quarta-feira, agosto 28, 2013

Llamando a las cosas por su nombre: por una economía moralmente católica


Luis Infante rescata verdades imperecederas y nos obsequia con este artículo originalmente publicado en la Santa Causa y que nos parece enjundioso, rico y pertinente. Sin más, ahí va.

RCS


Curioseando por la Red encontré no hace mucho tiempo el artículo de Josep Fontana, La economía del primer franquismo[1]. Me fijé en sus esfuerzos por resultar despectivo hacia los principios cuya mezcla inspiró, según él, las fórmulas económicas de aquel período:
«Pero es que al propio tiempo los tradicionalistas estaban usando el término corporativismo en un sentido mucho más conservador, antiliberal —y, si se quiere, anticapitalista, pero por precapitalista—, que reivindicaba los gremios y soñaba con el retorno a la supuesta armonía de la sociedad medieval. Los Estatutos de la Obra Nacional Corporativa definen los sindicatos como gremios y proponen fomentar “el trabajo a domicilio, familiar y la arteinsanía [sic!]”[2]. Un estudio adscrito a esta tendencia, el de José María de Vedruna sobre la “economía eléctrica”, dedicado inequívocamente a Fal Conde, no presenta más elemento doctrinal que la condena de la “funesta herejía liberal”, lo que le hace más próximo al padre Sardá, autor de El liberalismo es pecado, que al fascismo[3]».

Comentándolo con un amigo, éste me hizo ver que las propuestas de la Obra Nacional Corporativa que cita Fontana, además de practicables y bien orientadas, son lo que en estos tiempos de neologismos tonticultos reciben títulos como «nuevos yacimientos de empleo», «técnicas de autoempleo», «trabajo flexible», etc.

Dice Fontana que los estatutos de la O.N.C. «definen los sindicatos como gremios»[4]. En la zona nacional, tras el 18 de Julio de 1936, la O.N.C. –como toda la Comunión Tradicionalista– se prepara para la restauración de la sociedad tradicional. En ésta el régimen capitalista desaparecería, y con él la necesidad de los sindicatos de clase. No iban las cosas mal encaminadas: incluso un historiador anticarlista como Blinkhorn reconoce que la O.N.C. tras irse uniendo voluntariamente a ella multitud de sindicatos católicos, asociaciones profesionales etc., llegó a constituir la mayor organización sindical de España[5]. Los sucesivos decretos de unificación y la deriva política a ellos aparejada frustraron aquellas esperanzas[6].

No quiero ahora pararme en los proyectos y realizaciones de José María Arauz de Robles y sus contemporáneos, sino en dos aspectos fundamentales:

· El rechazo del liberalismo en todas sus formas;

. La inseparabilidad de Contrarrevolución, Monarquía tradicional y organización tradicional de la economía y la representación.

Desde que comienza a articularse el pensamiento contrarrevolucionario se enuncia, de una u otra forma, el rechazo (que ya era instintivo aun antes de su enunciación) al liberalismo en sus tres manifestaciones principales:

El liberalismo religioso (que hoy podemos llamar modernismo, sin perder de vista que conoce formas atenuadas); el político (al que pertenecen todas las corrientes nacidas de la Revolución, de la derecha a la izquierda, y al que se adscriben sin excepción –aunque quepan matizaciones– cuantos gobiernos ha habido en Madrid desde al menos 1833); y el económico (es decir, el capitalismo; sea el de mercado[7], el del Estado o sus formas mixtas).

Así Carlos VI, en su Manifiesto de Maguncia (16 de marzo de 1860):

«El sistema que nuestros últimos años ha regido en España, apoyado en una serie de ficciones que repugnan a la razón, y teniendo por base la corrupción más completa en el sistema electoral, no ha aprovechado para nada al pueblo, y no es más que un nuevo feudalismo de la clase media, representada por abogados y retóricos. Las clases similares de la Monarquía han desaparecido. Sería gran locura por mi parte querer reconstituirlas ab irato; pero encontrándome solamente con masas populares, pues la nobleza desaparece lentamente en virtud de la desvinculación, y perdida la influencia del clero por las inicuas leyes desamortizadoras, la empresa más honrosa para un Príncipe es librar a las clases productoras y a los desheredados de esa tiranía con que las oprimen los que, invocando la libertad, gobiernan la nación».

