Una de las falacias más logradas de la historiografía moderna es el juicio prevaricador lanzado sobre las fuerzas nacionales durante la Cruzada de 1936-1939 en España. En este mismo blog al acceder a los comentarios uno encuentra esas dos vetas típicas y tópicas: la marxistoide-nihilista, que demoniza a los nacionales, y la de los liberales, que pone a todos por igual. Uno ya duda de qué es peor, si la malevolencia de los primeros o la tibieza de los últimos.
Un blog como A Casa de Sarto no es un espacio de discusiones exhaustivas, bizantinas para quienes sirven a sus prejuicios. Espigaremos, sin embargo, algunos autores para bien y orientación de nuestros lectores.
Como en toda guerra hay abusos. Y en esta, no podía ser menos, hay abusos por ambos lados. ¿O acaso es que no hubo abusos por parte de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial, pongamos por caso? El problema es de principio. O de intoxicación, según se mire. Desde luego entre los verdaderos historiadores de la Guerra Civil, como pueden ser el caso del antifranquista Hugh Thomas, del neutral Pío Moa o de aquellos más simpatizantes con el franquismo, como puede ser el caso de Ricardo de la Cierva (por citar sólo a algunos) y aquellos que son meramente intoxicadores, como pueden ser Preston, Tusell o la Televisión Española (sin diferencia si aznarista o zapaterista), hay un abismo.
Falacia número 1: “Un millón de muertos”. Mentira. La cifra está próxima al medio millón. Los hermanos Salas Larrazábal, excelentes historiadores del conflicto desde el punto de vista militar, tienen muchos estudios al respecto desmontando esta falacia. La guerra mas mortífera que ha sufrido España jamás fue la invasión de ese indeseable francés llamado Napoleón, que acabó con la vida de casi tres millones de españoles cuando la población de España era de unos quince millones.
Falacia número 2: “Los franquistas eran fascistas asesinos mientras que los republicanos eran pacíficos ciudadanos demócratas que actuaron en legítima defensa”. Para empezar la República, como es evidente, devino en zona comunista, o “roja” por emplear la terminología al uso. Ni Largo Caballero ni Prieto, ambos del PSOE, eran pacíficos socialdemócratas. Ambos tuvieron más predicamento que otros hombres con más talla humana, moral e intelectual, como Julián Besteiro. Largo Caballero y Prieto se aliaron con los comunistas, con Negrín, por ejemplo. O sea, que los “republicanos” tenían bien poco de demócratas. La ayuda soviética a la España roja, incluídas las Brigadas Internacionales –entre ellas la Brigada Lincoln de los Estados Unidos-, fue incluso mayor que la de alemanes, italianos, portugueses e irlandeses a la España nacional. En segundo lugar Franco no era personalmente, ni lo eran las familias del régimen (excepción hecha de algún sector minoritario de la Falange) fascista. Mientras que hubo orden y paz en la España nacional desde el principio, en la España roja el caos y la división interna predominaron. Un ejemplo son las matanzas intestinas entre comunistas estalinistas y trotskistas, como la del POUM en Barcelona. O las muchas matanzas entre anarquistas y comunistas en el Bajo Aragón, en Valencia o en Madrid. Por el contrario el asesinato cruel y por la espalda no fue la moneda de uso común en la España nacional. Hugh Thomas da fe y datos profusos de esto.
Falacia número 3: “Franco se ensañó al final de la Guerra Civil con sus enemigos”. Falso. De más de 120000 condenas a muerte en los años 1939-1942 admitidas por tribunales, con juicios con garantías procesales, Franco admitió sólo unas 82000, de las cuales conmutó por distintas penas unas 61000. Es decir, hubo unos 21000 fusilamientos tras la guerra, muy pocos contra combatientes regulares, la gran mayoría contra asesinos, a menudo de población civil y desarmada. Franco en 1939, como igual con los terroristas juzgados y condenados en los procesos de Burgos de 1974, si acaso pecaba de blando y demasiado misericordioso con quienes eran asesinos probados. Los trabajos de Ricardo de la Cierva son esclarecedores al respecto.
Falacia número 4: “La mayor parte de los crímenes de la Guerra Civil lo fueron a manos nacionales”. El libro de Pío Moa “Los crímenes de la Guerra Civil” es esclarecedor al respecto. Aunque bien es cierto que hubo abusos por parte del sector “arribista” de la Falange en contraposición al sector romántico o primero, que vertieron su sangre no sólo de modo generoso sino a veces martirial en ciertas zonas de la España nacional, la mayor parte de los crímenes fue cometida en la España roja, donde el terror se impuso como norma de vida. No sólo esto, sino que además la naturaleza sañuda de los crímenes en la España roja alcanzó cotas inenarrables.
