Terminei a leitura de "El Deber Cristiano de la Lucha", de António Caponnetto, católico tradicional e nacionalista argentino, características que se acentuam nos "visitantes" d'"A Casa de Sarto", cada vez mais situada no lado austral do globo: trata-se de uma obra extraordinária que desmistifica e destrói a ideia sufragada não só pelos hereges modernistas e progressistas, mas também pelos membros da nova direita pagã e gnóstica, de que o Cristianismo sobraça um pacifismo extremo negador de toda e qualquer forma de combate, conforme os primeiros propagam, sendo por isso uma religião desvirilizadora do homem ocidental, própria de tíbios e pusilânimes, consoante os segundos sustentam. Nada mais errado!
Caponnetto demonstra que o Cristianismo é acima de tudo luta, combate e guerra! Luta interior e de aperfeiçoamento espiritual contra os adversários da alma e da salvação - a carne, o mundo e o demónio -, sem dúvida, mas também combate e guerra aos inimigos exteriores da fé, aos infiéis, aos hereges, aos ímpios, aos fautores de uma paz desordenada que supõem ser possível organizar a cidade humana com desprezo pela Realeza Social de Cristo, em suma, o Cristianismo é tudo aquilo que a Igreja modernista e sincretista recusa e não prega! Pois não é o mesmo Cristo - que aprecia os pacíficos, mas despreza os sonsos e abomina os cobardes - que diz "Não penseis que vim trazer a paz à terra; não vim trazer a paz, mas a espada" (Mt 10, 34) ?!
Aqui ficam dois extractos da obra de Caponnetto, a que regressarei em próximas ocasiões. O primeiro:
"Pero el combate que libra el justo no es sólo individual. No tiene inimigos exclusivamente privados, ni males que le atañan subjetivamente. Y aunque su tribulación y pesar, su expiación y su dolor le sean intransferibles, hay en su padecer una cuestión transpersonal: el drama de la patria invadida y sojuzgada que implora una reconquista física y espiritual. El dolor ante la nación desnaturalizada y sacudida por el pecado y sometida a la vitoria temporaria de los infieles. Los justos no pueden ni deben consentirlo, y la lucha asoma nuevamente como un deber y una obligación capital. Dios va adelante y es la verdadera fuerza, "no es la muchedumbre de los ejércitos" el factor decisivo, tampoco la destreza del guerrero o "el vigor del caballo" (Sal. 33, 16-17). Sólo Dios.
Es improprio, pues, manejar cálculos exclusivamente humanos y materiales: número de contricantes, estrategias y tácticas u ofensivas diversas. El Señor de los Ejércitos se empeña en demonstrar que la victoria o la derrota está en sus manos y guarda estrecha realción con la lealtad a Él debida.
El Salmista lo reconoce expresamente: "no confío en mi arco, ni mi espada me dará victoria" (Sal. 44,5). "Tu diestra, tu brazo, la luz de tu rostro... por ti batiremos a nuestros enemigos" (Sal. 44, 4-6). Y nuevamente Su Nombre santo - repetido y alabado a cada instante - es como un lábaro de gloria que acompaña al soldado.
En la deslealtad y en la idolatría sobreviene la deshonra nacional. La ignominia y el ultraje prevalecen, la patria yace y los patriotas piden al cielo la gracia de recuperar su libertad y su honra. La gracia de la paz edificada en la justicia (Sal. 46). Dios, que no les ha ahorrado pruebas ni escarmientos, tampoco los privará de su conducción reconquistadora (Sal. 60). Como jinete bravío viene "cabalgando por el desierto" (Sal. 68, 5), ya su paso viril, los enemigos "se desvanecen como humo y se derriten como la cera al fuego" (Sal. 68, 3). Vuelve el Señor de los Ejércitos, regresa una vez más a guiar a los justos, a consolar a los huérfanos y las viudas, a defender a los cautivos y alzarse ominpotente en el santo tabernáculo (Sal. 68, 6-7). Reaparece "terrible" en su cólera y en sus sentencias, indómito en sus órdenes y en sus juicios, resuelto en su furor reparador, resplandeciente y majestuoso "más que los montes eternos" (Sal. 76, 5). La heredad profanada restablece su decoro, los traidores son rendidos y los cómplices despreciados, y sobre las ruinas todavía humeantes hacen valer sus derechos. Deus vincit.
E um segundo:
"Esta Iglesia Primitiva no ignoraba el quinto mandamiento, ni los consejos del Señor sobre el amor a los enemigos, ni las recomendaciones personales para entregar también la chaqueta al que nos despoja del abrigo. Pero sabía que la muerte es pecado si se ejecuta contra un inocente y no contra un perverso en custodia del bien. Que una cosa son los enemigos privados, ante los cuales cabe ofrecer nuestro anonadamiento y nuestra humillación, y otra los enemigos públicos de Dios y del Orden por Él creado, a quienes estamos obligados a enfrentar hasta las últimas consecuencias, no por odio a ellos, sino por amor a la Verdad. Que es distinto preferir el padecimiento de una injusticia antes que cometerla - tal el sentido de la metáfora del despojo del abrigo - que consentir un robo o no impedirlo, pudiendo, pues, sería faltar al séptimo mandamiento. Y que Cristo mismo, al fin, que eligió ser víctima antes que hacer víctimas, no colocó su otra mejilla frente al sirviente de Caifás, ni descartó la posibilidad de movilizar una legión de arcángeles armados si aquella no hubiese sido la hora de la iniquidad".