O Jaime III, refrendando los Acuerdos de la Junta Magna de Biarritz (30 de noviembre de 1919):

«[La Comunión Tradicionalista] defenderá, al propio tiempo que aumentará, la actuación de política social, sobre el esencial fundamento de la pronta reconstitución de las clases y corporaciones profesionales, manteniendo el puro y cristiano concepto de la propiedad hasta contra los atentados que, con espíritu contaminado de errores y prejuicios, le dirigen los propios partidos afines[8], y defendiendo, al par, con la mayor actividad y energía, cuanto representa verdaderamente la dignificación de la clase obrera, llamada a disfrutar de tiempos nuevos, más justos y cristianos, si al cabo, como es de esperar, la Revolución universal es vencida».

Línea de pensamiento que llega a nuestros días:

«La entrega de la confesionalidad católica del Estado ha acelerado y agravado el proceso de secularización que le sirvió de excusa más que de fundamento, pues éste —y falso— no es otro que la ideología liberal y su secuencia desvinculadora. De ahí no han cesado de manar toda suerte de males, sin que se haya acertado a atajarlos en su fuente. La nueva “organización política” —que en puridad se acerca más a la ausencia de orden político, esto es, al desgobierno— combina letalmente capitalismo liberal, estatismo socialista e indiferentismo moral en un proceso que resume el signo de lo que se ha dado en llamar “globalización” y que viene acompañado de la disolución de las Patrias, en particular de la española, atenazada por los dos brazos del pseudo-regionalismo y el europeísmo, en una dialéctica falsa, pues lo propio de la hispanidad fue siempre el “fuero”, expresión de autonomía e instrumento de integración al tiempo, encarnación de la libertad cristiana» (S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón, Manifiesto del 17 de julio del 2001).

¿A qué se debe que pensamiento tan acrisolado no resulte hoy suficientemente conocido ni aun entre quienes se tienen por tradicionalistas? Además de la confusión generada por el franquismo, sus contradicciones y sus oscilaciones, a estas alturas seguramente pesa más el oscurecimiento de la doctrina de la Iglesia[9]. Doctrina que, en su formulación tradicional y ortodoxa, no deja lugar a dudas, y no es sólo contemporánea.

En asunto tan importante como el préstamo dinerario, en 1745 dice Benedicto XIV en su Encíclica Vix pervenit:

«El pecado llamado usura se comete cuando se hace un préstamo de dinero y con la sola base del préstamo el prestamista demanda del prestatario más de lo que le ha prestado. En la naturaleza de este caso la obligación de un hombre es devolver sólo lo que le fue prestado».

El Catecismo Romano del Concilio de Trento lo había expresado aún más sencillamente:

«Prestar con usura es vender dos veces la misma cosa, o más exactamente vender lo que no existe» [10].

La claridad no es menor en los demás aspectos de la cuestión social.

Ante el Carlismo se presenta la tarea de la reconstrucción del orden tradicional, la restauración de la Cristiandad. Y en tanto no se realice obra tan enorme, cumple mantener estructuras de resistencia y de defensa de intereses legítimos. Hemos citado de pasada a los Sindicatos Libres y a la Obra Nacional Corporativa (de la que subsiste algún resto, al parecer, en forma de mutualidades y otros institutos que escaparon a la unificación franquista)[11].

No tenemos espacio para ocuparnos del Movimiento Obrero Tradicionalista [...], ni para algún excelente sindicato actual (en Valladolid, por ejemplo) del que preferiría que escribiesen sus impulsores. Sí para incluir una lista de libros útiles, seleccionados con el criterio de que sean relativamente fáciles de encontrar, bien por sus numerosas ediciones aún circulando, bien por haberlas recientes o estar en preparación. Se proporcionan los datos sólo de algunas, y se consideran incluidos los títulos de las notas del final.

Robert McNair Wilson, La Monarquía contra la fuerza del dinero. Cultura Española, Burgos 1937; Doncel, Madrid 1976. Original en inglés Monarchy or Money Power, Eyre & Spottiswoode, Londres 1932; en Estados Unidos titulado Gold & the Goldsmiths.

René de la Tour du Pin, Hacia un orden social cristiano. Euroamérica, Buenos Aires 1979. Original en francés Vers un Ordre Social Chrétien.

Jean Ousset y Michel Creuzet, El trabajo. Speiro, Madrid 1964. Original francés Le Travail.

