segunda-feira, fevereiro 26, 2007

Vencedores e Vencidos


Faltaria à verdade se dissesse que o resultado final do referendo de há quinze dias atrás sobre o aborto não me desiludiu e entristeceu profundamente, apesar de já o esperar, por força da tremenda pressão mediática pró-aborcionista a que os eleitores estiveram sujeitos não só durante o período da campanha, mas sobretudo nos últimos oito anos desde a realização do primeiro referendo sobre o tema. Porém, não deixa de ser certo que o mesmo resultado corresponde à tendência dominante no Ocidente contemporâneo desde há pelo menos dois séculos, ou seja, ao da derrota das causas justas perante outras que não o são de todo. Afinal, se com a sublime excepção da cruzada espanhola de 1936-1939, os defensores da Vendeia católica e monárquica, os miguelistas portugueses e os carlistas espanhóis, bem como os cristeros mexicanos foram todos derrotados, por que haveríamos nós agora de ter ganho? É claro que sinto que o meu País atingiu um grau de baixeza e infâmia sem paralelo na sua longa história ao condescender no horror do massacre impune desses seres humanos inocentes e indefesos que são os nascituros, mas a enorme decepção que tal facto me causa é pelo menos minimizada pela leitura do autêntico pronto-socorro espiritual que é a obra do Padre Leonardo Castellani, a qual nos dá a felicidade de compreendermos as causas últimas das coisas dos tempos finais que antecedem o regresso do Rei. Do seu "Los Papeles de Benjamin Benavides", já apresentados n'"A Casa de Sarto" em artigo para o qual remeto, e agora mesmo referidos no postal precedente, passo a citar este trecho onde a personagem principal desse livro discorre sobre o teor do terceiro dos sete selos do Apocalipse:

- Según creo estamos en el Tercer Sello, aca­bando el Segundo y empezando el Cuarto y el Quinto -dijo él-. Oiga mi interpretación de los Siete Sellos... El Primer Sello, el Caballo Blanco, es la Monarquía Cristiana, desde Cons­tantino hasta la Revolución Francesa; o si quie­re Vd. hasta la Reforma, en cuya gran lucha político-militar "empató" (como dice Belloc) la Monarquia Cristiana con la Gran Revolución Religiosa, que desde entonces no ha cesado de avanzar, de hacer guerra a los santos y vencer­los. Es un caballo albo; y a su jinete se le ha dado un arco, y lleva una corona y sale "ven­cedor para vencer"; es decir, vencedor una y otra y otra vez. Esas victorias repetidas son la predicación evangélica apoyada por la Reye­cía Cristiana, predicación que debe extenderse por todo el mundo antes de su fin. Hasta la Reforma venció siempre la Monarquía Cristia­na; civilizó la Europa, sofrenó y convirtió a los bárbaros, aplastó las herejias, contuvo el Islam, con su corona que se veía de todas partes y su arco que alcanzaba lejos; es decir, el poder de sus armas expedicionarias, que a su misma América de Vd. llegaron, y hasta los rincones del Asia y el África. Después del empate de la Reforma comienza la monarquía cristiana a ser vencida en todas partes y el Imperio Español de los Austrias y el Sacro Imperio Románico-Germánico se dividen y comienzan a disgregarse. No ha reflexionado Vd. Sobre este hecho?

- Cree Vd. que esa es la lección del ver­sículo que dice le fué dado poder para guerrear contra los santos y vencerlos? Es el 7 del XIII [del Apocalipsis], y se refiere directamente a la Bestia, es decir, al Anticristo ...

- Existe por un lado ese versiculo; y existe allende este hecho clarísimo en la historia de a Cristiandad. Justamente la percepción de este hecho inició mis meditaciones sobre las a profecías parusiacas; mi mania, como dice su amigo Murray. Tenía 24 años y enseñaba his­toria contemporánea en el Liceo de Segovia. Yo era a un literato y lo que más me gustaba era hacer versos, achaque que no he perdido sino empeorado, siendo así que no soy poeta. Explicaba un día la Guerra de los Chuanes, la sublevación de la Vendée contra la Revolución Francesa. Me exaltaba y hacía elocuencia con la sublimidad de esa revuelta de honrados campesinos que defendían su hogar, su fe y su Rey, con la imagen del Corazón de Cristo sobre el pecho y en sus banderas: la santidad del buen Cathelineau, el hidalgo honor del señor de Bonchamps, la gallardía caballeresca de La Roche-Jacquelein y los otros jefes. Fué una guerra católica más pura que las Cruzadas, más necesaria que la empresa de Simón de Montfort, contra la sedición parisina regicida y atea. Y fueron derrotados y aplastados como chinches por el genio militar de un teniente de artillería inmensamente ambicioso, un corso petizo y regordete llamado Buonaparte; el cual les aplicó tranquilamente la "guerra de exterminio" y los enganó como a chinos con un tratado maquiavélico... En la clase reinaba silencio profundo, el corazón de los jóvenes sangraba, yo me sentía elocuente... por primera vez en la vida. De repente un cadete levantó la mano (el más inteligente de la clase, hoy día hombre ilustre, si lo nombrara se asombraría Vd.) y preguntó con esa terrible y recta ingenuidad de los niños:"Por qué fueron tan desdichados, si defendían la causa de Dios?" Yo balbuceé que Dios no ha prometido a los suyos el triunfo en esta vida; que recordasen la Armada Invencible. Pero el muchacho respondió con ira: "Tampoco les ha prometido la derrota. Y actualmente la causa católica es SIEMPRE derrotada ...". Negué resueltamente, ese adverbio SIEMPRE; pero salí preocupádo y meditabundo ...

JSarto

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