... Le doy mi opinión. Y es la siguiente, como juicio general: pienso que deberíamos descartar todo Milenarismo, tanto material (que ha sido condenado por la Iglesia como herético) como espiritual (que la Iglesia no permite enseñar, y en todo caso afirmó no poderse enseñar con seguridad).
Es cierto que el Padre Castellani, respecto del Apocalipsis, ha dado una interpretación muy sólida, pues se basa en todo lo que de claro han dicho los Santos Padres, y ha gozado de una singular penetración en la inteligencia de los acontecimientos modernos, para hacer la aplicación a las profecías del Apocalipsis. Me parece que pocos autores se podrán consultar que den tanta luz como él. Pero, cuando aboga en favor del Milenarismo, me parece que hay que tomarlo con pinzas. Y esto por cuatro razones.
1º La primera es que esta doctrina de los mil años de reinado visible de Cristo con sus santos, y la previa resurrección de los mismos, y de la consiguiente Iglesia de los mil años, ha sido censurada por la Iglesia. Se podrá discutir si el documento del Santo Oficio del año 1947 es local, se podrá decir que no prohibe del todo la doctrina sino que sólo afirma que no puede enseñarse con seguridad, etc.; pero el espíritu es claro: la Iglesia jamás pondría trabas a que se enseñara una doctrina verdadera, que Ella reconoce como formando parte del depósito que se le ha confiado. Ahora bien, respecto de la doctrina milenarista espiritual, no quiere la Iglesia que se difunda, que se enseñe, que se sostenga (no me acuerdo de los términos exactos del decreto del Santo Oficio).
2º La segunda es que, según el decir del Papa Pío XII, la Iglesia no puede dejar de enseñar, y menos dejar en el olvido durante mucho tiempo, una doctrina que viene de los Apóstoles y forma parte del depósito de las verdades católicas (tal es el argumento que exhibe al proceder a la definición del dogma de la Asunción de María). Ahora bien, la doctrina del Milenarismo, incluso mitigado o espiritual, fue dejada en el olvido casi unánimemente por los doctores desde hace quince siglos. Es cierto que algunos Padres de la Iglesia (ocho si mal no recuerdo) lo profesaron, creyendo falsamente por San Papías que era doctrina recibida de los Apóstoles; y por ese motivo la Iglesia no lo condenará jamás, esto es, por el respeto debido a tales Padres; pero no es menos cierto que la Iglesia dejó de enseñarlo ya desde San Jerónimo y San Agustín.
3º La tercera es que, teológicamente, la doctrina del Milenarismo espiritual es una como «materialización de la esperanza», según una tendencia netamente judaica; esto es, pretende colocar el objeto de la esperanza en esta tierra, aunque sea de manera elevada, cuando en realidad la esperanza no tiene para nada la mira puesta en los bienes de acá abajo, sino apunta y suspira únicamente por las realidades del más allá.
4º La cuarta y última es que, en materia de exégesis, es incorrecta la actitud de querer explicar textos claros de la Escritura por medio de textos embrollados y oscuros; lo normal es lo contrario, que los textos oscuros se expliquen por medio de los textos claros. Ahora bien, en los diferentes textos donde la revelación nos habla de los últimos tiempos, el reino milenario reina justamente por su ausencia. Tales son los dos conocidos textos de la Apocalipsis sinóptica (especialmente tal como lo trae San Mateo en su capítulo 24), y el de la segunda Epístola a los Tesalonicenses. Nuestro Señor, después de describir la persecución y tribulación de los últimos días, presenta como acto seguido el Juicio Final, sin que haya ningún interludio de mil años; igualmente San Pablo, cuando describe lo que falta antes de la segunda venida de Cristo, la Parusía, dice sencillamente que ha de venir primero la apostasía, después el hombre del pecado o Anticristo, y luego ya la epifanía o manifestación de Cristo. No hay en estos textos ninguna mención clara y expresa de algo tan significativo como deberían serlo los mil años de reinado de Cristo, si tuvieran que realizarse de hecho. Por supuesto que se podrá decir que tanto el Juicio Final como la manifestación de Cristo son el reino de Cristo que se prolonga por mil años; pero a mí me parece que semejante interpretación fuerza el significado obvio de estos textos, sólo para hacerlos encajar con la frase oscura y enigmática de Apocalipsis 20. Mucho más natural resulta explicar el texto de Apocalipsis capítulo 20 a través de los claros de Mateo 24 y 2 Tesalonicenses 2.
Por supuesto que es legítimo intentar explicar cómo sucederán los últimos tiempos de la Iglesia, pues, como acertadamente dice el Padre Castellani, la revelación, y entre ella el Apocalipsis, no es un acertijo insoluble, sino una profecía que, si bien no se ve claramente antes de que se realice, tiene un significado determinado que Dios nos estimula a indagar. Con la ayuda de lo que ya sabían los autores antiguos, los Santos Padres, el Padre Enmanuel, el Padre Castellani, y a la luz de los acontecimientos actuales, nos es perfectamente legítimo tratar de esbozar la fisionomía de los últimos tiempos, aunque no siempre le demos en el clavo, y las cosas se presenten luego de manera diferente. El esfuerzo por intuir como serán las cosas nos habrá ayudado, al menos, a estar atento a las señales de los tiempos, a estar vigilantes con nuestra lámpara encendida y con aceite; lo cual no es poca cosa. Habrá además, como lo dice el Padre Enmanuel, una gracia especial que Dios concederá a los humildes (que Dios ya va concediendo), para adivinar o vislumbrar al menos lo esencial en la gran trama de los acontecimientos. Dejando de lado, pues, el Milenarismo por las razones que le dije, aquí le indico los principios que, a mi parecer, han de permitir la comprensión de los últimos acontecimientos.
