quarta-feira, dezembro 28, 2005

Carlistas en la Guerra de Agresión Yanqui (1861-1865)

Nuestro buen amigo Andrés Hermosa, de quien Pedro Guedes sigue esperando la prometida colaboración sobre la historia de la “vera derecha” española (a lo que sigue resistiéndose pese a nuestras admoniciones), nos envía vía postal un artículo sacado de la revista carlista “Ahora Información” (número 66, Nov-Dic 2003) que le agradecemos profundamente. El título es “Carlistas en la Guerra Civil americana”, 1861-1865, firmado por el historiador militar catalán David Odalric de Caixal i Mata.

Conexión profunda entre quienes defienden un orden tradicional
En este artículo se desempolva una historia no suficientemente conocida, pero que añade a lo que venimos sosteniendo desde A Casa de Sarto: que existe una ligazón entre los carlistas españoles, los miguelistas portugueses, los federales argentinos, los nobles combatientes vendeanos, los cristeros mexicanos, los sureños italianos (que resistieron a la canalla garibaldina), los cavaliers de la Guerra Civil inglesa, los Confederados norteamericanos y algún otro grupo que ahora me dejo en el tintero.

Causa última de todas las derrotas
El lector sagaz se habrá dado cuenta de que si hay un denominador común entre todos los grupos anteriormente citados éste es el de haber sido derrotados, con la notabilísima excepción de los carlistas españoles durante la Cruzada de 1936-1939.
La razón de ello la ha dado el Padre Leonardo Castellani, verdadero santo y seña de A Casa de Sarto. No es otra que la posición que ahora ocupamos en la historia, la Quinta Iglesia, a decir del Padre Castellani en su profunda obra sobre el Apokalypsis. A esta Iglesia, la actual, nos ha sido dado la consigna de “mantener lo que [nos] ha sido dado, aunque haya de morir”. Es decir, la defensa de la Tradición, pese a que en términos intramundanos suframos una derrota, una muerte. Estos son los tiempos donde al Padre de la Mentira se le ha dado un poder como nunca antes, donde las fuerzas del Maligno han sido liberadas. Misterio grande, como misterio fue que Job fuera tentado de la manera que fue en el bello libro veterotestamentario. El proceso revolucionario iniciado en el Renacimiento está alcanzando ya su clímax y bien pudiera ser que nos aproximáramos a una velocidad mucho mayor de la imaginada a los días de dominio del Anticristo.
Muerte aparente, porque hay Resurrección, como comentamos al final. Pero vayamos con estos carlistas reciclados en “Rebels”.

El Sur: más inclinado a lo tradicional en religión
En unos grupos a los que la Providencia ha favorecido por historia y por geografía, como a los carlistas, esta defensa de la Tradición acontece en un estado químicamente puro. En otros, más contaminados, como los Confederados, esto es quizás menos perceptible. Pero no dejaría de ser interesante el profundizar sobre los aspectos religiosos, tanto desde el punto de vista católico como del protestante, de la Guerra de Agresión Yanqui (mal llamada Guerra Civil).
La divisoria religiosa, perceptible incluso hoy día en las diferencias teológicas de denominaciones tales como los Southern Baptists o los United Methodists de Missouri, es patente: mientras en el Norte se lanzaron a un experimento sincretista y descafeinado (prueba de ello es el éxito de denominaciones tan apartadas como los Unitarios) al sur de la Mason-Dixon las denominaciones protestantes permanecieron más fieles a su ideario original, menos proclives al cambio permanente, marca de fábrica de la Revolución.
Otro tanto pudiera decirse de la veta modernista del campo católico. Por ejemplo las tesis de los protomodernistas Cardenal Gibbons y demás secuaces, que siempre alcanzaron más predicamento en el Norte, quintaesencialmente liberal y masón, que en el Sur; y aludiré como prueba la recepción en las distintas comunidades católicas, Norte versus Sur, del nefando Congreso de las Religiones de Chicago de 1870, verdadera zahúrda de Plutón.

