Como no podía ser menos, el Islam tiende a imponerse por todo el mundo. Hasta periódico español La Razón, que siempre es exquisito con los musulmanes por su línea editorial abyectamente pro-marroquí, se hace eco de este hecho en un artículo donde narra la brutal expansión del fundamentalismo islámico en los Balcanes. Ocurre, sin embargo, que los católicos nos hemos olvidado de que estas religiones y estos pueblos prosperan por mor de nuestro patético incumplimiento de nuestras obligaciones cristianas.
Ya decía el Padre Julio Meinvielle en su suculenta obra “El Judío en el Misterio de la Historia”, en la estela de Santo Tomás en su Summa Contra Gentiles, que si los judíos habían adquirido más importancia en la historia moderna era en virtud de la dejación de los deberes cristianos por parte de la Cristiandad. Y, de igual manera, los israelitas del Antiguo Testamento pagaban caras sus transgresiones de la Ley y sus idolatrías con las invasiones de los pueblos limítrofes, como los idumeos o los filisteos. A tal punto de que los hebreos llegaron a ser virtualmente esclavizados por Egipto y otros pueblos orientales. Existen pues precedentes históricos de que Israel, ya el viejo ya el nuevo - la Iglesia Católica -, es asediado, vencido y hasta pisoteado por sus enemigos exteriores cuando cesa en el cumplimiento de sus obligaciones para con Dios. Que el Islam está llamado a jugar un papel semejante, si Dios no lo remedia, resulta más que obvio a la luz de los actuales acontecimientos.
En Estados Unidos el fenómeno de “Nation of Islam”, el grupo negro dirigido por el carismático Louis Farrakhan, sigue su activa labor en los guetos norteamericanos. La población negra, vilificada por un sistema de creciente injusticia social y progresivamente empobrecida por un sistema educativo que transforma personas en consumidores, como se ha señalado anteriormente en este blog, encuentra apenas tablas de salvación a las que agarrarse. El Islam, con su núcleo duro y simplista de obligaciones morales, prosigue su incontenible expansión en estas comunidades afroamericanas y se configuran, de facto, como un poderoso caballo de Troya dentro de la cáscara hueca de la civilización occidental, vaciada hoy día de su contenido cristiano. El Profesor Gabriel de Erausquin escribía con tintes proféticos en la revista The Angelus, de febrero de 1996, lo siguiente:
“Is Islam once again the instrument of Providence to scourge a decadent civilization into oblivion? America has rolled down a pathway of degeneration led by capitalism into extremes of self-indulgence. Legalized abortion makes the crime of Herod the behavior of a naughty child, and technology has turned modern war into a calamity without precedent in history, the horrors of which defy imagination and which can be brought to bear upon any nation who dare oppose the game of demand and supply for the benefit of multinational corporations. The magnitude of the injustice inflicted upon the American people by mercenary politicians certainly cries for punishment, but only a madman could desire that punishment to be the destructive spirit of Islam.
Once again, the only force to stand the tide will be Christendom. As then, only the firm recognition and restoration of the social kingship of our Lord Jesus Christ will withstand as an invincible rampart the assaults of barbarism. In the seven centuries of continuous assault by Islam upon Christendom, the soldiers of Christ have stopped the onslaught time and time again. In the shadow of the walls of Vienna, upon the peaks of the Pyrenees, over the waves of the Mediterranean or in the islands of Crete and Cyprus, crusading knights bore the brunt of the fighting without expecting any gain but the possession of their Lord and Captain for eternity. The black man needs to stand up, yes, and if and when he does he will tower over the deserted cities of America as a conqueror. But the standard he chooses will make all the difference in the result. The Crescent or the Cross?”
Europa desde fuera y Estados Unidos desde dentro tienen ya el mismo enemigo: el Islam.