1º El primero: me parece indiscutible que el Apocalipsis es un escrito profético, y no simplemente histórico, como han pretendido bastantes autores de todos los tiempos (vgr. una descripción simbólica de la caída de la Sinagoga y del Paganismo, o de las persecuciones romanas contra los cristianos, etc.). En efecto, siempre se ha considerado que los libros del Nuevo Testamento se dividen, como los del Antiguo, en históricos, sapienciales y proféticos; y sólo al Apocalipsis le encaja bien el apelativo de profético entre los libros del Nuevo Testamento. La clave de interpretación está contenida, a mi parecer, en el mismo Apocalipsis, capítulo 1, versículo 19: «Scribe quæ vidisti, et quæ sunt, et quæ oportet fieri post hæc»: Escribe lo que has visto. ¿Y qué has visto? Dos cosas: lo que ahora es, y lo que ha de suceder después de esto. Es decir, que San ha visto una doble realidad, o dos cosas que son una: algo que ya es, y algo que ha de ser; y las ha visto a la vez, como superpuestas, como por transparencia: es decir, ha visto algo que ya es (podría ser el imperio romano perseguidor del cristianismo), como figura o tipo de algo que debe ser (toda la historia de la Iglesia, perseguida, pero más especialmente en los últimos tiempos, a los que principalmente se refiere).
2º El segundo es una aplicación de lo dicho: las cartas o billetes a las siete Iglesias no son sólo, como pretenden esos autores de que le hablaba, unos avisos dirigidos por San Juan a los Obispos de las Iglesias mencionadas, válidos sólo para ese tiempo y desconectados del resto de la obra —que sería el único con alcance profético— (eso sería «lo que ya es»); sino que son, a su vez, verdaderas profecías de las siete principales épocas de la Iglesia, con que el Apocalipsis comienza su proyección histórica sobre el futuro (eso sería «lo que ha de ser»). El principal autor que así expone estas cartas, además de Castellani, es el Venerable Bartholomé Holtzhauser, en su explicación del Apocalipsis, de cuyo pensamiento hay un extracto en la introducción que Migne le hace al comentario de Cornelio Alápide sobre el Apocalipsis (por desgracia para usted, está en latín).
3º Sigamos. Hay que tener en cuenta, como señala Castellani, que las siete Iglesias, como los demás septenarios del Apocalipsis, están divididos en 4 + 3 (y el ternario, a su vez, en 2 + 1, el último designando invariablemente los tiempos de la Parusía). En las Iglesias, esta división quedará marcada por lo siguiente: las cuatro primeras Iglesias indican las etapas de crecimiento y desarrollo de la Iglesia —son cuatro Iglesias pujantes y vigorosas, cada vez más—, mientras que las otras tres son las etapas de declive de la Iglesia: combatida, empieza a ceder ante sus enemigos, hasta que, en la última Iglesia, se le dé al Anticristo el poder de guerrear contra los Santos y vencerlos. Y por eso mismo, me parece indiscutible que las cuatro primeras Iglesias son respectivamente, como lo dice el padre Holzhauser: Efeso, la Iglesia de los Apóstoles; Esmirna, la Iglesia de los Mártires; Pérgamo, la Iglesia de los Doctores; Tiatira, la Iglesia del Sacro Imperio Romano, cuando la Iglesia produce la civilización y sociedad cristiana. Sardes, la quinta Iglesia, es ya el comienzo del declive de la Iglesia, y puede ser identificada con la Iglesia del Renacimiento, o más generalmente aún, la Iglesia de la Revolución. Cuándo acaba la Iglesia de Sardes, y cuándo empieza la Iglesia de Filadelfia, y a qué épocas de la Iglesia se identifican las Iglesias de Filadelfia y Laodicea, dat is de cuestion! Es lo que no resulta fácil de saber, y no sé si se puede saber actualmente con certeza. Sólo sabemos que son etapas en que la Iglesia irá declinando cada vez más. Pero avancemos otro poquito.
4º Me parece indudable que la Iglesia de Laodicea es la Iglesia de los últimos tiempos. En ella Nuestro Señor se describe como estando ya a la puerta y llamando: alusión neta a su Parusía, como también la cena a que invita a quien le abra es una alusión clara al banquete celestial, a la gloria del cielo. Y por eso mismo, la Iglesia que la precede, que es la de Filadelfia, ha de ser la Iglesia que va desde la Revolución hasta los acontecimientos que den lugar a los últimos tiempos.
5º Esta Iglesia de Filadelfia tiene varias características. • La primera es sorprendente: es la única Iglesia, juntamente con la de Esmirna, que no recibe reproche alguno del Señor. Ahora bien, la Iglesia de Esmirna fue la Iglesia de los Mártires. Por eso parece bastante evidente que esta Iglesia de Filadelfia se caracteriza, como la de Esmirna, por sufrir persecución por parte de los poderes anticristianos, y por su fidelidad a Cristo en medio de esta persecución. • Es, además, una Iglesia que «modicam habes virtutem», que tiene un poder pequeño, pero frente a la cual se abre una puerta que nadie puede cerrar. Por la puerta abierta se designa siempre en San Pablo una ocasión propicia para difundir el Evangelio: esta Iglesia, por lo tanto, encontrará una oportunidad maravillosa para difundir la doctrina católica con esa pequeña fortaleza que le queda. • Y parece que con esta ocasión de difundir el Evangelio está vinculada la conversión de los judíos: «Ecce faciam illos [qui dicunt se Judæos esse] ut veniant, et adorent ante pedes tuos; et scient quia Ego dilexi te»: haré que quienes se llaman Judíos vengan y adoren postrados ante ti, y sepan que Yo te amé. • Finalmente, a esta Iglesia se le recomienda, como ya se le dijo a las dos anteriores, perseverar en la Tradición, esto es, mantener lo que ha recibido: «Tene quod habes». Es la única consigna que le da el Señor.
