Reproducimos a continuación los primeros párrafos del artículo “Recordando a Vintila Horia”, publicado hace unos meses en la revista Razón Española y firmado por Iván Jesús T. Areitiourtena. Cuando la conspiración de silencio cae sobre autores como Vintila Horia se han de alzar las palabras silenciosas de reivindicación de estos autores prohibidos. No deja de ser curioso que en un “think-tank” como el de Razón Española se hable de la blogosfera, específicamente de la blogosfera lusa y concretamente de O Sexo dos Anjos. Pero ya se sabe que es difícil acotar las ideas, especialmente las buenas.
Hace doce años, un cuatro de Abril del Quinto Centenario, que Vintila Horia nos dejó. Este artículo toma por inspiración la suerte de haber compartido muchas tardes y muchas tertulias con Vintila Horia. La mayor parte de ellas en su casa en Collado-Villalba, donde su esposa Doña Olga Horia y él siempre nos agasajaron al grupo de amigos que les visitábamos con una hospitalidad que aún hoy, con el paso de los años, sigue trayendo calor humano al presente.
Durante los últimos años de su vida, los que van de 1985 a 1992, pudimos conversar larga y tendidamente con Vintila. Años cruciales, de madurez, del que fuera Catedrático de Literatura Universal de Alcalá de Henares; los años teocéntricos de Vintila Horia, por parafrasear a Aquilino Duque. Tiempos finales sintetizados en su novela Un sepulcro en el cielo en contraposición a una primera producción más antropocéntrica, como fueron aquellos iniciales sesenta que le llevaron a la consecución del Premio Goncourt con Dios ha nacido en el exilio. Fueron también los años donde Vintila Horia dio lo mejor que llevaba de sí como ensayista. Si ya en obras tales como Consideraciones para un mundo peor dio una muestra de la talla que tenía en el ensayo corto en su Reconquista del Descubrimiento alcanza cotas difícilmente superables.
Su atalaya periodística desde El Alcázar le confirmó como uno de los más sagaces, perspicaces y profundos ensayistas de su tiempo. VH gestó un particular y logrado estilo en esa variante del ensayo corto que es el artículo. Vintila Horia era un espeleólogo de la realidad, alguien que sabía y conocía de los planos profundos sobre lo que lo visible se asienta. Al socaire de cualquier jirón de la actualidad Vintila era capaz de interpretar y atrapar con palabras la metarrealidad de las personas, los acontecimientos y hasta las mismas cosas que configuraban la cotidianeidad. VH tenía esa rara capacidad de seguir la pista del hilo íntimo del que el tejido de lo real está confeccionado. Sólo superaba esta faceta en la distancia corta, ya en amena conversación, ya en una retórica cautivante. De ahí que sus conferencias, como algunas que pronunció bajo los auspicios del Nuevo Estudio General de la Universidad de Valladolid o en las tertulias con que nos obsequió en su casa o en los múltiples testimonios de antiguos alumnos suyos –quienes en una gran mayoría le veneraban y le apreciaban por su valía académica y docente-, demostrara una capacidad que sólo los maestros tienen: enseñar a amar una asignatura, o una disciplina, para luego forzar a un permanente diálogo socrático sobre la misma que deviene en contemplación.
Desde sus cuentos de juventud, muchos de ellos afortunadamente recopilados y vertidos al español por la editorial CriterioLibros, pasando por El hombre de las nieblas; desde Dios na hacido en el exilio hasta La Séptima Carta y sus escarceos en Viajes a los centros de la tierra; desde Perseguid a Boecio que se continúa en Un sepulcro en el cielo, desde su Reconquista del Descubrimiento con punto y final en su libro póstumo, Las claves del crepúsculo, hay mucho por roturar en la relectura y estudio de la obra vintiliana. Desde recopilar sus muchos artículos periodísticos que duermen el sueño de los justos esparcidos en las hemerotecas hasta estudiar en profundidad su obra. Como la Tesis Doctoral sobre Vintila Horia de otra rumana afincada en España y tristemente desaparecida a una temprana edad, Mónica Nedelcu, que bien merecería ver la luz de la imprenta. Urge dicha tarea porque en estas épocas de ciénaga el lodo del tiempo traga muchos tesoros que después, cuando aguas más limpias hayan mondado estas fuentes precocinadas de la cultura moderna, aflorarán con más fuerza si cabe. La obra de Vintila Horia es candidata a resucitar por su riqueza y profundidad. No puede permanecer entonando la música callada aherrojada por las cadenas del silencio.
