sexta-feira, julho 25, 2008

Portugal y sus varias negaciones de Cristo

Me encantó el texto As três negações de Portugal de Joaquim Maria Cymbron, el cual recomiendo efusivamente. Si alguien quiere comprender lo que voy a escribir a continuación, mejor será que lea el texto antes enlazado primeramente.
Se centra Cymbron en las negaciones más contemporáneas de Cristo por parte de Portugal como nación. La de 1820, que él acertadamente atribuye a un impulso liberal-romántico, la de 1910 –un sórdido experimento radical y masónico- y el odioso, vergonzoso y vergonzante Portugal “avrilino” de 1974, cloaca de vilezas sin nombre.
Hay que señalar que estas negaciones no son del Portugal auténtico, sino del anti-Portugal. La afirmación primera y básica de Portugal es la afirmación de la Fe cristiana frente al invasor musulmán. Afirmación que llega al paroxismo de Alcazarquivir, pero que sigue manteniendo idénticos parámetros. Paroxismo hasta cierto punto, porque la Hispania Tingitana es parte de esas Hispaniae a las que Portugal tiene tan pleno derecho como España. De hecho sólo la terrible fractura del rechazo a Cristo de los hispanos tingitanos, por mor del Islam, nos separa.
Una nación que emerge de aquella Hispania lejana, la provincia más receptiva a la Fe de Cristo de todo el Imperio. Una nación que hunde también sus raíces en aquella síntesis gloriosa de germanos e hispanorromanos de la etapa sueva y luego visigótica, donde se consigue la unidad de jurisdicción y la unidad de impugnación, pero –sobre todo- la unidad religiosa tras la erradicación del arrianismo. Una nación renacida cual ave fénix de la Reconquista, difícil y heroica, de unas tierras cristianas y arrebatadas a los cristianos. Una nación que se afirma con la gesta de un Santo (pronto le hemos de ver en los Altares) como Nuno Alvares Pereira. Una nación que se hace universal en todo el orbe (Brasil, numerosos lugares de Africa y Asia toda) por y para Cristo con la Cruz de Cristo en las velas de sus naves. Una nación que es reconfirmada en Fátima por la Virgen misma … Esa nación no puede negar a Cristo porque encarna a Cristo.
Quien niega a Cristo es el anti-Portugal, el enemigo secular de Portugal que quiere renegar de sus esencias. Sólo un Portugal que quiere dejar de ser Portugal puede renegar de Cristo, porque Portugal –con mucho más mérito que otras Patrias- es de Cristo y por Cristo. Portugal no tiene otro cometido en la Historia que el de ser testigo de Cristo, dar Fe de Cristo. Por tanto negar a Cristo es negar a Portugal. Sin Cristo el verdadero Portugal no existe. Sin Cristo apenas queda un monstruo deforme, un rectángulo sin vida espiritual propia que no llega a ser ni la sombra del verdadero, auténtico y único Portugal posible: un Portugal cristiano.
Yo quiero insistir, y algo apunta Joaquim Maria Cymbron, que esto no sucede de la noche a la mañana. Ese anti-Portugal hunde sus raíces en el absolutismo de la Casa de Braganza, notoriamente menos noble que la Casa de Avís. Porque el absolutismo es ya, de por sí, un atentado contra el orden querido por Nuestro Señor. Y este absolutismo regio acaba desembocando en la figura infame del Marqués de Pombal, quintaesencia ilustrada y enciclopedista que aboca a la infamia de una nación entregada a las ideas extranjeras y extranjerizantes, ajenas a la Tradición Hispánica. Para mí, por tanto, 1820, 1910 o el maldito 1974 son sólo consecuencias. Y consecuencias lógicas. Ese alineamiento temprano de la Casa Real Portuguesa con el absolutismo, luego coronado por la inserción masónica de algunos de sus miembros, no podía desembocar más que en lo que desembocó. Es de aquellos polvos que vienen estos lodos, como dice el popular dicho español.
