domingo, outubro 14, 2007

Carta abierta al Papa

Santo Padre:

Le escribo desde una modestísima bitácora luso-castellana: A Casa de Sarto. Quienes aquí escribimos somos dos católicos absolutamente convencidos que defender la Santa Madre Iglesia es defender la Tradición.
Le pido perdón de antemano, Santo Padre, por el atrevimiento de enviarle una carta pública. Sin embargo me consta que a veces somos leídos en Roma y quizás, por ventura, pudiera suceder que alguien le hiciera llegar a Su Santidad estas líneas que expresan no sólo un sentir personal, sino el de muchos católicos defensores de la Tradición, dicho sea esto sin arrogancia ni presunción. O que al menos se sepa de esto en Roma.
Es más, Santo Padre, me atrevo a escribirle con la misma confianza filial con que me dirigiría a mi padre terreno pues Su Santidad es, si cabe, el padre más padre de todos. Vengo, también, de una familia donde siempre nos inculcaron una filial devoción hacia la Silla de Pedro. Humildemente, pero también persuadido de mi derecho de ser oído por el Papa –como cualquier católico-, me dirijo a Su Santidad.
Quisiera, primeramente, darle unas gracias enormes por la promulgación del Motu Proprio. El haber liberalizado el uso de la Misa Tridentina, el haber cortado de raíz sospechas, medias verdades y mentiras descaradas que pendían sobre la Tradición (incluso propugnadas por Ecclesia Dei) es algo por lo que, por mucho que quiera, no tengo suficientes palabras para agradecer el valiente acto de Su Santidad. Me consta que Su Santidad –acompañado de algunos verdaderos Príncipes de la Iglesia- ha tenido que vencer no pocas resistencias y dificultades para hacerlo. Mi agradecimiento, Santo Padre, se une pues a mi admiración por su valentía y arrojo en lidiar con todos esos obstáculos.
Santo Padre: hemos sido perseguidos, vilipendiados, exiliados, calumniados, arrojados, difamados, escupidos en la cara y un montón de cosas más por defender la Misa Tridentina, la Liturgia sempiterna y el Depósito de la Fe. Su Santidad, especialmente en estos últimos años, ha reconocido el enorme tesoro que la Misa Tridentina supone. Esta riqueza no es sólo litúrgica, sino también de Fe por la íntima relación que existe entre la Lex orandi y la Lex credendi.
Es verdad que la Tradición es pequeña en el mundo. El grupo más numeroso de la Tradición, pero afortunadamente no el único, es la Hermandad de San Pío X. Gracias a esta Fraternidad Sacerdotal muchos hemos podido asistir a Misa Tridentina, pues de otro modo la combinación de modernismo y mala voluntad de muchos Obispos nos lo hubiera impedido del todo. En mi caso, aún así, estoy a una hora y cuarto de mi Misa dominical, pues ni la Diócesis en que vivo en Gran Bretaña ni ninguna de las circundantes me ofrece esta posibilidad.
La Tradición está verdaderamente viva. En las parroquias y centros de Misa tradicionalistas hay muchas familias jóvenes. Hay muchos niños y muchas familias numerosas. Nuestros Sacerdotes son jóvenes y llenos de ardor en defensa de la Iglesia. Los sermones de los Padres tradicionalistas están inspirados en una Fe pura. Las Misas son seguidas con una piedad y devoción que no se puede encontrar en parte alguna hoy día. Cuando nos confesamos la Teología Moral de nuestros confesores es prístina, sin concesiones de ningún tipo al mundo o a las modas o a extravagantes hipótesis éticas y morales. Los Seminarios tradicionalistas siguen teniendo vocaciones y las Ordenes religiosas tradicionalistas atraen a la flor y nata de la juventud católica. Por citar un solo ejemplo la Hermandad de San Pío X tiene unas de la edades medias más bajas de cualquier Orden o Fraternidad Sacerdotal.
Sin embargo, y a pesar del Motu Proprio, seguimos encontrándonos vejados y humillados. En Portugal, esa bendita tierra de Nuestra Señora de Fátima, no podemos ir a ninguna otra Misa Tridentina salvo la de los Sacerdotes de la Hermandad de San Pío X porque la oposición de los Obispos e incluso del Patriarca de Lisboa y del Rector de Fátima, incluso contra el deseo y la voluntad expresa de Su Santidad, es obvia. En España algunos Obispos, como el de Gerona, impiden la Misa Tridentina y el encargado de Liturgia de la Conferencia Episcopal española hace todo cuanto puede para evitar la Misa Tridentina. La lista de Obispos y Sacerdotes que boicotean, dificultan y obstruyen el Motu Proprio es larga y sus acciones claman al Cielo. No le faltará información a Su Santidad sobre este particular.
