terça-feira, junho 20, 2006

Carta del Coronel Don José Moscardó a su familia

Durante la Cruzada española de 1936 la horda roja quiso chantajear a José Moscardó pues secuestraron a su hijo todavía adolescente. Cual nuevo Guzmán el Bueno, quien tampoco cedió a idéntico chantaje frente a la horda musulmana que había invadido España en Tarifa, Moscardó rechazó la “oferta” de entregar el Alcázar de Toledo a quienes amenazaban (amenaza que luego cumplieron) con asesinar a su hijo si no se rendía.
El calibre humano y moral de este héroe hispánico e inmortal queda claro a la luz de su hazaña, de la carta que abajo reproducimos y del inmortal colofón amplificado por el cine con que exhausto, hambriento y extenuado saluda al General Varela, jefe de las tropas nacionales cuando éstas rescatan el Alcázar y ponen en fuga a las fuerzas republicanas. En aquel momento el Coronel Moscardó, fiel a su orden de defender el Alcázar –para ese entonces ya medio derruido- saluda a su superior con el inmortal: “Mi general, sin novedad en el Alcázar”. Varela, conmovido hasta las entrañas y con lágrimas en los ojos, replica: “¡Yo os saludo, héroes de la España inmortal!”.
El 25 de Julio de 1936 el Coronel Moscardó, el héroe del Alcázar, escribió esta carta a su familia desde la fortaleza toledana.

“María de mi alma, hijos de mi alma:

Os escribo en son de despedida por si esta situación no tuviera solución favorable.
Ya oiréis el bombardeo del Alcázar, con piezas de artillería de todos los calibres, aviación y además los carros blindados y tanques que han venido de Madrid: pues a pesar de todo eso, no pueden ni podrán tomar el Alcázar a viva fuerza; hace falta mucho corazón para asaltarlo con la clase de gente que hay dentro.
Hay destrozos enormes, pero no han abierto más brecha que en la puerta principal, que después se ha tapado perfectamente. Pretenden que nos rindamos por hambre y desmoralización y no lo conseguirán, pues sacaremos víveres de debajo de las piedras y la moral está muy bien incluso entre las mujeres, pues saben si se rindieren la muerte que les cabría.
No te quiero decir la amargura que tengo sabiendo que nuestro Luis está en poder de esa gente. Ya sabrás que el jefe me llamó por teléfono el día 23 y me dijo que si en el término de diez minutos no nos rendíamos, lo mandaba fusilar, y por si yo dudaba, le hizo venir al teléfono y hablara conmigo para convencerme de que era él. Excuso decirte, mi hijo de mi alma, me habló con voz tranquila, y yo no hice más que decirle que encomendara su alma a Dios si llegara el caso y diera un Viva España muy fuerte. Yo espero que no sean tan crueles que quieran vengarse en la persona de mi hijo, completamente inocente en esta causa, y no pase de una amenaza, pero no obstante no puedo estar confiado.
Sobre este particular me he alarmado, porque ayer en una salida que se intentó hacer para requisar víveres, la Guardia Civil tuvo la malhadada ocurrencia de detener a la familia del concejal Domingo Alonso y traerlos detenidos en rehenes. Me desagradó hasta el extremo, pues creerán que la salida fue únicamente para cogerlos como garantía, y yo no soy capaz de hacer eso, es más, me repugna y de buena gana los soltaba; aquí están bien cuidados y atendidos en lo que cabe, por lo menos igual que las familias de los Guardias. Pero me temo que esta detención haya provocado la de Carmelo y la tuya, y no lo quiero pensar siquiera. Gracias a que Dios da fuerzas para sobrellevar esta tragedia y parece como si se me hubiese embotado el sentimiento.
Esto parece un sueño, mejor dicho una pesadilla, pensando que hace 8 ó 10 días éramos una familia feliz, y hoy no sabemos los unos de los otros, e incluso ignoramos si viven. Tengo confianza en Dios y en sus manos he encomendado la solución, que os dé vida a todos y que encontréis una manera decorosa de vivir si la revolución roja triunfa, y nada digo de mí, pues yo no es posible que me salve. No puedo comprender que no os voy a ver más, me parece una cosa que no me puede pasar a mí, sino algo que he leído.
Te pido perdón, María, por mi incomprensión algunas veces, pues reconociendo que eres la mujer más buena y virtuosa, no he sabido estimar en su verdadero valor todo lo que vales, más bien a causa de mi ligereza que de otra cosa. Sin embargo, tú me perdonaste, aunque te digo solemnemente que jamás dejé de quererte y estimar tu superioridad en todos los órdenes.
De nuestros hijos qué he de decirte, si todos salís con vida de esta situación trágica procurad adaptaros a las circunstancias pero sin dejar nunca de ser religiosos y honrados, aun cuando tuviereis que ocultar lo primero. Tengo la seguridad que los chicos sabrán abrirse paso, pues son inteligentes y tan honrados que se hacen querer de todo el mundo. No sé cuál de ellos será mejor, pero lo que se puede decir de todos es que jamás nos dieron un solo disgusto, ni asomo de ello, sino únicamente satisfacciones, tan orgullosos que estamos de ellos. De Pepe y de Miguel sigo sin saber una palabra. ¡Qué pena! De mi Luis, hijo de mi alma, después de su triunfo en las oposiciones es posible que no le sirva si la revolución vence; hijo es un verdadero santo. Pues y mi Marichu, ¡hija de mi corazón! Qué tiempos tan amargos va a tener que vivir. Ella, mi alegría y mi orgullo, tan buena y virtuosa.
Yo creo que nuestros hijos y tú sois tan buenos y ejemplares y formáis una familia tan completa que Dios ha dispuesto que nos reunamos en otro lugar más alto para gozar de nuestra felicidad sin que nada pueda separarnos; tengo absoluta fe en ello.
Creo que al fin y al cabo ganará este pleito el partido del orden, pues España no puede caer bajo el mando del marxismo; somos católicos amigos de la Tradición y no puede ser que todo esto desaparezca.
Dios lo quiera y los que puedan verlo, que disfruten de la paz.
No sé ni cómo escribir, tengo los sentidos un poco embotados y en medio de tanta angustia y preocupación por vosotros, y de temor ante el porvenir, estoy bien físicamente, mejor de lo que podía figurarme; este régimen de media comida me sienta muy bien.
Adiós María, adiós Pepe, Miguel, Luis, Marichu, Carmelo, os doy un beso con toda mi alma, mi vida y mi corazón y siempre y en todo momento pienso en vosotros, que sois mi amor y mi ilusión.
Adiós. Vuestro,

Pepe

P.D. He hecho comunión espiritual y me he preparado bien aunque no hay aquí Sacerdote.”

Rafael Castela Santos

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