Em Março de 2007, o então Bispo de Pamplona (diocese onde se celebra regularmente a Missa de rito latino-gregoriano), Monsenhor Fernando Sebastián Aguilar, publicou uma interessantíssima carta pastoral na qual analisa o ambiente político que presentemente se vive em Espanha e a forma como o mesmo se repercute na situação actual da Igreja Católica no país vizinho. Trata-se de um documento notável, que peca apenas por cair na tentação de defender a falsa concepção de liberdade religiosa do pós-V2. A sua leitura integral, que aconselho, pode ser feita aqui. Por ora, deixo publicados neste espaço algumas passagens mais significativas, susceptíveis de terem também aplicação, nas devidas proporções, à conjuntura portuguesa:
(...)
Más recientemente, el laicismo vuelve a resurgir en los últimos años del franquismo y en los meses de la transición. Podríamos recordar muchos pronunciamientos, como p.e. el llamado “Documento rojo” del PSOE sobre la enseñanza. Después de un tiempo de tensiones y titubeos, la transición clarificada y aceptada como una operación de CONSENSO, significa un esfuerzo de reconciliación, con la voluntad de superar las tensiones e incomprensiones del pasado. En la fase preconstitucional se elaboran cinco líneas de pacto o de consenso: monarquía o república, capitalismo o socialismo, centralismo o autonomismo, continuidad o revolución, confesionalidad o laicismo. El articulo 16 de la Constitución es fruto de un pacto general.
Con el gobierno Zapatero han quedado cuestionados estos pactos constitucionales. Se considera que la transición estuvo demasiado condicionada por el franquismo. Por lo que a nosotros nos interesa, la aconfesionalidad descrita en el art. 16 se quiere interpretar en el sentido de un laicismo excluyente que no aparece en nuestra Constitución. Se pretende imponer el laicismo estricto como ideología dominante y excluyente. Da la impresión de que el equipo del Gobierno actúa como si la Transición hubiera estado demasiado condicionada por el franquismo, como si no hubiera sido un acto legítimo del pueblo soberano. La verdadera soberanía estaría mejor expresada en la Constitución del 31. Según esta mentalidad, en la actualidad tendríamos que empalmar con la legitimidad democrática de la IIª República saltándonos más de setenta años de historia. ¿Quiere esto decir que se quiere también volver al laicismo excluyente de los art. 26 y 27 de la Constitución republicana? Sería una decisión arbitraria muy peligrosa.
Directamente este proyecto puede no estar pensado contra la Iglesia. Quizás lo que se pretende directamente es cerrar el camino del poder a la derecha, con el fin de perpetuarse en el poder. De todos modos en lo que ahora se llama despectiva e injustamente, “extrema derecha”, aunque sea injusto y carente de lógica, queda también incluida la Iglesia, por la menos la Iglesia jerárquica, la Iglesia ortodoxa, da igual la de Juan Pablo II que la de Benedicto XVI. Solo se salvaría de esta exclusión la Iglesia “progresista” es decir, la Iglesia enfrentada con la jerarquía, los grupos cristianos más condescendientes con los gustos de la cultura secularista y agnóstica. Esto es lo que aparece en el Pacto del Tinell. Es el proyecto de formar una sociedad democrática sólo con la izquierda. Porque la derecha es franquista, es extrema derecha no democrática. La nueva mayoría obtenida por el PSOE mediante los acuerdos con la extrema izquierda y los nacionalistas radicales ha abierto la posibilidad de una política de cambio cultural que se parece mucho a una verdadera revolución cultural, en la cual uno de los cambios fundamentales sería la implantación del laicismo excluyente y la consecuente marginación no sólo de la Iglesia sino del cristianismo.
(...)
Es conocido de todos el Manifiesto socialista aparecido con ocasión del XXº aniversario de la Constitución con el nombre de “Democracia, Laicismo y Educación para la Ciudadanía”. Su contenido se puede resumir en dos afirmaciones y un corolario.