6º Con estos datos, se pueden intentar dos interpretaciones posibles. Le doy las dos, aunque yo me esforzaré por justificarle la segunda interpretación, no porque tenga autoridades, sino porque me parece a mí más probable. • La primera, que si no me equivoco es la de Bartholomé Holzhauser, y la de Monseñor Williamson, consiste en decir que la quinta Iglesia, Sardes, es la de la Revolución. Incluye entonces: la reforma protestante (1517), primera etapa de la revolución; el establecimiento de la masonería (1717), segunda etapa de esta revolución; y el nacimiento del comunismo (1917), tercera etapa de la revolución, que ha de acabar con un gran castigo, gracias al cual una gran parte de la humanidad perecerá, y la que quede con vida se convertirá en su mayoría. La sexta Iglesia, Filadelfia, designaría por lo tanto un gran triunfo de la Iglesia sin precedente, que correspondería al triunfo del Corazón Inmaculado de María, que aún no se ha realizado. Es decir, estaríamos aún en la Iglesia de Sardes. Y la séptima Iglesia, Laodicea, sería la Iglesia del Anticristo, de la persecución feroz contra la Iglesia (de la cual la crisis actual sería sólo una prefiguración), y de la Parusía. • La segunda interpretación, que es mía (no sé si muchos la comparten) es la siguiente: la quinta Iglesia, que es la de Sardes, correspondería, como explica Castellani, con la Iglesia del Renacimiento hasta la Revolución francesa. Tiene nombre de vivo (Re-Nacimiento), pero está muerto (pues es la resurrección del culto del hombre que remplaza al culto de Dios). La sexta Iglesia, Filadelfia, correspondería con la Iglesia que va desde la Revolución francesa hasta el Concilio Vaticano II: una Iglesia combatida, perseguida, como la de Esmirna, pero que es fiel en dar testimonio de Nuestro Señor Jesucristo. Y es que esta Iglesia, aunque pequeña en poder, por verse afligida por tantas partes, perseguida por el protestantismo, la masonería y los poderes públicos, encuentra una puerta abierta para difundir el Evangelio: es la Iglesia de las misiones, que se difunde en Asia y Africa como tal vez antes no se había difundido. Al mismo tiempo, cuenta esta Iglesia con Papas extraordinarios, de gran firmeza doctrinal, desde Pío VII hasta Pío XII, que dieron a la Iglesia un prestigio grande a pesar de ser tan combatida. En Francia y Alemania se hacen frecuentes las conversiones de Judíos a la fe; y no digamos ya las conversiones provenientes de las sectas protestantes. ¿Podría decirse que fue una Iglesia sin reproche? Parece que sí: la persecución la hizo fuerte y generosa. A mi modo de entender, esta Iglesia acaba con la muerte de Pío XII, el último gran Papa, durante cuyo Pontificado la Iglesia conservó un prestigio mundialmente reconocido en todos los órdenes. Con el Vaticano II, la Revolución francesa introducida en el seno de la Iglesia, se inicia la Iglesia de Laodicea, la Iglesia de la tibieza, la Iglesia del ecumenismo y del indiferentismo religioso. El mismo Papa predica los ideales del Anticristo, los derechos del hombre (como dice más tarde el Apocalipsis, es el falso profeta del Dragón, la bestia de la tierra, que tiene piel de cordero, pero habla las palabras del Dragón, y seduce a todas las gentes —¿quién, sino el Papa o la jerarquía de la Iglesia, tiene esta influencia a nivel mundial?— para que adoren la imagen de la Bestia). Es, pues, la Iglesia dividida en dos, por así decirlo: la Iglesia fiel, perseguida por el Dragón, y figurada por la Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de estrellas en su cabeza; y la «Iglesia» infiel, esto es, una estructura prevaricadora que guarda todas las apariencias de la verdadera Iglesia, y se sirve de sus representantes, de sus santos, de su jurisdicción, etc., y está figurada por la Mujer ramera, sentada sobre la Bestia, y que se prostituye con todos los reyes de la tierra, con todas las ideologías anticristianas (ideales humanistas, islam, budismo, protestantismo, ONU, etc.). Por lo tanto, esta etapa de Laodicea es la que conocerá, según esta mi interpretación, la apostasía de las naciones, la aparición del Anticristo, la persecución feroz contra la Iglesia, la conversión final de los Judíos, y la Parusía de Cristo con el Juicio final (ese es el significado de Laodicea: Juicio de los pueblos).
7º Trato de darle los argumentos (bien personales, debo reconocerlo, a falta de autoridades) en que fundamento esta interpretación. • Primero. Sabemos que la Iglesia, por ser el Cuerpo Místico de Cristo, ha de vivir los mismos misterios y pasos que Cristo, su Cabeza. También su Pasión. Pero antes de vivir su Pasión, Cristo conoció un triunfo pasajero, pero sonado: el domingo de ramos. Lo mismo debe suceder con la Iglesia Católica. Después de conocer este triunfo, la Iglesia irá a su Pasión, morirá incluso (aparentemente, no en realidad, al igual que Cristo), y luego resucitará y ascenderá a los cielos. La ascensión de la Iglesia se identifica con la Parusía, con el Juicio final, no cabe la menor duda. Hemos de ver, pues, en qué consistirá su domingo de ramos, su pasión y su resurrección. • Segundo. La Virgen María ha profetizado en Fátima el triunfo final de su Corazón Inmaculado. Este triunfo será un gran renacer de la Iglesia, que no durará mucho: «Se dará al mundo un cierto tiempo de paz». Ahora bien, según parece insinuarlo San Pablo en su Epístola a los Romanos, este renacer de la Iglesia se realizará por la conversión de los Judíos, que será «una como resurrección de los muertos». Por eso, para mí es evidente que el triunfo del Corazón Inmaculado corresponde con la resurrección de la Iglesia después de su Pasión, y esta resurrección, a su vez, consiste en la conversión del pueblo Judío a la Iglesia Católica. • Tercero. Según los Santos Padres, San Gregorio en particular, el Anticristo, que perseguirá la Iglesia, llegará al poder gracias a los Judíos, que pondrán a su servicio su prensa y sus finanzas, con las que manejan el mundo. Pero en ese momento aparecerá el profeta Elías, que con su predicación encendida convertirá a gran parte del pueblo Judío; de modo que el Anticristo, sigue diciendo San Gregorio Magno, por odio, en su persecución contra la Iglesia, perseguirá sobre todo a los judíos conversos. Y a la muerte del Anticristo, cuando el Señor Jesús lo haya destruido con un soplo de su boca, toda la gente, aliviada de su cruel tiranía, se convertirá a la Iglesia católica, y vendrá un renacer de la Iglesia como nunca se vio, que tendrá como nervio la conversión en masa de los judíos aún no convertidos. Luego, con esta paz temporal, volverá la tibieza de los cristianos, y a esta seguirá la Parusía de Cristo. De hecho, ¿cómo no ver en el profeta Elías el nexo María-Judios-Triunfo de la Iglesia? Pues Elías es el gran profeta de la Virgen en el Antiguo Testamento, y asímismo el que ha de aparecer para convertir a los Judíos; por lo que la conversión de los Judíos parece íntimamente ligada a la Mediación de la Santísima Virgen. Y puesto que esa conversión será el mayor triunfo conocido por la Iglesia durante toda su historia, ¿cómo no identificarlo con el prometido triunfo del Corazón Inmaculado de María, que conduce al triunfo de su divino Hijo?
