello. Lamentablemente
todos ellos, prueba de la ineptitud e impotencia del Episcopado español, fallan
en mencionar lo obvio y lo sustancial: el bien común amenazado por la más que
probable secesión, el 4º Mandamiento –que según Santo Tomás de Aquino obliga
más con la Patria que con la propia familia-, la crítica a ese concepto
romántico, revolucionario y moderno (y nefastísimo) de nación = Estado, etc.
Mis queridísimos (españolísimos y catalanísimos) Sucesores de los Apóstoles en
tierras españolas, y dicho con todo el respeto: ¡son Vds. una mierda teológica
de considerables proporciones! Y, encima, llenos de respetos humanos. Últimamente
cuando rezo por Vds., que lo hago, y bien que me cuestan los ayunos y algún que
otro sacrificio que hago por mis Obispos, les confieso que me alivia al hacerlo
el ponerme una pinza en la nariz. Excelencias, ¡hieden!
En
tercer lugar, sin entrar en conspiranoias, la independencia de Cataluña (que yo
ya presiento inevitable, por cierto) llevará a una gran persecución de los
católicos. Es lógico: Cataluña
es una región muy masónica, posiblemente la más masónica de Europa. Que
nadie se haga ilusiones: no existe compatibilidad ni coexistencia entre la
Masonería y el Catolicismo. La historia del mundo no es más que la historia de
Satanás contra Dios y, desde hace 2000 años, y en palabras de San Juan, la
historia de la Sinagoga de Satanás contra la Iglesia. Los masones están donde
están, sean conscientes o no de ello. Y nosotros estamos, o deberíamos estar,
con Cristo. En este
artículo se reconoce, por cierto, que todos los partidos políticos
catalanes están infiltradísimos por la Masonería. Y discrepo de su autor en que
el PP no lo está: también lo está (abraza principios masónicos, desde luego). De
políticos catalanes, y horripilantes blasfemos, que si no son masones sí,
cuando menos, participan de sus programas e ideario, queda esta blasfemia
a risotadas cometida contra la corona de espinas de Nuestro Señor por dos
cualificados líderes políticos catalanes.
En
cuarto lugar el hecho, innegable, de la apostasía y pérdida de Fe en Cataluña.
Más aún, la amplificación
hasta el paroxismo de dicha apostasía cuando Cataluña se independice. Cataluña
es ya la región española de más baja práctica religiosa: apenas un 4 % de los
católicos bautizados son practicantes. Y esto con el laxísimo criterio de quien
acude a la Iglesia una vez al mes. No es posible dar una explicación completa
en unas pocas líneas acerca de cómo se ha llegado aquí en Cataluña, pero caben
mencionar los siguientes: los efectos devastadores del Vaticano II, que fueron más
pronunciados en esta región; un pasado nihilista, romántico y anarquista de
Cataluña que los santos catalanes contemporáneos –como San Antonio María
Claret- tantas veces repudiaran; su proximidad a Francia (que incluso en
tiempos del pre-V2) ya le hizo partícipe de muchas de las erróneas y
descarriadas ideas que venían del norte de los Pirineos (como no podía ser de
otro modo, pues la caterva galicana, regalista, jansenista y descartiana, no
puede producir nada bueno); la adscripción de buena parte del clero a los
distintos marxismos, incluyendo la teología de la liberación y el nacionalismo
feroz, etc. Todos ellos son factores que han contribuido a esta brutal
apostasía.
En
quinto lugar la mentira como forma de vida, como algo en lo que uno vive
estructuralmente instalado. Y no sólo la mentira, sino el odio homicida. Y en
tiempos modernos el imaginario de los niños y adolescentes catalanes se ha
llenado de de falsedades, de odios contra España y contra todo lo español.
Peor, de odio contra las Españas (ya sé que debo ser el último de Filipinas,
pero sigo prefiriendo la tradicional denominación de las Españas a esa moderna,
traída por gentes de ínfulas absolutistas, de llamar España a las Españas).
Pocos alegatos tan poderosos como el escrito por el Profesor Javier Barraycoa –catalán,
por cierto- desmontando las mentiras flagrantes del nacionalismo catalán, que su
libro “Historias ocultadas del nacionalismo catalán”. Y si Nuestro Señor
denominó Príncipe de la Mentira a Satanás, ¿quién se enseñorea de verdad sobre
aquella región española? Más digo, ¿quién es el homicida y el odiador por
antonomasia?
Personalmente
no puedo aprobar, con criterios católicos en la mano, el intento separatista
catalán, aunque en el plano de los hechos yo sea pesimista. Más aún cuando veo
que los líderes catalanes reciben el beneplácito
del New York Times y de Israel, auténticas fuerzas vivas mundiales. No se
entiende Cataluña sin España ni se entiende España sin Cataluña. Es más, la
contribución neta de lo catalán a la forja de España es inmensa.
España,
sin su alma católica no es nada. España, como Portugal, son Patrias destinadas
a forjar Patrias más allá del mar, Patrias por Cristo, con Cristo y en Cristo.