Pero basta ya de hipocresías cobardes y de falta de realismo. Si el castigo de Dios hoy día toma la forma de la media luna es como castigo a nuestros pecados y, más aún si cabe, a nuestras dejaciones y abdicaciones. No habrá freno del Islam mientras que la incredulidad y la tibieza en la minoría todavía practicante sean la tónica de las naciones otrora católicas. El freno al Islam no está en librar inicuas guerras, sino primaria y primordialmente en el corazón de los cristianos. Si a la inmigración musulmana incontrolada que se padece en Europa, y de la cual Portugal o España son terribles ejemplos - y el 11M una terrible constatación de lo que es capaz la quinta columna marroquí -, se respondiera con una población de ardiente espíritu misionero para nada dispuesta a contemporizar con las demandas islámicas y con tolerancia religiosa - pero no la inicua libertad religiosa proclamada urbi et orbi por el Vaticano II -, otro gallo nos cantaría.
Además prácticamente todas las tierras hoy musulmanas del norte de África o el Oriente Medio fueron antaño cristianas. La conversión de los pueblos musulmanes al catolicismo, a Cristo mismo - Camino, Verdad y Vida - es la única solución al drama universal bañado en sangre del cual ya hemos tomado un aperitivo. Fátima, que ostenta el nombre de la advocación mariana más importante de los tiempos modernos y también nombre de la hija del profeta de Alá, está llamada a ejercer un poderoso atractivo sobre los pueblos islámicos. No en vano María se representa sobre una media luna no quebrada. Algún día la herejía dejará se trocará en abrazo de la Santa Religión porque la lucha del católico no es contra hombres, sino “contra Príncipes y Potestades que están en los aires” como nos recuerda San Pablo, el mismo que nos dice que “detrás de cada religión falsa hay un ídolo”.
Entretanto, habiendo renunciado completamente a la receta que la Virgen nos propuso en Fátima (arrepentimiento y oración, primariamente) y habiendo diseñado un sistema de vida inicuo asentado sobre la adoración de Mamonna, sobre el pecado, más aún: sobre los cuatro pecados que claman venganza al Cielo, sufriremos el azote del Islam como justo castigo a nuestros pecados. Y también el de Rusia.
Pero de la Santa Madre Rusia, hoy en las garras del cisma y del comunismo, hablaremos otro día con temor pero con la esperanza cierta de su retorno a la Iglesia Católica.
Rafael Castela Santos
Ya decía el Padre Julio Meinvielle en su suculenta obra “El Judío en el Misterio de la Historia”, en la estela de Santo Tomás en su Summa Contra Gentiles, que si los judíos habían adquirido más importancia en la historia moderna era en virtud de la dejación de los deberes cristianos por parte de la Cristiandad. Y, de igual manera, los israelitas del Antiguo Testamento pagaban caras sus transgresiones de la Ley y sus idolatrías con las invasiones de los pueblos limítrofes, como los idumeos o los filisteos. A tal punto de que los hebreos llegaron a ser virtualmente esclavizados por Egipto y otros pueblos orientales. Existen pues precedentes históricos de que Israel, ya el viejo ya el nuevo - la Iglesia Católica -, es asediado, vencido y hasta pisoteado por sus enemigos exteriores cuando cesa en el cumplimiento de sus obligaciones para con Dios. Que el Islam está llamado a jugar un papel semejante, si Dios no lo remedia, resulta más que obvio a la luz de los actuales acontecimientos.
