A menudo, en conversaciones con amigos sobre la situación
actual nacional y mundial, sale el consabido “… y ahora, ¿qué viene?”. En este
mundo turbulentísimo, apartado de Dios, con una geopolítica durísima que nos
aboca casi de manera impepinable a la III Guerra Mundial, salen autores como
Benson o como Michael O’Brien, que se han tomado el esfuerzo –y no digo que no
haya sido duro- de conjeturar acerca de cómo podrían ser las cosas. Y creo que es
por ahí por donde vienen los tiros.
¿Qué se puede decir? Lo que viene dista de ser fácil. La
persecución ya física contra los cristianos en muchas zonas del mundo (países
musulmanes en general, China, Vietnam, Cuba, etc.), se le une la persecución en
países occidentales, donde cada vez estamos más acorralados y asfixiados (EEUU,
Venezuela, Israel, Unión Europea, etc.). Lo lógico es esperar que tanto la
presión como la persecución (la física también) vayan a más en un futuro más o
menos cercano.
Bien. El Papa parece tener su propia opinión acerca de lo
que se viene y qué hacer. Y me encontré hace unos días con alguien que con
mejores palabras que las mías había sintetizado esto en un artículo titulado “La
opción monástica”.
Eso toca ahora: la opción monástica. Personalmente creo que
no hay otra.
Pero que nadie se engañe. Puede haber un mal trago. De hecho
va a haber un muy mal trago. La victoria que viene a continuación es la de
Cristo. Todo menos desesperar.
Rafael Castela Santos
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