Cifras y causas del apoyo carlista a la Confederación
Muchos carlistas, entre 4000 y 7000 según la bibliografía consultada, se unieron a las tropas confederadas al inicio de la Guerra de Agresión Yanqui. Es posible que esta cifra pudiera ser incluso superior, dado que otros contingentes se unieron mediada la contienda e incluso en los estadios finales de la Guerra de Agresión Yanqui.
Era lógica esta afinidad: defensa de un orden tradicional y agrario, defensa de los derechos de los estados, descentralización y subsidiariedad, reconocimiento de los cuerpos intermedios, rechazo a un experimento neognóstico universal que los federales y su maldito partido seccional –el republicano- han ejecutado a rajatabla y que el Padre Castellani no dudó en calificar como el “Último Imperio, el del Anticristo”, etc. Y que, además, no perseguía a los católicos, como tantas veces había ocurrido en esa sucursal del Infierno del noreste de los Estados Unidos.
Añádase a esto el interés que había –que se llegó a discutir en el Parlamento de la Confederación en Richmond, Virginia- en proclamar la Confederación como una República Cristiana, donde todas las leyes tendrían que estar en consonancia con los Mandamientos de la Ley de Dios.
Era pues lógico que los exiliados carlistas se sintieran proclives a abrazar esta causa.

Falacia de la esclavitud como causa de la Guerra de Agresión Yanqui
Huelga decir que los carlistas, como buenos católicos, sentían profunda aversión por la institución de la esclavitud, “la oprobiosa institución” como los Papas la habían denominado secularmente.
Como aversión por la misma sentían el General Robert E. Lee o el Presidente Jefferson Davis, que habían dado libertad a sus esclavos en los años anteriores a la Guerra de Agresión Yanqui, a diferencia del inicuo individuo, por sobrenombre Abraham Lincoln, que dictaba la libertad de los negros esclavos en los territorios que no controlaba militarmente, pero no en la zona yanqui que él presidía. Tan adictos a la esclavitud eran algunos “protectores de los esclavos” que el alcohólico (al parecer luego rehabilitado) y criminal de guerra Ulysses Grant, General y luego Presidente de los Estados Unidos, seguía con sus esclavos particulares en 1866, cuando ya había sido dictada la liberación de todos los negros no sólo en el Sur ocupado, sino también en el Norte. A modo de inciso no es éste el único Presidente norteamericano que se ha caracterizado por sus problemas con el alcohol y se ha distinguido después como hopeado criminal de guerra.
Pero no es momento de detenernos en las falacias de la esclavitud y su propaganda, especialmente cuando casi la totalidad del comercio de esclavos de Norteamérica estaba centralizado en un estado como Rhode Island, que como todo el mundo “sabe”, era plenamente sureño y confederado, y el 100 % de los buques dedicados al comercio de esclavos estaban registrados en los estados de Nueva Inglaterra y en manos yanquis.

Paralelos y similitudes entre la Confederación y el Carlismo
El ethos confederado era demasiado cercano al ethos carlista, demasiado próximo como para resistirse a la llamada de defenderlo:

“The virtues more praised [in the Confederation] were not those of the world of commerce but those of the landed gentry of the Old World and the vanished age of chivalry -not efficiency, shrewdness, and aggressiveness but honor, generosity and good manners. By and large the leading Southerners found their models in the past, while the Northerners looked forward to a new age of business and boundless progress.” (Dumas Malone & Basil Rauch, Crisis of the Union)
Y si el Carlismo ya había señalado de largo con la fuerza de un Santo Tomás de Aquino que las virtudes pasivas eran superiores a las activas, y que la contemplación era la forma más elevada de actividad humana, los confederados habían descubierto algo similar vía derecho natural. Ambos preconizaban un modo de vida donde el eje no es la ganancia a ultranza:

“The life of the South was leisurely and unhurried for the planter, the yeoman, or the landless tenant. It was a way of life, not a routine of planting and reaping merely for gain.” (Frank L. Owsley & John C. Ransom, The Ideal of an Agrarian Society)

Tanto el Carlismo como la Confederación se hallaban harto distantes de esa corrupción por y de la usura, que tanto permeaba a los puritanos yanquis y que ha acabado por infectar todo el orbe gracias a la maquinaria de amplificación norteamericana. De ahí que en el más puro estilo platónico-aristotélico ambas concepciones daban gran importancia a sus sabios y a sus guerreros, a quien consideraban intrínsecamente superiores a los productores, como ocurre en toda sociedad sana:

“Southern aristocrats inherited an appreciation for the military spirit and a sense of chivalry from the authentic European nobility. Jaher writes: ‘Southern patricians shared with the European gentry and nobility an inclination for military training, a legacy of the age of chivalry notably absent in northern and western urban commercial elites ... In accord with the European aristocratic tradition, southerners constituted a majority of the cavalry officers.’” (Nobility and Analogous Traditional Elites)