Os livros disponíveis de António Caponnetto podem ser adquiridos no sítio da livraria "Nueva Hispanidad".
Caponnetto demonstra que o Cristianismo é acima de tudo luta, combate e guerra! Luta interior e de aperfeiçoamento espiritual contra os adversários da alma e da salvação - a carne, o mundo e o demónio -, sem dúvida, mas também combate e guerra aos inimigos exteriores da fé, aos infiéis, aos hereges, aos ímpios, aos fautores de uma paz desordenada que supõem ser possível organizar a cidade humana com desprezo pela Realeza Social de Cristo, em suma, o Cristianismo é tudo aquilo que a Igreja modernista e sincretista recusa e não prega! Pois não é o mesmo Cristo - que aprecia os pacíficos, mas despreza os sonsos e abomina os cobardes - que diz "Não penseis que vim trazer a paz à terra; não vim trazer a paz, mas a espada" (Mt 10, 34) ?!
Aqui ficam dois extractos da obra de Caponnetto, a que regressarei em próximas ocasiões. O primeiro:
"Pero el combate que libra el justo no es sólo individual. No tiene inimigos exclusivamente privados, ni males que le atañan subjetivamente. Y aunque su tribulación y pesar, su expiación y su dolor le sean intransferibles, hay en su padecer una cuestión transpersonal: el drama de la patria invadida y sojuzgada que implora una reconquista física y espiritual. El dolor ante la nación desnaturalizada y sacudida por el pecado y sometida a la vitoria temporaria de los infieles. Los justos no pueden ni deben consentirlo, y la lucha asoma nuevamente como un deber y una obligación capital. Dios va adelante y es la verdadera fuerza, "no es la muchedumbre de los ejércitos" el factor decisivo, tampoco la destreza del guerrero o "el vigor del caballo" (Sal. 33, 16-17). Sólo Dios.
Es improprio, pues, manejar cálculos exclusivamente humanos y materiales: número de contricantes, estrategias y tácticas u ofensivas diversas. El Señor de los Ejércitos se empeña en demonstrar que la victoria o la derrota está en sus manos y guarda estrecha realción con la lealtad a Él debida.
El Salmista lo reconoce expresamente: "no confío en mi arco, ni mi espada me dará victoria" (Sal. 44,5). "Tu diestra, tu brazo, la luz de tu rostro... por ti batiremos a nuestros enemigos" (Sal. 44, 4-6). Y nuevamente Su Nombre santo - repetido y alabado a cada instante - es como un lábaro de gloria que acompaña al soldado.
En la deslealtad y en la idolatría sobreviene la deshonra nacional. La ignominia y el ultraje prevalecen, la patria yace y los patriotas piden al cielo la gracia de recuperar su libertad y su honra. La gracia de la paz edificada en la justicia (Sal. 46). Dios, que no les ha ahorrado pruebas ni escarmientos, tampoco los privará de su conducción reconquistadora (Sal. 60). Como jinete bravío viene "cabalgando por el desierto" (Sal. 68, 5), ya su paso viril, los enemigos "se desvanecen como humo y se derriten como la cera al fuego" (Sal. 68, 3). Vuelve el Señor de los Ejércitos, regresa una vez más a guiar a los justos, a consolar a los huérfanos y las viudas, a defender a los cautivos y alzarse ominpotente en el santo tabernáculo (Sal. 68, 6-7). Reaparece "terrible" en su cólera y en sus sentencias, indómito en sus órdenes y en sus juicios, resuelto en su furor reparador, resplandeciente y majestuoso "más que los montes eternos" (Sal. 76, 5). La heredad profanada restablece su decoro, los traidores son rendidos y los cómplices despreciados, y sobre las ruinas todavía humeantes hacen valer sus derechos. Deus vincit.
E um segundo:
"Esta Iglesia Primitiva no ignoraba el quinto mandamiento, ni los consejos del Señor sobre el amor a los enemigos, ni las recomendaciones personales para entregar también la chaqueta al que nos despoja del abrigo. Pero sabía que la muerte es pecado si se ejecuta contra un inocente y no contra un perverso en custodia del bien. Que una cosa son los enemigos privados, ante los cuales cabe ofrecer nuestro anonadamiento y nuestra humillación, y otra los enemigos públicos de Dios y del Orden por Él creado, a quienes estamos obligados a enfrentar hasta las últimas consecuencias, no por odio a ellos, sino por amor a la Verdad. Que es distinto preferir el padecimiento de una injusticia antes que cometerla - tal el sentido de la metáfora del despojo del abrigo - que consentir un robo o no impedirlo, pudiendo, pues, sería faltar al séptimo mandamiento. Y que Cristo mismo, al fin, que eligió ser víctima antes que hacer víctimas, no colocó su otra mejilla frente al sirviente de Caifás, ni descartó la posibilidad de movilizar una legión de arcángeles armados si aquella no hubiese sido la hora de la iniquidad".
Os livros disponíveis de António Caponnetto podem ser adquiridos no sítio da livraria "Nueva Hispanidad".
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