Patrias para Cristo. Cuando una nación católica, destinada a convertirse en sal
del mundo, deja de salar, se la arroja al fuego (Mt 5, 13; Mc 9, 50). Eso pasa
ahora con España. Porque España sigue teniendo un ascendiente espiritual que no
deja de sorprenderme en el mundo hispánico. ¿Qué hace España ahora sino
pervertir espiritual y moralmente a las Patrias hispanoamericanas? De todas
formas ya no los dijo nuestro insigne Menéndez Pelayo, quien hace 100 años no
yerró al vaticinar que la pérdida de la unidad católica de España significaría
la disgregación y descomposición de España.
“España,
evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento,
espada de Roma, cuna de San Ignacio; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad;
no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al
cantonalismo de los arévacos y de los vetones o de los reyes de taifas.”
A este término vamos caminando más o menos
apresuradamente, y ciego será quien no lo vea. Dos siglos de incesante y
sistemática labor para producir artificialmente la revolución, aquí donde nunca
podía ser orgánica, han conseguido no renovar el modo de ser nacional, sino
viciarle, desconcertarle y pervertirle.”
Que este
vicio del modo de ser nacional haya afectado más a los catalanes, o más
rápidamente, es otro tema. Triste es constatarlo, pero en España hoy estamos
viciados. Cataluña fue siempre, precisamente, una afirmación de lo católico.
Católicos fueron los catalanes cuando se alzaron contra Napoleón, que traía
ideas perversas y anticatólicas, y aún lucharon antes en las olvidadas guerras contra
los revolucionarios franceses. Católicos, y a machamartillo, durante la
Reconquista. Católicos, sin ambages, en una intensa vida de piedad que ha
caracterizado a Cataluña a lo largo de los tiempos, quien regó de mártires,
Santos y buenos teólogos no sólo a Cataluña, sino a España entera, a la
Hispanidad y la Cristiandad. Católicos, hasta la médula, en su derecho público
cristiano, en sus instituciones públicas y privadas, tan llenas de sensatez y
equilibrio (virtudes por excelencia catalano-católicas), henchidas de
cristianismo, como bien nos explicara el catalanísimo Juan Vallet de
Goytisolo en su libro “Reflexions
sobre Catalunya”.
Detesto
a los nacionalistas cada día más, sean estos nacionalistas catalanes o nacionalistas
españoles. Para mí todos ellos comparten la misma ideología centralista,
revolucionaria, anti-cristiana, odiadora de la realidad y del sentido común,
amén de jacobina, aunque puedan diferir en los respectivos matices de la
extensión del territorio nacional. Pero a sabiendas de que las naciones
no son eternas (y menos cuando no cumplen el designio para el que fueron
creadas por Dios), sé que este intento separatista no es más que otro, otro
bofetón y otro escupitajo más, lanzado sobre el Cuerpo Místico de Cristo. Quien
siendo cristiano no vea o no quiera ver esto, se equivoca de punta a punta. A
las pruebas antes enunciadas me remito. Los nacionalistas catalanes perseguirán
a la religión católica, la ahogarán, la oprimirán, la sincretizarán (para sus
fines, sin duda). De esto, datos y hechos (y tan masónicos) de por medio, ya ha
habido prueba y la habrá aún más mediando el tiempo.
Y ahora,
queridos amigos católicos portugueses que os gozáis de estos intentos
secesionistas catalanes, ¿podréis seguir justificando y alegrándoos de estas
fracturas nacionalistas con los datos arriba proporcionados? ¿Podréis hacerlo
siendo católicos? ¿Podréis seguir justificando una visión de España, mejor
dicho, contra España, basada en el odio, cuando nuestra religión prescribe el
Amor?
¿O es
que vuestro mal, también, se llama nacionalismo?
Eso
creo.
De todas
maneras, y volviendo a citar a Menéndez Pelayo, España, las Españas, ha sido (o
han sido) más de una y más de dos veces la Patria que supo resurgir de sus
cenizas como el Ave Fénix a lo largo de la historia. ¿Quién sabe? A lo mejor el
do de pecho de los españoles en relación a Cristo –y eso que ha habido
gloriosos episodios- todavía no ha sido dado. Puede que, contra todo
pronóstico, haya algo más en ciernes. Sólo requiere la vuelta a la Fe, la
Restauración prometida por Nuestra Señora en Fátima para que la Gran
Promesa del Sagrado Corazón de Jesús al Beato Padre Hoyos sobre España sea
cumplida:
“Y volveremos a tener un solo
corazón y una alma sola, y la unidad, que hoy no está muerta, sino oprimida, tornará
a imponerse, traída por la unánime voluntad de un gran pueblo, ante el cual
nada significa la escasa grey de impíos e indiferentes”.
Claro
que, para ese último tiempo, las doctrinas que socavan la unidad católica, como
las emanadas del V2, ya habrán sido volatilizadas.
De lo
contrario seremos nosotros los volatilizados.
Rafael
Castela Santos