No deja de ser triste que últimamente el internet, medio que hubiera fascinado a Vintila –tan macluhaniano él-, esté lleno de páginas mil hablando de él en su Patria natal rumana o que, por ejemplo, desde la blogosfera lusa, especialmente desde un blog tan leído y destacado como el de Manuel Azinhal se reivindique en la Patria hermana portuguesa la figura de Vintila Horia y que en su Patria de adopción, la que él escogió y en la que murió a sabiendas –España- nada pase ni parezca pasar referente o referido a su obra. Salvo recuperaciones loabilísimas como las de CriterioLibros. Vintila Horia fue en vida un polo cultural magnético de primer orden y un referente obligado. Revistas como la española Futuro Presente, su presencia en los media, libros de texto como su Introducción a la Literatura Universal, su presencia internacional en cuatro idiomas (rumano, francés, italiano y español), su faceta de conferenciante infatigable o su presencia académica así lo confirman.
Ironías de la vida Vintila Horia, víctima del comunismo y guerrero de la pluma contra la aberración marxista, se encontró rodeado prácticamente por doquier de tumbas donde campeaban la hoz y el martillo el día que lo enterraron. Si hay lugar para la polémica en el más allá Vintila Horia debe estar metido de hoz y coz en alguna de estas tertulias. VH fue víctima de aquella Europa desgarrada de la SGM y de la fechoría comunista. Sufrió el campo de concentración nazi primero para sufrir un cruelísimo exilio y persecución intelectual y moral después a manos de los legitimadores de Pol-Pots, Castros o Brevnevs, a manos de los defensores de los Gulags. En un mundo bipolar, el mundo de la guerra fría, había muchos predicadores contra uno de los polos. Vintila habló a favor del hombre y siempre en defensa de una civilización cristiana que él vio reflejada en la Hispanidad mejor que en ninguna otra parte. Huelga decir que ninguno de los dos polos abogaba por dicha idea. Porque Vintila Horia supo que Occidente había sucumbido a la tentación materialista más, si cabe, que el propio Este. Resulta difícil no recordar a medida que se van escribiendo estas líneas las encendidas defensas de VH de autores como Dostoievsky, Pasternak, Tolstoi (al que recomendaba leer con caveats) o Solyenitsin (a quien tan profundamente admiraba y del que tan cerca se sentía en lo literario y en ideas). Por no hablar de su melomanía por Tchaickovsky o Rimski Korsakov, entre otros. Resulta difícil no recordar la ligazón que el veía entre Rusia y España («lo menos europeo de Europa»), unión que él encontraba íntima y clara como cristal de roca en lo artístico, particularmente en lo literario. A Vintila, representante egregio de esa isla latina llamada Rumania, amante de Eminescu, le dolía saber que lo que él sentía como suyo –Occidente- estaba podrido y carcomido. Los éxitos militares de Occidente le deslumbraban, como fue el caso de la Primera Guerra de Irak, pero había leído a Toynbee demasiado como para ignorar que los signos de la caída eran ya patognomónicos. Pero marró. Tristemente marró al considerar lo hispánico como posibilidad de salvación de lo que quedaba de la civilización occidental. Las semillas que el veía en autores hispanos o en la historia de los países hispanos fueron como aquellas otras que fueron a caer sobre el terreno pedregoso y espinoso de nuestros días: no dieron fruto. Tampoco acertó a comprender la dimensión última –quizás no tuvo tiempo- de la caída del infame Muro de Berlín.
Asumiendo una perspectiva «vintiliana» resulta tan lógico como teleológico que VH fuera miembro de la redacción de esta revista de Razón Española. A fin de cuentas Don Gonzalo Fernández de la Mora, fundador y director de RE, siempre acusó recibo en la recuperación de esta cabecera de la deuda debida a Ramiro de Maeztu. Vintila Horia, con sus virtudes y sus defectos, con sus aciertos clamorosos y sus lados menos claros en su obra, siempre luchó por defender esa Hispanidad de la que Maeztu nos ilustró hasta el marchamo de la sangre mártir.
Resulta fácil hablar de la cultura oceánica y bien ensamblada, rara avis hoy día, de Vintila Horia. Su capilla ardiente tuvo lugar en medio de la erudita biblioteca de una clínica madrileña. Se despidió de este mundo desde los mismos libros que él amó y que nos enseñó a amar. Por eso vive: porque como buen cristiano forjó y construyó lo que buenamente pudo en los tiempos de hierro en que vivió. Y porque logró transmitir el fuego sagrado de la antorcha a los que le seguían, que no es poco en los tiempos que corren. Algún día el fuego de su obra volverá a incendiar las almas y las mentes de todos aquellos que luchan por un mundo más avenido con Dios y menos deshumanizado.