En nuestros tiempos quizás nadie como António Sardinha ha sabido palpar estos entresijos. La reclamación de António Sardinha de una vuelta a una Tradición Hispánica que hermana (pero ni aglutina ni amalgama) a ambas Patrias ibéricas es un postulado esencial y básico de la regeneración de Portugal. Pocas veces Sardinha vio eso más claro que tras su exilio en España, fundamentalmente en Galicia, donde frecuentaba a esa luminaria de Juan Vázquez de Mella, el gran campeón del Tradicionalismo y Carlismo españoles. Ese reaportuguesar Portugal que el integralismo luso tan sabiamente reclamaba tenía dos coordenadas básicas: Altar y Trono. Un Portugal católico y una Casa Real sirviendo a ese Portugal católico. Digo sirviendo, porque en nuestra Tradición Hispánica el mando es sinónimo de vocación de servicio y la legitimidad de ejercicio está por encima de la legitimidad dinástica; y si la Casa Real no sirve dicho empeño, entonces es mejor deponerles y que sigan con sus repugnantes cuitas sociales en compañía de los poderosos de este mundo.
Las élites portuguesas siguen queriendo beber en las fuentes emponzoñadas de Gran Bretaña y Francia. Un atavismo estúpido anti-hispánico (infinitamente más grave y más dañino que el también estúpido atavismo anti-español) hace que muchos portugueses bien formados vayan a beber en aguas pútridas de conservadurismos de medio pelo, liberalismos a duras penas sostenidos con muletas y reaccionarismos estériles, todos ellos mercancía barata de importación extranjera. Hasta movimientos contrarrevolucionarios como Maurras tienen gérmenes dañinos en sí al inspirarse Acción Francesa en Descartes, autor nocivo para la Cristiandad donde los haya.
No, la Tradición Hispánica –tan de Portugal como de España-, es otra. Nuestra Tradición es fundamental y esencialmente tomista. No en vano el más grande comentador de Santo Tomás fue el portugués Juan (João) de Santo Tomás. Como quizás la figura más egregia del neotomismo moderno sea el castellano Padre Santiago Ramírez, O.P., cuya obra llega a superar en muchos enteros en profundidad y calado al mismísimo Garrigou-Lagrange, O.P. Hasta Cayetano, un italiano, es parte de ese Nápoles hispánico. Ya digo: tampoco en vano.
Sólo la vuelta a las esencias católicas de Portugal ha de garantizar la resurrección de Portugal. Para ello ahí están los autores formidables del Tradicionalismo Hispánico, a ambos lados de la raya. Son los nuestros. Son los que afirman que Portugal es ontológicamente cristiano. Por citar a algunos de los que se pueden caracterizar como autores lusófonos tradicionalistas, que ni mucho menos todos –defensores de la semilla de salvación, de salvación en Cristo y por Cristo- ahí están los nombres de António Sardinha, Henrique Barrilaro Ruas, Luís de Almeida Braga, Gustavo Corção, Julio Fleichman, José Pedro Galvão de Sousa, Arlindo Vega dos Santos, Fraga Teixeira de Carvalho, Ricardo Dip … entre los contemporáneos, por no citar a otros muchos.
No hay otra ruta para Portugal si Portugal quiere seguir siendo y no meramente seguir malviviendo, con una existencia miserable, como acontece en este estercolero socratiano y no-socratiano del Portugal contemporáneo que tanto nos duele a quienes amamos a Portugal.
Entretanto no nos queda sino seguir recurriendo sin tregua y sin pausa a la oración y la penitencia, como la Virgen en Fátima –tierra portuguesa que anticipa la conversión de los infieles musulmanes a la Fe de Cristo- nos recomendó. Porque Portugal es Tierra de Santa María. Ella misma baja del Cielo a reclamar su heredad en Fátima.
Parafraseando las Sagradas Escrituras, las puertas del anti-Portugal no prevalecerán contra el verdadero Portugal. Por una sencilla razón: porque jamás podrán derribar a la Virgen, quintaesencia última de Portugal. Santiago, nuestro Padre en la Fe y el que nos engendró en la Fe a españoles y portugueses, amado y dilecto Apóstol de Nuestro Señor, tuvo ese tremendo consuelo en tierras ibéricas de la Venida en carne mortal de la Virgen a Zaragoza, primera Aparición Mariana del orbe. Y cabe pensar que Santiago, hermano de Juan, tuvo un trato personal y más cercano que ninguno a la Virgen. Santísima Virgen que tiene la Aparición más importante de la historia del mundo en Fátima, sello indefectible de la predilección de la Virgen por Portugal. Entre esos dos extremos, el Pilar y Fátima, ambos unidos en la Madre de Dios, circula la historia de las dos Patrias Madre de las Hispaniae.
En Ella los portugueses bien nacidos y los que amamos a Portugal ciframos la esperanza en un Portugal auténtico del cual el anti-Portugal es sólo imagen invertida, esto es, satánica.

Rafael Castela Santos

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