domingo, abril 22, 2007

Recordando a los héroes

En este momento en que vivimos, esta hora de alfeñiques y enanos, mentales y espirituales, no puede uno por menos de recordar la gesta de la reconquista de Malvinas hace 25 años, precisamente, este mes.
De entre las varias cosas que he leído me gustó mucho el editorial de la Revista Cabildo, firmado por Antonio Caponnetto, gran orador y gran patriota (que ellos, “a la portuguesa”, llaman “nacionalista”) argentino. Ahí queda el enlace que aboca a él.
Andando los años me encontré con algún combatiente británico que luchó allá. Reconocía la valentía, así como la falta de preparación, de aquellos soldados de reemplazo que vertieron su sangre para que el Derecho Internacional no prescriba, para que la reclamación de integridad territorial de la Argentina no sea papel mojado. Como estos viejos y no menos, siempre, formidables soldados ingleses reconocían, la actuación de la Fuerza Aérea Argentina fue heroica.
Pero más allá de esa valoración a ras de tierra suele haber en las guerras una significación metapolítica que la hábil pluma de Antonio Caponnetto nos desbroza:

“Era justa la guerra, quede en claro, precisamente por su hondo e irrenunciable significado teológico. Porque como bien lo ha columbrado Alberto Caturelli, se lidiaba contra Albión, que es la apostasía; contra Leviatán, que es la Serpiente; contra Gog, que es la usura. Porque se luchaba por una soberanía, que no es únicamente señorío sobre el paisaje, sino y ante todo restauración de la Principalía de Jesucristo: La que el hereje desterró de nuestras Islas, desde el mismo día que las poseyó por la fuerza. No fue obra de la casualidad sino de la Providencia, que el operativo militar que restituyó aquel terreno austral injustamente arrebatado, llevase por nombre el de Nuestra Señora del Rosario.”

Hoy día, en esta hora de los enanos que nos toca sufrir, son los antihéroes quienes dominan. Gracias a aquellos héroes, denostados por el poder establecido de un infame y terrorista Presidente, como Kirchner, no sólo se salvó el honor sino que también la legitimidad de la reclamación irrenunciable sigue en pie. Pero los políticos argentinos denigran sin cesar todo lo que allí aconteció, posiblemente lo último noble conseguido por las Españas argentinas hasta hoy en día. Como antihéroe y apátrida era aquel liberaloide Presidente español, encima renegado de su propia sangre pues era sobrino del valiente diputado Calvo Sotelo asesinado por la hidra marxista en 1936, quien se atrevió a espetar aquello de “las Malvinas son un problema distinto y distante” [de Gibraltar]. Este mentecato (el sobrino, el infame) era incapaz de ver hasta lo obvio: que el latrocinio era cometido por los mismos fenicios, con idénticos propósitos y parecidos resultados.
La réplica a Calvo Sotelo (el sobrino, el infame) se la dio el pueblo español, que en número de un millón llenó la Plaza de Oriente y aledaños donde las albicelestes y las rojigualdas se fundían en un solo grito en reclamar para las Españas de uno y otro lado del charco la integridad territorial. Calvo Sotelo (el sobrino, el infame) se alineaba así con gobernantes como Carlos IV, que entregó España a Francia. Y el pueblo español, que el 2 de Mayo de 1808 empezara con la proclama del modestísimo Alcalde de Móstoles la lucha contra el invasor francés que el Rey y el valido Godoy y todos los demás afrancesados acataban, se volvió a levantar en Madrid en contra del parecer del entonces Presidente (el sobrino, el infame).
Algún día algunos gauchos de origen español y unas cuantas preciosas porteñas (¡Señor, qué difícil nos pones la práctica de ciertas virtudes a veces!) van a llenar aquellas rudas islas de criollos. O eso decía el tango. Tango que acabará por volverse profecía.
Entretanto Malvinas es una derrota, otra más. La penúltima. O quizás la antepenúltima. Como las derrotas de los federales, las de los carlistas, de los miguelistas, las de los defensores pontificios, las de los confederados o de los cristeros. Pero de igual modo que las victorias son premios, las derrotas son lecciones que Dios da. En esta Iglesia en que nos encontramos, la Quinta a decir del Apokalypsis, las lecciones son muchas y los premios pocos.
Que cada cual saque sus propia lección dejando claro que la primera de todas, y no la menor, es el loor a esos héroes que yacen en el cementerio de Malvinas o en el fondo del Atlántico Sur. La segunda es que todos los pueblos de moral púnica han acabado siempre mal, como bien quedó patente con Cartago.
¡Cuánto desearía que esta nación inglesa, a la que tanto tengo que agradecer y tanto amo, volviera a ser esa Inglaterra de Tolkien, de Chesterton y de Belloc; la de San Eduardo y la de Alfredo el Grande con la que me siento tan identificado! ¡Quiera Dios que esa visión que tuvo el Santo Cura de Ars, de una Inglaterra magnificente por su retorno al catolicismo, su cultura, saber y santidad sea absolutamente cierta! ¡Cuánto desearía que Inglaterra volviese a ser, una vez más, la nación más monástica de la Cristiandad, como otrora lo fue! ¡Cuánto desearía que la amargura de ese escritorazo de Evelyn Waugh por su propia Patria se transmutase en sonrisa feliz en el más allá! ¡Cuánto la de esa idea tan trabada, tan equilibrada y tan perfecta que el Cardenal Newman tenía sobre tantas cosas tomase carne en su propia nación! ¡Cuánto desearía que Inglaterra dejase de ser fenicia y volviese a ser romana, en todos los sentidos de la palabra!
Malvinas: ¡Volveremos!

Rafael Castela Santos

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