Santo Padre: si Su Santidad no nos protege y ampara, quedaremos una vez más a la intemperie, y no por nuestra voluntad, sino por la terquedad y empecinamiento de muchos miembros del Alto Clero y algunos Sacerdotes enfangados en el modernismo –y quién sabe si a veces en cosas peores-. Nosotros no somos católicos tradicionalistas para estar contra Roma o contra el Papa. Todo lo contrario: somos tradicionalistas para estar más con Su Santidad y para ser más romanos si cabe. Santo Padre: le necesitamos. Necesitamos su paternal y providencial tutela. Necesitamos que nos defienda y que impida el socavamiento activo y pasivo del apostolado de la Tradición.
Yo no soy canonista, pero estoy seguro de que Su Santidad puede blindar la Tradición. Blindarla para que no sea atacada, erosionada y disminuida. Y blindarla, también, para que no sintamos esa intemperie que a nadie beneficia. ¿Qué hijo pequeño no quiere estar con su madre? ¿Qué madre solícita dormiría tranquila sabiendo que uno de sus pequeñuelos está amenazado, solo y en peligro? ¿Cree que nosotros, simples católicos tradicionalistas de a pie, no añoramos la presencia cálida y maternal, la protección y el amparo de la Santa Madre Iglesia? ¿Quién soy yo para decirle a Su Santidad si una Prelatura Personal, un Patriarcado especial u otra institución canónica es el mejor modo de conseguir esto? Lo que sí me atrevo, humildemente, a expresar a Vuestra Santidad es, precisamente, que queremos estar dentro de la Iglesia pero no para ser hostigados, sino para aportar nuestro grano para que la Fe sin mancha vivifique de nuevo a toda la Iglesia.
Su Santidad sabe mejor que nadie, porque el Vicario de Cristo en la tierra sigue gozando de Gracias que nadie más tiene, que el tiempo se nos acaba. No sólo nuestro tiempo personal, pues la Hermana Muerte Corporal puede estarnos esperando a la vuelta de la esquina más próxima, sino el tiempo de este mundo que se precipita hacia el Juicio de las Naciones sin katechon alguno que lo frene. Su predecesor Pablo VI dijo que “el humo de Satanás” había entrado en la Iglesia como consecuencia del Vaticano II. ¿No será entonces mejor motivo para mejor servir a Dios en este mundo y darle Gloria aquí y en el más allá el que la Tradición disipe esos vapores tóxicos y malignos como la luz del amanecer disipa las tinieblas? Como hijo fiel que respeta y venera profundamente a Su Santidad me atrevo a preguntarle con confianza filial, ¿no contribuiría ese blindaje de la Tradición, un blindaje que sólo nos puede dar hoy por hoy el Vicario de Cristo en la tierra, al bien común de la Iglesia?
Y ahora, Santo Padre, cuando ya expira el día en que celebramos el Milagro de Fátima del 13 de Octubre de 1917, hace 90 años, me atrevo a pedirle de rodillas que haga realidad lo que Nuestra Señora pidió al Papa: la Consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María en unión de todos los Obispos del mundo. Nada menos que un mundo depende de esto. Cuanto antes lo haga, más mitigará el merecido Castigo que hemos atraído sobre nosotros por nuestros pecados, por nuestra falta de oración y penitencia y –también- por no haber dejado que la Sangre de Nuestro Señor se derrame libremente en el Sacrificio incruento de la Santa Misa como Dios, tal cual decretó San Pío V en Quam Primam.
Soy consciente del atrevimiento, lo repito una vez más, de esta carta. ¿Pero qué hijo al que han dejado a la intemperie no llamaría a su padre en su ayuda?
Imploro, finalmente, a Vuestra Santidad que nos otorgue su bendición papal a todos los Obispos, religiosos, religiosas y Sacerdotes y a todos los seglares que han defendido la Tradición y la Silla de Pedro. Santo Padre: he tenido el privilegio enorme de conocer personalmente a los cuatro Obispos de la Hermandad de San Pío X y puedo decirle que todos y cada uno de ellos me han enseñado más a amar al Papa que nadie. Si Su Santidad verdaderamente supiera, más allá de rumores y tópicos, el filial amor que le profesan y el que nos han enseñado a profesarle a miles y miles de católicos a través de sus enseñanzas, se sorprendería. Todo lo que han hecho, y todo lo que hemos hecho, en la Tradición ha sido por el mismo amor a la Roma Eterna que Su Santidad profesa.
Humildemente, un soldado de Cristo de a pie,

Rafael Castela Santos

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