El antisemitismo es el odio ciego al judío por el hecho de ser judío. Sin necesidad que lo condene la Iglesia, el antisemitismo es abominable, y lo curioso es que también es natural. En el hombre caído todo lo natural que no se vuelve sobrenatural es abominable, por lo menos en el plano teológico, sobre todo cuando está más cerca del polo animal que del polo racional: como el apetito sexual sin sacramento. Antisemitismo es propalar escandalosamente los crímenes de algunos judíos, como si entre los cristianos no hubiese criminales, tratantes de blancas incluso. Antisemitismo es achacar a los judíos todos los males de la época, para golpear el mea culpa en el lomo ajeno. Antisemitismo es envidiar las riquezas de los judíos. Antisemitismo es reprocharles sin misericordia, olvidando los propios defectos, sus defectos raciales, que a veces pueden ser hasta inculpables, y a veces son virtudes desharrapadas.
Antisemitismo es enfurecerse contra el reinado que presta al judío el ídolo Pluto, sin recordar que nuestros padres pusieron las condiciones de posibilidad de ese reinado, al rechazar, obedeciendo a la herejía liberal, el reinado de Cristo en la Argentina, que es la otra alternativa necesaria. Porque no hay más que dos señores, o Dios o las riquezas. No podéis servir a dos señores.
Nuestros padres comieron fruta ácida y nosotros tenemos la dentera. Tenemos encima la carga inmensa de los pecados de nuestros padres, y esa carga nacional no podemos levantarla solos, necesitamos Dios y ayuda, porque está escrito: ¿Quién puede levantar pecados sino Dios solo? Por eso, por mucho que urja entre nosotros el problema judío, no podemos olvidar ni la justicia ni la caridad.
Los antisemitas argentinos no son malignos, la mayoría son buenos muchachos, el verdadero antisemita envenenado es raro entre nosotros. Pero es bueno describirlo de todos modos premedicare potius quam curare, curarse en salud, como dicen.
El antisemita odia sobre todo al judío pobre, al judío mísero, grasiento y tacaño, que es justamente el que está llevando el peso de la maldición del Pretorio, y es por tanto presa de Dios. Está prohibido en la Escritura castigar a un hombre, aunque sea Caín mismo, a quien Dios está castigando: que sea presa de Dios. Maldito sea el que superimpone el yugo al buey que está llevando yugo. Está probado, por otra parte, que al judío rico, elegante y perfumado, con talegas, blasones o mando, el antisemita le da la mano, y hasta, si a mano viene, la mano de su hija; dándose también el caso, de que ese judío renegado ¡es antisemita!. Y paradoja mayor, el antisemita cristiano no se percata que a veces está odiando al judío por la misma razón con que Voltaire, por ejemplo, odiaba a judíos y cristianos; es decir, por una condición religiosa, por la marca que hay en él de divina, aunque sea la marca de la Justicia Divina. O sea que su odio de natural deviene diabólico (todo lo natural bajo la acción del pecado, puede volverse diabólico), odia sin saberlo la imagen de Cristo azotado.
No hay que olvidar que el judío lleva la sangre de Judas pero también la de Cristo, aunque la lleve sobre la cabeza. Hasta el fin del mundo en la raza judía estarán unidos Judas y Cristo. El beso es el signo unitivo por excelencia y el beso de Judas fue aceptado y devuelto por Cristo; y en el beso de Cristo no había odio, aunque sí estaba la Justicia Divina, que es peor que el odio del hombre. Mate un judío, dice el antisemita. Pero Dios dice: ¡Ay de aquél que mate a Caín, porque tendrá un castigo siete veces más grande que Caín! Porque Caín es la presa de Dios. Y esta es la gran dificultad de este problema: que no podemos tratar a Caín como él trató a Abel, pero tampoco podemos reconocerlo como hermano.
Todo esto y cuatro cosas más debe aprender el gobierno cristiano de la Argentina para poder resolver el problema judío; porque el problema judío se debe resolver. La pequeña levadura de la Diáspora arrojada por el confusionismo liberal en la triple harina de la sociedad cristiana, constituye el fermento de revolución y disgregación más activo que existe. Y al decir que el judío es un problema teológico, que no es totalmente solucionable por medidas civiles, mucho menos si son persecutorias e injustas, no significa que el gobernante cristiano se debe cruzar de brazos ante la confusión actual, que daña incluso a los judíos. Al contrario. La solución posible fue hallada por la Cristiandad y actuada eficazmente en otros tiempos, aunque debe ser reencontrada por los tiempos nuestros, porque la historia no es reversible. Esencialmente consistía en tres puntos:
1° Separación (guetto, antaño, hoy día imposible, mañana Estatuto Legal).