1ª, Las religiones monoteístas son fundamentalistas, fuentes de conflictos, incompatibles con la democracia.
2ª, Es preciso edificar la convivencia democrática sobre otros principios éticos sin ninguna referencia religiosa que sean como la base moral de la democracia. Es competencia del Gobierno formular y proponer a la sociedad este denominador común de los principios éticos democráticos. Esta base moral de la democracia no puede consistir en el reconocimiento de ninguna ley moral objetiva y vinculante, en un Estado no confesional (laico) la moral sólo puede ser consensuada y contingente, mudable, lo moral es lo legal.
Corolario: La nueva asignatura escolar “Educación para la Ciudadanía” es el instrumento principal para la implantación de esta moral cívica.
Es justo advertir que este Manifiesto que nació con la pretensión de que fuera asumido oficialmente por el PSOE no llegó a serlo. Pero no deja de ser expresión de lo que piensan hoy muchos de los socialistas influyentes y dirigentes.
No es fácil describir la ideología vigente actualmente en el PSOE y en el equipo de Gobierno. Me inclino a pensar que es un laicismo romántico y radical que históricamente se elabora a partir del antifranquismo erigido como ideología. El contenido de esta ideología, en sus rasgos esenciales, sería algo parecido a esto: La República era democrática y justa, los sublevados fueron el mal absoluto, la destrucción del orden republicano y democrático. Nada de lo que nace del franquismo puede ser considerado políticamente válido. La transición democrática del 78 tampoco es aceptable. Se tendría que haber hecho borrón y cuenta nueva. Recordemos que la tesis defendida por el Partido Socialista, en un primer momento, era la de la ruptura institucional y política, que suponía eliminar los puntos de vista y las instituciones de los vencedores, buscando la continuidad con los puntos de vista y las instituciones de la República, aunque fuera dejando fuera la media España que veía las cosas de otra manera. En esta mentalidad no se tiene en cuenta que este planteamiento vuelve a levantar los enfrentamientos de aquel período, mantiene los exclusivismos que dieron lugar a la guerra civil, que se fueron mitigando lentamente durante los largos años del franquismo, y luego en la Constitución consensuada quisimos expresamente superar. A partir de la Constitución del 78 ya no hay ni franquistas ni antifranquistas. Todos fueron reconocidos como demócratas. Ni los partidos ni las clasificaciones coinciden con las anteriores. Era un principio nuevo, sin vencedores ni vencidos. Ahora en cambio se quieren recuperar las clasificaciones de antaño, las derechas son franquistas y solo las instituciones y personas izquierdas son verdaderamente democráticas. Como no podía ser menos, se desconoce la contribución histórica de la Iglesia al advenimiento de la democracia, se la presenta como aliada del franquismo, fuente de sentimientos autoritarios, y en consecuencia incompatible con una verdadera democracia.
Si parece que este análisis es parcial o exagerado, basta con atenerse a los hechos: Pacto del Tinell, leyes de enseñanza, dificultades para la clase de religión, criterios sobre el aborto y sexualidad, disolución del concepto de matrimonio, divorcio exprés y sin razones, fecundación in vitro, clonación, manipulación de embriones, ideología de género, negación de la moral objetiva, encumbramiento de las instituciones políticas como fuente de moralidad, alianza con los grandes medios de comunicación, pacto con los partidos nacionalistas y de extrema izquierda, forma negociada de terminar con el terrorismo, exclusión del PP de la alternancia en el poder.
(...)