8º Según esto, yo ordenaría los acontecimientos como sigue: • Primero, la sexta Iglesia, que es la de Filadelfia, correspondería con esta etapa precursora a la pasión de la Iglesia: la Iglesia se ve ya condenada a muerte por la Revolución, como Cristo había sido condenado a muerte ya por la Sinagoga (es de pequeña fortaleza), pero conoce un tiempo de triunfo temporal, como Cristo cuando es recibido triunfalmente en Jerusalén. Este triunfo temporal de la Iglesia, cuando ya se ve tan perseguida, se manifiesta por la gran puerta que se le abre a través de la labor de las misiones, del prestigio internacional que tienen sus Papas, de la difusión de la devoción al Sagrado Corazón y a la Santísima Virgen, del desarrollo extraordinario de la mariología y de los dogmas marianos, de las apariciones numerosas de la Santísima Virgen, de los Congresos Eucarísticos internacionales, de los jefes de estado católicos, etc. etc. Triunfo de la Iglesia en un mundo ya corrompido, en un mundo que ha mamado profundamente los principios de la Revolución. Así como Cristo llora sobre Jerusalén en el momento en que es recibido triunfalmente, así la Iglesia ha de llorar ya sobre estas sociedades corrompidas en sus principios, en las que a pesar de todo consigue este sonado triunfo. Esta es la sexta Iglesia, irreprochable porque ha sufrido mucho; irreprochable porque ha tenido Papas de gran talla, firmísimos doctrinalmente. • Esta sexta Iglesia acaba con la muerte de Pío XII, y comienza con el Vaticano II la séptima Iglesia (todo esto coincide, ¡qué casualidad!, con el momento en que Roma debería haber difundido el tercer secreto, que hablaba de estas cosas). Este Concilio da inicio a la pasión de la Iglesia: traición y abandono de los Apóstoles, esto es, de los obispos que quieren amoldarse al mundo moderno, al mundo anticristiano, y que por eso o traicionan (es el caso de los más audaces), o al menos abandonan a Nuestro Señor y callan (es el caso de la mayoría). La Iglesia entra en su Pasión, y sufre una espantosa soledad. Ve a sus hijos totalmente desamparados, dispersados como las ovejas por haber sido heridos los pastores. Esta Iglesia se ve acusada como Cristo, de falsos crímenes, y calla como Cristo en su pasión: Dios no le permite defenderse de las calumnias que contra ella dirigen, pues no están en sus manos ni la prensa, ni las artes, ni la televisión, ni la radio. Esta Iglesia ve difundirse en su nombre la más espantosa tibieza, característica de Laodicea, bajo el nombre de ecumenismo, de agiornamento, de libertad religiosa. Esta Iglesia ve cómo en su nombre se consuma la apostasía: la misma Santa Sede pide a las naciones católicas que depongan su confesionalidad en favor del respeto de las demás creencias. Sus pastores tienen piel de cordero, sí, pero hablan las palabras del Dragón. • El misterio de iniquidad avanza, y a mí no me parece que tenga que interrumpirse, como lo postularía la primera interpretación (con el castigo general y la conversión en masa antes del Anticristo), sino que parecería que va a proseguirse sin solución de continuidad hasta encontrar su apogeo en la aparición del Anticristo, que según San Pablo ha sido favorecida y permitida por la apostasía de las naciones. Aparece, pues, el Anticristo, a quien los Judíos reconocen por su Mesías, y gracias a su ayuda sube al poder, y empieza a perseguir a la Iglesia. Ha llegado el momento de la crucifixión y muerte de la Iglesia (muerte aparente, por supuesto, pero tal vez visible: ¿volverá a las catacumbas?). • Pero al mismo tiempo aparece Elías, y da comienzo a la conversión del pueblo Judío. El Anticristo, furibundo, empieza a perseguir a los Judíos conversos; en el colmo de su soberbia se hace adorar como Dios, pero es destruido por una acción milagrosa de Dios. Con la muerte del Anticristo se completa la conversión del pueblo judío: hemos llegado al momento de la resurrección de la Iglesia, tal como parece entenderla San Pablo. • Pero no dura mucho este tiempo de paz y de florecimiento: llevados por la comodidad, los cristianos vuelven a caer en la tibieza, vuelve a tomar empuje el misterio de iniquidad, y la única solución es la venida y aparición personal de Cristo: la Parusía y el Juicio final: es la culminación de la Iglesia, de la obra de Cristo, y la asunción de la Iglesia al cielo en compañía de Cristo.
9º Resumiendo, pues: • Laodicea es la Iglesia de los últimos tiempos; • no es la Iglesia del milenio, pues el Magisterio reprueba esta opinión; • y a mi parecer estamos en la séptima época de la Iglesia, pero no soy profeta (sobre eso podemos todos llevarnos una sorpresa; según Holzhauser –y Monseñor Williamson– estaríamos todavía en la quinta Iglesia, la de Sardes; sólo afirmaría que estamos en la sexta quien estimase que la séptima ha de ser la del milenio).
Cuando en una oportunidad le comenté esta mi "genial" tesis a un sabio un prudente Obispo, allá en Madrid, se limitó a decirme: «Muy bonita su interpretación; pero... ¿puede probarla?». Por supuesto que no, es simplemente la opinión personal que me he podido formar con mis lecturas y cavilaciones.