2° Prohibición de tener esclavos y discípulos cristianos (manumisión compensada antaño, hoy día jornaleros de Bunge Y Born y alumnas de Sansón Raskowski, mañana corporatismo cristiano).
3° Celo por convertirlos a la fe (ayer Chiesa Santa María in Peschería, hoy conversiones ficticias y poco sólidas, mañana conversión en masa de las reliquias de Israel ante la inminencia del Anticristo).
Pero estas tres cosas solamente obtendrán su efecto total si el mundo actual se convierte, es decir, si realmente hemos de ver nosotros, como predicen los teólogos, la sexta Iglesia del Apocalipsis que se llama Filadelfia, antes que vean nuestros nietos el fin del mundo.
En cuanto a mí, ¿cómo es que dice la difunta Vanguardia y el mal literato que firma Fray Gil, que odio a los judíos y estoy sublevado contra el Sumo Pontífice, si de todos los judíos que conozco uno sólo me resulta antipático; y soy incapaz de malagradecer jamás la digna hospitalidad parisiense de Raisa Maritain? Mal negocio para mí, que necesito de la Madre y de la Sangre de Cristo más que todos los argentinos juntos, dejarme tomar por el odio a la sangre de su madre. “Su madre le salía por todos los poros y él parecía un matorral de rosas – El diluvio de azotes lo desollaba y había un charco enorme en las losas…”.
Los judíos judaicos escupieron al Cristo y lo siguen escupiendo. Pero los cristianos se deben guardar muy bien de escupir a los judíos; de miedo que el esputo encuentre la cara de la Virgen sin Mancilla, que está allí al pie de la Cruz, entre los verdugos, los lamentables hijos de su pueblo, ella, la Madre del Hombre Pecado, la Flor de la Raza Anatema.
Leonardo Castellani
Me atrevo a añadir al Padre Castellani aquello ya conocido de “la salvación viene de los judíos” (Jn 4, 22). No olvidemos nunca esto.
Y estas otras palabras de Jeremías, que se aplican a todos nosotros, hermanos católicos, que hemos apostatado, que hemos abdicado de amar a Dios –esto es, cumplir sus Mandamientos-, que nos enseñoreamos en el pecado, que persistimos en nuestra tibieza … que hemos amontonado tantos pecados y excrementos sobre nuestras cabezas que indefectiblemente tenemos que ser castigados no sólo porque en rigor lo merecemos, sino porque el Castigo Divino que se cierne inminente será salutífero como el Diluvio lo fue para muchos de los que exterminó, y para escarmiento y estímulo a la conversión de los que quedemos. No hemos querido aprender del viejo Israel, del que no siguió a Dios. Un Israel que era sistemáticamente castigado cuando se desviaba de Dios y sus Mandamientos. Pero dejemos a Jeremías, que anticipa el futuro de este nuevo Israel de la Iglesia en la repetición del error craso del viejo Israel:
“Por haber seguido el camino de tu hermana, por eso pondré su cáliz en tu mano. Así dice Yahvé, el Señor: Beberás el cáliz de tu hermana, cáliz hondo y ancho; y serás objeto de burla y escarnio. Serás llena de embriaguez y dolor; pues copa de horror y espanto es la copa de tu hermana mayor, guardiana infiel, que se ha manchado con las inmundicias de las naciones. Lo beberás hasta las heces, y morderás sus pedazos, y te desgarrarás los pechos ... Y una y otra seréis entregadas al tumulto y al saqueo, apedreadas por la multitud y pasadas al filo de sus espadas ... “ (Jer 23, 31-35)
Y es San Pablo, en Romanos, donde nos recuerda el significado, y la certeza profética, de esa conversión de los judíos a la Iglesia:
“¿Por ventura ha repudiado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció. ¿O no sabéis qué dice de Elías la Escritura, cómo invoca a Dios contra Israel, diciendo: Señor, a tus profetas han dado muerte, y tus altares han derribado; y sólo yo he quedado, y procuran matarme? Pero ¿qué le dice la divina respuesta? Me he reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal. Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia [...] Digo, pues: ¿Han tropezado los de Israel para que cayesen? En ninguna manera; pero por su transgresión vino la salvación a los gentiles, para provocarles a celos. Porque si su exclusión es la reconciliación del mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos?” (Rom 11, 1-5, 11, 15)
En fin, una recomendación de lectura sobre judíos venidos al catolicismo. Apasionante y esperanzante, más aún teniendo en cuenta lo tétrico de lo que se divisa.
Porque, por negra que sea ahora la noche, hay victoria al final del camino. Victoria de Cristo … gracias a los judíos reconciliados con Él.
RCS
1 comentários:
Excelente, Rafael. Uno de los vikingos.
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