(...) existe también un rechazo real de la Iglesia en muchos cristianos, o por lo menos una connivencia con los rechazos provenientes de los no cristianos, que comparten el reconocimiento de los criterios de la cultura dominante y piensan que la Iglesia tendría que cambiar para acomodarse a los postulados de la modernidad en sus pronunciamientos doctrinales y sobre todo en sus enseñanzas morales. Se oye muchas veces “La Iglesia tiene que cambiar”. En el fondo con ello se quiere decir que tiene que acomodar sus enseñanzas morales a lo que es uso común en la sociedad actual, en temas de moral sexual, divorcio, familia, control de la fertilidad, bioética, etc. ¿Por qué no aceptar también el aborto, la eutanasia, las mentiras y estafas tan frecuentes, las mil injusticias económicas existentes? Así se acabarían los conflictos. Y también se acabaría la verdad del cristianismo.
No nos dejemos engañar. Lo que hoy está en juego no es un rechazo del integrismo o del fundamentalismo religioso, no son unas determinadas cuestiones morales discutibles. Lo que estamos viviendo, quizás sin darnos cuenta de ello, es un rechazo de la religión en cuanto tal, y más en concreto de la Iglesia católica y del mismo cristianismo. Se da por supuesto que la Iglesia del Papa y de los Obispos, la Iglesia católica en cuanto tal, es esencialmente fundamentalista, atrabiliaria, irracional e intransigente, contraria a la ciencia y a la libertad, y por eso mismo anacrónica, incompatible con la democracia y con el verdadero progreso de la humanidad, por lo cual, por métodos más o menos tolerables, se quiere disminuir la influencia de la Iglesia en la vida social y por eso mismo desprestigiarla y debilitarla numéricamente y espiritualmente. En realidad, lo que estamos viviendo no es un enfrentamiento político de más o menos hondura, no es un enfrentamiento entre derechas e izquierdas, sino que es un enfrentamiento mucho más radical entre una concepción religiosa y una concepción atea de la sociedad y de la vida. Lo que está en debate es la decisión a favor de una cultura deísta previamente existente o de una cultura innovadora integralmente y consecuentemente atea. Esta disyuntiva es la que está en el fondo y en buena parte en el origen de las divergencias en la valoración y en la interpretación de la realidad histórica de España, así como en el deseo de construir una nueva sociedad y una nueva España que requiere la mutación y hasta la quiebra institucional y cultural de la España tradicional.
Como remate final da citação feita, e para compreensão de todo o exposto, sugiro ainda a leitura desta entrevista politicamente incorrectíssima concedida pelo historiador Ricardo de la Cierva, há dois anos atrás, à Solidaridad.Net.
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Más recientemente, el laicismo vuelve a resurgir en los últimos años del franquismo y en los meses de la transición. Podríamos recordar muchos pronunciamientos, como p.e. el llamado “Documento rojo” del PSOE sobre la enseñanza. Después de un tiempo de tensiones y titubeos, la transición clarificada y aceptada como una operación de CONSENSO, significa un esfuerzo de reconciliación, con la voluntad de superar las tensiones e incomprensiones del pasado. En la fase preconstitucional se elaboran cinco líneas de pacto o de consenso: monarquía o república, capitalismo o socialismo, centralismo o autonomismo, continuidad o revolución, confesionalidad o laicismo. El articulo 16 de la Constitución es fruto de un pacto general.
Con el gobierno Zapatero han quedado cuestionados estos pactos constitucionales. Se considera que la transición estuvo demasiado condicionada por el franquismo. Por lo que a nosotros nos interesa, la aconfesionalidad descrita en el art. 16 se quiere interpretar en el sentido de un laicismo excluyente que no aparece en nuestra Constitución. Se pretende imponer el laicismo estricto como ideología dominante y excluyente. Da la impresión de que el equipo del Gobierno actúa como si la Transición hubiera estado demasiado condicionada por el franquismo, como si no hubiera sido un acto legítimo del pueblo soberano. La verdadera soberanía estaría mejor expresada en la Constitución del 31. Según esta mentalidad, en la actualidad tendríamos que empalmar con la legitimidad democrática de la IIª República saltándonos más de setenta años de historia. ¿Quiere esto decir que se quiere también volver al laicismo excluyente de los art. 26 y 27 de la Constitución republicana? Sería una decisión arbitraria muy peligrosa.
