Ser tradicionalista implica serlo por ser romano, de la Roma Eterna, no de la Roma modernista. De hecho ser tradicionalista implica saber que el fundamento y piedra angular de la Iglesia es Pedro y que sin la Silla de Pedro todo el edificio católico se viene abajo. Ser tradicionalista implica saber que sólo por causa gravísima, como hizo ese Santo varón de Monseñor Lefebvre, se puede y se debe resistir a Roma. Abominaciones como la de Asís y pontificados terribles, como fue el de Juan Pablo II, no dejaron otra opción a la Tradición salvo tenerse que refugiar en campo abierto.
Sin embargo en tiempos recientes Monseñor Fellay ha empezado a virar hacia una situación donde todo lo anterior, que siempre ha sido sostenido por la Hermandad de San Pío X (HSPX), se puede cristalizar de un modo más explícito. En otras palabras: la regularización está un paso más cerca. La Hermandad empieza a darse cuenta institucionalmente que, afortunadamente, los aires en Roma han cambiado. Las circunstancias son distintas.
Monseñor Fellay, sabiamente asistido por sus dos Asistentes Generales, ya dio un aldabonazo muy positivo al pedir Rosarios en la peregrinación a Lourdes para que haya algún tipo de solución al problema de la Hermandad de San Pío X. Empieza a comprender Monseñor Fellay que las consecuencias de una no-regularización pueden ser en extremo deletéreas.
El Santo Padre, consta en acta, no sólo no tiene animadversión a la Tradición sino que mira con simpatía el sector más sano y pujante de la Iglesia Católica. Su deseo de que la HSPX regularice su situación es cada vez más fehaciente. El Santo Padre se plantea, frente a unas resistencias brutales que vienen de los modernistas disfrazados de católicos, un regreso progresivo a la Tradición. Ejemplo de esto último es su intención de modificar el Novus Ordo. Modificación, por otro lado, de claro contenido desprotestantizador.
Benedicto XVI intuye que la única savia capaz de vivificar la Iglesia es, precisamente, la Tradición. Y está en lo cierto al pensar así. Debe ser que la hidra maligna de Tarsicio Bertone y la caterva liberal y modernista que le rodea le hace comprender esto último con nitidez y urgencia.
El Cardenal Castrillón Hoyos ha ejercido, pese a su fuerte carácter, un ejercicio de autodisciplina que ha permitido salvar algún escollo grave cuando la tentación de Roma era castigar. Ese castigo hubiera supuesto una alienación gratuita y un envenenamiento de la situación durante lustros pero, milagrosamente, se han sorteado situaciones que parecían inverosímiles. Son de agradecer los buenos esfuerzos de Su Eminencia para llegar a una solución al problema.
Con suerte, pero sin aflojar en oraciones y sacrificios, podremos desembocar en una situación donde la regularización de la Hermandad de San Pío X sea oficial.
Abundan ahora páginas en el internet, sin duda alguna henchidas de buena fe, donde el esteticismo y otras cuestiones menores acaban por convertirse en el primer plano de la Tradición. Oportuniter et importuniter diré que sin la Hermandad de San Pío X a la Tradición le falta centro de gravedad, espinazo, coherencia y solidez.
La ventaja enorme de la Hermandad de San Pío X, algo de lo que no pueden presumir otros grupos tradicionales, es su comprensión cabal y profunda de la crisis de la Iglesia. Este depósito no puede permanecer inédito al resto del Cuerpo Místico. Es preceptivo que la gente comprenda la gravedad de la situación presente, una situación que sólo puede ser comprendida esjatológicamente. San Pío X, figura señera de la Esposa de Cristo en estos tiempos de hierro de la Quinta Iglesia, ya decía que:
“Cualquiera que reflexione en esa apostasía, necesariamente, sin ningún temor a equivocarse, debe concluir: hay que confesar que tal perversión de los espíritus no puede ser sino el comienzo de los males anunciados para el fin de los tiempos. Es ya, desde luego, el principio del advenimiento del reinado del Anticristo en la tierra. No cabe la menor duda de que los días de perdición de que habla el Apóstol han hecho su aparición en nosotros.”
Palabras que, si cabe, son más actuales ahora que cuando fueron pronunciadas hace cien años. Que el Castigo que se viene es ya inminente y que resulta casi inverosímil que pase esta generación sin que el mundo lo sufra no se discute. Pero el tema estriba en lo que viene después, en la Restauración Católica de este mundo. Ese paso a través del Castigo resulta difícil sin la Tradición, pero hay que ir un paso más allá del Castigo. Porque esa Restauración precisa de la Tradición como su elemento vertebrador más crucial e importante. Y, repito, a la Tradición le falta peso específico sin la Hermandad de San Pío X con su situación regularizada dentro del paraguas romano.
La proa tiene que estar enfilada hacia Roma, casa natural y cobijo de todo católico. Lo contrario, enfilarla hacia el cenáculo, el grupúsculo, la charca estancada, la intemperie por la intemperie es, simplemente, enfilar la proa hacia la gilipollez supina. Y esto último produciría una gran diarrea (mental y de otro tipo) … incluso al Superior General de la Hermandad de San Pío X.
Rafael Castela Santos
domingo, dezembro 07, 2008
Enfilando la proa
Publicada por
Rafael Castela Santos
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domingo, dezembro 07, 2008
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