Falacia número 5: “No hubo persecución organizada en la España republicana, pero sí en la España nacional”. Pues bien, es justo todo lo contrario. Fuera de la durísima persecución política que hubo en la España comunista, hubo una persecución organizadísima contra todo lo católico. El libro “La persecución religiosa en España”, fruto del trabajo de su Tesis Doctoral allá por 1961 en la Universidad Pontificia de Monseñor Antonio Montero, no admite réplica. Monseñor Montero es irreprochable en sus fuentes y su metodología de trabajo. Don Antonio excluye de su trabajo a todos aquellos que pudieran haber sido asesinados por mor de alguna militancia política, a los que excluye, como por ejemplo al joven mártir carlista muerto en olor de santidad Antonio Molle Lázaro. En Madrid en 1937 las checas detenían a la gente sin razón alguna y había ejecuciones en plena calle por el mero hecho de llevar un Rosario en el bolsillo. Franco tuvo que reconstruir nada menos que 20000 iglesias y templos en la España roja tras la finalización de la contienda y apenas un 10 % de ellas sufrieron daños bélicos directos. Es decir, estos templos eran destruidos y dañados en la retaguardia. En muchas zonas de la España roja, como Barcelona, la destrucción de tumbas católicas y de reliquias de santos fue un hecho habitual. Más de 70000 seglares católicos asesinados por el único hecho de ser católicos, miles y miles de Sacerdotes y religiosos y 13 Obispos muertos configuran la tétrica España roja de 1936-1939 como la persecución anticristiana más feroz en un país occidental desde los tiempos de Diocleciano. Esto sí que fue una persecución organizada y no castigada. Por el contrario mientras que en la España nacional se persiguió cuando se supo de los abusos que determinados sujetos o grupos pudieron hacer de espaldas a la ley y llevados de un espíritu sectario y/o de venganza, y se daba garantías procesales en Madrid, por no ir más lejos, Santiago Carrillo –jefe de la cheka más importante de Madrid y de la Policía de la capital española- no permitió sino que organizó las matanzas de Paracuellos del Jarama, donde pudieron llegar a morir hasta 35000 personas. Esta es, otra más, una grandísima infamia sobre la España democrática moderna, incapaz de pedir cuentas a este asesino consumado. Algo como las matanzas de Paracuellos o las de Barcelona no tienen parangón en la España nacional.
No. No fueron iguales. Los nacionales, de hecho, fueron mucho más justos que los rojos no por nacionales, sino porque mayoritariamente y por encima de todo eran católicos. Los nacionales, de hecho, cometieron muchísimas menos tropelías y las que cometieron no lo fueron ni organizadamente ni con la aquiescencia del poder legítimamente constituido. Este blog católico comparte el parecer de la Carta Colectiva del Episcopado Español de 1937, a la que nos remitimos, y de la cual hemos extraído secciones concretas meses ha. Hay que leer la biografía de Anastasio Granados publicada por Espasa Calpe sobre el entonces Cardenal Primado de España, el catalán Don Isidre Gomá, para comprender la dimensión de la tragedia cósmica que afligió entonces a los españoles.
Como A Casa de Sarto es un espacio católico por encima de todo, suplico a los creyentes que nos lean una oración para que los miles de mártires –muertos por la Fe Católica de los cuales muchos están ya en los Altares beatificados y canonizados por Juan Pablo II-, y entre los que se encuentran la virginal sangre de muchos viriatos portugueses que dieron generosísimamente su sangre no ya por el noble motivo de la Patria portuguesa o la Patria española, sino por el más noble todavía de la Cristiandad, intercedan para que Portugal y España regresen pronto a la Fe y costumbres católicas y vuelvan a ser estandartes misioneros de la Santa Madre Iglesia, de la Roma Eterna, por todo el mundo.
Porque la esperanza en este mundo es para el católico la sangre de mártires. En ella renacimos cuando los romanos mataban a los cristianos en el solar hispano y de la sangre de estos mártires más próximos en el tiempo volveremos a renacer. España y Portugal, y con ellas todas las naciones ibéricas que hay por América, Asia y Oceanía, han sido compradas para la Iglesia al precio de sangre inocente. La de Cristo primero. La de nuestros mártires después. Que nadie se llame a engaño: “Las puertas del Infierno no prevalecerán contra Ella …”.
Rafael Castela Santos