Hace doce años, un cuatro de Abril del Quinto Centenario, que Vintila Horia nos dejó. Este artículo toma por inspiración la suerte de haber compartido muchas tardes y muchas tertulias con Vintila Horia. La mayor parte de ellas en su casa en Collado-Villalba, donde su esposa Doña Olga Horia y él siempre nos agasajaron al grupo de amigos que les visitábamos con una hospitalidad que aún hoy, con el paso de los años, sigue trayendo calor humano al presente.
Durante los últimos años de su vida, los que van de 1985 a 1992, pudimos conversar larga y tendidamente con Vintila. Años cruciales, de madurez, del que fuera Catedrático de Literatura Universal de Alcalá de Henares; los años teocéntricos de Vintila Horia, por parafrasear a Aquilino Duque. Tiempos finales sintetizados en su novela Un sepulcro en el cielo en contraposición a una primera producción más antropocéntrica, como fueron aquellos iniciales sesenta que le llevaron a la consecución del Premio Goncourt con Dios ha nacido en el exilio. Fueron también los años donde Vintila Horia dio lo mejor que llevaba de sí como ensayista. Si ya en obras tales como Consideraciones para un mundo peor dio una muestra de la talla que tenía en el ensayo corto en su Reconquista del Descubrimiento alcanza cotas difícilmente superables.
Su atalaya periodística desde El Alcázar le confirmó como uno de los más sagaces, perspicaces y profundos ensayistas de su tiempo. VH gestó un particular y logrado estilo en esa variante del ensayo corto que es el artículo. Vintila Horia era un espeleólogo de la realidad, alguien que sabía y conocía de los planos profundos sobre lo que lo visible se asienta. Al socaire de cualquier jirón de la actualidad Vintila era capaz de interpretar y atrapar con palabras la metarrealidad de las personas, los acontecimientos y hasta las mismas cosas que configuraban la cotidianeidad. VH tenía esa rara capacidad de seguir la pista del hilo íntimo del que el tejido de lo real está confeccionado. Sólo superaba esta faceta en la distancia corta, ya en amena conversación, ya en una retórica cautivante. De ahí que sus conferencias, como algunas que pronunció bajo los auspicios del Nuevo Estudio General de la Universidad de Valladolid o en las tertulias con que nos obsequió en su casa o en los múltiples testimonios de antiguos alumnos suyos –quienes en una gran mayoría le veneraban y le apreciaban por su valía académica y docente-, demostrara una capacidad que sólo los maestros tienen: enseñar a amar una asignatura, o una disciplina, para luego forzar a un permanente diálogo socrático sobre la misma que deviene en contemplación.
Desde sus cuentos de juventud, muchos de ellos afortunadamente recopilados y vertidos al español por la editorial CriterioLibros, pasando por El hombre de las nieblas; desde Dios na hacido en el exilio hasta La Séptima Carta y sus escarceos en Viajes a los centros de la tierra; desde Perseguid a Boecio que se continúa en Un sepulcro en el cielo, desde su Reconquista del Descubrimiento con punto y final en su libro póstumo, Las claves del crepúsculo, hay mucho por roturar en la relectura y estudio de la obra vintiliana. Desde recopilar sus muchos artículos periodísticos que duermen el sueño de los justos esparcidos en las hemerotecas hasta estudiar en profundidad su obra. Como la Tesis Doctoral sobre Vintila Horia de otra rumana afincada en España y tristemente desaparecida a una temprana edad, Mónica Nedelcu, que bien merecería ver la luz de la imprenta. Urge dicha tarea porque en estas épocas de ciénaga el lodo del tiempo traga muchos tesoros que después, cuando aguas más limpias hayan mondado estas fuentes precocinadas de la cultura moderna, aflorarán con más fuerza si cabe. La obra de Vintila Horia es candidata a resucitar por su riqueza y profundidad. No puede permanecer entonando la música callada aherrojada por las cadenas del silencio.