En Estados Unidos el fenómeno de “Nation of Islam”, el grupo negro dirigido por el carismático Louis Farrakhan, sigue su activa labor en los guetos norteamericanos. La población negra, vilificada por un sistema de creciente injusticia social y progresivamente empobrecida por un sistema educativo que transforma personas en consumidores, como se ha señalado anteriormente en este blog, encuentra apenas tablas de salvación a las que agarrarse. El Islam, con su núcleo duro y simplista de obligaciones morales, prosigue su incontenible expansión en estas comunidades afroamericanas y se configuran, de facto, como un poderoso caballo de Troya dentro de la cáscara hueca de la civilización occidental, vaciada hoy día de su contenido cristiano. El Profesor Gabriel de Erausquin escribía con tintes proféticos en la revista The Angelus, de febrero de 1996, lo siguiente:
“Is Islam once again the instrument of Providence to scourge a decadent civilization into oblivion? America has rolled down a pathway of degeneration led by capitalism into extremes of self-indulgence. Legalized abortion makes the crime of Herod the behavior of a naughty child, and technology has turned modern war into a calamity without precedent in history, the horrors of which defy imagination and which can be brought to bear upon any nation who dare oppose the game of demand and supply for the benefit of multinational corporations. The magnitude of the injustice inflicted upon the American people by mercenary politicians certainly cries for punishment, but only a madman could desire that punishment to be the destructive spirit of Islam.
Once again, the only force to stand the tide will be Christendom. As then, only the firm recognition and restoration of the social kingship of our Lord Jesus Christ will withstand as an invincible rampart the assaults of barbarism. In the seven centuries of continuous assault by Islam upon Christendom, the soldiers of Christ have stopped the onslaught time and time again. In the shadow of the walls of Vienna, upon the peaks of the Pyrenees, over the waves of the Mediterranean or in the islands of Crete and Cyprus, crusading knights bore the brunt of the fighting without expecting any gain but the possession of their Lord and Captain for eternity. The black man needs to stand up, yes, and if and when he does he will tower over the deserted cities of America as a conqueror. But the standard he chooses will make all the difference in the result. The Crescent or the Cross?”
Europa desde fuera y Estados Unidos desde dentro tienen ya el mismo enemigo: el Islam.
Pero basta ya de hipocresías cobardes y de falta de realismo. Si el castigo de Dios hoy día toma la forma de la media luna es como castigo a nuestros pecados y, más aún si cabe, a nuestras dejaciones y abdicaciones. No habrá freno del Islam mientras que la incredulidad y la tibieza en la minoría todavía practicante sean la tónica de las naciones otrora católicas. El freno al Islam no está en librar inicuas guerras, sino primaria y primordialmente en el corazón de los cristianos. Si a la inmigración musulmana incontrolada que se padece en Europa, y de la cual Portugal o España son terribles ejemplos - y el 11M una terrible constatación de lo que es capaz la quinta columna marroquí -, se respondiera con una población de ardiente espíritu misionero para nada dispuesta a contemporizar con las demandas islámicas y con tolerancia religiosa - pero no la inicua libertad religiosa proclamada urbi et orbi por el Vaticano II -, otro gallo nos cantaría.
Además prácticamente todas las tierras hoy musulmanas del norte de África o el Oriente Medio fueron antaño cristianas. La conversión de los pueblos musulmanes al catolicismo, a Cristo mismo - Camino, Verdad y Vida - es la única solución al drama universal bañado en sangre del cual ya hemos tomado un aperitivo. Fátima, que ostenta el nombre de la advocación mariana más importante de los tiempos modernos y también nombre de la hija del profeta de Alá, está llamada a ejercer un poderoso atractivo sobre los pueblos islámicos. No en vano María se representa sobre una media luna no quebrada. Algún día la herejía dejará se trocará en abrazo de la Santa Religión porque la lucha del católico no es contra hombres, sino “contra Príncipes y Potestades que están en los aires” como nos recuerda San Pablo, el mismo que nos dice que “detrás de cada religión falsa hay un ídolo”.
Entretanto, habiendo renunciado completamente a la receta que la Virgen nos propuso en Fátima (arrepentimiento y oración, primariamente) y habiendo diseñado un sistema de vida inicuo asentado sobre la adoración de Mamonna, sobre el pecado, más aún: sobre los cuatro pecados que claman venganza al Cielo, sufriremos el azote del Islam como justo castigo a nuestros pecados. Y también el de Rusia.
Pero de la Santa Madre Rusia, hoy en las garras del cisma y del comunismo, hablaremos otro día con temor pero con la esperanza cierta de su retorno a la Iglesia Católica.
Rafael Castela Santos
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