Aquellos carlistas, perseguidos en su España natal hasta el punto del exilio, no cejaron en su empeño generoso por una causa justa. Y cuando la Confederación, después de más de 25 años, o incluso casi un siglo, de luchar por evitar la opresión, rapiña y usura del Norte centralista, jacobino, liberal y tirano desde todas las instancias políticas, como queda reflejado en autores como Patrick Henry, John Randolph of Roanoke o Calhouln, entre otros, se alzó en armas como único recurso para sobrevivir, los carlistas se unieron a las fuerzas confederadas.

España en los años previos a la Guerra de Agresión Yanqui
En aquel quinquenio maldito de 1858-1863 España cayó en manos de liberales, cuya proclividad hacia sociedades secretas enemigas declaradas de la Iglesia Católica y hacia la rapiña, era de sobra conocida y la historia de demostrar, como la Desamortización o sus matanzas de Sacerdotes en el Madrid del 1830.
Para muchos españoles carlistas, especialmente aquellos vascos y catalanes que habían luchado en la Segunda Guerra Carlista, conocida como “Guerra dels Matiners” en el Principado de Cataluña, la situación se hizo insostenible. De ahí que el contingente de carlistas emigrados a la Confederación fuera mayoritariamente catalán, valenciano, navarro y vascongado, regiones hispánicas donde esta guerra fue particularmente virulenta. Familias españolas enteras, incluyendo mujeres, niños y ancianos, volvieron a hollar los mismos territorios otrora del Imperio Español en Texas, Louisiana, Florida y otros estados sureños. Territorios y gentes que ya habían sido comprados a precio de sangre mártir española para nuestra Santa Religión y para la Iglesia, como la del Padre Juan Padilla a principios del siglo XVI y martirizado en lo que hoy día sería el estado de Kansas.

Acciones de guerra de los carlistas en territorio norteamericano
David Odalric nos da cuenta prolija de uniformes y acciones de guerra, pero el dato más sorpresivo de su artículo es que muchos carlistas españoles combatieron con voluntarios franceses, hijos espirituales de los combatientes vendeanos, que emigraban a América dada la política oficial anticatólica de la revolucionaria y liberal III República. Esto recuerda la gesta de ese otro hispano transatlántico, el ilustre y muy católico Santiago de Liniers, de sangre vendeana, frente a la chusma liberal de los Ribadavia y Sarmiento de Argentina. Como la íntima unión entre Francia y Castilla en el Medioevo contra el secular enemigo musulmán. Esto prueba que Francia es un aliado formidable de España cuando el ethos común es inspirado por la Santa y Verdadera Religión Católica. Y un enemigo declarado cuando hace del proyecto nacional-galicanista y pro-musulmán el norte de su política.
Más aún muchos carlistas militaron en los archifamosos “Louisiana Tigers”, la división más condecorada, brava y valiente de la Guerra de Agresión Yanqui, compuesta en su gran mayoría por voluntarios irlandeses. De estos dijo el General Robert E. Lee con lágrimas el día de su rendición, y en frente de su propio Ejército de Northern Virginia, que si todos sus soldados hubieran sido como ellos, hace tiempo que la victoria hubiera caído del lado confederado. No es extraño esto, pues la herencia celta española es a menudo negada, y es sabido que irlandeses, escoceses, franceses del oeste y los pueblos celtíberos de la Península están entre los guerreros más fieros del mundo, al menos históricamente (ya no sé si este dictum es aplicable). De igual manera que la disciplina y capacidad de encajar sufrimiento de los soldados germanos los convierte de suyo en excelentes tropas.
Añade el autor:

“La participación heroica de los carlistas españoles con las tropas confederadas en la Guerra Civil americana llevó a que Jefferson Davis les concediera la ciudadanía norteamericana y el mando directo de Echegaray.”

