Fray Luis de Granada: Introducción del Symbolo de la Fe, Segunda Parte, XXVIII. Madrid, 1730, p. 659ss.
De como quasi todos los Emperadores, que persigueron la Fè, y Religion Christiana, acabaron desastradamente: y los que la honraron, fueron en todas las cosas ayudados de Dios, y prosperados.
No dexa de ser tambien grande testimonio de la verdad, de nuestra Fè ver, que quasi todos los que la persiguieron, acabaron desastradamente, y los que la favorecieron, y abrazaron, fueron prosperados en sus Reynos, y Imperios. Y digo quasi todos, y no todos; porque (como dice S. Augustin) de tal manera se ha la Divina Providencia en la governación de este mundo, que ni castiga en esta vida todos los malos, ni dexa de castigar muchos de ellos.
Porque si castigàra à todos, pudieran los hombres imaginar, que todo se remataba en esta vida, y no quedaba nada para la otra: y si à ninguno castigàra, pudieran imaginar, que no avia Providencia, que tuviesse à cargo las cosas humanas. Por esso, la Sabiduría divina (que todas las cosas endereza para el bien de sus criaturas) algunas cosas castiga poderosamente; para que vean los hombres, que ay Providencia (mayormente las que son tan exorbitantes, que ellas mismas estàn clamando à Dios, y pidiendo venganza) y otras dexa por castigar; para que entendamos, que reserva su castigo para la otra vida, y que no se concluye todo en esta.
Lo qual se vee en algunos de los Emperadores, que persiguieron la Iglesia, que no recibieron aqui su merecido. Pero como esta crueldad, y maldad, era tan grande, no consintió la Divina Justicia, que quedassen otros muchos sin castigo, aun en esta vida. En lo qual maravillosamente resplandece la divina Providencia, que usaba de los tyrannos, como de ministros, y instrumentos para fundar la Fè de su Iglesia con la sangre de los Martyres, y para hermosear el Cielo con este gloriosissimo exercito de ellos. Porque si no huviera tyrannos, no huviera Martyres: si no huviera Decio, no huviera Laurencio, si no huviera Deciano, no huviera Vincencio: y si no huviera Herodes, no huviera martyres Innocentes.
Mas despues de averse servido de ellos en este ministerio, dabales tambien aqui su merecido: como lo hizo con Nabuchodonosòr, de el qual usò,como de vara (segun lo llama Esaìas) para azotar à su pueblo. Mas acabado este officio, echò la vara en el fuego: quiero decir destruyò, y puso por tierra todo su Imperio. Pues lo mismo hizo quasi con todos estos tyrannos: de los quales unos fueron arrebatados por los demonios, otros se mataron con sus proprias manos, otros fueron despedazados por bestias fieras, otros murieron, comiendose las manos à bocados, otros ahogandose en los ríos, y otros de otras maneras.
Assi leemos en el Martyrio de Sancta Eufemia, Noble Virgen, que queriendo el juez perverso forzarla en la carcel, fue luego arrebatado del demonio, y el verdugo, que la degollò, fue luego muerto por un Leon, y la noche siguiente el juez, que la sentenciò, se matò, comiendose à bocados, y lleno de furor. Lo qual moviò à muchos de los infieles, assi Judios, como Gentiles, à ser Christianos.
Assimismo, quasi todos los Reyes, y emperadores, que martyrizaron los Sanctos, tuvieron muy desastrados fines. Entre los quales el primero fue Herodes: el qual por matar al Niño I E S U S, matò los Innocentes: cuya enfermedad,y muerte, fue terribilissima, como escrive largamente Iosepho (Antiquit. Judaic.lib 17.cap.9.& 10), y en cabo, despues de aversele saltado los ojos, en un baño, desesperado de la vida, se metiò un cuchillo por los pechos, y se matò, mandando antes matar el tercero de los hijos, despues de aver muerto à dos de ellos (Idem lib. 16. c.13).
El segundo Herodes, que degollò à Sanctiago, y tuvo preso à S. Pedro, fue herido por un Angel, y muriò comido en vida de gusanos, com escrive el mesmo Iosepho, y S. Lucas.
El tercero perseguidor de la Iglesia (Lib. 19. cap.7. Act.12): que fue Neròn, (el qual martirizò à S. Pedro, y S. Pablo,) viendo, que no podia escapar de los conjurados, que lo buscaban para matarle, èl los librò de esse trabajo, matandose con sus manos.
El quarto, que fue Domiciano, que desterrò à S. Iuan Evangelista, fue muerto à manos de los suyos.