Directamente este proyecto puede no estar pensado contra la Iglesia. Quizás lo que se pretende directamente es cerrar el camino del poder a la derecha, con el fin de perpetuarse en el poder. De todos modos en lo que ahora se llama despectiva e injustamente, “extrema derecha”, aunque sea injusto y carente de lógica, queda también incluida la Iglesia, por la menos la Iglesia jerárquica, la Iglesia ortodoxa, da igual la de Juan Pablo II que la de Benedicto XVI. Solo se salvaría de esta exclusión la Iglesia “progresista” es decir, la Iglesia enfrentada con la jerarquía, los grupos cristianos más condescendientes con los gustos de la cultura secularista y agnóstica. Esto es lo que aparece en el Pacto del Tinell. Es el proyecto de formar una sociedad democrática sólo con la izquierda. Porque la derecha es franquista, es extrema derecha no democrática. La nueva mayoría obtenida por el PSOE mediante los acuerdos con la extrema izquierda y los nacionalistas radicales ha abierto la posibilidad de una política de cambio cultural que se parece mucho a una verdadera revolución cultural, en la cual uno de los cambios fundamentales sería la implantación del laicismo excluyente y la consecuente marginación no sólo de la Iglesia sino del cristianismo.
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Es conocido de todos el Manifiesto socialista aparecido con ocasión del XXº aniversario de la Constitución con el nombre de “Democracia, Laicismo y Educación para la Ciudadanía”. Su contenido se puede resumir en dos afirmaciones y un corolario.
1ª, Las religiones monoteístas son fundamentalistas, fuentes de conflictos, incompatibles con la democracia.
2ª, Es preciso edificar la convivencia democrática sobre otros principios éticos sin ninguna referencia religiosa que sean como la base moral de la democracia. Es competencia del Gobierno formular y proponer a la sociedad este denominador común de los principios éticos democráticos. Esta base moral de la democracia no puede consistir en el reconocimiento de ninguna ley moral objetiva y vinculante, en un Estado no confesional (laico) la moral sólo puede ser consensuada y contingente, mudable, lo moral es lo legal.
Corolario: La nueva asignatura escolar “Educación para la Ciudadanía” es el instrumento principal para la implantación de esta moral cívica.
Es justo advertir que este Manifiesto que nació con la pretensión de que fuera asumido oficialmente por el PSOE no llegó a serlo. Pero no deja de ser expresión de lo que piensan hoy muchos de los socialistas influyentes y dirigentes.
No es fácil describir la ideología vigente actualmente en el PSOE y en el equipo de Gobierno. Me inclino a pensar que es un laicismo romántico y radical que históricamente se elabora a partir del antifranquismo erigido como ideología. El contenido de esta ideología, en sus rasgos esenciales, sería algo parecido a esto: La República era democrática y justa, los sublevados fueron el mal absoluto, la destrucción del orden republicano y democrático. Nada de lo que nace del franquismo puede ser considerado políticamente válido. La transición democrática del 78 tampoco es aceptable. Se tendría que haber hecho borrón y cuenta nueva. Recordemos que la tesis defendida por el Partido Socialista, en un primer momento, era la de la ruptura institucional y política, que suponía eliminar los puntos de vista y las instituciones de los vencedores, buscando la continuidad con los puntos de vista y las instituciones de la República, aunque fuera dejando fuera la media España que veía las cosas de otra manera. En esta mentalidad no se tiene en cuenta que este planteamiento vuelve a levantar los enfrentamientos de aquel período, mantiene los exclusivismos que dieron lugar a la guerra civil, que se fueron mitigando lentamente durante los largos años del franquismo, y luego en la Constitución consensuada quisimos expresamente superar. A partir de la Constitución del 78 ya no hay ni franquistas ni antifranquistas. Todos fueron reconocidos como demócratas. Ni los partidos ni las clasificaciones coinciden con las anteriores. Era un principio nuevo, sin vencedores ni vencidos. Ahora en cambio se quieren recuperar las clasificaciones de antaño, las derechas son franquistas y solo las instituciones y personas izquierdas son verdaderamente democráticas. Como no podía ser menos, se desconoce la contribución histórica de la Iglesia al advenimiento de la democracia, se la presenta como aliada del franquismo, fuente de sentimientos autoritarios, y en consecuencia incompatible con una verdadera democracia.