El general español Echegaray mandó un cuerpo de tropas carlistas: los piquetes confederados de la Segunda División de Tennessee. La gesta de Echegaray venciendo a los federales en West Woods para a continuación morir en otra acción de campaña donde se enfrentaron gallardamente a fuerzas diez veces superiores en número, es recordada en los anales de la historia militar sureña.
Como es digno de reseñarse la impresión que dejaron los voluntarios carlistas que se unieron al Ejército de Northern Virginia. De éstos, muchos de ellos combatientes de la legendaria Brigada Zumalacárregui que a punto estuvo de derribar el gobierno liberal y anticatólico de Madrid, dijo el general confederado Ambrose Power Hill: “Mis toscos, harapientos y valerosos leones de la Providencia …”. Parece ser que estos antiguos y veteranos combatientes de las montañas españolas lucharon en tierras americanas llegando a tocar con sus boinas rojas el uniforme confederado que vestían. Estos herederos de la Brigada Zumalacárregui fueron los que consiguieron la toma épica de la colina de Malvern Hill, a partir de la cual los carlistas recibieron siempre un trato especial dentro del Ejército de la Confederación y estuvieron ya siempre al mando de un español, nunca más de un oficial extranjero.
Otro episodio de los carlistas españoles en suelo americano constituyó la defensa y freno de la Segunda División Federal, los Regimientos 89º de Illinois y los 32º y 39º de Indiana, al mando del general August Willich (criminal revolucionario del que algún día hablaremos) en Harpers Ferry. El Regimiento 35º de Tennessee de requetés –que ya había sido rebautizado con el imperial nombre de “Regimiento Nueva España”, como el Virreinato al que estos territorios pertenecieron en origen- frenó el avance de las tropas federales, permitiendo la marcha del 19º de Arkansas que permitió al General Lee, que mandaba también las tropas requetés, infligir una severa derrota al General McLellan. Las bajas de las tropas tradicionalistas españolas, especialmente de los fusileros de Navarra (el 41º de Tennessee), fueron altísimas.
En 1863 entró en combate otro Regimiento, los Húsares del Maestrazgo, que traían el eco lejano de la comarca castellonense donde los carlistas se habían batido con fiereza contra las tropas liberales y habían infligido contundentes derrotas al excremento liberal-masónico-anticatólico hasta el punto de generar en estas comarcas un estado paralelo y completamente autónomo que no precisaba del [des]gobierno liberal de Madrid para nada.
Pero, en fin, dejemos aquí la pluma para no ser demasiado exhaustivos. Nos quedan las hazañas en el puente de Burnside de los capitanes carlistas Uriarte, Puig y Alfaro. Como los plenos honores dispensados a los soldados y oficiales carlistas en el Cementerio Nacional de Antietam. Será en otra ocasión.

Confederación e Iglesia Católica
Anticipo a nuestros lectores que ya se ha descargado algún material reciente para elaborar una nueva entrada para A Casa de Sarto sobre la Confederación y la Iglesia Católica. El presente post, que demuestra la inequívoca lealtad de los carlistas hacia el Sur, como el otro que está urdiéndose, demuestran que la ortodoxia católica estaba mucho más cerca de la Confederación que de los asquerosos e inmundos yanquis.
No en vano el Santo Padre, Pío IX, profundo conocedor de la tragedia que se ceñía sobre la humanidad, calificó en su correspondencia privada a Lincoln de “tirano y usurpador”, como escribió a los Cardenales de Nueva York y Nueva Orleáns.

El pensamiento sureño: necesidad de su revisión y proyecto de futuro
Dios, que provee en su Infinita Misericordia, les ha dejado a los norteamericanos de hoy día lo que pueden ser las claves para su propia resurrección y enmienda. Evidentemente necesitan revisión, porque no es puro. Porque la fundación de los USA tiene errores digamos, estructurales, desde su fundación. Un país que es el primero que nace para dar la espalda a Dios evidentemente tiene fallas graves. Incluso autores modernos como Russell Kirk, otro norteño simpatizante del Sur quien fundamentaba el nacimiento de los Estados Unidos desde la óptica más benigna y tradicional posible, han sido criticados por autores neoconfederados como Mark Henrie:

“Kirk sostiene en efecto que América está bien-fundada porque no está realmente ‘fundada’, sino ‘crecida’ en los fértiles suelos de Jerusalén, Atenas y Roma. Pero, ¿a qué atribuir entonces las evidentes enfermedades que últimamente han crecido en nuestra sociedad? ... Queda pues la posibilidad de que el régimen norteamericano fuera mal-fundado. Si esto fuera así, la pietas conservadora hacia la Tradición requeriría impiedad selectiva hacia algunas tradiciones.” (Mark C. Henrie, Russell Kirk’s Unfounded America)

