El internet ha estado lleno estos días de vaticinios, profecías y –sobre todo- pensamientos desiderativos acerca de la proclamación del Motu Proprio. La recuperación de la Misa Tridentina sería un primer paso, ciertamente no suficiente, pero sí importante y necesario para una vuelta de la Iglesia Católica a la solidez doctrinal que nunca debió abandonar.
Negar que el Santo Padre está intentando hacer algo de todo esto sería necio. A Dios gracias hay una diferencia enorme entre el Ratzinger de 1965 y Benedicto XVI. No sólo el Papa es un intelectual privilegiado, como demuestran sus discursos y artículos, sino que tiene una cualidad que le adorna y ante la que me descubro, mucho más en un hombre que podría, legítimamente, sentirse orgulloso de los dones académicos que Dios le ha dado, que no son pocos. El Santo Padre es un hombre humilde y cuando ha sido capaz de ver la verdad en un punto o aspecto no le han dolido prendas para seguirla y arrojar por la borda cualesquiera posiciones equivocadas en las que antes hubiera podido hallarse. Es más, el Papa ha demostrado una gran solidez teológica; su hándicap pudiera estar en el seguimiento de corrientes filosóficas no tomistas. Pero sobre estas materias habrá expertos que puedan arrojar mucha más y mejor luz.
Es verdad que en muchas filas tradicionalistas se espera más de él. Pero no es menos cierto que está intentando, por activa y por pasiva, despertar a este pueblo católico que ha abandonado a su Salvador. Sus discursos, sus actos, un nuevo estilo y manera de hacer las cosas dicen mucho de él, y en mi modesta opinión –ahora más que nunca y sin que esto signifique abdicar de convicción alguna- los tradicionalistas deberíamos cerrar filas en torno al Papa.
Puede objetarse que algunos de los nombramientos que han acontecido bajo la égida de S.S. Benedicto XVI, como por ejemplo el de Kasper, son verdaderamente escandalosos. Empero no se puede negar que muchos de estos nombramientos corresponden a la maquinaria vaticana y no al Santo Padre como tal.
Hay, entre los tradicionalistas, quienes desafortunadamente vienen para montar su grupúsculo y su cenáculo, infectos de no poco espíritu de rebeldía y rebelión. El verdadero tradicionalista lo es, precisamente, para ser más Católico, más Apostólico y más Romano. Y déjeseme subrayar esto último: más Romano. Hay, entre los tradicionalistas, quienes no son capaces de ver que la distancia con Roma acaba por crearnos problemas, como algunos de jurisdicción canónica que pudieran tornarse en espinosos, como puede ser los asuntos de jurisdicción matrimonial. Bien es verdad que Roma tiene mucha culpa también por tolerar que las Diócesis, en claro abandono de la doctrina sobre la administración extraordinaria del Sacramento, lleguen al ridículo extremo de considerar inválidos todos los Sacramentos administrados por Sacerdotes tradicionalistas a los que, por otro lado, esas mismas Diócesis niegan el pan y la sal por el mero “delito” de desear y amar la venerable Liturgia de siempre. Si Roma pusiera orden, con el Código de Derecho Canónico en la mano, ciertas actitudes díscolas entre las filas tradicionales quedarían neutralizadas ipso facto. Pero también hay que reconocer que la posición canónica de ciertos tradicionalistas, quienes reclaman jurisdicciones inexistentes, es difícilmente sustentable o cuando menos erizada. El ser tradicionalista no da derecho a todo.
Existen, entre los tradicionalistas, algunas gentes que creen que, poco menos, el Papa tiene que pedir perdón por los excesos del Vaticano II y del post-Vaticano II. Valiente error. Guste o no guste, hay ciertas cosas que pertenecen a la administración del bien común, y eso, ejercido con prudencia (y no otra cosa) es la verdadera política. Para muchas almas débiles y poco formadas tal declaración de Roma podría ser hasta contraproducente. Roma puede dar pasos enormes para integrar uno de los poquísimos sectores de la Iglesia en franco crecimiento, como es la Tradición, con detalles mucho menos altisonantes, pero igualmente efectivos, sin tener que exponerse públicamente. Por ejemplo, se me ocurre, que la canonización de Monseñor Lefebvre sería borrar de un plumazo todas las dudas que puede haber sobre su falsa y sectaria excomunión, aspecto éste ya reconocido en privado por Obispos y Príncipes de la Iglesia como yerrado. Esperar que Roma se auto-impute errores de manera salvaje, como algunos tradicionalistas pretenden, es cuando menos pueril.
Escribo estas líneas ya en Sábado Santo, al filo de la medianoche, cuando en la oscuridad y desolación de la conmemoración de la Sacrosanta Muerte de Nuestro Señor Jesucristo anticipamos el momento feliz de mañana, cuando volvamos a la tumba de Cristo para ver la piedra movida y la Sábana Santa doblada y loar a Cristo resucitado. De igual modo la oscuridad y desolación de la Iglesia, a la que queda noche por recorrer en estos momentos aciagos, ha de encontrar ese momento feliz donde la Gracia vuelva a fluir libremente a través de la Liturgia de siempre.
Que el Santo Padre dé muestras de apoyo genuino a esa Liturgia de la manera que Su Santidad considere más oportuno, a la par que se ofrezca alguna solución canónica para que jamás los Sacerdotes tradicionalistas puedan ser hostigados por su defensa y práctica de la Liturgia de siempre sería muy de desear. Hay entre los tradicionalistas quienes no son capaces de separar el trigo de la paja, y creen que todo es conspiración por parte de Roma. No es así, y hay muchos sectores de la Iglesia oficial que desean que la Tradición tenga status oficial y, si se puede expresar así, santuario.
El deseo más grande sería que el Santo Padre (¡y ojalá fuera en medio de una Misa Tridentina!) consagre a Rusia al Inmaculado Corazón de María en compañía y unión de todos los Obispos del mundo. Ojalá que el Papa sea más y más consciente de que el pedido de Nuestra Señora en Fátima sería la conjura de muchísimos peligros y abismos sin nombre que se ciernen sobre esta humanidad doliente tan necesitada de Cristo como olvidada del Salvador.
Por estas tres cosas (el Motu Proprio, el status de la Tradición dentro de la Iglesia y la Consagración de Rusia al Inmaculado Corazón), pero sobre todo por la última hemos de rezar con fervor y esperanza.
Precisamente por eso: porque, al final, Su Inmaculado Corazón triunfará.
Rafael Castela Santos
sábado, abril 14, 2007
¿Motu Proprio ...?
Publicada por
Rafael Castela Santos
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sábado, abril 14, 2007
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