Si parece que este análisis es parcial o exagerado, basta con atenerse a los hechos: Pacto del Tinell, leyes de enseñanza, dificultades para la clase de religión, criterios sobre el aborto y sexualidad, disolución del concepto de matrimonio, divorcio exprés y sin razones, fecundación in vitro, clonación, manipulación de embriones, ideología de género, negación de la moral objetiva, encumbramiento de las instituciones políticas como fuente de moralidad, alianza con los grandes medios de comunicación, pacto con los partidos nacionalistas y de extrema izquierda, forma negociada de terminar con el terrorismo, exclusión del PP de la alternancia en el poder.
(...)
(...) existe también un rechazo real de la Iglesia en muchos cristianos, o por lo menos una connivencia con los rechazos provenientes de los no cristianos, que comparten el reconocimiento de los criterios de la cultura dominante y piensan que la Iglesia tendría que cambiar para acomodarse a los postulados de la modernidad en sus pronunciamientos doctrinales y sobre todo en sus enseñanzas morales. Se oye muchas veces “La Iglesia tiene que cambiar”. En el fondo con ello se quiere decir que tiene que acomodar sus enseñanzas morales a lo que es uso común en la sociedad actual, en temas de moral sexual, divorcio, familia, control de la fertilidad, bioética, etc. ¿Por qué no aceptar también el aborto, la eutanasia, las mentiras y estafas tan frecuentes, las mil injusticias económicas existentes? Así se acabarían los conflictos. Y también se acabaría la verdad del cristianismo.
No nos dejemos engañar. Lo que hoy está en juego no es un rechazo del integrismo o del fundamentalismo religioso, no son unas determinadas cuestiones morales discutibles. Lo que estamos viviendo, quizás sin darnos cuenta de ello, es un rechazo de la religión en cuanto tal, y más en concreto de la Iglesia católica y del mismo cristianismo. Se da por supuesto que la Iglesia del Papa y de los Obispos, la Iglesia católica en cuanto tal, es esencialmente fundamentalista, atrabiliaria, irracional e intransigente, contraria a la ciencia y a la libertad, y por eso mismo anacrónica, incompatible con la democracia y con el verdadero progreso de la humanidad, por lo cual, por métodos más o menos tolerables, se quiere disminuir la influencia de la Iglesia en la vida social y por eso mismo desprestigiarla y debilitarla numéricamente y espiritualmente. En realidad, lo que estamos viviendo no es un enfrentamiento político de más o menos hondura, no es un enfrentamiento entre derechas e izquierdas, sino que es un enfrentamiento mucho más radical entre una concepción religiosa y una concepción atea de la sociedad y de la vida. Lo que está en debate es la decisión a favor de una cultura deísta previamente existente o de una cultura innovadora integralmente y consecuentemente atea. Esta disyuntiva es la que está en el fondo y en buena parte en el origen de las divergencias en la valoración y en la interpretación de la realidad histórica de España, así como en el deseo de construir una nueva sociedad y una nueva España que requiere la mutación y hasta la quiebra institucional y cultural de la España tradicional.
Como remate final da citação feita, e para compreensão de todo o exposto, sugiro ainda a leitura desta entrevista politicamente incorrectíssima concedida pelo historiador Ricardo de la Cierva, há dois anos atrás, à Solidaridad.Net.
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