Resulta a veces increíble presenciar el actual fenómeno implosivo de las Españas. La común Patria española se fractura y nos perdemos en cualesquiera tipos de discusiones sobre las causas y los sesgos políticos e históricos de tal hecho. Cataluña primero, seguido por las provincias Vascongadas (artificialmente unidas en ese Euzkadi sin referencia histórica previa), pero ahora ya Andalucía y las mismísimas Canarias, a quienes Galicia parece ir a renglón seguido, reclaman su “soberanía nacional”. La cuestión política es a mi juicio un epifenómeno de algo más profundo. Lo que a España le falta es una unidad de destino, un sentido de quehacer en lo universal, porque la Patria no sólo es, sino que también se hace. A nosotros, los tradicionalistas, que cuando somos veramente tradicionalistas en lo político en países hispanos tenemos por fuerza que ser carlistas, nos trae completamente al pairo el que las regiones se quieran llamar naciones y hablamos indistintamente de España o las Españas. Ni voy a entrar en lo obvio: que estos nacionalismos modernos son letales de necesidad porque yugulan a la sociedad, porque son todavía infinitamente más destructores de la subsidiariedad, de los municipios y de los cuerpos intermedios que lo es el maldito estado centralista, liberal y jacobino que venimos padeciendo desde el infame Fernando VII. No van por ahí los tiros de este post. Hoy hay que apuntar derecho y certero al núcleo de este problema.
Nadie, o muy pocos, hablan de lo obvio: que España, o las Españas –como en rigor debieran llamarse-, tienen unidad en la misión universal que Dios ha encomendado a las distintas regiones españolas, o sea, en la unidad católica y en la empresa misionera y de defensa de la Cristiandad. Lógicamente si España no cumple su misión, lógico es que desaparezca. Se puede aplicar a esto el dicho bíblico de que si la sal no sala ...
El insigne pensador español Don Marcelino Menéndez Pelayo afirmó en su Historia de los heterodoxos españoles hace ya un siglo lo siguiente:
“España, evangelizadora de la mitad del orbe, España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio … Esa es nuestra grandeza y nuestra unidad. No tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y los vectones ó de los reyes de taifas”.Pues eso: sin unidad católica no existe unidad de España. Porque el nacimiento de España como nación con Recaredo es la unidad católica que incorpora a los visigodos a la Verdadera Fe al abjurar estos de su arrianismo. Porque la afirmación de España, invadida en prácticamente todo su territorio por el Islam, es la afirmación de la Cristiandad. Porque la consumación de la reunión de las Españas, tantas veces soñadas por reyes leoneses, castellanos, aragoneses y navarros a lo largo de la Edad Media tiene un origen primordialmente cristiano y en rigor se llama a Fernando e Isabel Reyes Católicos. La constante española es haber sido una historia particular de la Iglesia, quizás más que ningún otro pueblo católico del mundo, con excepción de Portugal, que merece igual consideración. La unión de las distintas regiones y distintos reinos de España no tiene otro sentido que el acometer para la Providencia esa empresa reconquistadora y misionera. Lógico es pues que España sufra con una fe adulterada como la post-Vaticano II que, para empezar, pone al error al mismo nivel que la verdad con el nocivísimo concepto de libertad religiosa.
Si la verdadera Fe retorna a los corazones de los españoles la vuelta a la unidad de la Patria y la concordia entre los españoles serán dos consecuencias lógicas y casi inmediatas de la unidad católica. Sin unidad católica seremos ciudadanos de reyezuelos taifas, peor que las caóticas tribus de la España prerromana. España sin unidad católica no es nada. Es peor que nada. La caída en el abismo no ya inmoral sino peor, amoral, de la España moderna así lo atestigua.
Ya lo dijo Menéndez Pelayo hace un siglo. La Santa Religión Católica es nuestra razón de ser. Cuando España falta a su deber máximo, a su causa ontológica, España desaparece.
Lo demás son anotaciones a pie de página.
Rafael Castela Santos