Interesante extracto, y bien traída cita, del Padre Julio Meinvielle,
cortesía del maestro artillero Padilla, en su Catapulta.
Evidentemente esto ha de interpretarse en un sentido profundo, no en el sentido oficial o canónico. Pero lo cierto es que el misterio del pusillus grex está ahí. Y el misterio de una nueva religión, hecha a medida e instrumento del Anticristo, también.
“Cómo se hayan de cumplir, en esta edad
cabalística, las promesas de asistencia del Divino Espíritu a la Iglesia y cómo
se haya de verificar el portae inferi non prevalebunt, las puertas del
infierno no han de prevalecer, no cabe en la mente humana. Pero así como la
Iglesia comenzó siendo una semilla pequeñísima (5), y se hizo árbol y
árbol frondoso, así puede reducirse en su frondosidad y tener una realidad
mucha más modesta. Sabemos que el mysterium iniquitatis ya está obrando (6);
pero no sabemos los límites de su poder. Sin embargo, no hay dificultad en
admitir que la Iglesia de la publicidad pueda ser ganada por el enemigo y
convertirse de Iglesia Católica en Iglesia gnóstica. Puede haber dos Iglesias,
la una de la publicidad, Iglesia magnificada en la propaganda, con obispos,
sacerdotes y teólogos publicitados, y aun con un Pontífice de actitudes
ambiguas; y otra, Iglesia del silencio, con un Papa fiel a Jesucristo en su
enseñanza y con algunos sacerdotes, obispos y fieles que le sean adictos,
esparcidos como “pusillus grex” por toda la tierra. Esta segunda sería
la Iglesia de las promesas, y no aquella primera, que pudiera defeccionar. Un
mismo Papa presidiría ambas Iglesias, que aparente y exteriormente no sería
sino una. El Papa, con sus actitudes ambiguas, daría pie para mantener el
equívoco. Porque, por una parte, profesando una doctrina intachable sería
cabeza de la Iglesia de las Promesas. Por otra parte., produciendo hechos
equívocos y aun reprobables, aparecería como alentando la subversión y manteniendo
la Iglesia gnóstica de la Publicidad.
La eclesiología no ha estudiado
suficientemente la posibilidad de una hipótesis como la que aquí proponernos.
Pero si se piensa bien, la Promesa de Asistencia de la Iglesia se reduce a una
Asistencia que impida al error introducirse en la Cátedra Romana y en la misma
Iglesia, y además que la Iglesia no desaparezca ni sea destruida por sus
enemigos (7).
Ninguno de los aspectos de esta
hipótesis que aquí se propone queda invalidado por las promesas consignadas en
los distintos lugares del Evangelio. Al contrario, ambas hipótesis cobran
verosimilitud si se tienen en cuenta los pasajes escriturarios que se refieren
a la defección de la fe. Esta defección, que será total, tendrá que coincidir
con la perseverancia de la Iglesia hasta el fin. Dice el Señor en el Evangelio:
“Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (8).
San Pablo (9) llama apostasía
universal a esta defección de la fe, que ha de coincidir con la manifestación
del “hombre de la iniquidad, del hijo de la perdición”.
Y esta apostasía universal es la
secularización o ateización total de la vida pública y privada en la que está
en camino el mundo actual. La única alternativa al Anticristo será Cristo,
quien lo disolverá con el aliento de su boca. Cristo cumplirá entonces el acto
final de liberar a la Historia. El hombre no quedará alienado bajo el inicuo.
Pero no está anunciado que Cristo salvará a muchedumbre. Salvará sí a su
Iglesia, “pusillus grex” (10), rebañito pequeño, a quien el Padre
se ha complacido en darle el Reino”.
Notas
(4) Sólo
aquellas cosas que son necesarias para la salvación (Santo Tomás, Suma Teol.
1-2. 106, 4, ad. 2).
(5) Mt.,
13, 32.
(6) 2
Tes., 2, 7
(7) Las
promesas están contenidas de modo particular en: Mt., 16, 13-20; 28, 1820;
Juan, 14, 16-26.
(8) Lc.,
18, 8.
(9) II
Carta a los cristianos de Tesalónica, 2, 3. (10) Le., 2, 32.
(10) Lc.,
2,32
Julio Meinvielle
(De la cábala al progresismo,
Editora Calchaquí, Salta, 1970, pp. 461-463)
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