Valeriano, cruel perseguidor de la Iglesia, fue vencido en batalla por el Rey de los Persas: el qual lo prendiò, y mandò sacar los ojos, y se servia de èl, para poner sobre èl los pies, quando cavalgaba.
Aureliano fue muerto por manos de los suyos.
Decio, que martyrizò à S. Laurencio, èl juntamente con sus hijos fue muerto.
Diocleciano, cruelissima bestia, el qual se hizo adorar por dios, vino à tan gran perdicion, y desatino, que le fue forzado dexar la Corona, y el Sceptro, y vivir, como uno del pueblo.
Maximiano su compañero tambien lo dexò, y vivia como èl: y aun assi no le fue concedido vivir; porque Maxencio su hijo, que se queria alzar con el Imperio, le echò di Roma: de donde saliò huyendo, y se acogiò al amparo de Constantino, que era su yerno. Y siendo por èl noblemente recibido, ensayaba contra èl traycion. Lo qual fue sabido, y por ello castigado con la muerte, y con deshonra, y infamia. Cà sus estatuas, y medallas, fueron mandados raer, dò quiera que estaban, y los titulos de las casas publicas, que de èl avian tomado nombre, se mandaron mudar. Pues Maxencio su hijo, heredero de los vicios, y crueldad de su padre, por especial milagro, y disposicion Divina, muriò. Porque aviendo armado una puente falsa sobre un rio cabe Roma, para que llegando el emperador Constantino à ella, se hundiesse en el rio, èl, como desatinado, no acordandose de lo que avia tramado, puso las piernas al cavallo, y passando por la misma puente, cayò, y se ahogò.
Maximino, tambien cruelissimo perseguidor de la Iglesia, fue vencido en la batalla por el mismo Constantino, y escapò huyendo de su exercito entre los aguadores. Por lo qual, indignado contra los agoreros, que le prometian la victoria, los mandò matar. Y sobre esta afrenta, lo castigò Dios con una gravissima enfermedad, hinchandosele, y pudriendosele las entrañas: y dentro de el pecho se le hizo una llaga, que poco à poco se estendia por èl, sin otras, que tenia derramadas por toda su carne, que manaban arroyos de gusanos. Y con ellas tenia hedor tan terrible, que ningun hombre, ni los mismos zirujanos podian llegar a èl. Y viendo que sus medicos no le podian remediar, ni hazer algun beneficio, antes huìan de èl por su abominable hedòr, mandò matar muchos de ellos. Entre los quales llegò à èl uno, mas para ser degollado, que para curarle; y movido por especial instincto de Dios, le dixo: Por què yerras, Emperador, pensando, que pueden los hombres estorvar, lo que Dios ordena? Esta tu enfermedad ni es de hombres, ni hombres la pueden curar. Mas acuerdate, quantos males has hecho à los siervos de Dios, y de quanta crueldad has usado contra sus honradores: y assi sabràs, à quien has de pedir remedio. Porque yo bien podrè morir, como los otros; mas tu no seràs curado por manos de medicos. Entonces comenzò Maximino à conoscer, que era hombre, y trayendo à la memoria sus males, confessò que avia errado. Finalmente, perdiendo la vista de los ojos, y conosciendo entonces mejor la fealdad de sus males, hizo fin con affligida muerte à su mala vida.
Licinio tambien, que Imperaba en Oriente en tiempo de Constantino, que no menos cruelmente persiguiò la Iglesia, que sus antecessores, levantandose contra Constantino, fue por èl muerto en batalla.
Despues de estos Juliano Apostata, (que con otras nuevas artes hizo mas cruel guerra, à la Iglesia,) acabò en pocos dias su Imperio, y su vida, muerto en la guerra contra los Persas, dexando el exercito en grandissimo peligro; sin que nada le valiessen, ni sus Dioses, ni sus agoreros, y encantadores, en quien tenia toda su confianza.
Pues Valente Arriano, grande perseguidor de los Catholicos, en una batalla contra los Godos fue por ellos desbaratado: y escondiendose en una chozuela, alli le pegaron fuego, y assi muriò, como sus obras lo merecian.
Estos fueron los fines, y desastres de todos aquellos, que tomaron armas contra la Religion Cristiana: lo qual no es pequeño argumento de la verdad, y sanctidad de ella.
quinta-feira, abril 28, 2005
Castigos que Dios tiene hechos en credito de su Justicia en los perseguidores de la Iglesia
Publicada por
Rafael Castela Santos
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quinta-feira, abril 28, 2005
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