Leyendo hoy a San Buenaventura me di cuenta de que el hombre es moldeado desde la cuna por una mujer. Y que el verdadero católico tiene que ser devoto de la Santísima Virgen, porque ella, mujer, es la llave que abre las puertas del Cielo y el Corazón de su Divino Hijo: Nuestro Señor Jesucristo. Una buena esposa es un regalo del Cielo y la benéfica influencia que puede ejercer sobre un hombre, hasta el punto de salvarle su alma, nunca puede ser minusvalorada. La historia está llena de estos ejemplos. Es por esto que me quedo hoy con esta cita de San Crisóstomo traída por San Buenaventura:
«Nihil fortius muliere religiosa et prudente ad deliniendum virum et informandum ejus animum ad quodcumque voluerit.»
San Buenaventura, Pharetræ, 1. i. cap. Viii. t. vii., p. 252
Claro que, como la cita implica, esas armas pueden ser empleadas en sentido contrario si la mujer carece de religiosidad y prudencia.
Si la mujer no ejerce esa tarea educadora en pos de la virtud con sus hijos y hasta con su marido, el mundo se viene abajo. No en vano la Revolución ha tenido a la mujer como un objetivo prioritario de sus quehaceres: desquiciarla mediante el feminismo, esclavizarla al trabajo mediante la “liberación femenina” (trabajar para otros sin ser jamás reina de la casa, como antaño lo fue), alienarla a través del aborto y el divorcio, degradarla mediante la relajación de las costumbres y hacerla objeto a través de la publicidad y la moda.
El antídoto, como indica San Crisóstomo, es la mujer verdaderamente cristiana y prudente. La religiosidad como re-ligación al Padre Eterno, que eleva todas las tareas y quehaceres de la mujer –y primordialmente aquella de la educación y del cuidado de los demás- a Dios, y la prudencia como virtud primordial del bien común. Esa mujer forja hombres de verdad. Igual que para dar a luz a Cristo fue necesaria la colaboración de María Santísima, para dar lugar a hombres veros –“hechos y derechos”, como la expresión popular consagra-, es necesaria esa mujer fuerte de que hablan las Sagradas Escrituras: religiosa y prudente.
Sin tales mujeres, insisto, esto no resiste el empellón del Mal.
Rafael Castela Santos
«Nihil fortius muliere religiosa et prudente ad deliniendum virum et informandum ejus animum ad quodcumque voluerit.»
San Buenaventura, Pharetræ, 1. i. cap. Viii. t. vii., p. 252
Claro que, como la cita implica, esas armas pueden ser empleadas en sentido contrario si la mujer carece de religiosidad y prudencia.
Si la mujer no ejerce esa tarea educadora en pos de la virtud con sus hijos y hasta con su marido, el mundo se viene abajo. No en vano la Revolución ha tenido a la mujer como un objetivo prioritario de sus quehaceres: desquiciarla mediante el feminismo, esclavizarla al trabajo mediante la “liberación femenina” (trabajar para otros sin ser jamás reina de la casa, como antaño lo fue), alienarla a través del aborto y el divorcio, degradarla mediante la relajación de las costumbres y hacerla objeto a través de la publicidad y la moda.
El antídoto, como indica San Crisóstomo, es la mujer verdaderamente cristiana y prudente. La religiosidad como re-ligación al Padre Eterno, que eleva todas las tareas y quehaceres de la mujer –y primordialmente aquella de la educación y del cuidado de los demás- a Dios, y la prudencia como virtud primordial del bien común. Esa mujer forja hombres de verdad. Igual que para dar a luz a Cristo fue necesaria la colaboración de María Santísima, para dar lugar a hombres veros –“hechos y derechos”, como la expresión popular consagra-, es necesaria esa mujer fuerte de que hablan las Sagradas Escrituras: religiosa y prudente.
Sin tales mujeres, insisto, esto no resiste el empellón del Mal.
Rafael Castela Santos
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