Es cierto que el Padre Castellani, respecto del Apocalipsis, ha dado una interpretación muy sólida, pues se basa en todo lo que de claro han dicho los Santos Padres, y ha gozado de una singular penetración en la inteligencia de los acontecimientos modernos, para hacer la aplicación a las profecías del Apocalipsis. Me parece que pocos autores se podrán consultar que den tanta luz como él. Pero, cuando aboga en favor del Milenarismo, me parece que hay que tomarlo con pinzas. Y esto por cuatro razones.
1º La primera es que esta doctrina de los mil años de reinado visible de Cristo con sus santos, y la previa resurrección de los mismos, y de la consiguiente Iglesia de los mil años, ha sido censurada por la Iglesia. Se podrá discutir si el documento del Santo Oficio del año 1947 es local, se podrá decir que no prohibe del todo la doctrina sino que sólo afirma que no puede enseñarse con seguridad, etc.; pero el espíritu es claro: la Iglesia jamás pondría trabas a que se enseñara una doctrina verdadera, que Ella reconoce como formando parte del depósito que se le ha confiado. Ahora bien, respecto de la doctrina milenarista espiritual, no quiere la Iglesia que se difunda, que se enseñe, que se sostenga (no me acuerdo de los términos exactos del decreto del Santo Oficio).
2º La segunda es que, según el decir del Papa Pío XII, la Iglesia no puede dejar de enseñar, y menos dejar en el olvido durante mucho tiempo, una doctrina que viene de los Apóstoles y forma parte del depósito de las verdades católicas (tal es el argumento que exhibe al proceder a la definición del dogma de la Asunción de María). Ahora bien, la doctrina del Milenarismo, incluso mitigado o espiritual, fue dejada en el olvido casi unánimemente por los doctores desde hace quince siglos. Es cierto que algunos Padres de la Iglesia (ocho si mal no recuerdo) lo profesaron, creyendo falsamente por San Papías que era doctrina recibida de los Apóstoles; y por ese motivo la Iglesia no lo condenará jamás, esto es, por el respeto debido a tales Padres; pero no es menos cierto que la Iglesia dejó de enseñarlo ya desde San Jerónimo y San Agustín.
3º La tercera es que, teológicamente, la doctrina del Milenarismo espiritual es una como «materialización de la esperanza», según una tendencia netamente judaica; esto es, pretende colocar el objeto de la esperanza en esta tierra, aunque sea de manera elevada, cuando en realidad la esperanza no tiene para nada la mira puesta en los bienes de acá abajo, sino apunta y suspira únicamente por las realidades del más allá.
4º La cuarta y última es que, en materia de exégesis, es incorrecta la actitud de querer explicar textos claros de la Escritura por medio de textos embrollados y oscuros; lo normal es lo contrario, que los textos oscuros se expliquen por medio de los textos claros. Ahora bien, en los diferentes textos donde la revelación nos habla de los últimos tiempos, el reino milenario reina justamente por su ausencia. Tales son los dos conocidos textos de la Apocalipsis sinóptica (especialmente tal como lo trae San Mateo en su capítulo 24), y el de la segunda Epístola a los Tesalonicenses. Nuestro Señor, después de describir la persecución y tribulación de los últimos días, presenta como acto seguido el Juicio Final, sin que haya ningún interludio de mil años; igualmente San Pablo, cuando describe lo que falta antes de la segunda venida de Cristo, la Parusía, dice sencillamente que ha de venir primero la apostasía, después el hombre del pecado o Anticristo, y luego ya la epifanía o manifestación de Cristo. No hay en estos textos ninguna mención clara y expresa de algo tan significativo como deberían serlo los mil años de reinado de Cristo, si tuvieran que realizarse de hecho. Por supuesto que se podrá decir que tanto el Juicio Final como la manifestación de Cristo son el reino de Cristo que se prolonga por mil años; pero a mí me parece que semejante interpretación fuerza el significado obvio de estos textos, sólo para hacerlos encajar con la frase oscura y enigmática de Apocalipsis 20. Mucho más natural resulta explicar el texto de Apocalipsis capítulo 20 a través de los claros de Mateo 24 y 2 Tesalonicenses 2.
Por supuesto que es legítimo intentar explicar cómo sucederán los últimos tiempos de la Iglesia, pues, como acertadamente dice el Padre Castellani, la revelación, y entre ella el Apocalipsis, no es un acertijo insoluble, sino una profecía que, si bien no se ve claramente antes de que se realice, tiene un significado determinado que Dios nos estimula a indagar. Con la ayuda de lo que ya sabían los autores antiguos, los Santos Padres, el Padre Enmanuel, el Padre Castellani, y a la luz de los acontecimientos actuales, nos es perfectamente legítimo tratar de esbozar la fisionomía de los últimos tiempos, aunque no siempre le demos en el clavo, y las cosas se presenten luego de manera diferente. El esfuerzo por intuir como serán las cosas nos habrá ayudado, al menos, a estar atento a las señales de los tiempos, a estar vigilantes con nuestra lámpara encendida y con aceite; lo cual no es poca cosa. Habrá además, como lo dice el Padre Enmanuel, una gracia especial que Dios concederá a los humildes (que Dios ya va concediendo), para adivinar o vislumbrar al menos lo esencial en la gran trama de los acontecimientos. Dejando de lado, pues, el Milenarismo por las razones que le dije, aquí le indico los principios que, a mi parecer, han de permitir la comprensión de los últimos acontecimientos.