Hilaire Belloc, Economics for Helen. The St. George Educational Trust, Liss 1995[12]. Del mismo autor y editorial: Usury y An Essay on the Restoration of Property.

Arthur Penty, The Guild Alternative. The St. George Educational Trust, Liss 1995.

Olive y Jan Grubiak, The Guernsey Experiment. Numerosas ediciones desde 1960. Extraordinario.

Cualquiera de los numerosos títulos del irlandés Padre Denis Fahey merece atención.

Otro día prometo dedicarme a los autores españoles. Hoy, como decía más arriba, he procurado reunir los que puedan conseguirse más fácilmente.

 

Notas

[1] Las primeras publicaciones de Fontana, de tendencia neomarxista, no carecían de interés. Su crítica a las historiografías oficiales (la liberal y la marxista clásica) resultaba estimulante. Lástima que, en la carrera de prebendas y vanidades en que se ha convertido la vida académica actual, Fontana parece haber evolucionado a neoliberal con ribetes postmarxistas. Eso sí: comparado con Jordi Canal, por ejemplo, Fontana sigue siendo paradigma de rigor.

[2] Estatutos de la Obra Nacional Corporativa. San Sebastián, Navarro y Del Teso, s.a., pág. 4.

[3] José María de Vedruna, Ordenación de la economía eléctrica nacional. (Colaboración a la Obra nacional corporativa). Madrid, Editorial Tradicionalista, 1943.

[4] Para un buen ejemplo de sindicalismo carlista de clase: “Los Sindicatos Libres, un obrerismo nacido en la Tradición”, reproducido en El Piquete.

[5] Martin Blinkhorn, Carlism and Crisis in Spain 1931-1936. Cambridge University Press, 1975; versión española Carlismo y contrarrevolución en España 1931-1939, Barcelona, Crítica, 1979.

[6] Un buen resumen de los presupuestos doctrinales e implicaciones en la organización política en Acedo Castilla, J.F., “La representación orgánica en el pensamiento tradicionalista”, Razón Española nº 112, Madrid, marzo-abril 2002.

[7] Un supuesto, y falso, “libre mercado” distinto del capitalismo puro y duro suele invocarse entre los católicos deseosos de acomodarse en el sistema, o entre aquellos cuasitradicionalistas que no comprenden bien el antiestatismo de nuestros postulados.

[8] Una buena ampliación contemporánea: «Disminuyendo al máximo la propiedad individual y la estatal, el Carlismo conoce primordialmente las formas de propiedad social, cuyos sujetos sean la familia, el municipio, las agrupaciones profesionales y las sociedades básicas restantes. Y de acuerdo con ello, el Carlismo condena expresamente la desamortización de los bienes de las comunidades en el expolio con que la dinastía usurpadora fraguó artificialmente una clase burguesa de enriquecidos por méritos de favor político, a fin de sostenerse en el trono usurpado, exigiendo la reconstitución inmediata de los patrimonios sociales, especialmente de los municipales, previa indemnización a los poseedores de buena fe». Centro de Estudios Históricos y Políticos “General Zumalacárregui”, ¿Qué es el Carlismo?, ESCELICER, Madrid, 1971.

[9] No faltan meritorios esfuerzos por encajar los documentos pontificios actuales en la doctrina social tradicional de la Iglesia; así, Permuy Rey, José María, “La Doctrina Social de la Iglesia frente al Capitalismo” en ARBIL, anotaciones de pensamiento y crítica, nº 50.

[10] Ante la claridad de estos términos es inevitable preguntarse por la frecuente vinculación de miembros de ciertos institutos, prelaturas y movimientos supuestamente católicos con la banca más usuraria y especulativa.

[11] Unificación y confiscación de abundantísimos bienes de los que cabe y debe caber exigir restitución, al menos tan plena como la “devolución del patrimonio sindical” que ha beneficiado a U.G.T. y, paradójicamente, a CC.OO., que no existía en 1936.

[12] Todos los títulos de esta editorial pueden solicitarse a: The St. George Educational Trust, Forest House, Liss Forest, Liss, Hampshire, GU33 7DD, Inglaterra.



Luis Infante

Publicado originalmente en La Santa Causa, revista de las Juventudes Tradicionalistas de España, número 4, abril/mayo 2003.
 

1 comentários:

Miles disse...

Óptimo texto e magníficas recomendações de leitura!