El Profesor Genovese, norteño convencido de la justa causa del Sur –auténtico “Copperhead” de los que tanto necesitamos en estos tiempos donde proliferan los “carpetbaggers” y los “scalawags”-, deja constancia de esas claves:

“The perspectives offered by southern conservatives ... remain alive: opposition to finance capitalism and, more broadly, to the attempt to substitute the market for society itself; opposition to the radical individualism that is today sweeping America; support for broad property ownership and a market economy subject to socially determined moral restraints; adherence to a Christian individualism that condemns personal license and demands submission to a moral consensus rooted in elementary piety; and an insistence that every people must develop its own genius, based upon special history, and must reject siren calls to an internationalism –or rather, a cosmopolitanism– that would eradicate local and national cultures and standards of personal conduct by reducing morals and all else to commodities.” (Eugene D. Genovese, The Southern Tradition)

Dado el actual grado de corrupción y caída es previsible que no serán capaces de levantarse sin una debacle previa que desperece sus almas. Un sano régimen de salubridad religiosa, filosófica y política sólo puede pasar por esas coordenadas que historiador norteamericano Newby sostiene y que plenamente suscribo:

“Only its religion had been wrong: the Old South had been Protestant when by everything in the Agrarian prescription it should have been Catholic. Protestantism was the religion of individualism and liberal capitalism, not traditionalism and authority, or as [Allen] Tate put it, ‘hardly a religion at all, but a result of secular ambition.’ The Old South had thus been an anomaly, ‘a feudal society without a feudal religion,’ which was one of the reasons its way of life had not survived military defeats … The Confederates were attempting an anomaly, a conservative revolution, a political change to prevent social and economical change. Unlike other modern movements for independence and nationhood, theirs was conservative and counterrevolutionary rather than radical and revolutionary.” (Idus A. Newby, The South: A History)

Epílogo
Lanzo aquí el guante a mi amigo O Corcunda, para que desde la siempre cabal atalaya de O Pasquim da Reacçao nos ilustre, Eric Voegelin en mano, acerca del por qué y cómo el Protestantismo, y el puritanismo en particular, desemboca por directo en la Revolución Francesa, en la Revolución Comunista y en esta quinta fase de la Revolución Nihilista que ahora padecemos.
Honor y Gloria, y una oración, para los caídos por cualesquiera causas justas.
Miremos ahora para adelante. Es nuestro cometido el transmitir lo que nos ha sido transmitido, lo de nuestros mayores, nuestros abuelos, bisabuelos, y así hasta tiempos inmemoriales. Para nosotros, los católicos, es la Tradición que se remonta a los Apóstoles y que hunde sus raíces en Cristo, Señor y Rey de la Creación y del Tiempo, de las naciones y de la historia. Es momento de resistir, de preservar, de expandir en pequeños círculos. Es momento de cooperar con Dios en ser parte de este Pusillus Grex al que todos estamos llamados. Estamos llamados a la lucha, y sobre ella no podemos invocar la corona de la Victoria, como bien nos recordaba Juan Donoso Cortés.
Ahora bien, poderoso es Dios, Padre Omnipotente, que a su debido tiempo trocará la derrota de los nuestros en Victoria y la muerte de los nuestros no habrá sido nunca en vano. Las batallas que hemos perdido en el campo de batalla –sean nuestras derrotas en las Guerras Carlistas o la derrota de la Guerra de Agresión Yanqui- hemos de ganarlas ahora más que nunca en el campo de las ideas. Y preservar las ideas, transmitirlas; o sea, defender la Tradición. Con ojos metahistóricos son batallas, y no guerras. Y esto es algo que debemos recordar, porque del lado de Cristo está la Victoria final y última de esta guerra que Satán lleva librando contra el Todopoderoso.
Anticipando ese momento, para el cual debemos disponernos –y para el cual debemos ya empezar a preparar los materiales para la re-edificación de la Ciudad de Dios, la Civitas Dei agustiniana-, de la formidable Restauración Católica que nos ha sido prometida, y al que llegaremos no sin innombrables sufrimientos y padecimientos, gritemos “the South will rise again” en defensa de todo lo bueno que la Confederación encarnaba y encarna; y en un tono tan hispánico como universal llenemos nuestras vidas con el grito de combate más noble y más tomista de todos: “¡Viva Cristo Rey!”.

Rafael Castela Santos

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