En estos días estivales, que no de vacaciones para mí, le he estado hincando el diente a un libro del argentino Arturo Jauretche “Los profetas del odio y la yapa”, publicado allá por 1957 e inencontrable salvo en algunos cualificados “alfarrabistas” de la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires, nombre dado a la actual capital austral por el insigne Juan de Garay.
Este libro analiza con lujo de detalles la vida política y social de la Argentina que transcurre entre los años treinta y mediados de los cincuenta. Desde A Casa de Sarto se ha reivindicado la figura del Padre Leonardo Castellani repetidamente. Pues bien, Jauretche escribe en paralelo, como proporcionando material y ejemplos suficientes para entender esa metapolítica castellaniana, esa metapolítica profética que desde los artículos que el Padre escribiera para las revista Jauja o su columna Periscopio, les vaticinó a los argentinos con suficiente antelación el triste status quo a que están hoy día sometidos.
Jauretche, un liberal sensato, no entra en asuntos directamente religiosos, pero concluye que el abandono y/o arrinconamiento de los modos tradicionales de una sociedad conlleva su destrozo y voladura. Don Arturo se hubiera quedado estupefacto de la sociedad argentina de hoy día, envilecida por la miseria, la corrupción, la sed materialista nunca colmada y las lacras que conlleva todo ello. Su análisis es más profundo porque da a entender que el abandono del Catolicismo por Argentina ha sido el hacedor de este desaguisado. Tras la derrota de los federales católicos argentinos a manos de los “asquerosos e inmundos unitarios” liberales, la nación hermana del Plata ha padecido una laicización sin límites. Como la Argentina fue formada en la forja de un orden cristiano que abarcaba no sólo lo religioso, sino lo filosófico, lo jurídico, lo político o lo social y lo cultural - es decir, todas las facetas públicas de una nación - se creo un vacío imposible de suplir. Los pastiches de importación, francesa o inglesa en tiempos pretéritos o cosmopolitista-liberal en tiempos recientes, no pueden tapar el agujero de una amputación metafísica esencial.
La conclusión es que el Catolicismo, como Cristo mismo, es una religión encarnada. Un Cristo desencarnado, como el de Arrio o los monofisitas, es un Cristo falso, herético. Una Argentina desencarnada de su Hispanidad, es decir, de la manera específica de los hispanos de vivir la Cristiandad, no es sino una caricatura de sí misma. La religión católica acaba por formar e informar forma e informa todos los demás órdenes de la vida humana de un modo orgánico, no teocrático. Concebir cualquier Patria, sea la argentina, la portuguesa o la española, que han sido engendradas por la Santa Madre Iglesia, sin la Encarnación de Cristo en la vida pública de la nación, es condenar la Patria a la perdición, al vasallaje y a la humillación innoble. La Religión Católica, una religión que exige consciencia, es el alma de las naciones católicas. El haber logrado erradicar de las mentes y de las almas argentinas el Catolicismo es la causa última de sus desastres. Jauretche remata:
A la estructura material de un país dependiente corresponde una superestructura cultural destinada a impedir el conocimiento de esa dependencia para que el pensamiento de los nativos ignore la naturaleza de su drama y no pueda arbitrar propias soluciones, imposibles mientras no conozca los elementos sobre los que debe operar y los procedimientos que corresponden, conforme a sus propias circunstancias de tiempo y lugar.
Este libro analiza con lujo de detalles la vida política y social de la Argentina que transcurre entre los años treinta y mediados de los cincuenta. Desde A Casa de Sarto se ha reivindicado la figura del Padre Leonardo Castellani repetidamente. Pues bien, Jauretche escribe en paralelo, como proporcionando material y ejemplos suficientes para entender esa metapolítica castellaniana, esa metapolítica profética que desde los artículos que el Padre escribiera para las revista Jauja o su columna Periscopio, les vaticinó a los argentinos con suficiente antelación el triste status quo a que están hoy día sometidos.
Jauretche, un liberal sensato, no entra en asuntos directamente religiosos, pero concluye que el abandono y/o arrinconamiento de los modos tradicionales de una sociedad conlleva su destrozo y voladura. Don Arturo se hubiera quedado estupefacto de la sociedad argentina de hoy día, envilecida por la miseria, la corrupción, la sed materialista nunca colmada y las lacras que conlleva todo ello. Su análisis es más profundo porque da a entender que el abandono del Catolicismo por Argentina ha sido el hacedor de este desaguisado. Tras la derrota de los federales católicos argentinos a manos de los “asquerosos e inmundos unitarios” liberales, la nación hermana del Plata ha padecido una laicización sin límites. Como la Argentina fue formada en la forja de un orden cristiano que abarcaba no sólo lo religioso, sino lo filosófico, lo jurídico, lo político o lo social y lo cultural - es decir, todas las facetas públicas de una nación - se creo un vacío imposible de suplir. Los pastiches de importación, francesa o inglesa en tiempos pretéritos o cosmopolitista-liberal en tiempos recientes, no pueden tapar el agujero de una amputación metafísica esencial.
La conclusión es que el Catolicismo, como Cristo mismo, es una religión encarnada. Un Cristo desencarnado, como el de Arrio o los monofisitas, es un Cristo falso, herético. Una Argentina desencarnada de su Hispanidad, es decir, de la manera específica de los hispanos de vivir la Cristiandad, no es sino una caricatura de sí misma. La religión católica acaba por formar e informar forma e informa todos los demás órdenes de la vida humana de un modo orgánico, no teocrático. Concebir cualquier Patria, sea la argentina, la portuguesa o la española, que han sido engendradas por la Santa Madre Iglesia, sin la Encarnación de Cristo en la vida pública de la nación, es condenar la Patria a la perdición, al vasallaje y a la humillación innoble. La Religión Católica, una religión que exige consciencia, es el alma de las naciones católicas. El haber logrado erradicar de las mentes y de las almas argentinas el Catolicismo es la causa última de sus desastres. Jauretche remata:
A la estructura material de un país dependiente corresponde una superestructura cultural destinada a impedir el conocimiento de esa dependencia para que el pensamiento de los nativos ignore la naturaleza de su drama y no pueda arbitrar propias soluciones, imposibles mientras no conozca los elementos sobre los que debe operar y los procedimientos que corresponden, conforme a sus propias circunstancias de tiempo y lugar.
Arturo Jauretche, Los profetas del odio y la yapa
Y sin alma el cuerpo no tiene vida. Es por esto que Argentina agoniza. Recemos por la resurrección en Cristo Jesús y en la Santísima Virgen de Luján de la Patria hermana austral. Y los demás aprendamos esta dura lección y hagamos cuanto podamos para volver a las coordenadas cristianas en la vida pública y en la privada, por ser auténticos Caballeros de Cristo.
¡Viva Cristo Rey!
Y sin alma el cuerpo no tiene vida. Es por esto que Argentina agoniza. Recemos por la resurrección en Cristo Jesús y en la Santísima Virgen de Luján de la Patria hermana austral. Y los demás aprendamos esta dura lección y hagamos cuanto podamos para volver a las coordenadas cristianas en la vida pública y en la privada, por ser auténticos Caballeros de Cristo.
¡Viva Cristo Rey!
Rafael Castela Santos
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