1º El primero: me parece indiscutible que el Apocalipsis es un escrito profético, y no simplemente histórico, como han pretendido bastantes autores de todos los tiempos (vgr. una descripción simbólica de la caída de la Sinagoga y del Paganismo, o de las persecuciones romanas contra los cristianos, etc.). En efecto, siempre se ha considerado que los libros del Nuevo Testamento se dividen, como los del Antiguo, en históricos, sapienciales y proféticos; y sólo al Apocalipsis le encaja bien el apelativo de profético entre los libros del Nuevo Testamento. La clave de interpretación está contenida, a mi parecer, en el mismo Apocalipsis, capítulo 1, versículo 19: «Scribe quæ vidisti, et quæ sunt, et quæ oportet fieri post hæc»: Escribe lo que has visto. ¿Y qué has visto? Dos cosas: lo que ahora es, y lo que ha de suceder después de esto. Es decir, que San ha visto una doble realidad, o dos cosas que son una: algo que ya es, y algo que ha de ser; y las ha visto a la vez, como superpuestas, como por transparencia: es decir, ha visto algo que ya es (podría ser el imperio romano perseguidor del cristianismo), como figura o tipo de algo que debe ser (toda la historia de la Iglesia, perseguida, pero más especialmente en los últimos tiempos, a los que principalmente se refiere).
2º El segundo es una aplicación de lo dicho: las cartas o billetes a las siete Iglesias no son sólo, como pretenden esos autores de que le hablaba, unos avisos dirigidos por San Juan a los Obispos de las Iglesias mencionadas, válidos sólo para ese tiempo y desconectados del resto de la obra —que sería el único con alcance profético— (eso sería «lo que ya es»); sino que son, a su vez, verdaderas profecías de las siete principales épocas de la Iglesia, con que el Apocalipsis comienza su proyección histórica sobre el futuro (eso sería «lo que ha de ser»). El principal autor que así expone estas cartas, además de Castellani, es el Venerable Bartholomé Holtzhauser, en su explicación del Apocalipsis, de cuyo pensamiento hay un extracto en la introducción que Migne le hace al comentario de Cornelio Alápide sobre el Apocalipsis (por desgracia para usted, está en latín).
3º Sigamos. Hay que tener en cuenta, como señala Castellani, que las siete Iglesias, como los demás septenarios del Apocalipsis, están divididos en 4 + 3 (y el ternario, a su vez, en 2 + 1, el último designando invariablemente los tiempos de la Parusía). En las Iglesias, esta división quedará marcada por lo siguiente: las cuatro primeras Iglesias indican las etapas de crecimiento y desarrollo de la Iglesia —son cuatro Iglesias pujantes y vigorosas, cada vez más—, mientras que las otras tres son las etapas de declive de la Iglesia: combatida, empieza a ceder ante sus enemigos, hasta que, en la última Iglesia, se le dé al Anticristo el poder de guerrear contra los Santos y vencerlos. Y por eso mismo, me parece indiscutible que las cuatro primeras Iglesias son respectivamente, como lo dice el padre Holzhauser: Efeso, la Iglesia de los Apóstoles; Esmirna, la Iglesia de los Mártires; Pérgamo, la Iglesia de los Doctores; Tiatira, la Iglesia del Sacro Imperio Romano, cuando la Iglesia produce la civilización y sociedad cristiana. Sardes, la quinta Iglesia, es ya el comienzo del declive de la Iglesia, y puede ser identificada con la Iglesia del Renacimiento, o más generalmente aún, la Iglesia de la Revolución. Cuándo acaba la Iglesia de Sardes, y cuándo empieza la Iglesia de Filadelfia, y a qué épocas de la Iglesia se identifican las Iglesias de Filadelfia y Laodicea, dat is de cuestion! Es lo que no resulta fácil de saber, y no sé si se puede saber actualmente con certeza. Sólo sabemos que son etapas en que la Iglesia irá declinando cada vez más. Pero avancemos otro poquito.
4º Me parece indudable que la Iglesia de Laodicea es la Iglesia de los últimos tiempos. En ella Nuestro Señor se describe como estando ya a la puerta y llamando: alusión neta a su Parusía, como también la cena a que invita a quien le abra es una alusión clara al banquete celestial, a la gloria del cielo. Y por eso mismo, la Iglesia que la precede, que es la de Filadelfia, ha de ser la Iglesia que va desde la Revolución hasta los acontecimientos que den lugar a los últimos tiempos.
5º Esta Iglesia de Filadelfia tiene varias características. • La primera es sorprendente: es la única Iglesia, juntamente con la de Esmirna, que no recibe reproche alguno del Señor. Ahora bien, la Iglesia de Esmirna fue la Iglesia de los Mártires. Por eso parece bastante evidente que esta Iglesia de Filadelfia se caracteriza, como la de Esmirna, por sufrir persecución por parte de los poderes anticristianos, y por su fidelidad a Cristo en medio de esta persecución. • Es, además, una Iglesia que «modicam habes virtutem», que tiene un poder pequeño, pero frente a la cual se abre una puerta que nadie puede cerrar. Por la puerta abierta se designa siempre en San Pablo una ocasión propicia para difundir el Evangelio: esta Iglesia, por lo tanto, encontrará una oportunidad maravillosa para difundir la doctrina católica con esa pequeña fortaleza que le queda. • Y parece que con esta ocasión de difundir el Evangelio está vinculada la conversión de los judíos: «Ecce faciam illos [qui dicunt se Judæos esse] ut veniant, et adorent ante pedes tuos; et scient quia Ego dilexi te»: haré que quienes se llaman Judíos vengan y adoren postrados ante ti, y sepan que Yo te amé. • Finalmente, a esta Iglesia se le recomienda, como ya se le dijo a las dos anteriores, perseverar en la Tradición, esto es, mantener lo que ha recibido: «Tene quod habes». Es la única consigna que le da el Señor.
