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En nuestras propias filas, las tradicionalistas –y también en algunas aledañas- se sigue combatiendo con furia y rigor una serie de enemigos declarados de la civilización cristiana, como el comunismo o el liberalismo, por ejemplo. Esta crítica es demoledora y bien fundada. Pero tendemos a olvidar que el enemigo requintado de nuestra época es el nihilismo. Contra el maldito nihilismo deberíamos descargar doble número de mandoblazos, al menos, que contra los enemigos “clásicos”. La quinta revolución, la nihilista, es la que está corroyendo todos nuestros fundamentos sin dejar nada en pie, es la más rabiosamente actual y, sin duda, es la más deletérea.
Me sorprendió ver una voz discordante sobre la revolución sexual en la prensa general, la cual recomiendo como lectura. Existen quienes hacen su particular camino de Damasco, y esto es siempre bueno: quien yerra debe reconocer su error. Si ha habido un vector pernicioso, perniciosísimo, de estos últimos tiempos ése ha sido la pinza conseguida por una combinación tan letal como exitosa de feminismo y pansexualismo, ambos epifenómenos nihilistas donde los haya. Sobre el feminismo hay mucho, y bueno, para leer, pero baste siquiera esta pincelada. Pero no nos ocupemos hoy del feminismo pues en A Casa de Sarto ya lo hemos hecho en anteriores y recientes ocasiones y en otras, y pretéritas, ocasiones, también. Asimismo, desde esta modesta tribuna, se ha denunciado el íntimo contubernio entre feminismo y asesinato de inocentes.
En el primer enlace de esta entrada se carga sobre el pansexualismo, sobre la tan traída y llevada revolución sexual. Revolución que empezara de manera oficial en los años contemporáneos de ese otro misil contra Iglesia, y por ende contra la civilización, llamado Vaticano II. Aunque en realidad esta revolución empezó en los años 20. El terreno ya había sido allanado por la hipócrita moral victoriana.
Que nadie se engañe: ni el feminismo ni la revolución sexual han sido gestadas por las mujeres. La mujer, por su propia esencia, tiene en el aspecto sexual un daño menos marcado del Pecado Original que el hombre. Hartos estamos a ver que el hombre disocia el sexo de las emociones y lazos afectivos, pero esto siempre es más difícil en la mujer, lo cual indica su menor daño en esta esfera por mor del Pecado Original. El feminismo y la revolución sexual han sido creados por los hombres con el objetivo innoble de tener “carne fresca” con la que regodearse (y regocijarse, claro está).
Es hora de que los hombres recuperen su nobleza de espíritu. Dicha nobleza está reñida con la promiscuidad. La mujer merece un respeto por su debilidad y mayor fragilidad física. Es propio de caballeros proteger al débil. La mujer merece un respeto y una protección en tanto en cuanto es un ser que es (o va a ser o fue) susceptible de llevar vida dentro de sí. A este privilegio de la maternidad, sublime en el caso de Nuestra Señora donde esto alcanza su perfección, todo hombre con un mínimo de nobleza de espíritu debería responder con la inclinación de la cabeza y hasta la rodilla en tierra.
El artículo primero que enlazábamos nos cuenta las cuitas de quien vivió esa revolución sexual y sufrió sus consecuencias. La promiscuidad y el sexo más o menos libre le hacen daño a todos, pero mucho más –si cabe- a la mujer.
Es hora de recuperar el espacio sagrado del sexo, que en Nuestra Santa Religión tiene su sello en el Matrimonio, elevado a la naturaleza sacramental. Es hora de recuperar por parte de los hombres el compromiso que implica el sexo, compromiso exclusivo con una mujer al que hay que amar como no se ama a ningún otro ser humano; compromiso indeleble extendido a unos hijos que están ahí o que pudieran venir. Es hora, también, de que las mujeres recuperen el respeto de sí mismas con las virtudes de la modestia, el pudor, el recato e incluso la inocencia, palabras ominosas a este mundo descristianizado de nuestros días. Si alguien no me cree, que mire alguna de las fotos, posiblemente bien petroleadas con alcohol (¡y ojalá sea sólo con alcohol!) del primer enlace que sugeríamos.
Pero, precisamente por ominosas al mundo contemporáneo, más necesarias que nunca.
Y para eso, y para comenzar, no estaría mal empezar no reduciendo lo sexual a lo meramente genital, justamente lo contrario de lo que hizo y hace la revolución sexual.
La revolución sexual no es una liberación. Es una esclavitud.
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Rafael Castela Santos