No deja de ser triste que últimamente el internet, medio que hubiera fascinado a Vintila –tan macluhaniano él-, esté lleno de páginas mil hablando de él en su Patria natal rumana o que, por ejemplo, desde la blogosfera lusa, especialmente desde un blog tan leído y destacado como el de Manuel Azinhal se reivindique en la Patria hermana portuguesa la figura de Vintila Horia y que en su Patria de adopción, la que él escogió y en la que murió a sabiendas –España- nada pase ni parezca pasar referente o referido a su obra. Salvo recuperaciones loabilísimas como las de CriterioLibros. Vintila Horia fue en vida un polo cultural magnético de primer orden y un referente obligado. Revistas como la española Futuro Presente, su presencia en los media, libros de texto como su Introducción a la Literatura Universal, su presencia internacional en cuatro idiomas (rumano, francés, italiano y español), su faceta de conferenciante infatigable o su presencia académica así lo confirman.
Ironías de la vida Vintila Horia, víctima del comunismo y guerrero de la pluma contra la aberración marxista, se encontró rodeado prácticamente por doquier de tumbas donde campeaban la hoz y el martillo el día que lo enterraron. Si hay lugar para la polémica en el más allá Vintila Horia debe estar metido de hoz y coz en alguna de estas tertulias. VH fue víctima de aquella Europa desgarrada de la SGM y de la fechoría comunista. Sufrió el campo de concentración nazi primero para sufrir un cruelísimo exilio y persecución intelectual y moral después a manos de los legitimadores de Pol-Pots, Castros o Brevnevs, a manos de los defensores de los Gulags. En un mundo bipolar, el mundo de la guerra fría, había muchos predicadores contra uno de los polos. Vintila habló a favor del hombre y siempre en defensa de una civilización cristiana que él vio reflejada en la Hispanidad mejor que en ninguna otra parte. Huelga decir que ninguno de los dos polos abogaba por dicha idea. Porque Vintila Horia supo que Occidente había sucumbido a la tentación materialista más, si cabe, que el propio Este. Resulta difícil no recordar a medida que se van escribiendo estas líneas las encendidas defensas de VH de autores como Dostoievsky, Pasternak, Tolstoi (al que recomendaba leer con caveats) o Solyenitsin (a quien tan profundamente admiraba y del que tan cerca se sentía en lo literario y en ideas). Por no hablar de su melomanía por Tchaickovsky o Rimski Korsakov, entre otros. Resulta difícil no recordar la ligazón que el veía entre Rusia y España («lo menos europeo de Europa»), unión que él encontraba íntima y clara como cristal de roca en lo artístico, particularmente en lo literario. A Vintila, representante egregio de esa isla latina llamada Rumania, amante de Eminescu, le dolía saber que lo que él sentía como suyo –Occidente- estaba podrido y carcomido. Los éxitos militares de Occidente le deslumbraban, como fue el caso de la Primera Guerra de Irak, pero había leído a Toynbee demasiado como para ignorar que los signos de la caída eran ya patognomónicos. Pero marró. Tristemente marró al considerar lo hispánico como posibilidad de salvación de lo que quedaba de la civilización occidental. Las semillas que el veía en autores hispanos o en la historia de los países hispanos fueron como aquellas otras que fueron a caer sobre el terreno pedregoso y espinoso de nuestros días: no dieron fruto. Tampoco acertó a comprender la dimensión última –quizás no tuvo tiempo- de la caída del infame Muro de Berlín.
Asumiendo una perspectiva «vintiliana» resulta tan lógico como teleológico que VH fuera miembro de la redacción de esta revista de Razón Española. A fin de cuentas Don Gonzalo Fernández de la Mora, fundador y director de RE, siempre acusó recibo en la recuperación de esta cabecera de la deuda debida a Ramiro de Maeztu. Vintila Horia, con sus virtudes y sus defectos, con sus aciertos clamorosos y sus lados menos claros en su obra, siempre luchó por defender esa Hispanidad de la que Maeztu nos ilustró hasta el marchamo de la sangre mártir.
Resulta fácil hablar de la cultura oceánica y bien ensamblada, rara avis hoy día, de Vintila Horia. Su capilla ardiente tuvo lugar en medio de la erudita biblioteca de una clínica madrileña. Se despidió de este mundo desde los mismos libros que él amó y que nos enseñó a amar. Por eso vive: porque como buen cristiano forjó y construyó lo que buenamente pudo en los tiempos de hierro en que vivió. Y porque logró transmitir el fuego sagrado de la antorcha a los que le seguían, que no es poco en los tiempos que corren. Algún día el fuego de su obra volverá a incendiar las almas y las mentes de todos aquellos que luchan por un mundo más avenido con Dios y menos deshumanizado.
Rafael Castela Santos
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