6º Con estos datos, se pueden intentar dos interpretaciones posibles. Le doy las dos, aunque yo me esforzaré por justificarle la segunda interpretación, no porque tenga autoridades, sino porque me parece a mí más probable. • La primera, que si no me equivoco es la de Bartholomé Holzhauser, y la de Monseñor Williamson, consiste en decir que la quinta Iglesia, Sardes, es la de la Revolución. Incluye entonces: la reforma protestante (1517), primera etapa de la revolución; el establecimiento de la masonería (1717), segunda etapa de esta revolución; y el nacimiento del comunismo (1917), tercera etapa de la revolución, que ha de acabar con un gran castigo, gracias al cual una gran parte de la humanidad perecerá, y la que quede con vida se convertirá en su mayoría. La sexta Iglesia, Filadelfia, designaría por lo tanto un gran triunfo de la Iglesia sin precedente, que correspondería al triunfo del Corazón Inmaculado de María, que aún no se ha realizado. Es decir, estaríamos aún en la Iglesia de Sardes. Y la séptima Iglesia, Laodicea, sería la Iglesia del Anticristo, de la persecución feroz contra la Iglesia (de la cual la crisis actual sería sólo una prefiguración), y de la Parusía. • La segunda interpretación, que es mía (no sé si muchos la comparten) es la siguiente: la quinta Iglesia, que es la de Sardes, correspondería, como explica Castellani, con la Iglesia del Renacimiento hasta la Revolución francesa. Tiene nombre de vivo (Re-Nacimiento), pero está muerto (pues es la resurrección del culto del hombre que remplaza al culto de Dios). La sexta Iglesia, Filadelfia, correspondería con la Iglesia que va desde la Revolución francesa hasta el Concilio Vaticano II: una Iglesia combatida, perseguida, como la de Esmirna, pero que es fiel en dar testimonio de Nuestro Señor Jesucristo. Y es que esta Iglesia, aunque pequeña en poder, por verse afligida por tantas partes, perseguida por el protestantismo, la masonería y los poderes públicos, encuentra una puerta abierta para difundir el Evangelio: es la Iglesia de las misiones, que se difunde en Asia y Africa como tal vez antes no se había difundido. Al mismo tiempo, cuenta esta Iglesia con Papas extraordinarios, de gran firmeza doctrinal, desde Pío VII hasta Pío XII, que dieron a la Iglesia un prestigio grande a pesar de ser tan combatida. En Francia y Alemania se hacen frecuentes las conversiones de Judíos a la fe; y no digamos ya las conversiones provenientes de las sectas protestantes. ¿Podría decirse que fue una Iglesia sin reproche? Parece que sí: la persecución la hizo fuerte y generosa. A mi modo de entender, esta Iglesia acaba con la muerte de Pío XII, el último gran Papa, durante cuyo Pontificado la Iglesia conservó un prestigio mundialmente reconocido en todos los órdenes. Con el Vaticano II, la Revolución francesa introducida en el seno de la Iglesia, se inicia la Iglesia de Laodicea, la Iglesia de la tibieza, la Iglesia del ecumenismo y del indiferentismo religioso. El mismo Papa predica los ideales del Anticristo, los derechos del hombre (como dice más tarde el Apocalipsis, es el falso profeta del Dragón, la bestia de la tierra, que tiene piel de cordero, pero habla las palabras del Dragón, y seduce a todas las gentes —¿quién, sino el Papa o la jerarquía de la Iglesia, tiene esta influencia a nivel mundial?— para que adoren la imagen de la Bestia). Es, pues, la Iglesia dividida en dos, por así decirlo: la Iglesia fiel, perseguida por el Dragón, y figurada por la Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de estrellas en su cabeza; y la «Iglesia» infiel, esto es, una estructura prevaricadora que guarda todas las apariencias de la verdadera Iglesia, y se sirve de sus representantes, de sus santos, de su jurisdicción, etc., y está figurada por la Mujer ramera, sentada sobre la Bestia, y que se prostituye con todos los reyes de la tierra, con todas las ideologías anticristianas (ideales humanistas, islam, budismo, protestantismo, ONU, etc.). Por lo tanto, esta etapa de Laodicea es la que conocerá, según esta mi interpretación, la apostasía de las naciones, la aparición del Anticristo, la persecución feroz contra la Iglesia, la conversión final de los Judíos, y la Parusía de Cristo con el Juicio final (ese es el significado de Laodicea: Juicio de los pueblos).
7º Trato de darle los argumentos (bien personales, debo reconocerlo, a falta de autoridades) en que fundamento esta interpretación. • Primero. Sabemos que la Iglesia, por ser el Cuerpo Místico de Cristo, ha de vivir los mismos misterios y pasos que Cristo, su Cabeza. También su Pasión. Pero antes de vivir su Pasión, Cristo conoció un triunfo pasajero, pero sonado: el domingo de ramos. Lo mismo debe suceder con la Iglesia Católica. Después de conocer este triunfo, la Iglesia irá a su Pasión, morirá incluso (aparentemente, no en realidad, al igual que Cristo), y luego resucitará y ascenderá a los cielos. La ascensión de la Iglesia se identifica con la Parusía, con el Juicio final, no cabe la menor duda. Hemos de ver, pues, en qué consistirá su domingo de ramos, su pasión y su resurrección. • Segundo. La Virgen María ha profetizado en Fátima el triunfo final de su Corazón Inmaculado. Este triunfo será un gran renacer de la Iglesia, que no durará mucho: «Se dará al mundo un cierto tiempo de paz». Ahora bien, según parece insinuarlo San Pablo en su Epístola a los Romanos, este renacer de la Iglesia se realizará por la conversión de los Judíos, que será «una como resurrección de los muertos». Por eso, para mí es evidente que el triunfo del Corazón Inmaculado corresponde con la resurrección de la Iglesia después de su Pasión, y esta resurrección, a su vez, consiste en la conversión del pueblo Judío a la Iglesia Católica. • Tercero. Según los Santos Padres, San Gregorio en particular, el Anticristo, que perseguirá la Iglesia, llegará al poder gracias a los Judíos, que pondrán a su servicio su prensa y sus finanzas, con las que manejan el mundo. Pero en ese momento aparecerá el profeta Elías, que con su predicación encendida convertirá a gran parte del pueblo Judío; de modo que el Anticristo, sigue diciendo San Gregorio Magno, por odio, en su persecución contra la Iglesia, perseguirá sobre todo a los judíos conversos. Y a la muerte del Anticristo, cuando el Señor Jesús lo haya destruido con un soplo de su boca, toda la gente, aliviada de su cruel tiranía, se convertirá a la Iglesia católica, y vendrá un renacer de la Iglesia como nunca se vio, que tendrá como nervio la conversión en masa de los judíos aún no convertidos. Luego, con esta paz temporal, volverá la tibieza de los cristianos, y a esta seguirá la Parusía de Cristo. De hecho, ¿cómo no ver en el profeta Elías el nexo María-Judios-Triunfo de la Iglesia? Pues Elías es el gran profeta de la Virgen en el Antiguo Testamento, y asímismo el que ha de aparecer para convertir a los Judíos; por lo que la conversión de los Judíos parece íntimamente ligada a la Mediación de la Santísima Virgen. Y puesto que esa conversión será el mayor triunfo conocido por la Iglesia durante toda su historia, ¿cómo no identificarlo con el prometido triunfo del Corazón Inmaculado de María, que conduce al triunfo de su divino Hijo?
