segunda-feira, janeiro 01, 2007

Kierkegaard

Me he ido acostumbrando a leer textos de este filósofo porque, como dice JSarto, soy un castellano “castellaniano” ferviente. En mi juventud algo toqué de Kierkegaard vía Unamuno y por haber leído a Don Miguel de Unamuno primero. Recuperado a temprana edad de los intoxicantes vapores esteticistas y existencialistas fue luego el Padre Castellani quien me descubrió la grandeza moral de Soren Kierkegaard. Desde entonces vengo leyendo sin prisa pero sin pausa al filósofo danés.
Kierkegaard asumió para sí la tarea ímproba de regenerar la ya entonces, a mediados del XIX, muy corrupta Iglesia Luterana danesa. Tarea que se probó imposible y que le costó la muerte. Su amor por Cristo que él no vio correspondido por quienes se llamaban cristianos y el amor que el sentía por Regina y que nunca llegó a consumarse le acabaron matando. Murió pobre como una rata, cansado hasta la extenuación. Su vida fue un poema de amor: de amor sincero y genuino hacia Cristo y de amor hacia una mujer, amor puro como pocos. Murió de desamor, como mueren los que aman.
El católico puede caer aquí en el simplismo y decir que no se puede regenerar lo que está errado de principio, como es el Protestantismo. Cierto, pero eso no nos permitiría estudiar la intención, la nobilísima intención, que animaba a Kierkegaard al intentar esta tarea.
Ayer me topé con una traducción al español de un texto de Kierkegaard: ¿Cómo juzga Cristo el cristianismo oficial? que no me resisto a compartir con los tres o cuatro lectores que tengo. Escribía antes “nobilísima intención” porque Kierkegaard reconoció el virus letal del fariseísmo llegando hasta la médula de la Iglesia Luterana danesa. Será por esto, al menos en parte, que esa figura cimera de nuestros tiempos, el Padre Castellani, reconociera ese mismo virus. Escribió Don Leonardo Castellani su libro Cristo y los fariseos, de la más rabiosa actualidad. Libro, sin duda, que permite entender mucho a la Iglesia Católica hoy día.
Y así empezamos el año, hablando de fariseísmo.
O de Kierkegaard.
O de Castellani.

Rafael Castela Santos

0 comentários: