terça-feira, setembro 06, 2005

San Ezequiel Moreno

Estos son tiempos, como nos recordaba a menudo el Padre Basilio Méramo en sus prédicas, durante los cuales tenemos que pasarnos media vida –y parte de la otra media también- quitándonos las espinas que el liberalismo nos ha clavado. Cuán hondo es este mal, cuán profundo el relativismo que inocula, cuán sutil en lo mucho que impregna todas las áreas de la vida humana, es difícil resumirlo con palabras. Históricamente una de las grandes “hazañas” del liberalismo ha sido la ruptura de la confesionalidad de los Estados católicos. Este mal gravísimo ha sobrevenido a veces por imposición directa de la Roma post-Vaticano II, como ocurrió en el caso de Colombia o Italia, pues modernismo y liberalismo están íntimamente imbricados.
Hemos tenido Santos varones como el Obispo brasileño Castro Mayer que nos advirtieron gravemente de los peligros del modernismo y del liberalismo llevados a la esfera teológica. Pero antes Dios había suscitado entre nosotros Santos como San Ezequiel Moreno, que ya nos hablaban gravemente de los peligros que se venían:

Dejamos aquí constancia de la hagiografía del Padre Iraburu sobre San Ezequiel Moreno.

“[…] enseñaba el santo obispo de Pasto que no sólo el liberalismo en abstracto, sino también el partido liberal, que le da su concreta fuerza histórica maligna, debe ser abiertamente denunciado e impugnado por la Iglesia. El liberalismo está haciendo estragos en el pueblo cristiano, y «por desgracia, se le ataca de un modo deficiente ... Creen unos que a ese monstruo se le puede matar con abrazos y cariños; otros creen que hay que tratarle como a enemigo que es, pero este enemigo se lo forjan puramente ideal». Pues bien, «no es posible que muera ese monstruo ni con abrazos, ni dando golpes al aire, o a solas las ideas». Es preciso impugnarlo en sus encarnaciones históricas concretas, como es el partido liberal, y cuando lo exija el bien de los fieles, dando incluso los nombres de los liberales más peligrosos. «Jesucristo llamó raposa al rey Herodes, así, nominatim. San Juan, el Apóstol de la Caridad, habla nominatim contra Diotrephes. Y si San Pablo pudo encararse con Elimas el mago, y decirle lo que le dijo, ¿no podremos nosotros hacer lo que es menos que eso?»...
[…] Conviene notar en todo esto que, como obispo, el padre Ezequiel seguía la misma norma para enfrentar todo género de males, tratáranse éstos del liberalismo o de otros abusos diversos, siempre que amenazaran la salvación de los hombres. Así le vemos actuar, por ejemplo, cuando en Sibundoy se produjo un grave conflicto entre los indígenas y algunos colonos blancos, que habían ocupado parte de sus tierras. Los capuchinos apoyaron a los indígenas, y los colonos se revolvieron contra los frailes. Inmediatamente el señor obispo de Pasto apoyó a frailes e indígenas. Tomó la pluma «y denunció los atropellos y abusos de algunos colonos, a quienes no dudó en citar con nombres y apellidos. Ellos eran los verdaderos culpables. Eran ladrones, porque se habían apropiado de cosas ajenas» (21-4-1903); +Mtz. Cuesta 457).
[…] Tras los sufrimientos de la guerra, eran tiempos, así llamados, de paz, especialmente aptos para las concesiones más lamentables. El padre Ezequiel no las tenía todas consigo: «Ahora sí estamos ya en paz, o sin tiros, que no es lo mismo ... Hemos estado ya de fiesta por la paz, pero no me ha calentado esta paz, y veo venir, no tardando mucho, un liberalismo moderado, peor que el violento» (13-1-1903). Ante esta situación de peligrosa ambigüedad, el obispo de Pasto se ocupó en mostrar claramente a los fieles la fisonomía de la engañosa paz del mundo, nacida de la cesión y la complicidad, al mismo tiempo que les animaba a procurar la paz verdadera, aquella que descansa en un orden verdadero, que sólo en Cristo se puede establecer (+Carta pastoral cuaresma 1903; Circular 25-11-1904).
Efectivamente, en estos años se avecinaba el arreglo político entre católicos y liberales con la renuncia a la confesionalidad del Estado. Es decir, la concordia nacional, procurada en Colombia por los liberales y por los católicos afectos a ellos, venía a reconocer que el bien común de la nación, en sus concretas circunstancias históricas, había de conseguirse mejor dejando a un lado la confesionalidad del Estado (hipótesis).
Por el contrario, el santo obispo de Pasto estaba convencido de que la confesionalidad cristiana del Estado, en un pueblo de inmensa mayoría católica, aunque pudiera dar ocasión a ciertos males, que podían y debían ser evitados, era sin duda preferible a la secularización del Estado, de la que ciertamente iban a seguirse males mayores (tesis). Por eso se oponía abiertamente a la concordia propugnada por los liberales.
Y «conste, decía, que no queremos ni pedimos guerra, al no querer la unión con los liberales para gobernar la nación. Sólo queremos que no se haga esa unión, porque es en perjuicio de la religión nacional, que es la católica, apostólica, romana... Eso no es querer guerra. Es hacer que la nación sea gobernada con los principios del catolicismo, a lo que tiene derecho la inmensa mayoría de los ciudadanos de la nación, que se precian de ser católicos» (Circular 14-9-1904). El veía claramente que la coalición de cristianos y liberales, de hecho, solamente era posible aceptando sin reservas, aunque sea poco a poco, todos los planteamientos de los liberales.
En setiembre de 1904, el obispo de Pasto publica una Circular en la que extiende a sus diocesanos la prohibición de leer el diario Mefistófeles, dictada por el arzobispo de Bogotá, Primado de Colombia. En esa Circular fray Ezequiel impugna de nuevo el concepto liberal de concordia y de paz, que no significan sino retroceso y perjuicio de los católicos. La alianza de tal concordia «debe llamarse cesión de los católicos por flojedad en su fe, o, lo que es más probable en algunos, por afición a la nueva vida de las sociedades, a las ideas modernas, al derecho nuevo condenado por los pontífices romanos ... La concordia, tal como se está entendiendo y practicando, es una verdadera calamidad para la fe y la religión, y por eso clamamos contra ella desde un principio».
El santo obispo de Pasto, viviendo en un pueblo de amplia mayoría católica, condena la secularización del Estado desde un principio, esto es, decenios antes de que esta secularización se impusiera como elemento desintegrador de Colombia y de tantas naciones de la América hispana ...”

Así que no será por falta de advertencias desde lo Alto que hoy sufrimos lo que sufrimos.

Rafael Castela Santos

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