8º Según esto, yo ordenaría los acontecimientos como sigue: • Primero, la sexta Iglesia, que es la de Filadelfia, correspondería con esta etapa precursora a la pasión de la Iglesia: la Iglesia se ve ya condenada a muerte por la Revolución, como Cristo había sido condenado a muerte ya por la Sinagoga (es de pequeña fortaleza), pero conoce un tiempo de triunfo temporal, como Cristo cuando es recibido triunfalmente en Jerusalén. Este triunfo temporal de la Iglesia, cuando ya se ve tan perseguida, se manifiesta por la gran puerta que se le abre a través de la labor de las misiones, del prestigio internacional que tienen sus Papas, de la difusión de la devoción al Sagrado Corazón y a la Santísima Virgen, del desarrollo extraordinario de la mariología y de los dogmas marianos, de las apariciones numerosas de la Santísima Virgen, de los Congresos Eucarísticos internacionales, de los jefes de estado católicos, etc. etc. Triunfo de la Iglesia en un mundo ya corrompido, en un mundo que ha mamado profundamente los principios de la Revolución. Así como Cristo llora sobre Jerusalén en el momento en que es recibido triunfalmente, así la Iglesia ha de llorar ya sobre estas sociedades corrompidas en sus principios, en las que a pesar de todo consigue este sonado triunfo. Esta es la sexta Iglesia, irreprochable porque ha sufrido mucho; irreprochable porque ha tenido Papas de gran talla, firmísimos doctrinalmente. • Esta sexta Iglesia acaba con la muerte de Pío XII, y comienza con el Vaticano II la séptima Iglesia (todo esto coincide, ¡qué casualidad!, con el momento en que Roma debería haber difundido el tercer secreto, que hablaba de estas cosas). Este Concilio da inicio a la pasión de la Iglesia: traición y abandono de los Apóstoles, esto es, de los obispos que quieren amoldarse al mundo moderno, al mundo anticristiano, y que por eso o traicionan (es el caso de los más audaces), o al menos abandonan a Nuestro Señor y callan (es el caso de la mayoría). La Iglesia entra en su Pasión, y sufre una espantosa soledad. Ve a sus hijos totalmente desamparados, dispersados como las ovejas por haber sido heridos los pastores. Esta Iglesia se ve acusada como Cristo, de falsos crímenes, y calla como Cristo en su pasión: Dios no le permite defenderse de las calumnias que contra ella dirigen, pues no están en sus manos ni la prensa, ni las artes, ni la televisión, ni la radio. Esta Iglesia ve difundirse en su nombre la más espantosa tibieza, característica de Laodicea, bajo el nombre de ecumenismo, de agiornamento, de libertad religiosa. Esta Iglesia ve cómo en su nombre se consuma la apostasía: la misma Santa Sede pide a las naciones católicas que depongan su confesionalidad en favor del respeto de las demás creencias. Sus pastores tienen piel de cordero, sí, pero hablan las palabras del Dragón. • El misterio de iniquidad avanza, y a mí no me parece que tenga que interrumpirse, como lo postularía la primera interpretación (con el castigo general y la conversión en masa antes del Anticristo), sino que parecería que va a proseguirse sin solución de continuidad hasta encontrar su apogeo en la aparición del Anticristo, que según San Pablo ha sido favorecida y permitida por la apostasía de las naciones. Aparece, pues, el Anticristo, a quien los Judíos reconocen por su Mesías, y gracias a su ayuda sube al poder, y empieza a perseguir a la Iglesia. Ha llegado el momento de la crucifixión y muerte de la Iglesia (muerte aparente, por supuesto, pero tal vez visible: ¿volverá a las catacumbas?). • Pero al mismo tiempo aparece Elías, y da comienzo a la conversión del pueblo Judío. El Anticristo, furibundo, empieza a perseguir a los Judíos conversos; en el colmo de su soberbia se hace adorar como Dios, pero es destruido por una acción milagrosa de Dios. Con la muerte del Anticristo se completa la conversión del pueblo judío: hemos llegado al momento de la resurrección de la Iglesia, tal como parece entenderla San Pablo. • Pero no dura mucho este tiempo de paz y de florecimiento: llevados por la comodidad, los cristianos vuelven a caer en la tibieza, vuelve a tomar empuje el misterio de iniquidad, y la única solución es la venida y aparición personal de Cristo: la Parusía y el Juicio final: es la culminación de la Iglesia, de la obra de Cristo, y la asunción de la Iglesia al cielo en compañía de Cristo.
9º Resumiendo, pues: • Laodicea es la Iglesia de los últimos tiempos; • no es la Iglesia del milenio, pues el Magisterio reprueba esta opinión; • y a mi parecer estamos en la séptima época de la Iglesia, pero no soy profeta (sobre eso podemos todos llevarnos una sorpresa; según Holzhauser –y Monseñor Williamson– estaríamos todavía en la quinta Iglesia, la de Sardes; sólo afirmaría que estamos en la sexta quien estimase que la séptima ha de ser la del milenio).
Cuando en una oportunidad le comenté esta mi "genial" tesis a un sabio un prudente Obispo, allá en Madrid, se limitó a decirme: «Muy bonita su interpretación; pero... ¿puede probarla?». Por supuesto que no, es simplemente la opinión personal que me he podido formar con mis lecturas y cavilaciones.
JM Mestre, Pbro.
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